Escepticismo y política

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Desde el inicio de la administración del presidente Andrés Manuel López Obrador, cualquier programa, iniciativa, propuesta o acción que emprenda su gobierno de inmediato suscita la franca oposición de unos y el entusiasmo desbordante de otros. Así, sin más, sin matices ni contexto, o se está en contra o se está a favor. Y, a decir verdad, el propio presidente se encarga de poner lo suyo, prácticamente cada mañana, para que ambas posiciones se nutran de la otra, en una relación que poco abona al debate de los asuntos públicos pero que resulta fértil para ratificar convicciones, presumir militancias y consolidar dogmas. Son los dos extremos de una misma cuerda.

El capítulo más reciente de este antagonismo lo vimos hace pocos días cuando se dio a conocer que la Fiscalía General de la República, encabezada por el venal Alejandro Gertz Manero, abrió una carpeta de investigación en contra del ex presidente Enrique Peña Nieto por lavado de dinero. De acuerdo con Pablo Gómez, titular de la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF), la carpeta se inició por denuncias de la UIF e implica transferencias de dinero en el sexenio pasado que beneficiaron a unas cuantas empresas, vinculadas al virtualmente fugado político mexiquense. Esa fue la información, lo que siguió, ya se sabe: por una parte, quienes consideran que la investigación es una mera cortina de humo, un distractor, para ocultar los supuestos fracasos del presidente y su 4T; por la otra, quienes interpretan que se trata de la prueba más fehaciente de que no hay, ni ha habido, ningún pacto de impunidad entre Peña Nieto y López Obrador.

Con ambas posiciones encontradas e irreconciliables, es imposible un juicio equilibrado a partir del análisis de la información, del contexto en el que surge, de las implicaciones políticas y judiciales, entre otros elementos necesarios en la reflexión. Quizás, lo planteo como hipótesis, lo que hace falta es una buena dosis de escepticismo, tan ausente en estos días. Escepticismo que no significa asumir una fácil y acomodaticia neutralidad (imposible e inexistente, por otra parte), sino un atemperamiento de los exaltados ánimos en beneficio del análisis y la reflexión. El escepticismo no implica ausencia de compromiso, por el contrario, es asumir una convicción a cabalidad, tanto que es sistemáticamente sometida a dudas e interrogaciones.

En esta tesitura y para el caso expuesto, es imposible desligar la carpeta de investigación del contexto electoral del estado de México y del conciliábulo de priistas mexiquenses, ocurrido en Madrid (donde vive Peña Nieto), para supuestamente velar armas, y transas, a efecto de ganar al estilo “haiga sido como haiga sido” el estratégico estado de México en las elecciones del próximo año. De ser cierto este escenario, más que una cortina de humo estamos ante un muy duro apretón de tuercas para someter al grupo Atlacomulco y sus secuaces. Pero de allí a que Peña Nieto sea enjuiciado, no digamos ya a pisar el reclusorio, hay una enorme distancia; varias razones se anteponen, tal vez la más importante es que si el priismo mexiquense arria banderas, la investigación de la “autónoma” fiscalía de Gertz probablemente termine en la enorme gaveta de pendientes, o tan pletórica de yerros e inconsistencias que hasta el abogado más torpe podrá evidenciarla y desecharla fácilmente.

Ni cortina de humo ni imposición del Estado de Derecho, sino una maniobra con tintes políticos cuyo desenlace es de pronóstico reservado y de la que debemos estar muy pendientes. La justicia, sometida a las reglas del juego electoral, es imposible que sea imparcial y expedita, por lo que la puerta de la impunidad queda completamente abierta; no obstante, y dependiendo del efecto del apretón de tuercas al priismo mexiquense, se abre una pequeña ventana para que la justicia tenga cabida.

Una situación similar ocurre con la investigación hacia el presidente del PRI, Alejandro Moreno, mejor conocido por su ridículo apodo de “Alito”. Al parecer, la Fiscalía General abrió una carpeta de investigación por tráfico de influencias, desvío de fondos federales, lavado de dinero, enriquecimiento ilícito y fraude fiscal, noticia que “Alito” recibió mientras hacía un periplo por Europa denunciando una supuesta persecución política por parte del gobierno federal. Por increíble que parezca, el propio gobierno de la 4T se encargó de dar un viso de veracidad al supuesto acoso hacia el dirigente priista al publicar en sus redes sociales la noticia de la investigación; a los pocos minutos de publicado, el tuit fue borrado. Desconozco si, como dice el ex gobernador de Campeche, ese tuit es violatorio del debido proceso, pero resulta altamente sospechosa la torpeza del gobierno federal. Una de dos, o la torpeza e ingenuidad de los responsables de las redes sociales oficiales es realmente alarmante, o bien, se trata de amenazas y presiones que velan cartas de mayor peso en la baraja política en juego. De cualquier forma y ante la confusa información disponible, me parece que lo más sensato es mantener una escéptica observación de los acontecimientos.

Los ejemplos de la polaridad política en el país en los que las filias se anteponen al escepticismo son muchos y bien conocidos: los efectos de la política social de la 4T, los resultados en materia de empleo e inversión, los números arrojados por las medidas contrainflacionarias, las repercusiones de las obras emblemáticas de la presente administración (AIFA, Dos Bocas, Tren Maya), el balance de las acciones para enfrentar la pandemia y de manera particular, los saldos arrojados por la política de seguridad. Como lo he sostenido en otras colaboraciones en este mismo espacio, no estamos ni ante el derrumbe del país, pero tampoco ante una epopeya de transformación. A mi parecer, lo más justo y sensato es ondear la bandera del escepticismo, antes que envolverse, e inmolarse, en cualquiera de los extremos contrastados.

Quizás no haya prejuicio más dañino que pensar en términos contrastantes, es decir, suponer que las cosas son buenas o malas, blancas o negras, negativas o positivas. Simplificar lo que de suyo es complejo produce certezas afincadas en la fe, más que en la reflexión y el análisis, y eso, tratándose de asuntos de índole pública, representa un grave problema. Si queremos comprender los procesos y fenómenos políticos, electorales, sociales, económicos, culturales que suceden en nuestro país, es preciso salir del pensamiento dicotómico dominado por las polaridades excluyentes para, con escepticismo, intentar una reflexión en términos relacionales; esto es, percatarnos de que mirar sólo un extremo impide ver que la cuerda tiene dos puntas, que, sin el otro extremo de la cuerda, este, el mío, el que veo, el que me importa, en el que creo, simplemente no existiría.

En la política nacional necesitamos más escepticismo y menos militancia. Sin desconocer que toda agrupación con cierta afinidad política sea formal (como un partido) o informal (como una corriente de opinión) exige compartir una serie de principios y valores, o al menos de intereses, al mismo tiempo y por la propia salud del agrupamiento, es imprescindible el escepticismo necesario para dar paso a las preguntas, a la duda, a la sospecha, a la discrepancia. Expulsar al escepticismo en aras de la cohesión militante es abrir la posibilidad de que la certeza sustituya al pensamiento, la convicción a las evidencias, la lealtad a la razón. Y por esa vía, qué duda cabe, la política vira peligrosamente hacia los religiosos terrenos de la fe.

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