Ísmos. La percepción lo es todo

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Esthela Treviño G. @etpotemkin

Rompeviento TV, 30 de agosto de 2022

 

El episodio tan difundido en redes sobre el aparente clasismo en el Sonora Grill, y los comentarios también clasistas sobre la nueva Secretaria de la SEP, Leticia Ramírez Amaya, hacen relevante tratar el tema.

 

Las percepciones lo son todo

¿Que las percepciones no corresponden necesariamente a la realidad? Au contraire! ¡Todo lo contrario! La única manera de “conocer” la «realidad» es a través de la percepción, de los sentidos, la única. Nuestra mente puede elaborarla, desmenuzarla, reconstuirla, etc., pero el mundo nos entra por los sentidos. Entonces, desde la percepción ¿qué nos delata si somos de una clase u otra? Desde la percepción ¿cómo detectamos o resolvemos a qué clase pertenece el Otro?

 

Prejuicios y estereotipos. Los ísmos como el clasismo, racismo, etc., son una construcción donde los prejuicios y estereotipos encuentran su confirmación en la percepción. Alguien es considerado sexista o clasista porque reconocemos que encaja en esa construcción. Quien emite un discurso racista, o quien exhibe una actitud clasista sobre un individuo o grupo parte de una percepción que se ajusta a esa fabricación. El mesero o el jefe de meseros ve a un cliente moreno y actúa de acuerdo a esa percepción: lo admite o no lo admite o lo sienta lejos de la vista de quienes sí importan en ese establecimiento.

En esa percepción se conjugan prejuicios y estereotipos social y culturalmente determinados, es decir, así definidos y aprendidos, incluso interiorizados, por las personas de un contexto sociocultural específico. Tenemos una idea de que hay individuos o grupos o castas inferiores, y, a la par, individuos o grupos o castas superiores; los primeros terminan dominados y discriminados. Son estas clases discriminadas, sobre las que mayoritariamente recaen prejuicios y actitudes negativas.

En nuestra sociedad, las clases dominadas son las clases trabajadoras, las de abajo, los olvidados, los nadies que «poseen» ciertos rasgos o atributos que los identifican como tales; lo cierto es que es una mayoría abrumadora desdeñada, menospreciada por una minoría dominante que ostenta el poder económico y el ser clase privilegiada.

 

Clasismo + racismo

Hay muy poca literatura sobre clasismo en México y otros países latinoamericanos, no así sobre racismo. Quizás porque estos dos ísmos están íntimamente ligados. En México, según Conapred 2014, el 65% de los mexicanos somos de piel morena y somos una mayoría discriminada.

En 2017 causó revuelo un estudio difundido por el Inegi en el que, según la autoidentificación de los encuestados con base en un muestrario de tonos de piel, “escala cromática” en la jerga del Inegi, aquellos que se definían de piel «más» oscura carecían de algún nivel escolar en mayor porcentaje que los de piel «más» clara; asimismo, mientras más oscura la piel, menos empleos o trabajos “de mayor calificación”.

 

Caso 1. Cuando acá teníamos a un empresario del PAN a punto de terminar su sexenio, Evo Morales ganaba la presidencia en Bolivia, y hubo reacciones en México —que al menos yo recogí— sobre «ese país tan atrasado» y «ahora con un presidente indio» y «qué nombre es ese, Evo», «vean a la familia, india india». No importa que sea Bolivia, Perú o Ecuador, en México indios son indios, prietos todos.

 

Clases sociales

En general se habla de tres clases 1) alta: los favorecidos, privilegiados, de alto poder adquisitivo, la clase adinerada, los ricos y poderosos; 2) la clase media: la eterna indefinición, porque, como la han llamado López Calva y Ortiz Juárez, es la clase elástica; la clase que puede tener acceso a educación y salud, a una vivienda digna, a determinadas comodidades, pero sujeta a cierta o una gran vulnerabilidad; y 3) la baja: los desfavorecidos, los marginados, los desposeídos, los pobres, con múltiples carencias, sin acceso a educación, salud, vivienda digna, a otros derechos humanos, sin acceso a la justicia o víctimas fáciles de la injusticia.

 

Un dato interesante: Vicenç Navarro, catedrático de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Pompeu Fabra, denuncia, en un artículo escrito en 2018, que la discriminación de clase es una de las mayores discriminaciones en España y casi no se habla de ella, mucho menos o nada sobre discriminación de clase en el lenguaje. Los términos «clase trabajadora» y «lucha de clases» prácticamente no se usan y, cuando llegan a oírse en rarísimas ocasiones, causan “rechazo, hostilidad o algo peor”. En vez de burguesía, pequeña burguesía, clase media y clase trabajadora, los nuevos términos son clase alta, clase media y clase baja, como si esta última no fuera ofensiva. Navarro solicita que su artículo se haga circular para que llegue a más lectores pues “sus escritos no son bienvenidos en los mayores medios de información y persuasión” de su país. Dejo la liga al final del texto. [1]

 

México es un país de pobres

Aquí no nos interesa entrar en una discusión académica, así que no ahondaremos en el vasto entramado de aspectos, criterios e indicadores para definir qué es clase alta, media y baja. Dejo, como abreojos, la siguiente cita de un estudio del 2018 por Teruel y otros: “Los niveles de vida adecuados para no ser pobre sólo se garantizan para 27.5% de la población mexicana”. [2] Su conclusión es que México es un país de pobres, no de clases medias.

 

Para los fines que persigo, creo que la caracterización de clases que hace Bourdieu en términos de capital económico, social y cultural sigue vigente y es suficiente. El poder económico, indudablemente reflejado en posesiones de tierras, de las fuentes de trabajo, en el poder adquisitivo y modos de vida; el capital social que permite o restringe el acceso al poder económico, y a los bienes sociales; y el cultural que encierra el conocimiento y familiaridad que se tenga con prácticas culturales y sociales de la clase a la que se pertenece.

Desde luego, hemos de tener una noción o generalidades, un estereotipo y nuestros propios prejuicios de las diferentes clases en las que segregamos a individuos, que a menudo no coinciden con los estándares oficiales en términos de indicadores y demás. Fabricamos generalidades que parten desde condiciones externas como dinero y vestimenta —el capital económico— hasta constitutivas como el color de piel y rasgos corporales y, también, el comportamiento social, nivel de conocimiento, manejo del lenguaje. etc., es decir, el capital socio-cultural.

 

Clasismo

El clasismo es fundamentalmente una actitud asentada en prejuicios y estereotipos que devalúa, relega, excluye y desprecia a una clase que percibe, no solo diferente, sino inferior en términos de atributos y estereotipos de clases. Ineludible sumar como parte de esa actitud los discursos repetitivos, incluida la publicidad y propaganda, que reproducen esos prejuicios y estereotipos. Notemos, por cierto, relacionado con el lenguaje, el uso de la corrección política para mitigar o eliminar términos clasistas y racistas: de «clases bajas» pasamos a «clases desfavorecidas».

Me atrevería a decir que el clasismo, al menos en nuestra sociedad, tiene un fuerte asentamiento en el capital social, más que en el económico; dicta las características o atributos que se estiman valiosos, o apreciables o cotizados y deseados; la riqueza es solo uno de ellos. El dictado, desde luego, lo hacen las clases dominantes. Que Delfina Gómez y Leticia Ramírez hayan estado percibiendo más de $90,000 mensuales (y, como Secretarias de Estado más de $110 mil, según DeclaraNet), no las hace parte del cerrado núcleo de la clase alta con estatus social, como ya se ha visto.

 

Caso 2. En tiempos de López Portillo fue manifiesta la historia de Arturo “El Negro” Durazo y la inmensa e ilícita fortuna que terminó en sus manos cuando fue Jefe de la Policía (DGPyT) del Distrito Federal en el sexenio de y gracias a López Portillo. Esa fortuna le alcanzó y sobró para construirse varias mansiones palaciegas incluyendo, en Zihuatanejo, lo que se conoció como el Partenón de Durazo, una edificación que mandó construir con la encomienda de que se replicara la arquitectura del Partenón griego.

Durazo Moreno nunca gozó de la estima de los grandes y refinados ricos; era vulgar, “bueno para los golpes”, muy ostentoso, le gustaba usar anillos de oro nada discretos; tenía una colección de autos antiguos, sí, pero nunca se codeó con la high, el jet set como se decía entonces. Durazo Moreno procedía de la clase baja. Era moreno. Una cosa era la conveniencia de tenerlo como aliado y otra, muy distinta, considerarlo un igual por las clases muy adineradas, de la high. Podría contar más historias, estoy segura que usted conoce algunas, sobre personas que han ascendido a la clase más acaudalada por diversas puertas pero que nunca fueron integradas a ella, justamente por esa cuestión del capital social.

 

Ni aporofobia, ni gente humilde

Dejemos a un lado la corrección política. Nada de aporofobia ni de gente humilde. El clasismo no es políticamente correcto, tampoco una actitud humana noble o virtuosa. De modo que eso de clases favorecidas y desfavorecidas, clases con alto poder adquisitivo, clase acomodada, que vive holgadamente o desahogadamente y clase trabajadora, de bajos recursos económicos, o desposeídos, o que viven al día, son descripciones que no retratan los prejuicios, devaluaciones, desprecios y demás que ejerce un individuo o grupo sobre otro por motivos de “clase”.

 

Sin eufemismos, sin maquillaje, para entendernos sin tapujos, en qué se nos nota, o en qué notamos, si somos o son ricos, de clase adinerada o pudiente, o pobres o pobretonas o muertas-de-hambre o clase-baja; de buen gusto y buenos modales, o de mal gusto, de nacos y sin modales; de «mucho mundo», o de «mucho barrio»; de buen colegio o de escuela pública o de ni-a-escuela-fue; de buenas familias, o de otro código postal, de sandalia o de guarache; de «sin embargos» y «hayas», o de «sin encambios» y «haigas»; de «wanabis» o aspiracionistas, de venidos a más o venidos a menos. De pedinches, flojos, gente atrasada, agachona, arrastrados, mugrosos. Siga usted a su discreción con las categorizaciones y comparaciones. Aquí se retratan los tres capitales: el económico, el social y el cultural, sin imposturas.

 

Caso 3. Elena Pérez Zermeño, excomisionada del IFAI, ahora INAI, quien ya como funcionaria usurpa un apellido y se vuelve Pérez-Jaén Zermeño, dato importante porque no queda claro si lo hace para que suene de más alcurnia, cosa que, dicho sea de paso, fue un escándalo público y jamás aclaró las causas del cambio; panista, también importa pues sabemos que los miembros del PAN proceden de las clases ricas y blancas, y ella es blanca, rica no lo sé. Bien, Elena Pérez-Jaén Zermeño escribe un muy comentado y claramente clas-racista tuit en abril del 2021 contra Viri Ríos, analista política, quien “viene desde abajo”, al decir de la propia Viri Ríos, egresada de Harvard, colaboradora de el New York Times. Nos queda claro que, a los ojos de Zermeño, Ríos se codea con lo mejor, pero profiere, cito: “Desperdicio de recursos en Harvard con la colaboracionista Ríos. La Viri siempre responderá a su origen, ni los filtros que utiliza la disimulan. ‘La mona aunque se vista de seda, mona se queda’”.

 

Yo creo que fue la envidia que se llenó de tiña y que motivó la ofensa con la que Pérez-Jaén Zermeño descarga todo el arsenal: la devaluación al estimar que hubo un «desperdicio de recursos»; llamarla «colaboracionista», extraña forma, en vez de «colaboradora»; a Viri, parafraseando, siempre se le notará su origen, su apariencia la delata: supongo que es morena y que su apariencia en el vestir, o el peinado, la evidencia, por más filtros que le atribuye que usa; el remate con un ofensivísimo dicho donde la rebaja de persona a mona; la intención: por más que haya avanzado en la vida seguirá siendo de una clase baja, inferior, que no encaja en la de ella, una clase a la que la panista menosprecia.

 

Caso 4. “Esta señora que me atendía las llamadas”, de Leonardo Curzio, politólogo, académico, comentarista, cuya formación académica desde la licenciatura hasta el doctorado la obtuvo en Francia y España y, quien, según la revista Líderes Mexicanos del 2016, es uno de los 300 líderes más influyentes de México, hace ese comentario refiriéndose a Leticia Ramírez Amaya; lo cito completo: “Esta señora que me atendía las llamadas se va de Secretaria de Educación”. Curzio con esa humillación demuestra una repulsa en varios frentes: el uso de «señora» para devaluar con un aparente apelativo de respeto: las señoras no tienen profesión. «Esta señora» que ni a nombre llega, «a mi servicio», usurpando la primera persona que denota con el pronombre: «me atendía las llamadas», una donnadie, subalterna pues.

¿Quién atiende las llamadas? las desdeñadas secretarias o recepcionistas o las señoras —¿hay recepcionistos?— que no quisieron o pudieron ir a la Universidad y que solo pueden llegar a esos empleos, «nada que tenga mucha ciencia»­ —lo he oído hasta el olvido—, patentes actitudes negativas, con estereotipos claros y, además, un Curzio sexista, ¿misógino?; ignore usted si hay personas que genuinamente quieren ser secretarias o recepcionistas. Curzio no le reconoce a Ramírez Amaya el puesto de Directora de Atención Ciudadana y otros cargos que ha ejercido. Ni siquiera aduce que la experiencia de la nueva Secretaria de la SEP revela que no parece la persona más adecuada para el nuevo cargo. Aquí la nota no es si Ramírez Amaya es la persona idónea para el sistema educativo nacional, eso es discutible. La cuestión son los términos en los que Curzio, y otros, la descalifican. Sí, tan discutible como la de todas y todos los predecesores dirigentes de la SEP.

 

Destaco, con estos dos últimos casos, que la cuestión económica no es factor decisivo para definir una clase social y para discriminar: es evidente que tanto Viri Ríos como Leticia Ramírez tienen muy buenas percepciones salariales; Ramírez, en particular, percibe un sueldo correspondiente, según el Inegi, al de la clase alta absoluta. Lo que más parece pesar en la caracterización del estereotipo, en la percepción y, por tanto, en el juicio o prejuicio que hagamos del Otro es el capital social y cultural, en nuestra sociedad.

 

 

[1] Vicenç Navarro. http://www.vnavarro.org/?p=14503&lang=es

 

[2] Graciela Teruel y otros, “México: país de pobres, no de clases medias. Un análisis de las clases medias entre 2000 y 2014”. El trimestre económico, vol. 85, 339, 2018.

 

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