Sociólogo con botas: conversación con un militar en retiro

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Edurne Uriarte Santillán

Rompeviento TV

02 de noviembre de 2022

 

Hace unos días tuve la oportunidad de charlar con un militar. Nunca había estado cerca de uno y mi imagen del ejército es la que he aprendido en las noticias, generalmente malas, y la historia de abusos de soldados, mandos y unidades de la institución en México, América Latina y el mundo. Pero me tocó escuchar a Gerardo Sandoval Ortiz por primera vez en un evento de Pie de Página, en la Ciudad de México, a finales de septiembre. Llamó mi atención la disposición a hablar públicamente de su oficio y el deseo abierto de contribuir a una narrativa distinta sobre la milicia. ¿A qué se refería con esa «nueva narrativa»? Para resolver esta y otras dudas me acerqué a él. Este texto es parte de los temas de la conversación, la cual se encuentra disponible para quien la guste escuchar.

 

Una ilusión en la Sierra de Puebla

Gerardo nació en 1972 en Xicotepec de Juárez, una localidad cafetalera de la Sierra de Puebla que, desde 2012, es considerada pueblo mágico. Sin embargo, Gerardo describe un poblado rural en los años setenta, una pequeña ciudad que no estaba pavimentada y que, desde la ventana de su casa, veía pasar a «las bestias» cargando troncos. Es el cuarto de seis hermanos, de una familia monoparental, pues su mamá fue madre soltera. La señora Luz María, que recientemente falleció, se dedicó a la costura y los hijos tuvieron que participar desde pequeños en la economía familiar, ya fuese en las distintas labores del hogar o cortando café.

En ocasiones, Gerardo se quedó bajo el cuidado de su tía Lupe. Enfermera de profesión y que actualmente tiene 93 años, fue como su segunda madre y de quien heredó el gusto por la lectura. Recuerda que leía lo mismo que ella: «La panza es primero», de Rius; la revista «Selecciones», de Readerʼs Digest; la «Jornada de Errores Médicos», de Rafael Olivera Figueroa y «El diosero», de Francisco Rojas González, fueron sus primeros libros. Aunque no era un entorno definido de izquierda, considera que había cierta inclinación porque su abuelo era defensor de la gente del pueblo en contra de los caciques de la zona; además, en la familia circulaban las revistas de «Los agachados», de Rius.

Cuenta que su primer contacto con militares fue en el pequeño balneario que tiene su familia en el pueblo, en que, en algunas ocasiones le tocó ver a unos soldados. Cito «Yo tenía cinco o seis años y me causaban cierta curiosidad porque los veía diferentes […] mi mamá me decía “mira, son los soldados”». Tiempo después, en la secundaria, los jóvenes estudiantes convivieron con personal del ejército porque cerca había una partida militar y jugaban básquetbol con ellos; además, tenía un amigo cuyo hermano era cadete, y quien una vez le mostró su anuario militar. «Fue un impacto muy importante», dijo Gerardo, «pues a mí me gusta leer, pero eso fue una lectura muy diferente la que veía, muy ceremoniosa». Lo anterior lo motivó a buscar información para ingresar al ejército.

Gerardo entró al Heroico Colegio Militar, en la Ciudad de México, a los 19 años. Es una antigüedad (es decir, una generación) del inicio de los años noventa. En el Colegio se forman «las armas» y el mando militar del país. Las armas son artillería, caballería, infantería, blindado y zapadores o ingenieros. Su grado es teniente y su arma fue la artillería. Hacia arriba, le sigue en grado el capitán segundo y, hacia abajo de la jerarquía, el subteniente; es decir, pertenece al nivel de los oficiales. Un teniente es comandante de sección y tiene a su cargo tres pelotones. Bajo su responsabilidad está la capacitación y el adiestramiento de su personal, pero, con la observación de que es una responsabilidad que se asume compartida por toda la línea de mando.

En el año 2000, Gerardo tuvo la oportunidad de irse a fuerzas especiales, a Irapuato, donde causó alta. Sin embargo, en 2004 se lesionó durante un entrenamiento y perdió la mano derecha. Por tal motivo, lo dieron de baja por un incidente que se denomina «caso médico legal» y el término del retiro es «inutilidad en actos de servicio». Como él dice «te separan del servicio activo, ʿoraʾ sí que yo salí del servicio por inútil». Este proceso duró un año e inició su jubilación en 2005, a los 33 años de edad. Aun así, Gerardo lleva las botas puestas, ya que, dice «una vez que te pones las botas, nunca te las quitas […] yo despierto y siento mis botas puestas». De esta manera, reafirma con orgullo que él es y seguirá siendo parte del ejército, pues, aunque esté en retiro, no es ex militar, sino militar en retiro.

 

El ejército: un servicio de carrera

Durante la entrevista, Gerardo narra una trayectoria profesional que le permite afirmar, con certeza emocional e institucional, que nunca dejará de ser militar porque, a pesar del retiro temprano, la institución cumplió con las aspiraciones y expectativas que tenía. Estas se ven reflejadas en la experiencia principal de ser parte de un cuerpo, de una institución, así como en que el ejército es un proyecto de carrera, de largo plazo. Miremos esto último primero, en sus palabras, cito: «[…] yo pienso que el ejército es un servicio de carrera, porque cuando tú ingresas como soldado, o como cadete, como fue mi caso, tienes las aspiraciones para llegar hasta arriba y la estructura te lo da. Obviamente no hay sistema perfecto, pero yo creo que, dentro de los sistemas del Estado, tanto de la marina y del ejército son los más perfectos. Tú eres responsable […] hasta teniente coronel; mientras cumplas con los criterios, vas a llegar».

En coincidencia con sus palabras, la Ley Orgánica del Ejército y Fuerza Aérea Mexicanos, actualizada a septiembre de este año, indica que el Mando Supremo (el presidente de México) tiene la facultad de nombrar diversos jefes, comandantes, directores y otros funcionarios de la Secretaría de Defensa Nacional. En este sentido, es correcto que hay un camino de ascenso dentro de la institución y, junto con ello, la movilidad social es una realidad posible. Aun cuando Gerardo no señala la necesidad económica como motivación para ingresar al ejército, es recurrente que sea una razón para causar alta y, como señalan los autores de «La tropa, porqué mata un soldado», la tropa está constituida por quienes «usan las manos»: campesinos, pequeños empleados, arrieros, gente de comunidades indígenas. Si bien existen los casos en que ser militar es una vocación, como la de nuestro entrevistado, el ejército es una medio de ascenso social y una forma de hacer frente a múltiples necesidades económicas y sociales.

Por otro lado, en los trece años de servicio, Gerardo dice que nunca tuvo que seguir una orden contraria al Reglamento General de Deberes Militares que, en su artículo cuarto, indica lo siguiente: «Queda prohibido a los militares, cualquiera que sea su jerarquía, dar órdenes que sean contrarias a las leyes y reglamentos, que lastimen la dignidad o decoro de sus inferiores, o que constituyan un delito. En este último caso el superior que las da y el inferior que las ejecuta, serán responsables conforme al Código de Justicia Militar». De esta manera, Gerardo describe una trayectoria que no le implicó objeción de conciencia, es decir, que haya tenido que negarse a una orden porque esta le implicó ir en contra de sus principios personales, éticos, filosóficos, políticos o religiosos, por ejemplo, ni aceptar una situación de corrupción.

Entre el crecimiento profesional y la posible consistencia ética en su ejercicio, la experiencia de Gerardo es la de un oficial satisfecho, y de buen espíritu. Aún más porque con el retiro ha tenido la oportunidad de reflexionar —con cierta distancia profesional y desde la sociología, disciplina que estudia actualmente— sobre algunos elementos que le permiten existir a las fuerzas armadas. En este sentido, miremos con más detalle qué significa aquello de ser parte de un cuerpo, de una institución.

 

«Ser el ejército»

Gerardo interpreta que el impacto de aquellos soldados de su juventud quizá le produjo la sensación de querer ser parte de un cuerpo importante. Era el uniforme, pero también, piensa «soy hijo de madre soltera y aspiraba a algo dónde sentirme, no sé si es ʿpoderosoʾ el término, pero sentirme dentro de un cuerpo importante». Quizá era la ausencia de la figura paterna y su respaldo, sugiere, pero era una fuerza que le atraía, fue una conexión inmediata que sintió hacia la imagen, el uniforme y, lo que comprendería después, el sentirse parte de una institución; es decir «ser el ejército».

Esta expresión, «ser el ejército», revela varios elementos que construyen una institución como la militar. En primer término, esta función se basa en el deber y la disciplina. El reglamento de deberes militares entiende por «deber» a la suma de obligaciones que se le imponen a un militar y, la «disciplina», tiene que ser firme, pero razonada; es decir, es el deber de la obediencia. El cumplimiento del deber incluye principios como subordinación, valor, audacia, lealtad, desinterés o abnegación, entre otros, aunque lograrlo puede ser «áspero y difícil», con sacrificios. Un militar debe asumir conciencia de su dignidad y la importancia de la misión que le da la patria. El honor es su estímulo y la tibieza, por el contrario, va en contra del espíritu de la profesión.

Gerardo entiende perfectamente este «espíritu» en su interior: ser soldado es asumir esta disciplina y la autoridad del mando. Aunque el reglamento permite hacer «aclaraciones respetuosas», el mando es incuestionable. Desde que ingresó al ejército, asumió esa autoridad sobre su persona. Su caso revela esta aceptación desde el deseo, el impulso de ser parte de lo que él percibía como un cuerpo importante. Con la distancia del tiempo en retiro, confirma que la disciplina es una cuestión asumida de honor y, a la vez, entiende la fuerza de la autoridad, al interior de las fuerzas armadas, como necesaria.

Desde la sociología, Gerardo interpreta esta fuerza como resultado de procesos de dominación y de legitimación de la autoridad. Él explica lo siguiente: «Por ejemplo, el hecho de que te griten, tú como socióloga dices, qué pasó; como externo al servicio puedo decir que está mal, lo cuestiono; pero más sin embargo cuando estás adentro, no. Y también lo pienso así, y no es que esté mal, mientras no sea una orden contraria […] Pero tal vez puedas ceder esa parte de que a veces se nos van un poquito las cabras, infringir un poco de agresión, un grito de más [entre el personal]; yo ahora lo podría cuestionar, pero debo entender que en el servicio activo es diferente.» Esto es así para él porque no es posible concebir un ejército sin disciplina.

Ese grito al que se refiere Gerardo es actual, tanto en la forma de mantener la subordinación como en la formación militar. Sin embargo, la educación y la disciplina de esta profesión no contiene solo eso. Retomo nuevamente un testimonio del libro de La tropa, en que un soldado narra la experiencia de realizar un acto atroz en contra de un animal como parte de su formación; o bien, el caso documentado por Ricardo Raphael sobre el posible ex integrante del grupo criminal Los Zetas, que narra su entrenamiento militar «especial» en Estados Unidos, donde aprendieron métodos de tortura y asesinato para enfrentar situaciones de guerra. La disciplina implica un proceso de dominación y, para Gerardo, lo anterior no refleja procesos institucionales de violencia, sino formas de dominación para conservar la obediencia.

Gerardo interpreta que, mientras la dominación es temporal —es decir, «no puedes poner presión totalmente a una persona […] va a haber un momento en que reviente»—, la disciplina es prolongada, permanente. Somos cuerpos dóciles, dice Gerardo, evocando al filósofo Michel Foucault. Para desarrollar más esta propuesta, evoca también al sociólogo Max Weber, de quien retoma el término de dominación y la noción de poder. Desde esta última, él se pregunta, ¿cómo es que nosotros podemos recibir órdenes sin cuestionarlas y al mismo tiempo hacer las partes? Nuevamente recurre a las órdenes, que son para cumplirse, estas son la estructura, la fortaleza del ejército. En otras palabras, también de nuestro sociólogo con botas (así se definió en una conversación privada, después de que le dije que un día será más sociólogo que militar), esta formación construye la institucionalidad que se reproduce a partir de procesos temporales de dominación y permanentes, de disciplina.

Finalmente, el ejército se sostiene en el fin último de cumplir con la acción legítima de defender a la nación en contra de un enemigo. Así, detrás de cualquier acción formativa o de disciplina, hay una ética, un conjunto de valores como el honor a la misión encomendada por la patria y la dignidad consciente del oficio, cito: «Independientemente a todas las técnicas, tácticas, y demás, lo que le da fortaleza a la formación son los valores militares: honor, abnegación, patriotismo, y que el honor es una situación de autogestión. El cumplimiento a las órdenes, a diferencia de cualquier otra institución de gobierno, es lo que le da sustento.»

 

Reflexiones finales: un ejercicio de comprensión

Por particular que sea esta experiencia, la conversación con Gerardo aporta algunos elementos interesantes para reflexionar sobre nuestro tiempo. Lo que él comenta es parte de cómo se construye y se percibe, desde el interior, a esta fuerza armada. Al mismo tiempo, el ejército es parte de una estructura institucional del Estado mexicano, en particular del poder Ejecutivo. Cuando hablamos sobre el papel de las fuerzas armadas en la situación actual, así como en otros momentos de la historia, como el caso Ayotzinapa, o la Guerra Sucia del gobierno hacia la población civil, Gerardo afirma, y yo le doy la razón, que las fuerzas armadas no deben ser parte de la seguridad pública. Aquí es donde se vuelve pantanoso el territorio del diálogo y la comprensión porque la historia los coloca una y otra vez en la esfera pública, con la ciudadanía. Incluso ahora, en que parecen imprescindibles. Es un remolino en el que todos giramos; un «campo de fuerza» (me robo la expresión de Judith Butler) que produce víctimas.

Este remolino invita a pensar en la forma en que entendemos la violencia. Durante la entrevista, Gerardo me decía que el concepto de violencia es ambiguo y que tenemos que conceptualizarla de manera distinta. Me tomó algunos días tratar de entender a qué se refería y espero haberlo logrado. Así como el sentido del ejército es defender al «inocente» de un «enemigo» —entre comillas porque son términos sin definición clara—, la violencia requiere de una víctima. En este sentido, retomo a los soldados de los libros mencionados: lejos de verlos y verse como víctimas, son sujetos en formación dentro de una estructura que los dignifica. Una realidad compleja porque revela una distancia valorativa muy grande entre la ciudadanía y el ejército. Mientras la primera cuestiona cada vez más la dominación en relación con la violencia (doméstica, laboral, entre otras), para las milicias parece una condición necesaria.

Por otro lado, como brazo legítimo del Estado, no tiene la intención de atacar a un inocente. Gerardo dice «yo defiendo al inocente», y agrega que el ejército defiende en contra de un enemigo; un enemigo sobre el cual actúa, pero que la fuerza armada no lo define. Así, es labor del ejército defender, aunque ello implique asesinar o infringir la ley. Incluso, dichas estructuras de obediencia no evitan que un soldado se extralimite y actúe al margen de su legalidad. Si bien el gobierno actual ha tratado de construir un marco legal para la acción del ejército y otras fuerzas armadas en seguridad —pensando de buena fe, quizá como forma de contención para esta realidad inevitable—, ha tomado decisiones para que participen activamente de programas estratégicos, e incluso ha intentado promover la imagen del soldado como pueblo uniformado, la realidad es que la formación del ejército y su mando sigue actuando a partir de la defensa, de un principio de guerra.

Considero que la conversación con Gerardo es una sugerencia para, desde ambas esferas de la vida pública, la del servicio público militar y la de la sociedad civil, detonar, más que una nueva narrativa, quizá un diálogo sobre los procesos de dominación, obediencia y subordinación en el ejército, frente a la violencia y el necesario reconocimiento hacia las víctimas. Cierro con el agradecimiento a Gerardo por permitirme platicar con él. Escucharlo primero y acercarme después a una parte mínima de la literatura sobre las fuerzas armadas resultó un contraste muy revelador entre los casos de horror y una persona que honra su oficio y su institución.

Para la siguiente entrega deseo reflexionar con ustedes sobre los funcionarios, ¿qué es para ustedes un funcionario o servidor público? Mientras elegimos nuestros ingredientes, les dejo la entrevista con Gerardo.

 

Entrevista al sociólogo y Teniente militar en retiro, Gerardo Sandoval Ortiz: https://youtu.be/ds-IcSEJNU0

 

Referencias

  1. 29/09/ 2022. [Video] Tertuliana ¿Cuánto pesan las historias que contamos? Evento de Pie de Página, en Tierra Adentro, Ciudad de México, documentado en línea: https://piedepagina.mx/tertuliana-narrar-la-violencia-que-vivimos-pero-tambien-lo-posible/
  2. Reglamento general de deberes militares. Publicado en el Diario Oficial de la Federación. Última actualización: 4 de diciembre de 1943. En línea: http://www.ordenjuridico.gob.mx/Documentos/Federal/html/wo88720.html#:~:text=Se%2520entiende%2520por%2520deber%252C%2520el,cuales%2520se%2520presenta%2520de%2520ordinario
  3. Ley orgánica del ejército y fuerza aérea mexicanos. Última actualización: 9 de septiembre de 2022. En línea: https://www.diputados.gob.mx/LeyesBiblio/ref/loefam.htm
  4. Daniela Rea y Pablo Ferri (2019), La tropa. Por qué mata un soldado, Aguilar-Penguin Random House, México.
  5. Judith Butler (2020) La fuerza de la no violencia, Paidós, México.

Ricardo Raphael (2019), Hijo de la guerra, Seix Barral, México.

  1. Max Weber (2019), Economía y sociedad, Fondo de Cultura Económica, México.

 

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