Campañas y pandemia: la vida sigue

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A mediados de la semana confluirán dos campañas en curso: por una parte, la de la vacunación que en días llegará a la cifra de 30 millones de personas que hemos recibido una o dos dosis de la vacuna en defensa de la COVID-19; por otra parte, el miércoles es el cierre de las campañas electorales rumbo a las elecciones del domingo 6 de junio. Dos campañas, dos procesos diferentes, dos lecturas de lo mejor y quizás lo peor que tenemos como país.

Parece que ahora sí es posible ver un poco de luz al final del largo y oscuro túnel de la pandemia. Si algo permite albergar esperanzas, mesuradas, es la vacuna de protección contra la COVID-19, en sus muchas versiones y modalidades, y por supuesto, la amplia campaña de vacunación que se ha extendido por todo el país. El anuncio de la aplicación de la vacuna a las personas que tienen entre 40 y 49 años a partir del mes de junio, es promisorio por cuanto evidencia la aceleración de la campaña, lo cual, aunado a la cada vez más eficiente labor del personal involucrado, augura buenos escenarios en la segunda mitad de este año. Más que las iniciativas y acciones emprendidas para intentar contener la expansión de los contagios, lo que ha permitido que la pandemia esté siendo medianamente “domada” es la inoculación de millones de personas a través de un despliegue de recursos materiales y talentos humanos que, al cabo de los años, será recordada con orgullo y gratitud: orgullo de los miles de personas participantes en la vacunación, enorme agradecimiento de quienes hemos sido vacunados. Si hay una gesta en curso en nuestro país es precisamente esa: la de la vacunación.

Se ha dado una venturosa conjunción de voluntades (y de negocio, inocultable y de amplios márgenes de utilidades) entre particulares, representados por los laboratorios fabricantes, y los tres órdenes de gobierno de México: federal, estatales y municipales y miles de personas voluntarias. Sin laboratorios (esos que hacen ciencia “neoliberal”) no habría vacunas (o al menos no disponibles en este momento) y sin gobiernos no habría campaña, por lo que hay que reconocer las aportaciones y los méritos de cada quién, sin que ello implique cerrarse a ver, analizar y criticar los negativos de ambos actores.

Ahora bien, que tenuemente se vislumbre el final de la pandemia no significa ni que regresaremos al mundo como lo conocíamos antes del SARS-COV-2, ni que el regreso a la mal llamada “nueva normalidad” esté ausente de problemas derivados de esta terrible enfermedad. La enorme cantidad de personas fallecidas, los inocultables saldos económicos provocados por la parálisis de la economía, los efectos en la salud de millones de personas que han sido contagiadas, el retraimiento, desafección y malestar emocional de millones de niñas, niños y adolescentes, entre muchos otros problemas, hacen que la huella de la COVID-19 sea profunda, dolorosa y difícil de dejar atrás. La campaña de vacunación sin duda alguna allana el terreno para los meses y años por venir, pero si no se atienden con carácter de urgente otros problemas derivados de la pandemia, los saldos de la enfermedad los habremos de acarrear durante muchos años, durante generaciones inclusive.

En particular, la desatención emocional de niñas, niños y adolescentes es un problema de enormes magnitudes que no ha sido debidamente valorado, o los diagnósticos hechos por las y los especialistas no han sido escuchados ni, evidentemente, atendidos. Y habría que añadir, por supuesto, la atención a miles, quizás millones, de mujeres cuyas vidas se han complicado aún más debido a los largos meses de confinamiento en los que ellas han debido cargar con el mayor peso de la atención familiar en condiciones de violencia y de enorme precariedad. Son sectores sociales diferentes que requieren acciones ajustadas a sus necesidades y condiciones, sin embargo, hasta donde es posible apreciar, las iniciativas al respecto son inexistentes o muy aisladas.

Por cuanto a las infancias se refiere, suponer que con el regreso a clases los problemas emocionales serán superados, es una hipótesis muy discutible, sino es que totalmente falsa, sobre todo si el acento se pone en las actividades académicas para “recuperar el tiempo perdido” y no en otro tipo de acciones orientadas a sanar las lesionadas subjetividades que, sin deberla ni temerla, padecen nuestras infancias y adolescencias. Al haber pocas investigaciones sobre el tema (o las que hay, no han sido suficientemente difundidas), no podemos afirmar que se trata de un problema menor o que solamente padecen algunas pocas personas, y aunque así fuera, esas personas merecen atención, es su derecho. Investigaciones recientes señalan que la magnitud del problema es preocupante: 9 de cada 10 estudiantes entre 6 y 18 años pudieron estar expuestos, durante el confinamiento, al consumo de tabaco y alcohol y a situaciones de violencia. “Además, por ansiedad, depresión y estrés, 29% de los alumnos de primaria requieren atención prioritaria, 33% los de secundaria y 22% los de preparatoria”, señala una investigación de la Universidad Iberoamericana con apoyo del CONACYT y la asesoría de otras seis instituciones universitarias. Insisto sobre el punto: no es un problema menor, millones de niñas, niños y adolescentes que han estado en confinamiento durante ya más de un año, acusan retraimiento, depresión, soledad, riesgo de adquirir adicciones, desórdenes alimenticios y de otro tipo, por lo que es urgente tomar las medidas necesarias para ayudar a sacarlos de su marasmo: en gran medida de eso depende su salud emocional e inclusive, acaso, su proyecto de vida.

Por otra parte, las campañas electorales cierran este miércoles 2 de junio, para bien de nuestra salud mental. Infames campañas teñidas de rojo, con compra de votos hecha en total descaro, con apoyos -ilegales- de los tres órdenes de gobierno, con promesas disparadas a mansalva, sin recato y con el único horizonte colocado en el domingo 6 de junio. Campañas electorales en las que han abundado las descalificaciones, la futilidad, las promesas huecas y la búsqueda de infundir miedo en el electorado. Las amenazas de que la catástrofe sucederá irremediablemente si gana tal o cual opción política han sido de las “estrategias” más utilizadas tanto por los partidos de la coalición Va por México (PAN, PRI, PRD), como por los de la alianza Juntos Hacemos Historia (MORENA, PT y PVEM). Como lo he sostenido en anteriores entregas, México es mucho más que las elecciones, por lo que el anunciado desastre, simplemente no ocurrirá.

Si hacemos algún caso a las encuestas, el resultado del 6 de junio será de relativo empate técnico entre las dos coaliciones: Juntos Haremos Historia probablemente obtenga la mayoría relativa (50% +1), pero no le alcanzará para la calificada (2/3 escaños). Va por México logrará arrebatar algunas gubernaturas que MORENA hacía suyas hace algunas semanas (Nuevo León, por ejemplo) y apretará los resultados en otros; por cuanto a las alcaldías se refiere la incógnita es si las tendencias a nivel estatal y/o federal serán replicadas en los ámbitos municipales. Difícil saberlo, pero no sería nada extraño que la lógica electoral municipal tenga poca, o ninguna, relación con las tendencias en la elección para las gubernaturas (en los estados donde hay elección de ejecutivo local), en los congresos locales o para las diputaciones en el Congreso. En otras palabras, no es descartable que el voto diferenciado se exprese con fuerza el próximo domingo.

El día 7 de junio muy probablemente iniciarán las impugnaciones – de tirios y troyanos- ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), al mismo tiempo que usted, yo y millones de personas más iremos (vía remota o presencial) al trabajo, a la escuela, al mercado, viajaremos en metro, autobús o en taxi, acudiremos al dentista, saldremos al parque a hacer ejercicio, iremos a las calles a vender lo necesario para llevar alimentos a la casa, visitaremos a la abuela enferma o iniciaremos ese cambio de rutinas, y de vida, tantas veces postergado. Es decir, la vida seguirá. Y habremos de compartir espacios de trabajo, medios de transporte, antesalas médicas, parques, calles y mercados con personas que optaron por no votar, o que difieren de nuestras elecciones electorales. Es decir, la vida seguirá. México es mucho más que una elección, por muy importante que sea.

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