El vacío por saturación

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Alejandro Saldaña Rosas

 

El título de esta entrega implica un contrasentido, lo asumo cabalmente, pero por otra parte expresa con precisión la sensación que quiero compartir con usted. La prensa, los medios y las redes sociales en nuestro país han llegado a un punto de saturación de información, análisis, debates, críticas en un sentido o en el otro, profundas reflexiones o frívolas ocurrencias; cotidianamente nos hostigan con aludes de datos y cifras, de evidencias y argumentos, de verdades absolutas a ojos de unos y de rotundas falsedades a criterio de otros. El desbordamiento informativo se ha traducido para mí, y no creo ser la única persona que acusa esa sensación, en un vacío de sentido, en una pérdida de significado, en un hartazgo de la política y sus profesionales con su cauda de consignas y promesas, de banalidades y presunciones.

A esto me refiero con la noción de vacío por saturación; lejos de que suceda por casualidad, me parece que hay una intencionalidad en este funcionamiento de lo público, o quizás sea más atinado decir, en la construcción de lo público y, por ende, de la política. En esta tesitura, asumir una posición política, defender a un partido, a un candidato o una ideología, es un asunto menor, siempre y cuando la elección esté dentro del menú de opciones políticas ofertadas. Es decir, no es tan relevante si la elección es de “izquierda”, de “derecha”, de “centro”, una mezcla de varias corrientes o cualquier otra coordenada político-ideológica, lo que realmente importa, y mucho, es que la opción asumida sea constitutiva del juego institucional. De allí que los resultados electorales introduzcan matices, algunos más importantes que otros, pero en esencia no modifican las estructuras de dominación y control social en las democracias contemporáneas. Las oscilaciones políticas y electorales (teoría del péndulo) son la mejor expresión de la permanencia y la reproducción de las estructuras de la dominación y la desigualdad.

Es una política de aparador, una democracia de supermercado, que al igual que cualquier otra mercancía es producida y circula con el objetivo de ser consumida. Como cualquier otra mercancía en la tienda de autoservicio, es irrelevante cuál compre usted, siempre y cuando haga el consumo. Y al igual que en un supermercado, la saturación de la oferta es decisiva para construir el discurso de la libertad individual, la posibilidad de reafirmación del sujeto a través del consumo y la realización personal asociada a este.

La democracia electoral, en tanto mercancía, es un gran negocio. Sí, por supuesto, lo que está en juego son diferentes proyectos políticos, distintas concepciones de lo público y su conducción, pero más allá de las normales discrepancias, el punto de coincidencia es el acceso a las finanzas públicas, a los contratos, a las asignaciones, a los presupuestos, a los negocios legales e ilegales. Por ello, la saturación es parte misma del negocio: medios de comunicación, redes sociales, analistas, publicistas y en general todas las personas involucradas directa o indirectamente en el marketing político obtienen algún beneficio del negocio de la saturación. Salirse o desconectarse de la saturación significa quedar fuera del negocio: vender menos publicidad, tener menos audiencia y visualización, perder seguidores, etc. Podemos decir que la saturación informativa, más que ser parte del negocio, ES el negocio.

De allí que el negocio político requiera información incesante para mantener la rueda de la saturación girando. Cualquier guiño de una corcholata o taparrosca es nota, los espectaculares y sus “enigmáticos” patrocinadores son material informativo de primera, las declaraciones más insustanciales dan lugar a análisis y debates, los medios y las redes se solazan con las notas candentes que surgen a cada instante, no se diga de los exabruptos, los excesos y las pifias. Material hay de sobra: la fortaleza del peso, el virus del comunismo, las especulaciones de Movimiento Ciudadano, los lujos del diputado tal, la corrupción de los conservadores, las incongruencias de Morena, las gelatinas de Xóchitl, la inseguridad rampante, los bailecitos de Marcelo o los desatinos de Claudia. La saturación está asegurada: el negocio permanece boyante.

En estas circunstancias, poco podemos hacer como consumidores y votantes. Quizás, al igual que en el supermercado, lo primero es observar que la mercancía no haya caducado, analizar su trayectoria (equivalente al etiquetado), su precio, sus proyectos y compararla con productos políticos similares o en competencia. Eso no garantiza la calidad del producto político votado (y comprado), pero al menos permite establecer un mínimo de criterios para exigir los resultados prometidos y el cumplimiento de los proyectos ofertados. Es poco, es cierto, pero tampoco tenemos muchas alternativas.

Es un hecho reconocido que la ignorancia y la desinformación desorganizan, desmovilizan y abren las posibilidades de manipulación de voluntades, pero el otro extremo no es menos dañino. La saturación, es decir, la infodemia, también es caldo de cultivo para la conducción de voluntades subordinadas, inclusive puede ser hasta más peligrosa por cuanto crea la ilusión de conciencia, libertad y autonomía.

Tal vez nuestra mayor posibilidad, y nuestro único y pequeñito poder, sea el de la desconexión, es decir, salir de la saturación y el vacío que provoca. O al menos intentarlo. Disminuir nuestro consumo informativo, abandonar las redes sociales (o al menos espaciar nuestra presencia) y dedicar ese tiempo, y esa energía, a otras actividades; no sé, pasear por el parque, cocinar, hablar con los vecinos, leer una novela, ver el cielo… cada quién lo que le plazca y le acomode. Sería el equivalente a dejar de consumir en el supermercado, para comprar a los productores directos y en los mercados de barrio, a fin de fortalecer las economías locales.

Los poderes mediáticos y políticos pelean por la razón, esa es la raíz de la saturación informativa y el vacío que conlleva. Está bien, quédense con la razón, cualquiera de ustedes, cuatroteistas o conservadores, da igual, ustedes tienen la razón, les pertenece. Frente a los poderes y sus luchas por la razón, reivindiquemos lo pequeño, lo cotidiano, las querencias, los abrazos, las palabras y el silencio. Quédense con la razón, su saturación y su vacío. Optemos mejor por la ternura, sus detalles y sus sinrazones.

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