Catafixia política

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Alejandro Saldaña Rosas

 

Las personas que tenemos ya bastantes años cumplidos, recordamos el programa dominical matutino conducido por Chabelo, En Familia con Chabelo. Viejos tiempos en los que la “armonía familiar” era un modelo ajustable a conveniencia, el PRI ganaba de todas todas, Fidel Velázquez se reelegía por aclamación, el peso se aferraba a los 12.50, la Marcha de Zacatecas acompañaba los desfiles escolares, la selección generaba esperanzas que se desinflaban antes del quinto partido y Televisa era un soldado del PRI y del presidente. En realidad, Televisa era mucho más que un soldado, era un verdadero ejército de propaganda con cuatro generales al frente: Jacobo Zabludovsky, Raúl Velasco, Chespirito y por supuesto, Chabelo.

En Familia con Chabelo era un programa en el que niñas y niños nos carcajeábamos por la humillación del concursante en turno, cuando reír por la desgracia ajena no era políticamente incorrecto. Poco se ha documentado al respecto, pero no sería extraño que Chabelo, sus personajes, sus invitados y sus juegos, tuvieran un impacto decisivo en los traumas de la infancia de muchísimos niños y niñas, y por contraparte, en la formación de millones de ojetes y gandallas en el país.

No tenemos la mínima idea de la huella emocional que dejó en un niño que su mamá no reconociera sus tenis Bubble Gummers, pese a tener pies de perico y caminar como tal. Ni sabemos el trauma de toda una familia ante las torpezas del papá tratando de subir por la escalera loca, lo que fue motivo de escarnio en la cuadra, el barrio, la escuela y hasta de los compañeros de trabajo del impetuoso, pero torpe, jefe de familia. Y qué decir de las mamás ridiculizadas en concursos en los que se ponía en juego su capacidad de imitar sonidos de monos aulladores, volcanes en fragor o puertas oxidadas. Cientos de mujeres padecieron de burlas y humillaciones en el “sano espacio” del programa En Familia.

Para decirlo en mexicano puro: Chabelo era un culero, pero no nos dábamos cuenta, y si lo hacíamos, no era muy grave porque se trataba de puro show. Para la Gran Familia Mexicana de aquellos años, los agravios a los que había que hacer frente eran los cometidos contra el presidente y las instituciones: la iglesia, el ejército, los héroes que nos dieron patria y, desde luego, Televisa que nos daba “diversión y alegría”.

En el origen de incontables procesos y hechos de la cultura popular mexicana está Chabelo. Piénselo un momento y caerá en la cuenta de que los aportes de Chabelo son de enorme trascendencia.

Gracias a Chabelo miles, millones de papás y mamás en todo México pudimos dormir un par de horas más en domingo, mientras nuestras bendiciones se maravillaban con las magias y los trucos del Mago Frank y su conejo Blas. También (me han contado) Chabelo fue un bálsamo, al nivel de la barbacoa o la pancita, para los crudos y crudas que el sábado en la noche se habían pasado de alegrías y de copas. Gracias a ese par de horas de sueño más, patrocinadas por Duvalín, la productividad del país no tuvo mayor merma por los excesos cometidos la noche anterior por la fuerza laboral.

Gracias a Chabelo y sus patrocinadores, miles de dentistas tuvieron trabajo y, con el tiempo, también miles de nutriólogos, médicos internistas, endocrinólogos y sabrá cuántos especialistas más que debieron hacer frente a los efectos de los Gansitos, las Paletas Payaso, los Duvalines, el Nesquik, las Chaparritas El Naranjo y los productos Sonrics. La contribución de Chabelo a la dieta chatarra mexicana es inocultable. Ahora lo sabemos, pero en aquellos tiempos nos empinábamos con gusto y sin remordimientos una Chaparrita de naranja, en perfecto maridaje con su respectivo Gansito.

Gracias a Chabelo la inmortalidad es un hecho en el imaginario nacional. A Chabelo se le han otorgado dotes cuasi místicas que le han permitido viajar por el tiempo y el espacio para ser testigo presencial de innumerables acontecimientos: desde el poblamiento de América hasta el asesinato de Colosio, del abrazo de Acatempan a los balazos en Nuevo Laredo, de la toma de la Bastilla al asesinato de Zapata. Chabelo es el arquetipo del viajero en el tiempo que lo ha visto todo, que puede dar fe de los acontecimientos más ignotos, de los sucesos ocultos de la historia y de las correspondencias entre el más allá y el más acá (recordemos esa pieza culmen de la cinematografía nacional, “Pepito y Chabelo contra los monstruos”). Ha muerto Javier López, pero en el imaginario popular Chabelo sigue vivo porque Chabelo es, ¿quién lo puede dudar? inmortal.

Las aportaciones de Chabelo a la democracia son indudables. Gracias a Chabelo la democracia en México poco a poco se ha ido abriendo camino, desde la dominación del partido único, a la alternancia política y los famosos equilibrios del poder. El programa En Familia con Chabelo fue una escuela de democracia electorera, aunque en aquellos tiempos ni lo sospechábamos.

Permítame un breve paréntesis para apuntalar mi idea. Como sabemos quienes al menos una vez fuimos espectadores de su programa, el momento estelar llegaba cuando los concursantes tenían ante sí la famosa catafixia. El dilema era sencillo, el concursante se llevaba el regalo que tenía ya ganado, o se aventuraba a la catafixia, una decisión que le podía significar cambiar una bicicleta por una cubeta, o un kit de dulces de la marca patrocinadora por una sala modular de muebles Troncoso, por supuesto. Por una inveterada afición por lo desconocido, por una fe ciega en la suerte o por una convicción en las capacidades de clarividencia, las más de las veces los concursantes optaban por la catafixia.

Desde entonces, catafixiar se ha convertido en un verbo que se conjuga anteponiendo la muy mexicana y atávica expresión: “ingesú, hay que entrale. ¡Lo catafixio!”. Y precisamente en ese punto se anuda la catafixia con la democracia: ¿nos quedamos con este gobierno o lo catafixiamos por otro? Dilema que también se puede expresar así: nos quedamos con estos corruptos que ya conocemos, o los catafixiamos por otros, a ver si nos salen menos transas.

En su esencia, la democracia es una catafixia toda vez que se trata de ponderar pros y contras y en función de eso, y de la gritería del público, tomar una decisión. La catafixia política puede ser una gran aportación mexicana a los procesos electorales contemporáneos. Es más, desde ya habría que implementarla como método de elección de candidatos y candidatas; nada de encuestas, consultas, dedazos, debates o tómbolas: pura catafixia. Sería realmente emocionante poner a las corcholatas en la catafixia y elegir entre la 1, la 2 o la 3 y obviamente hay que ser consecuentes con el resultado. O bien, imagine usted al pueblo bueno y sabio que tiene que decidir entre quedarse con el mismo partido político o entrarle a la catafixia, a sabiendas de que en el cambio se puede ganar, pero se puede perder. Para ponerlo en contexto y decirlo claro y con la voz de Chabelo, desde luego: “cuates, se quedan con la 4T o le entran a la catafixia? Para muchas personas no hay dilema y se quedan con lo ganado, muchas otras decidirán entrarle a la catafixia y quizás no falte quien prefiera llevarse a casa un bonito antecomedor de muebles Troncoso.

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