El músculo en la reforma electoral: ¿dureza o elasticidad?

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¿Qué opina usted? ¿La reforma electoral será rechazada como lo fue la reforma eléctrica? O bien, existe alguna posibilidad de negociación que permita su aprobación. La apuesta por el rechazo es casi segura, mientras que, si usted opta por la aprobación (obviamente previa negociación con la oposición), sus posibilidades quizás sean mínimas, pero como en todas las apuestas con los momios más desfavorables, las ganancias serían muy altas. Coloco la disyuntiva en términos de reto porque en nuestro sistema electoral y habida cuenta el gusto por el azar y la afición a la chacota, es inevitable cruzar apuestas, organizar quinielas y armar loterías de todo tipo, lo cual además de aligerar el peso de tan “trascendentes procesos”, salpimienta las discusiones políticas y abre la puerta al cotorreo y el desmadre. Y eso, aligerar la carga depositada en los procesos políticos, electorales en este caso, es de enorme importancia en tiempos en los que la tentación de reeditar los sucesos del Cerro de las Campanas está a la orden del día.

Apostar porque la reforma electoral tendrá la misma suerte que la eléctrica es ir casi sobre seguro; y precisamente en ese paréntesis abierto por el casi, estriba lo más interesante del proceso porque quizás, aunque sea a través de una pequeña rendija, Morena y aliados abran la posibilidad de una negociación en la que se acepten algunas propuestas de la oposición, por supuesto, siempre y cuando la oposición tenga propuestas, algo que no parece claro. Insisto en el punto: la posibilidad es mínima, pero existe, así que no demos por muerta la reforma electoral.

Sin embargo, es difícil que haya alguna negociación porque la experiencia de la reforma eléctrica demostró a Morena que, perdiendo, gana, sobre todo si la campaña mediática y en redes apunta hacia el acuchillamiento del adversario, al punto incluso de amenazarle con juicios por traición a la patria. Si funcionó con la reforma eléctrica, es altamente probable que se intente reeditar la experiencia con la reforma electoral y una campaña en la que los acusados de traición a la patria sean también acusados de traición a la democracia. En la lógica de que a la patria se le traiciona de pensamiento, obra y omisión, que a nadie extrañe si se desata una intensa campaña de señalamientos de traición a la democracia si no se acepta la iniciativa de reforma constitucional en los términos en los que el presidente quiere, sin cambiarle ni una coma.

Por cierto, no está por demás comentar que en la iniciativa de reforma electoral 2022 se extraña la ausencia de la segunda vuelta en las elecciones, al menos en las presidenciales, cuando un candidato o candidata no reúna la mayoría de los votos. La segunda vuelta puede ser la más radical y trascendente reforma electoral y podría ser materia de negociación entre la oposición y el partido gobernante. Es deseable transitar hacia un sistema más barato y eficiente, sin duda, pero sin dejar de lado la necesidad de tender puentes y construir consensos para gobernar o incluso, co-gobernar, en una democracia con solidez, eficacia y al mismo tiempo con flexibilidad. Una reforma que no contempla la segunda vuelta, que sin duda es la transformación democrática de mayor trascendencia, en mi opinión es una iniciativa con muy poco filo.

Si a Morena le interesa endurecer su de por sí sólido músculo político, no abrir ningún margen de negociación le ratificaría sus simpatías electorales, eso quedó en evidencia con la negativa a aprobar la reforma eléctrica y previamente con el ejercicio de revocación de mandato. Está visto que la fuerza electoral de Morena por mucho está a años luz de las famélicas “fuerzas” de la oposición, sin embargo, ese muy favorable escenario político podría cambiar. Se ha señalado que el músculo electoral de Morena es de 15 millones de electores (quienes se expresaron en la revocación-ratificación de mandato), pero sería un craso error suponer que se trata de un cheque en blanco suficiente para ganar la próxima elección presidencial, fundamentalmente por tres razones: en primer lugar, porque Andrés Manuel López Obrador no aparecerá en la boleta; en segundo lugar, porque no sería nada raro que la designación del candidato o candidata para el 2024 produzca fracturas y divisiones en el partido y, en tercer lugar, por la inconformidad en la designación de candidaturas a otros cargos de elección popular que podrían mermar la cauda de votos presidenciales.

En pocas palabras, los 30 millones de votos para Andrés Manuel López Obrador en la elección del 2018 o inclusive los 15 millones expresados en el ejercicio revocatorio, no se trasladarán en automático para quien sea la candidata o candidato de Morena y aliados en la elección de 2024. Así, el endurecimiento del músculo político de Morena mediante la negación absoluta a negociar la reforma electoral irónicamente podría significar un debilitamiento del partido de cara a la elección de 2024. Y sería aún peor si la negativa a la negociación se acompaña de acusaciones a la oposición de traidores a la democracia; ni la democracia se reduce a las elecciones ni disentir significa traicionar.

En algunos deportes y en ciertas actividades artísticas (como la danza, por ejemplo), endurecer los músculos puede ser contraproducente cuando lo que se requiere es elasticidad y flexibilidad. El entrenamiento puede dar como resultado músculos duros, pero no necesariamente eso es positivo cuando lo que se requiere es elasticidad. Por ejemplo, un futbolista puede tener las piernas muy fuertes, pero es incapaz de levantar y sostener una pierna como una bailarina de ballet sí puede hacerlo; en otras palabras, estar musculoso no significa necesariamente ser fuerte. En la política sucede algo similar. El famoso músculo político puede ser muy voluminoso en términos del caudal de votos obtenidos, pero eso no se traduce en que un partido que despierta simpatías masivamente tenga consistencia estructural, cohesión interna, vocación democrática y, sobre todo, capacidad de gobierno.

Ese es el riesgo que corre Morena, no Andrés Manuel, con la reforma electoral: endurecer el músculo, pero perder elasticidad. En la próxima elección federal, que Morena tiene ganada sobre todo por la debilidad de la oposición, ni las cuentas más alegres se atreven a vaticinar que los 30 millones de 2018 se repetirán en 2024, de tal forma que quien sea el candidato o candidata llegará con menos fuerza que López Obrador; además y no es un dato menor, quien gane de Morena deberá cargar con los muchos y complejos negativos que dejará el presidente Andrés Manuel López Obrador, en particular, los feminicidios y la violencia de género, la inseguridad y el estancamiento económico.

En este posible escenario, no parece una mala idea introducir la segunda vuelta en la elección presidencial puesto que al ganador o ganadora le daría mayor margen de gobernabilidad y construcción de consensos. Además, por supuesto, sería una reforma que trascendería la coyuntura y tendería a modificar al sistema electoral en su conjunto. Sin embargo y como lo mencioné al principio de este texto, lo más probable es que la iniciativa sea votada sin modificarle ni una coma, lo que anuncia desde ya que no obtendrá los votos necesarios para su aprobación. Como con la reforma eléctrica, se trata de ganar perdiendo. Y sí, Morena endurecerá su músculo político, pero quizás lo que requiera sea elasticidad, más que volumen.

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