Cuatro nociones de “polarización”

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Violeta Vázquez Rojas Maldonado

 

Pocas cosas generan tanto consenso en este país como decir que la discusión pública está polarizada. Sin embargo, más allá de la paradoja de estar de acuerdo en la existencia del desacuerdo, pareciera que este consenso es sólo aparente: la verdad es que la palabra “polarización” cubre varios significados, y es muy probable que lo que unos quieren decir con ella no sea lo que interpretan otros. A esto se añade la carga negativa que se atribuye al término, lo que vuelve todavía más difícil hablar del tema, porque debido a su mala prensa todos acusan de polarizante a su adversario pero nunca reconocen polarización en sus propias prácticas.

 

Aunque el tema es propiamente arena de politólogos, aquí me propongo enlistar, sólo como un ejercicio inicial, cuatro maneras en que se usa el término “polarización” en las discusiones públicas.

 

 

  1. La polarización 50-50

 

En una de sus acepciones, cuando se dice que una sociedad está polarizada lo que se quiere decir es que hay dos posturas políticas prominentes entre las que se reparten de manera más o menos igual las preferencias: la mitad de la sociedad está con una y la otra mitad con la otra. En este tipo de escenario, los dos frentes son mutuamente excluyentes (no hay alguien que pueda simpatizar con ambos al mismo tiempo) y exhaustivos (no hay una tercera opción, o si alguien dice adoptar una tercera opción, eso lo adscribe en uno de los dos bandos primordiales). Esta situación recuerda al panorama político mexicano en el periodo pre y postelectoral del 2006. En ese momento había dos alternativas: la de apoyar a Andrés Manuel López Obrador o la de cerrar filas con Felipe Calderón, y las preferencias se repartían más o menos por mitades. Esta configuración facilitó la opacidad del proceso electoral y ésta, a su vez, nutrió todavía más la confrontación entre las dos partes. Basta un poco de memoria para reconocer que ese tipo de polarización no es el que describe el momento actual, cuando hay un proyecto político que goza de apoyo mayoritario.

 

  1. La polarización como emergencia de opciones extremas

También se usa el término “polarización” para describir la emergencia de opciones que se ubican en los extremos del espectro tradicionalmente concebido como la oposición de derechas e izquierdas. En México, por lo que parece, ni las opciones de ultraderecha ni las de ultraizquierda cuentan con herramientas reales de acceso al poder en un futuro cercano. No tenemos, por ejemplo, un partido ultraderechista, y los grupos que ostentan abiertamente esta ideología se ven con pocas posibilidades de obtener espacios en la administración pública o escaños legislativos. Este uso de la palabra “polarización” describe mejor a países donde las propuestas neofascistas configuran verdaderas opciones de poder político, cuenten o no con un respaldo social mayoritario.

 

  1. La polarización como delimitación

También se dice que alguien “polariza” cuando identifica claramente a los adversarios de sus demandas o su proyecto político. Para esto, el proyecto en cuestión no tiene que ser una de dos opciones extremas ni exhaustivas, pero sí excluye a su alternativa. Cuando al reconocimiento abierto del conflicto se le llama “polarización”, se llega a la conclusión de que definir una postura e identificar a sus antagonistas es una práctica reprobable. Sin embargo, también se ha mostrado que la delimitación de los proyectos políticos alimenta el debate y la participación de la sociedad en los temas públicos, lo que a la vez genera una mayor percepción de democracia que cuando quienes ostentan el poder no se diferencian mucho de sus predecesores ni de sus opositores. Tal vez sería mejor concebir esta práctica como “delimitación” y no como “polarización” para evitar la mala fama asociada al término.

 

  1. La polarización como sobresimplificación

Por último, también hablamos de “polarización” cuando se sobresimplifican las posturas políticas contrarias a la propia, o cuando se concibe a los adversarios como incapaces de congeniar con un proyecto político en algunos aspectos y discrepar en otros. Así, las posturas se presentan como homogéneas, monolíticas y sin disenso interno. Este es el tipo de polarización que nos lleva a pensar, por ejemplo, que no puede haber feminismo dentro del obradorismo, o que el apoyo al movimiento indígena implica la colusión con organizaciones de capital e intereses corporativos. Aunque no es un fenómeno simple, me parece que parte de su origen está en la dinámica de las redes sociodigitales, que aunque tienen el noble efecto de propiciar el debate abierto, al mismo tiempo se mantienen vivas a base del conflicto simplificado, y con ello, promueven la estereotipación del adversario, que en lugar de interlocutor se convierte en una caricatura. De los cuatro usos que enlistamos de la palabra “polarización”, me parece que este es el más pernicioso, pues al descartar interlocutores imposibilita la discusión y propicia la antipolítica: hay conflicto, pero sin voluntad de gestionarlo, ni de escuchar al otro, ni mucho menos de entenderlo.

 

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Seguramente se me escapan otros usos del término “polarización” que no se limitan a los cuatro aquí identificados. En todos los casos, el denominador común es la existencia acusada del desacuerdo. Sin embargo, no todo desacuerdo es nocivo y, por el contrario, el reconocimiento del conflicto y el disenso es un indicio de democracia.

 

Analizar las diferentes nociones que designa una misma palabra tan empleada en la discusión política es un punto de partida para saber si cuando hablamos de “polarización” hablamos de lo mismo o de cosas distintas y para reconocer si nuestras propias prácticas argumentales representan de manera justa la complejidad de la opinión pública.

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