Cuarta Transformación: estructura y coyuntura (I parte)

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En el mes de diciembre del año pasado tuve una conversación con Ernesto Ledesma, director de Rompeviento TV, en la que abordamos diferentes temas, entre otros, las relaciones entre las transformaciones de coyuntura y los cambios de orden estructural que están sucediendo (o no) en nuestro país. Como buen periodista, Ernesto dejó sembradas en mí varias preguntas e inquietudes que abordaré en esta y la próxima entrega de Margensur. En términos generales, las inquietudes se pueden resumir en el alcance de la llamada Cuarta Transformación (4T): ¿estamos ante cambios de orden estructural o se trata de reformas coyunturales con poca -o nula- incidencia en las transformaciones que México necesita para cerrar la brecha de la desigualdad social, garantizar el acceso a la justicia y un sistema democrático más o menos saludable? El tema es complejo y rebasa, por mucho, las posibilidades de este y el siguiente artículo, por lo que presento a usted las siguientes reflexiones con el ánimo de aportar a la discusión y al debate, no como ideas cerradas ni mucho menos terminantes.

Antes de abordar el tema, es necesario fijar un par de obviedades, que, por serlo, pueden ser dejadas de lado y con ello, limitar la discusión a meras disquisiciones de escritorio, sin ninguna o poca incidencia en la conducción del país y, por ende, en el futuro de la 4T. Hoy más que nunca, el debate de ideas se revela como una necesidad para consolidar el avance democrático de las fuerzas sociales y populares identificadas con el gobierno encabezado por el presidente Andrés Manuel López Obrador. La anulación del debate a través de reduccionismos de tipo “estás conmigo o estás contra mí” representa un verdadero harakiri político cuyas expresiones comienzan a aparecer -peligrosamente- en la vida interna del partido gobernante y, con ello, en el proyecto de cambio de la 4T.

La primera obviedad es que el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) desplazó, a través de un impresionante apoyo popular expresado en más de 30 millones de votos, a los grupos de poder que décadas atrás habían convertido a la administración pública en coto privado para obtener ingentes beneficios privados: el Estado convertido en botín de unas pocas familias, de poderosos grupos empresariales, de redes de la delincuencia organizada con fuerte presencia en ámbitos económicos, políticos y de justicia, de periodistas y medios de comunicación generosamente beneficiados desde el poder, de académicos devenidos en asesores y consultores con altísimos honorarios, etc. Bien, estos grupos han sido desplazados del poder (al menos parcialmente) por un amplio y abigarrado movimiento popular identificado con MORENA y ahora, con la 4T; los grupos desplazados por un movimiento con fuerte y amplia raíz popular no han logrado aceptar su derrota, de allí que cotidiana y sistemáticamente lancen ataques y diatribas en contra de las y los plebeyos de la 4T. Es importante señalar que el de AMLO es un gobierno que goza de cabal salud si lo estimamos en función de su identidad popular, su perspectiva nacionalista, su uso de los símbolos del poder y sus políticas públicas a favor de los sectores sociales más pobres y excluidos. Ese apoyo está muy lejos de haber diezmado e inclusive no sería en lo absoluto extraño que se fortaleciera en las próximas elecciones de junio, lo cual no significa necesariamente la consolidación de la 4T.

La segunda obviedad es que, paradójicamente, esa identidad popular, perspectiva nacionalista, uso de los símbolos y las políticas públicas diseñadas por la 4T, representan su propia camisa de fuerza, esto es, su agenda de trabajo y los límites de la acción política a través del ejercicio de gobierno y las posibilidades pragmáticas de la administración pública. Verdad de Perogrullo: la 4T está acotada por sus propios principios, estrategias, tácticas y compromisos establecidos con los muchos movimientos y ciudadanos/as que le nutren y dan fuerza. El problema es que ni todos los grupos sociales del país se sienten identificados con la 4T, ni la 4T tiene la capacidad de hablar en nombre, ni mucho menos representar a todo el “pueblo” de México. Acotada por sí misma, la 4T obtiene enorme fortaleza por la cohesión de sus principios y estrategias, por sus acciones de gobierno, así como por la acción de los grupos sociales defensores de la misma, pero al mismo tiempo, esa fuerza se convierte en una pasmosa -y preocupante- debilidad al observar su cerrazón para el debate, su dogmatismo, su incapacidad para leer las transformaciones que están ocurriendo en el mundo con la perspectiva de ajustarse a ellas o, al menos, de entenderlas y actuar en consecuencia. Para la 4T no hay más que un “primero los pobres” que, al cabo de seis años y de mantenerse las tendencias actuales, irónicamente dejará más pobres que los que había en 2018. No necesariamente por sus políticas, sino por las consecuencias arrojadas por la pandemia de COVID 19.

A poco más de un año de haber iniciado la 4T (concepto ambiguo, complejo e inclusive polisémico que engloba a las iniciativas de cambio de la actual administración federal), la pandemia por COVID19 impactó profundamente tanto la agenda del gobierno, como la vida del país -y del mundo- en su conjunto, por lo que los alcances y las limitaciones de la 4T deben estimarse a la luz (y las sombras) de la pandemia y sus efectos en la salud, la economía, la sociedad, la educación, la cultura, la tecnología, las subjetividades. Para decirlo rápidamente: la pandemia por COVID19 está provocando el cambio estructural más importante del capitalismo a nivel global, por lo que las acciones de la 4T, por muy profundas y radicales que sean (en el supuesto que lo sean), son iniciativas con alto valor para la población pobre del país, pero de impacto marginal, meramente coyuntural, es decir, con un horizonte de pocos años y escasa incidencia en las condiciones que permiten la reproducción social de la pobreza. Es posible que dentro de 20 o 30 años, en nuestro país estos años sean recordados por el impacto del COVID19, y no por las transformaciones impulsadas por la 4T.

Si nos atenemos exclusivamente a los datos macroeconómicos estimados por el crecimiento del PIB (decreció .1 %), es claro que la economía bajo el impulso de la 4T en su primer año, estaba muy lejos de generar la riqueza necesaria para cerrar la brecha de la desigualdad social; es imposible evaluar el segundo año (2020) debido precisamente al arribo de la pandemia, el confinamiento, los gastos para atender la emergencia sanitaria, la debacle económica mundial, entre otros factores. En el mejor de los escenarios y de acuerdo con analistas nacionales e internacionales, la economía mexicana recuperará los niveles de crecimiento que tenía en el 2018 hasta el año 2023, es decir, a meses de concluir la administración federal. Por otra parte, estimar exclusivamente el crecimiento económico como criterio del éxito -o no- de la 4T en su declarada vocación para atender prioritariamente las necesidades de la población más pobre y vulnerable resulta inadecuado, por decir lo menos, toda vez que olvida las ingentes cantidades de dinero entregadas a estos sectores de la población a través de diversos programas, así como los cambios producidos en otros ámbitos del gobierno, específicamente en el combate a la corrupción en sus múltiples manifestaciones: contratos a modo, pago a prensa y periodistas (chayote), desviación de recursos, compras simuladas, etc. La reconfiguración del Estado para que, en lugar de responder a los intereses de los grandes capitales, atienda las muchas y graves necesidades sociales, es uno de los objetivos de la 4T: ¿se está cumpliendo? Dejo la pregunta en el aire, en el entendido de que se trata de un proceso abierto no concluido todavía.

Tomando en cuenta solamente estos dos ejes de la 4T y con la debida reserva por el inesperado arribo del COVID19, cabe preguntar si las transferencias monetarias a los sectores de población más pobres y el combate a la corrupción son acciones que apuntan a la transformación estructural de la reproducción social, es decir, de las condiciones que han perpetuado la pobreza en el país y que han provocado un brutalmente expoliador capitalismo de cuates, o bien son iniciativas que si bien apuntan en la dirección correcta, se quedan cortas en sus alcances, es decir, no trascienden la coyuntura. Salvo su mejor opinión, considero que tanto las transferencias monetarias a la población más pobre, como el combate a la corrupción, dos de los ejes más importantes de la 4T, son acciones que no inciden, o lo hacen muy tangencialmente, en la transformación estructural del país. Y no lo hacen porque no atienden el núcleo central que explica tanto la desigualdad como la corrupción, esto es, ni las transferencias de dinero ni la lucha contra la corrupción apuntan a la transformación del problema principal en sus múltiples vertientes: el capitalismo. Un sistema-mundo evidenciado por la pandemia en todas sus injusticias, inequidades, insostenibilidad, exclusión y explotación: no es casual que la mayor parte de las personas fallecidas por el Sars-Cov-2 hayan sido pobres. Y tampoco es fortuito que la pandemia de COVID19 profundice la desigualdad social en México y en el mundo, toda vez que se trata de un fenómeno social total (como bien lo ha caracterizado Ignacio Ramonet) que está transformando la vida de todos los habitantes del planeta en una dirección cuyas consecuencias aún son desconocidas. En otras palabras: la pandemia representa el cambio estructural más importante del capitalismo en los últimos setenta años y, hasta donde puedo apreciar, la 4T no ha caracterizado este cambio y mucho menos ha hecho los ajustes necesarios para articular su innegable fuerza social, sus políticas públicas y sus acciones de gobierno con el cambio global en curso. Pareciera que la pandemia es solamente un mal momento, transitorio, que se superará con la vacunación masiva, al menos eso se desprende de las declaraciones minimizando su alcance (“estamos domando la pandemia”, dijo en más de una ocasión el presidente) y de la forma de hacerle frente: con las mismas estrategias, herramientas y recursos (y hasta más limitados en México, por cierto) que en otros países: hegemonía de una perspectiva sanitaria, confinamiento social, apoyos económicos y en especie a ciertos grupos sociales, reforzamiento del sistema de salud, entre otros.

¿Cuál ha sido el signo distintivo de la 4T para hacer frente al hecho social total de mayor trascendencia en los últimos años en el mundo, la pandemia de COVID19? Yo, lo desconozco. ¿Tiene usted otros datos?

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