Infofagia y empacho

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Hace algunos años, relativamente pocos, teníamos la firme convicción de que la mejor forma de formarnos un criterio “propio” era informándonos. Por supuesto, no faltaba el padre, el amigo, el hermano mayor, el compadre (es decir, casi siempre un hombre) que leía y leía para, generosamente, formarnos nuestro criterio, que de propio no tenía más que el temor a opinar distinto. Nuestro propio criterio era formado en la sobremesa y si había alguna reticencia podía ser inyectado a punta de pullas, descalificaciones e invectivas y, si hacía falta, hasta con uno que otro soplamocos.

Bajo la premisa de que la in-formación era imprescindible para construir un razonamiento justo, equilibrado y, sobre todo, lejano a las pasiones y sus excesos, nos dimos a la tarea de leer periódicos y revistas, de ver noticiarios por televisión y de escuchar cientos de horas de análisis en la radio, y en casos extremos, hasta acudimos a las bibliotecas en busca de los referentes de los que carecíamos. Eran épocas de confianza en que la información obtenida, analizada y ponderada nos llevaría a una especie de estado de mesura mental, de paz espiritual, de ánimos calmos, chakras en equilibrio y hasta piel sin jiotes.

Esa confianza en la información y su noble contribución en la formación de nuestros valores, criterios e irrenunciables principios (como los de Groucho Marx) está en la base de los retortijones de cerebro, y de barriga, que suelen aquejarnos por tanta información recibida. No todas las personas están ávidas de información, muchas otras prefieren mantenerse en la ignorancia, o en una suerte de bovina parsimonia al estilo de la que sistemáticamente ejerce Vicente Fox y alguno que otro más por ahí; está bien, están en su derecho.

Quizás estamos ante un mismo fenómeno: la infofagia. Comparto con usted algunas reflexiones en torno a la infofagia y el empacho, es decir, al consumo de información (no indiscriminado) en exceso y algunas de las posibles consecuencias que ocasiona. Puntualizo que no es un consumo indiscriminado puesto que la información que solemos consumir ha pasado por el cernidor de nuestros gustos, preferencias, inclinaciones, vocaciones y manías en cualquier ámbito que usted guste: ya sea en lo político, en lo culinario, en materia de educación, de relaciones internacionales, de cría de chinchillas, arquitectura ecológica, vacunas o antivacunas, o feminismos y sus métodos de lucha (tema en el que los hombres somos expertos). No es frecuente consumir información indiscriminadamente, sino solo aquella que ratifica nuestras convicciones.

La infofagia es el consumo a mansalva de información y se caracteriza no sólo por la cantidad, sino también por la oportunidad. Ante la desazón de parecer ignorantes de tal o cual tema que de pronto ocupa la atención de la opinión pública, buscamos llenar ese vacío con reportajes, crónicas y artículos de opinión, con debates en vivo, con detalladas infografías, con interminables mesas de análisis que fijan dos o tres certezas, suficientes para apaciguar por el momento las ansias de información. Y atención, no hay que confundir infofagia con infodemia, la primera es el apetito voraz por la información, en tanto que la segunda bien sabemos que se trata de la abundancia de noticias falsas o poco confiables. En todo caso hay una correspondencia puesto que la infodemia es posible porque hay infógatas dispuestos a consumir cualquier cosa que se les ponga enfrente.

Y mire usted que eso que llamamos realidad es pródiga en surtir de material fresco para la infofagia. Ya sea que se trate del salvamento de un perrito, del escándalo por una casota, del asesinato de otro periodista, de la erupción de un volcán en el Pacífico Sur, del atraco arbitral del domingo, de las secuelas dejadas por la pandemia, de la invasión de Rusia a Ucrania o de la terrible plaga del gusano cogollero, la producción de información (cuya veracidad es lo de menos) es incesante. La confianza en la información muchas veces depende no de su veracidad, sino del informante; así, es más sencillo descalificar porque la nota proviene de un diario conservador y fifí; es mucho más cómodo desconfiar de la información porque la fuente es “gringa” o porque se sospecha que el periodista está maiceado. Eso poco importa porque la información desechada por tirios es consumida por troyanos, y cada uno feliz con su incertidumbre apaciguada: la infofagia es de plurales y hasta antagónicos apetitos.

Está difícil saber si primero fue el hambre de consumir información o fue la disponibilidad de información la que abrió el apetito, lo cierto es que, si uno quiere estar dentro de la discusión pública, o de algunos de los temas del debate, es imprescindible “mantenerse informado”. Y si hace veinte o treinta años había ya muchas opciones para acceder a la información, hoy son prácticamente infinitas, gracias a las redes sociales. La infofagia tiene su hábitat natural en las redes.

En efecto, la infofagia es imprescindible para navegar por las redes sociales, en particular por el albañal llamado Twitter, sin parecer indiferente, ignorante o, mucho peor, desapasionado. Es más, quizás el crecimiento de las redes sociales es inexplicable sin la infofagia y su insaciable expansividad, de allí que la calidad o la veracidad de la información sea secundaria y subordinada al hecho mismo del consumo. No importa lo que usted piense, opine, defienda o por lo que luche a tecla partida a través de su celular, su tableta o su laptop, lo trascendente es que el bucle del consumo informativo (o infodémico) no se interrumpa. El negocio no está en sí en la información, sino en la carencia infinita de la misma. La infofagia designa al apetito informativo de los infógatas que son, por antonomasia, insaciables.

Por supuesto, la infofagia no provoca empacho en todas las personas. Así como hay estómagos que lo resisten todo y en cualquier cantidad, también hay estómagos (y cerebros) para deglutir, procesar, digerir y evacuar información a lo bestia, pero otros no. Me cuento dentro de estos últimos, que podemos caracterizar como estómagos (y cerebros) de rápido empacho informativo.

Nada está más alejado de mi intención que invitarle a usted, que amablemente sigue esta columna, a prescindir de la información, en lo absoluto; defendernos de la infofagia no significa ausencia de compromiso, menos neutralidad, ni tampoco hacer apología de la vacuidad, para nada. Es posible resistir a la infofagia al mismo tiempo que se condena la invasión de Rusia a Ucrania, sin que ello signifique tampoco estar del lado de los nacionalistas ucranianos. No, mi interés es muy sencillo y obedece a una inquietud. Le cuento un poco del contexto.

Cuando era pequeño, un día me empaché horriblemente con plátanos. Me atasqué de plátanos Tabasco que mi padre trajo en penca al volver de uno de sus muchos viajes. Comí, no sé, 17, 20 plátanos medio verdes, no lo recuerdo, solamente tengo el recuerdo de los horribles retortijones de barriga provocados por mi simiesco atracón.

El empacho platanero me lo tronó mi abuela como se truena cualquier empacho: con un hábil y fuerte pellizco en el cuero de la parte baja de la espalda. El bienestar que se experimenta luego de un empacho tronado es casi instantáneo, de allí que mi malpasada bananera fue de muy corta duración, afortunadamente y gracias a mi abuela.

Mi inquietud es que no sé cómo se truena el empacho informativo. Si tiene usted alguna idea, por favor no deje de comunicarla. Porque no pareciera que irse al extremo de la total abstinencia informativa sea la mejor salida, en todo caso, habría que ser selectivos, y selectivas, en nuestro consumo de noticias, lo que nos coloca en una situación paradójica: para poder seleccionar la información, hay que consumir ingentes cantidades de información. No parece la mejor vía.

Otra ruta es la humildad para reconocer que no podemos saber de todo ni estar en todo, y que eso ni está mal ni está bien, así somos. Y tal vez también dejar un poco de lado la información caliente del día, la información tendencia de la coyuntura, para leer, ver y escuchar, material que no sirve para mucho, o para nada. Como este pequeño texto, que no tiene otra intención que contribuir al desempance informativo.

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