A cuentagotas: Las mil y una caras de la violencia

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Esthela Treviño, @etpotemkin

Rompeviento TV, 19 de abril de 2022

 

Más allá de la violencia física hay maneras sutiles en las que la violencia se incrusta en distintas situaciones de nuestras vidas, mismas que incluso se tornan en formas de vida sin que nos demos cuenta, es decir, sin que nuestras conciencias se den ya cuenta.

La llamada violencia estructural es una buena ilustración. Conocida también como violencia institucional, no hay en ella un actor específico que cometa un acto de violencia.

  • Es la violencia que irrumpe y la violencia que excluye a causa de una desigualdad en la distribución del poder y de los recursos; dichas desigualdades están labradas en las (infra)estructuras, en las instituciones, en las políticas.
  • El desempleo, la inseguridad laboral, los recortes en el gasto público, la destrucción o desaparición de instituciones capaces de defender o de promover el bienestar social, incluyendo, en primer lugar, la satisfacción de las necesidades primarias como vivienda, alimentación, salud; el despojo de la tierra y los bienes de esta y la violación de derechos, son daños a las personas-sociedades, que enmarcan la violencia.
  • La precariedad con que viven millones de personas en el mundo expuestas al hambre, a la mal- o des-nutrición, que carecen de una vivienda digna, de agua potable, de medicamentos o siquiera un incipiente esquema de salud, ya ni digamos sistema de salud, excluidas del acceso a la educación, todo las expone a enfermedades y muertes tempranas; todo las expone a numerosos tipos de abusos. Esto es violencia.

Muchas de esas enfermedades, muertes y abusos podrían evitarse. El conocido sociólogo Johan Galtung (quien ya en 1969 hablaba de violencia estructural) ha dicho que una manera de definir la violencia estructural es la de estimar las muertes que se podrían evitar.

Más siniestro todavía es esa admisión o aceptación tácita, o ese dar por sentado, la inequidad en la distribución del poder y de los recursos para la sobrevivencia o para el bienestar, tanto entre quienes están en los picos más altos como en quienes están en las bases más bajas; para los segundos quizás porque son la inmensa mayoría y todo parece normal.

  • Que el 12.2% de la población mundial —según Global Wealth Report 2021 del Credit Suisse— controle el 85% de la riqueza mundial son cifras que al casi 88% de la base piramidal de la población global, que controla solo el 15% de la riqueza mundial, no les dice nada (de ese 88%, el 53% posee el 1.3% de dicha “riqueza”).

“O sea, que somos más los que somos iguales, aunque estemos jodidos, pos pa’ qué nos quejamos [...] y mire, seguro y hay muchos más jodidos que yo, no hay que quejarse”, me dijo una vez un lavacoches —más bien, lavavidrios—que veía con frecuencia en un bajopuente; un buen día, sí, el mejor día, me estacioné para conversar con él, un personaje interesante, amable y con esa frescura que se agradece. Otra historia.

Más allá de la violencia física, decía yo al inicio...hay mil y una caras de la violencia. Es un concepto, un hecho, una condición tan compleja y enmarañada ¿o entrampada? que es necesario no desbocarse, no abrumarse, e ir, a cuentagotas, desbrozando el madejal a través de investigar y, sobre todo, de reflexionar, también a cuentagotas.

Dirán ustedes, escuchas y lectores, y quizás con justísima razón, que lo primero es plantear la pregunta qué es la violencia. Pero en mis indagaciones es más que evidente, incluso en textos académicos de distintas disciplinas, que partimos de la suposición de que sabemos qué es la violencia y que todos compartimos esa misma idea. Damos por hecho que la violencia ¿es...? Porque, al fin y al cabo, todos hemos experimentado violencia.

En la revista especializada Journal of Epidemiology and Community Health del 2007, se ofrece un glosario sobre la violencia y una definición amplia. ¿Por qué aparece esta información en una revista especializada de epidemiología y salud comunitaria? Porque desde 1996, de acuerdo a la OMS, la violencia se considera como uno de los principales y crecientes problemas de salud pública.

La definición que la OMS da en su “Reporte mundial sobre violencia y salud” (WRVH, por sus siglas en inglés) dice: “el uso intencional de la fuerza física o del poder, real o como amenaza, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, ya sea que resulte o tenga muchas probabilidades de resultar en lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo, o privaciones”. (Traducción y subrayado míos)

El Reporte divide la violencia en tres categorías según quien la cometa: auto-infligida, interpersonal y colectiva. Y en cuatro categorías, según el tipo de violencia: física, sexual, sicológica y de negligencia o privación.

En los dos párrafos anteriores se condensa de por sí, una multiplicidad de nociones, suposiciones, presuposiciones, que esboza la complejidad de lo que significa o implica la violencia. Digo esboza porque hay más, mucho más que escarbar y descubrir.

Así, en la definición de la OMS se destacan estos aspectos:

  • a) Debe ser intencional; la presuposición es que si el acto no es intencional no hay violencia. Esto podría ser problemático como habrá ocasión de comentarlo, en otra entrega.
  • b) La violencia se define como un acto de fuerza o de poder para causar daño, es decir, desde la perspectiva de quien comete tales actos. Pero, la violencia puede y debe caracterizarse desde otros enfoques; por ejemplo, como un instrumento; por ejemplo, desde la perspectiva de quien es violentado.
  • c) Los daños que pueden producirse son físicos, sicológicos o por omisión: lo que se llama privaciones. Este punto hay que desarrollarlo más porque las privaciones, esa violencia excluyente, también produce daños físicos y sicológicos.

Pero, la definición de la OMS puede tomarse como una buena definición de partida.

A mí, sin embargo, me ha parecido, desde que la violencia ocupa mis reflexiones, muy importante establecer antes, donde ponemos el foco de la reflexión, cómo conceptualizamos la violencia:

 

Uno, ¿como un medio o recurso o respuesta para imponer, resolver, demostrar?; el castigo corporal a los niños para corregirlos ilustra este “uso” de la violencia. La violencia familiar, la violencia de género también.

Dos, ¿como un instrumento para obtener una ganancia? “Contratar” a niños y adolescentes por parte del crimen organizado y ofrecerles un dinero que quizás no verían de otra forma para hacer trabajos de esas organizaciones, sería una instancia que retrata el uso de violencia como instrumento. Otro caso de tremenda perversidad fue el uso de los judíos en los ghettos como instrumentos del poder nazi para llevar a cabo el trabajo de estos. Los obligaban, extorsionaban o seducían para ser colaboradores; los convertían en víctimas y opresores al mismo tiempo.

Tres, ¿como la respuesta o efecto a que da lugar y desde la perspectiva de quién? Si se mira como una respuesta razonable o entendible, o irracional y sin sentido (sin significado o importe social); si se justifica, si se condena, si se contrarresta, si provoca violencia, si se considera normal... Este punto, desde luego, abre muchísimas preguntas.

Cuatro, ¿como una expresión casual o estructurada?; es decir, como un arrebato momentáneo o como algo premeditado, planeado, instituido.

Cinco, ¿desde las modalidades de la violencia?: física, cultural, social, racista, sexista.

Seis, ¿a partir de la dinámica que dispara la violencia?: emocional, cultural, visceral.

Siete, ¿desde una perspectiva sociológica, antropológica, filosófica, ética, política, sico-biológica?

Ocho, ¿como una pre- o dis-posición genética, cultural, social? Veamos algunos escenarios:

  • Douglas Field, neurobiólogo, sugiere que el ser humano está genéticamente predispuesto a la violencia letal. Según el científico y autor del libro Why we snap (2016), los machos humanos y de otras especies mamíferas son inherentemente violentos.
  • La cuestión de la influencia de la cultura es tema muy debatido; pero uno de los factores que propicia la violencia es el impulso o esfuerzo por obtener estatus. Otro ámbito claro es la violencia contra las mujeres en culturas donde el honor patriarcal es de capital importancia.
  • Tenemos la propuesta filosófica de la vulnerabilidad como rasgo humano inherente. Dice el filósofo Leonard Lawlor (2018) que no es la autonomía sino la vulnerabilidad lo que nos hace personas, y la vulnerabilidad está conectada con la violencia, y esa conexión es irreductible. Según Lawlor los seres humanos poseemos un cuerpo poroso, un cuerpo que no puede cerrarse y que, por tanto, puede ser dañado, esa es la vulnerabilidad. Es la vulnerabilidad lo que hace que irrumpa, que penetre la violencia. Y, precisamente porque somos vulnerables, y porque conocemos la vulnerabilidad del Otro somos violentos y violentados.
  • En cambio, la reconocida pensadora en el ámbito de la discusión feminista, Judith Buttler, tiene una filosofía que va más allá de considerar esa vulnerabilidad como rasgo esencial humano; para ella, es también “una condición socialmente inducida lo que explica la exposición desproporcionada al sufrimiento, especialmente entre aquellos llamados en general precarizados para quienes el acceso a la vivienda, la alimentación y la atención médica a menudo se limita drásticamente” (“Repensando la vulnerabilidad y la resistencia”, 2016).

 

¿Podríamos encontrar una definición que reflejara todos estos campos o perspectivas? Quizás no. Pero los contextos, perspectivas, enfoques que hemos mencionado son las celdas que conforman la misma colmena.

Finalmente, tendríamos que preguntarnos si la experiencia de los involucrados en la violencia no es parte de la noción constitutiva de violencia. Y ese aspecto de la experienciación nos lleva inevitablemente a preguntar desde qué o el punto de vista de quién representamos la violencia porque, dejando a un lado, por ahora, la violencia auto-infligida, hay al menos, dos Sujetos necesariamente involucrados: el recipiente y el actor o actuante. Es decir, Sujetos en tanto recipiente o actor, no numéricamente.

 

Al menos dos Sujetos, dije, pero hay que considerar un tercero; y este tercero, casi siempre relegado, es primordial analizarlo. Si hay un actor, un recipiente, también hay un espectador: quien atestigua. ¿No hemos sido expectadores-testigos de brutales represiones policiacas? ¿No hemos acaso escuchado hasta las lágrimas los testimonios de los padres de los 43 normalistas? ¿No atestiguamos cotidianamente la desaparición de personas, los disparos en Aldama, la violencia verbal en los medios y en nuestros medios? ¿No nos horrorizamos ante las imágenes bestiales de soldados israelíes arrastrando y dando de puntapiés a niños palestinos, o de miembros de la GN golpeando cruelmente a inmigrantes, o de ver personas masacradas en la guerra entre Rusia y Ucrania? ¿No nos estremecimos hasta cerrársenos la garganta con el relato de Ceci Flores ante los restos de lo que cree fue su hijo? Todo esto es la experiencia de la violencia desde el espectador. Pero los jueces también son espectadores y otros actores que tienen poder y la justicia en sus manos.

 

Por último, quisiera dejar a manera de estudio de caso el relato de un hecho ocurrido en Guatemala y reportado por varios periódicos en América Latina, incluyendo El Universal en México, el 29 de marzo pasado:  Una madre a quien le mataron a su hijo que “«se levantó temprano a asaltar los buses, como siempre» y que exige justicia porque su hijo «no le hacía daño a nadie», «no le disparaba a nadie, solo los asaltaba»”. ¿Qué aspecto de la violencia narrada decidimos elegir y caracterizar? 1) La de quien asaltaba. 2) La de quien le dispara y lo mata. 3) La de quienes eran asaltados. 4) La de quienes presenciaron el asesinato. 5) La actitud de la madre, quien sabía y justificaba la realización de los asaltos. 6) las condiciones estructurales vividas por quien asaltaba y su entorno familiar: ¿qué lleva a una madre a normalizar que asaltar no es hacerle daño a nadie? 7) Las condiciones estructurales del entorno más amplio, llamémosle Guatemala.

 

Cito al celebérrimo Alessandro Manzoni, de su libro, The Bethroted (‘Los Prometidos’):

“Los provocadores, los opresores, todos los que de algún modo dañan a los demás, son culpables, no sólo del mal que cometen, sino también de la perversión a la que conducen al espíritu del ofendido”.

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