La barbarie sin fin: una hidra de mil cabezas

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Inicio de año denso y difícil, atenazado por amenazas sanitarias, económicas, ambientales y, sobre todo, por la violencia que no cesa, por la inseguridad que campea en ciudades y pueblos, por la barbarie que en este nuestro pobre y lastimado país, parece no tener fin. Las recientes masacres en Zacatecas el 6 de enero (10 cuerpos encontrados frente al Palacio de Gobierno) y en Veracruz, el 7 de enero (9 cuerpos arrojados en una carretera del sur del estado) y el 8 (cuatro personas asesinadas en Rinconada, a 45 km. de Xalapa), no permiten albergar el mínimo de esperanza de que la paz, la seguridad y la tranquilidad sean posibles en el corto plazo en México. Y en el largo plazo, todos y todas estaremos muertos.

Los buenos deseos para el año que inicia rápidamente se han desvanecido ante la contundencia de las matanzas, las esperanzas de un futuro medianamente promisorio han quedado tintas en sangre y, con ello, evanescidas. Terrible inicio de año que presagia tiempos oscuros, espoleados por la violencia del crimen organizado y por la pasividad -sino es que por la negligencia- de las autoridades responsables de la seguridad de las y los mexicanos.

Las de Zacatecas y Veracruz por supuesto que no son las únicas matanzas, en años anteriores se han registrado también en Tamaulipas, Guanajuato, estado de México, Oaxaca, Jalisco, Michoacán, Morelos, Sonora, Sinaloa… vaya, prácticamente en todo el país. El “argumento” de que se trata de ajustes de cuentas entre bandas delincuenciales, no obvia, por una parte, el hecho de que son vidas humanas cegadas por la violencia infinita que atraviesa a México y, por la otra, es exactamente el mismo discurso que esgrimieron administraciones anteriores. Si son o no asesinatos cometidos entre integrantes de la delincuencia organizada es lo de menos y no debería ser argumento de las autoridades para justificarlos; el hecho irrefutable es que son violaciones a los derechos humanos que contribuyen decididamente al clima de violencia e inseguridad que priva en el país. Y que la Guardia Nacional, la Marina y el Ejército patrullen las ciudades, carreteras y pueblos de México no es la salida a la espiral de violencia en la que estamos enredados, por el contrario, quizás contribuya a ella: las evidencias así lo indican.

En esta tesitura, la autoproclamada 4T no se diferencia en lo más mínimo de los gobiernos que le antecedieron. Vamos, inclusive, si consideramos los homicidios cometidos en los tres últimos gobiernos (hayan sido masacres colectivas o asesinatos individuales), es preciso reconocer (con los datos en la mano) que el de Andrés Manuel López Obrador es el gobierno que está dejando los peores resultados en materia de seguridad ciudadana. Desde luego no es su responsabilidad absoluta, la “autónoma” Fiscalía de Alejandro Gertz Manero -y las Fiscalías de los Estados- son corresponsables del desastre en materia de seguridad y de la violencia que, pese a las contundentes declaraciones, no cesa.

No está en discusión que la crisis de seguridad es una herencia de administraciones pasadas, en particular de la de Felipe Calderón, pero en el cuarto año del gobierno actual resulta inútil y risible insistir en recordar lo malos que fueron los gobiernos anteriores, cuando de lo que se trata, lo que exigimos las y los ciudadanos, son resultados. Y los resultados no pueden ser otros que la paz, a la que tenemos derecho como personas. Bienestar sin seguridad y paz, es, esencialmente, una consigna, un lema, una frase hueca, una secretaría de estado, una campaña… en fin, lo mismo que bien conocemos de sexenios anteriores.

La barbarie sin fin es una hidra de mil cabezas. Desde luego que son las masacres y los asesinatos cotidianos, pero también los cientos de fosas clandestinas, las cien mil personas desaparecidas, las once mujeres que en promedio son asesinadas cada día, la violencia de género que padecen cotidianamente niñas y mujeres, la sistemática violación a los derechos de las personas migrantes, la trata de personas, los asaltos, las extorsiones, los fraudes, las amenazas y chantajes, en fin, las cabezas de la hidra son tantas como las inseguridades y amenazas que nos acechan en nuestra casa, en la calle, en el trabajo, en el transporte, en nuestro cuerpo, en nuestra subjetividad. De nada sirve señalar a los culpables del surgimiento de la hidra de mil cabezas ni insistir en que se trata de problemas heredados, es evidente que la hidra ha aprendido a reproducirse a lo largo de los sexenios y que se nutre de las “estrategias” para acabar con ella.

Las cabezas de la hidra de la barbarie sin fin se fortalecen con cada declaración de las ya bien conocidas y que tan poco ayudan; declaraciones con cara circunspecta, cuerpo vibrante, energético, voz rotunda y contundente: “las investigaciones se harán caiga quien caiga”, “no hay ni habrá impunidad”, “nadie está por encima de la ley”, “no se descarta ninguna línea de investigación”, “nuestra intervención será apegada a derecho”, etc. Ya lo sabemos, lo hemos atestiguado desde hace más de 15 años: son palabras grandilocuentes que tienen vigencia hasta que una nueva masacre ocurre. Está visto que la hidra de mil cabezas de la barbarie sin fin se alimenta de retórica y defeca muerte, y viceversa.

Hasta donde puedo apreciar, y si usted que amablemente lee estas líneas tiene otra perspectiva (u otros datos) por favor sáqueme del error, hasta donde puedo ver, repito, no existe una estrategia articulada para pacificar al país. Por un lado, la Guardia Nacional crece en número de elementos, construye cuarteles por todas partes y queda totalmente a manos del Ejército, pero sin que las masacres se detengan ni la seguridad prive en el país. Por otro lado, la Fiscalía General (y las Fiscalías de los estados) abre carpetas de investigación por cada masacre o delito cometido, sin que las personas que delinquen sean juzgadas y sentenciadas, por lo que la impunidad alcanza cifras de escándalo. Y peor aún: se consigna a inocentes con tal de bajar los índices de impunidad. Por otra parte, se persigue y golpea a migrantes, sin que las mafias que los trasladan de una frontera a otra sean no digamos ya desmanteladas, ni siquiera son mínimamente afectadas. Al mismo tiempo, se trabaja para reducir la violencia de género y los feminicidios, sin que hasta el momento los resultados sean medianamente satisfactorios, por lo que la vida de niñas y mujeres en México sigue estando en peligro.  De la misma manera, se persiguen los delitos de cuello blanco, bravo, pero con muy poca incidencia en el lavado de miles de millones de pesos (y de dólares) que circulan en el sistema financiero y productivo del país. Y qué decir de la búsqueda de miles de personas desaparecidas: pese a las rotundas declaraciones de que no hay límite presupuestal para su localización, lo cierto es que la Comisión Nacional de Búsqueda trabaja con un presupuesto insuficiente para la magnitud del problema. En fin, la hidra de mil cabezas de la barbarie sin fin retoza, feliz, por la evidente incapacidad para acabar con ella de las autoridades de todos los ámbitos y de los tres poderes.

Desde mi punto de vista, y sin ser experto en la materia, no es posible acabar con la hidra de mil cabezas de la barbarie sin fin con políticas, iniciativas, estrategias o como se les quiera llamar desarticuladas, deshilvanadas. La paz y la tranquilidad en nuestro país no pueden alcanzarse solamente mediante la política social. Las evidencias apuntan a que es imprescindible definir una Estrategia Nacional de Paz (ENPaz). Y esa tarea no puede esperar al próximo sexenio.

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