El espectautor. La violencia en el ojo ajeno y en el propio

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Esthela Treviño G. @etpotemkin

Rompeviento TV, 10 de mayo de 2022

 

Apuntaba yo en un artículo anterior “A cuentagotas: Las mil y una caras de la violencia”, publicado en este mismo medio, que en un acto de violencia no solo hay actor-victimario y un recipiente-víctima, hay un espectador: quien presencia, atestigua, observa. Seré más contundente: siempre hay un espectador porque este tercer partícipe en realidad se extiende más allá de la escena directa presenciada hasta cubrir diversas esferas sociales y políticas. Es sobre el espectador que me interesa indagar y comentar, un partícipe del que poco se habla en el contexto de la violencia.

Al espectador, incluidos usted y yo, se nos puede mirar desde varias perspectivas; uno, si somos/fuimos observadores directos o diferidos; dos, a través de la experiencia vivida de la violencia misma; tres, sobre el papel o decisión que asumimos frente al acto de violencia; cuatro, sobre la responsabilidad moral o ética o civil que podría recaer en nosotros, espectadores; y cinco la culpa y culpabilización hacia el observador.

Sí el fenómeno de culparse y de ser culpado no solo lo experimenta la víctima, el espectador es por igual culpado y puede sentir culpa por no haber hecho más o no haber podido hacer nada. Esto lo trataré en una próxima entrega pues el tema de la culpa es complejo.

 

Actor o paciente

A los agresores siempre los vemos, por obvias razones, como actores, actúan, ponen en marcha una serie de eventos, son victimarios, mientras que a los agredidos los caracterizamos como receptores pasivos: son víctimas, son sufrientes. Es tentador colocar al espectador como un observador incidental, pasivo también: ni es el agresor ni es el agredido, solo observa.

Yo quiero poner en la mesa de la reflexión que el espectador es un actor, porque de su acción o inacción se ponen en marcha ciertos eventos: la solidaridad o la indolencia, por ejemplo; yo lo llamaría un espectautor; exactamente en el sentido en que usamos “autor” para hablar de autores materiales o intelectuales y también, como lo veremos después, en el sentido de ser creadores o generadores. El espectador está en la situación de tener que tomar una decisión; de entrada, eso lo hace partícipe y supone una acción: decide intervenir o no intervenir, sopesa la situación y toma una decisión.

¿Quién es un espectador? Un espectador es un observador, alguien que presencia, atestigua un hecho. Hay el espectador directo, quien presencia de manera directa, en tiempo y lugar, un acto de violencia (o de otra índole, pero el tema aquí se enmarca en la violencia). Asimismo, hay el espectador diferido: aquel que se entera, que es observador, de segunda mano.

El espectador directo puede decidir ser un “mero observador” o involucrarse de algún modo en el acto de violencia. Los videos que circulan desde el lunes 2 de mayo acerca de la represión de las mujeres policías sobre mujeres manifestantes en Irapuato muestran los distintos tipos de espectador: las personas que gritan “¡por qué le pegas!”, cuando una policía va golpeando a las mujeres que ya van detenidas. Las mujeres que directamente avanzan hacia las policías que están golpeando a una manifestante y que ya está en el suelo, con la clara intención de “meterse con el cuerpo” pero a quienes se les impide hacerlo. Un joven que al ver el inicio de esa misma agresión avanza hacia la escena, pero decide retirarse; y un hombre que con su teléfono decide grabar los acontecimientos y se sienta en una banca a metros de la agresión hacia la mujer que golpean repetidamente las mujeres policías. Todos testigos directos.

Hay innumerables factores que entran en juego en la decisión de un espectador directo: la naturaleza del acto de violencia que se esté presentando es uno de esos factores: cuántos son los involucrados, quiénes son los involucrados, si hay violencia física, armas de por medio, etc.; entra en juego, igualmente, si hay otros espectadores o no; la presencia de fuerzas policiacas o militares. Desde luego, todos los aspectos que conciernan al espectador propiamente: sus experiencias pasadas, la percepción que tenga de poder o no hacer algo, la percepción que tenga de poder salir lastimado, o de contribuir a que aumente la tensión; la postura que tenga respecto al agresor, lo enfrenta o lo respalda, y a la víctima, la ayuda o la victimiza. Sabemos que a veces hay solo un par de segundos para decidir.

Por cierto, en las situaciones de violencia familiar, donde los miembros de la familia son inevitablemente testigos, las más de las veces también son víctimas de agresiones en su propio entorno familiar. Los Niños ven, oyen, a veces defienden, a veces se esconden, muchas veces no pueden hablar. La Ley General de Víctimas en el Art. 4 establece: “Son víctimas indirectas los familiares o aquellas personas físicas a cargo de la víctima directa que tengan una relación inmediata con ella.” Esta violencia tan cotidiana y dolorosa no la abordaré aquí; en este contexto hay, en todo caso, siempre víctimas.

El espectador diferido es quien, a través de segundas fuentes, escucha, ve, o se entera de un hecho de violencia particular. La más reciente ejecución extrajudicial por parte de la GN en contra del estudiante Ángel Yael anunciada en distintos medios, las atrocidades cometidas en contra de los migrantes en Tapachula vía diversos videos en medios tradicionales y digitales, los múltiples feminicidios sobre los que leemos y vemos fotografías de las víctimas, son ejemplos de violencias que vemos de segunda mano.

El espectador diferido, al igual que el directo, puede tener una relación familiar, personal o social con alguno de los involucrados en el acto de violencia. Asimismo, el espectador diferido puede convertirse en víctima; por ejemplo, cuando se lanzan amenazas a reporteros o periodistas, observadores per excellentiam, al denunciar o informar sobre algún crimen o hecho ilícito, siempre los convierte en víctimas potenciales. Así, la Ley citada antes, en el mismo Art 4 dice: “Son víctimas potenciales las personas físicas cuya integridad física o derecho peligren por prestar asistencia a la víctima ya sea por impedir o detener la violación de derechos o la comisión de un delito”. Habría que ver si el contexto de las amenazas, cumplidas o no, por denunciar o informar sobre un acto violento caben en esa definición de víctima potencial.

Por otra parte, el espectador diferido puede ser o sentirse parte del entorno local o nacional o extra nacional; algunas veces las fronteras se borran cuando los actos de violencia son semejantes a los cometidos en el propio núcleo familiar y social, o por fuerzas militares, o el crimen organizado, o por grandes corporaciones como las compañías mineras, o por la Iglesia, como los horrendos crímenes en las escuelas de los Legionarios de Cristo, o en los orfanatos católicos de Canadá en contra de niños nativos.

Todo el aparato judicial y el sistema de justicia, de derechos humanos, del poder y de la sociedad política, de la sociedad civil que conozca del acto de violencia, y al que le competa involucrarse, y al que le corresponda, moral o éticamente cualquier grado de responsabilidad es un espectador diferido y es un actor sustantivo, principal. Algunos, incluso, se convierten en victimarios a través de las acciones o inacciones que cometen en contra de víctimas, sobre todo, de ciertos grupos llamados vulnerables: Menores, Mujeres, y Personas de la diversidad sexual. En una palabra, todos somos siempre espectadores.

En la categoría de sociedad civil ocupan un lugar dominante y predominante los medios masivos tradicionales, los digitales y las redes sociales. Estos son, por excelencia, espectautores: creadores, generadores, a menudo autores intelectuales de distorsiones, sesgos, revictimizaciones, y hasta autores materiales como en los casos de montajes. Gracias a los medios y redes sociales y a nuestras propias tendencias a estar expuestos a tales medios, todos somos siempre espectadores; algunos, no pocos, víctimas también.

 

Experienciar la violencia. El espectador

La experiencia de una víctima directa de un acto violento probablemente sea única; el dolor, la vergüenza, el acoso, la humillación, la culpa ha llevado a muchas víctimas a depresiones muy profundas, hasta el suicidio incluso. Además de las víctimas, los espectadores también experienciamos la violencia: nos causa dolor, confusión, enojo, angustia, temor, desconsuelo; puede causarnos un impacto traumático profundo, hasta un sentimiento de culpa inmenso.

La reacción al caso de Debanhi por parte de Alejandro Saldaña, espectador como nosotros, espectautor, es muestra de esa experienciación: “Sí, es el Estado, pero también somos nosotros con nuestro mansplaining, nuestras bromas sexistas, nuestra irresponsabilidad con nuestros hijos, nuestros ojos aviesos, nuestros celos enfermizos, nuestros cuerpos invasivos, nuestra sordera intencional, nuestro control con el dinero, nuestros adjetivos que denigran, nuestro silencio cómplice, nuestros gritos en exceso. Para decirlo rápidamente: sin la violencia que ejercemos cotidianamente y de mil maneras, quizás en México no habría once mujeres asesinadas cada día”, escribe Saldaña (en su artículo “La insignificancia y la falla masiva”, Rompeviento TV, 25/05/22).

Oswaldo C. ​“Me dan ganas de llorar cuando veo tanto sufrimiento, y no es metáfora. Mientras los rapiñeros de los políticos hacen proselitismo antes de que termine el sexenio. Qué falta de moral”.

Edna D. “​duele oír a esta gente y oír el llanto de los niños. [¿]Dónde están las autoridades?”

Los anteriores son testimonios recogidos de un chat del noticiario Momentum ahora el 4 de mayo, de esa experienciación frente a las imágenes de mujeres y niños desplazados en Aldama Chiapas por los tiroteos constantes en su contra.

Díganme que no se conduelen hasta las lágrimas y la rabia como yo frente a lo que tienen que vivir las Madres Buscadoras; ante los hallazgos óseos y de vestimentas que anuncian para ver si aparece una madre de ese hijo desaparecido; ante una nueva fosa con miles de huesos humanos.

En respuesta a un tuit de Jesús Ramírez Cuevas el 2 de mayo pasado, a propósito de la Cumbre de América, donde escribe: “que nadie excluya a nadie” —en clara referencia a la exclusión potencial de Venezuela y Cuba—, Madres Buscadoras de México escribe: “¿Y por qué nos excluye a nosotras de su agenda? Tenemos mucho pidiendo el acercamiento y ni siquiera usted tiene la sensibilidad de mirarnos. Un día la historia les cobrará todo este agravio”.

¡Qué quieren que les diga! no puedo más que empatizar y solidarizarme con ellas: madres cuyos hijos desaparecen; madres que tienen que aprender a identificar huesos humanos; madres que tienen que ir con picos y palas a buscar los restos de sus hijos desaparecidos, arriesgar la vida en ello y, encima, ser ignoradas por la clase política en la cumbre... el dolor y el enojo se acumulan.

Hemos visto imágenes y escuchado de activistas como Frida Guerrera de bebés tirados a la basura, arrojados al vacío, violentados y dispuestos en bolsas negras de basura. Si se sienten como yo somos igualmente espectadores-víctimas que, en el tenor de lo que dice Chamberlin (“Ángel Yael y la lógica militarista”, Rompeviento TV, 3 de mayo 2022), hemos tenido que aprender a vivir con miedo. Chamberlin dice que “hemos olvidado vivir sin miedo”. La violencia nos mueve a todas, todos.

En una próxima entrega quiero abordar el fenómeno de revictimización, algo que la Ley General de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes contempla en su Art 86: “Adoptar las medidas necesarias para evitar la revictimización de niñas, niños y adolescentes que presuntamente son víctimas de la comisión de un delito o violación a sus derechos humanos”. Imbuido en ese fenómeno está todo el tema de la culpa y de ese acto casi automático de culpar o culpabilizar tanto a víctimas como a espectadores.

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