¡Qué se le va a hacer!

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Esthela Treviño G. @potemkin

Rompeviento TV 30 de noviembre de 2021

“Dondequiera que la gente se sienta segura [...] sentirá indiferencia”      Susan Sontag

 

 

¿Somos indiferentes, indolentes, apáticos ante un sistema que nos afecta directamente o que sentimos que afecta a los demás, para bien o para mal, con sus decisiones políticas, sean de índole social, educativa, cultural, ambiental, económica, civil, jurídica, de derechos humanos y demás?

 

La sentencia de Sontag que abre este texto es fuerte. En su libro Regarding the pain of others (en español: Ante el dolor de los demás) (2003), relata que una mujer bosnia reflexiona sobre cómo no puede indignarse cuando un francés o italiano, al ver imágenes de las atrocidades de la invasión de Croacia por los serbios, a través de los noticiarios, exclama “oh, qué horrible” y le cambia al canal, si lo mismo ha hecho ella desde el confort de su departamento al ver retratadas las monstruosidades de cuerpos mutilados, o vejados, o muertos, o torturados en su propio país.

 

Las imágenes son muy poderosas, dirá Susan Sontag: a diferencia de la narrativa que nos hace entender, las imágenes nos rondan, nos persiguen (como espíritus que nunca se van). Y, efectivamente, las imágenes provocan emociones, sentimientos, y hasta sensaciones, que se nos quedan impresas por mucho tiempo, quizás para siempre. Disiento de Sontag porque algunas narrativas discursivas también nos dejan impresiones de por vida. No obstante, algo hay en la fotografía, en la imagen fija o en movimiento que la hace suprema, persuasiva, fidedigna. Lo más inmediato, tal vez, es que nos convierte en un testigo fehaciente. No en balde la vigencia y contundencia del adagio: vale más una imagen que mil palabras. Sontag habla de las imágenes de la guerra, de los horrores y de la barbarie que nos muestran. ¿Qué impacto tienen en nosotros? ¿cómo nos cambian? ¿nos cambian? ¿Cómo nos mueven si nos mueven? O miramos la realidad que nos proyectan, “oh, qué horrible” y seguimos cambiando el canal de la televisión o de YouTube; esto, ¿qué nos hace? ¿en qué nos convierte?

 

Tres imágenes que sí movieron y removieron

 

Primera. Las perturbadoras imágenes, y luego la fotografía en medios escritos, de un oficial de Inmigración mexicano, pateando la cabeza de un inmigrante haitiano con saña y desprecio. Y esas imágenes circularon por todo México y por varios días, y por diversos medios. La brutalidad de todo lo que signifique soldado, policía, guardia (de lo que sea), oficial de inmigración, se refrenda, por desgracia, hasta en este gobierno. Cuántas familias mexicanas donde padres, hijos, parejas han tenido que emigrar y ser tratados igual, con la misma violencia, el mismo desdén. Me vienen a la mente las historias de los jornaleros mexicanos, vivenciadas y contadas por Kau Sirenio (Jornaleros Migrantes. Explotación Trasnacional, 2021).  Esas imágenes tuvieron consecuencias, no solo la de “remover de su cargo” a el o los involucrados en los actos violentos sino que el hecho hiciera eco en un Estado que exige para “nuestros” migrantes un cierto trato pero da a “sus migrantes” otro muy distinto y brutal. Afloró, se removió el racismo pero también la solidaridad. La divulgación sin tregua de los hechos-imágenes produjo ciertas acciones, sí movieron.

 

Segunda. Otra imagen que nos causó un enorme enojo e indignación fue, con nombre y apellido, la de Emilio Lozoya en un restaurante de lujo comiendo, presuntamente, pato a la naranja. Un político del régimen anterior, acusado de corrupción, que se hizo de poder y dinero a manos llenas, y con una inmoralidad sin medida. Un criminal, que robó a mares; un criminal de “cuello blanco”, hasta la categoría de “cuello blanco” es ya insultante. Un delincuente, ladrón, un facineroso pues, pero libre de ir y venir, de seguir viviendo en lujos, y de darse el lujo de restregárnoslo en la cara, sobre todo, a muchos millones de personas que viven al día o al cada tres días. Esa imagen también circuló como veta de pólvora encendida y dicen, eso sí, que fue la gota de indignación que colmó el vaso del aparentemente complaciente Fiscal General, tanto, que en cuestión de días —después de casi año y medio libre— fue encarcelado, objeto de escarnio y burla de todos. Un humilde pato sí pudo, se leía aquí y allá. Esas diferencias abismales entre los lozoyas, los presos políticos, los encarcelados que hurtaron una pieza de pan y un chocolatín para sus niños, las niñas primero vendidas y luego encarceladas por evitar una violación-casamiento, nos siguen dibujando la injusticia, la desigualdad, la discriminación y nos siguen tocando a la puerta de la conciencia, y de la acción.

 

Tercera. Para el caso de Santiago Nieto tal vez tuviéramos que hablar del pretexto de una imagen. Pero, la imagen de la presunta opulencia de una boda, contraria a la política de austeridad republicana de un Gobierno del que formaba parte Nieto, fue idónea para justificar “su renuncia”, previo el reproche público del presidente López Obrador. De la admiración y ensalzamiento de un hombre (cito a M. Ebrard, 2018) “con integridad, algo difícil de encontrar en la vida pública de México”, de un servidor de quien tantas veces vimos “Santiago Nieto para presidente”, en cuestión de un día, ¿o de una foto y un avión privado?, al estrépito de una caída: “cayó el ‘ángel justiciero’”, “Santiago Nieto traicionó a AMLO y al país”, “enseñó su verdadera cara de PRIAN”, citas de chats de los noticiarios Momentum y de Astillero Informa. Otra imagen que movió y removió.

 

Si las imágenes nos presentan sucesos que nos tocan a la conciencia, si realmente nos convierten —a nuestros propios ojos— en testigos de los hechos ¿qué hacemos? ¿qué sentimos que debemos hacer? Quiero presentar un contraste entre los tres acontecimientos anteriores y el que narro enseguida.

 

 Pantelhó. En el noticiario de Momentum del 9 de noviembre, el reportaje visual que realiza y presenta Ernesto Ledesma sobre la violencia en Chiapas causó una enorme reacción en la audiencia que constatamos a través del chat. Nada retrata mejor la realidad de tantas muertes y viudas y huérfanos y aterrorizados en Pantelhó que la evidencia sobre la ausencia “[d]el derecho a una vida libre de temores y miserias”, ese derecho que no existe para muchos pueblos, ni para los marginados, los desplazados, los migrantes. Así en Chiapas: Simojovel, Altamirano, Aldama, Chenalhó; y Pantelhó:

 

“Qu[é] terrible desgracia vive esta población y nadie hace nada”. “Qué tristeza Dios mío cómo pueden seguir pasando estas cosas tan horribles, que dolor tan grande por estas familias”. “Es un hermoso país, lástima que no dejen vivir a la gente humilde en paz, Dios tenga misericordia de [e]stas familias.” “Absolutamente nada hacen los gobiernos[,] viven del narco”. ​“¡Que impotencia! que ni la persona con más poder [ha] podido detener tanta impunidad y que [s]igan matando a tanta gente!!!”. “No tenemos hombres que organicen al pueblo”. Cada una de estas expresiones merece una reflexión honda, detenida, cuidadosa. También, las súplicas de la audiencia a Ernesto Ledesma para llevar esas imágenes, esos hechos a la Mañanera porque “al presidente no le informan bien”. Hubo, sin embargo, unas cuatro o cinco personas que expresaron “qué podemos hacer”, “¿cómo podemos ayudar?”. Me atrevo a decir que la mayoría se condolió, se indignó, sufrió con Pantelhó. Las reacciones mueven a la reflexión: del dolor a la impotencia, al reclamo, al hagan algo, al qué podemos hacer.

 

¿Qué hacer con las emociones, sentimientos, sensaciones que afloran de las imágenes, o de lo que atestiguamos viendo y oyendo, o de lo que leemos? ¿Qué hacemos con ese conocimiento que nos llega de lo que vemos y oímos y leemos? Preguntas que parafraseo de Sontag. “Si uno siente que no hay nada que nosotros podamos hacer —¿pero quién es ese “nosotros”?— y nada que ellos puedan hacer tampoco—¿y quiénes son “ellos”?— entonces uno empieza a aburrirse, a volverse cínico, apático.” Uno empieza a cambiar de canal, a ir de red en red social, al “así nos tocó”.

 

¿Empezamos a normalizar o ya tenemos normalizada la violencia, la desigualdad, la injusticia? Es una bofetada de injusticia que los peñanietos, los videgarays, los deschamps, los nacifs, estén libres; que activistas como Kenia Hernández esté presa y ambientalistas como Ildefonso Zamora haya estado preso casi un año; muchos ambientalistas mexicanos asesinados. Que los eslims, los salinaspliegos y larreas y vicentefoxes y hankes y sagrados-corazones-de-jesus-calderones anden como si nada, explotando, contaminando, destruyendo con toda impunidad. Que al exigirle a un policía hacer algo contra un fulano que estaba violentando a una mujer en la calle, la respuesta fuera “si no hay denuncia, no podemos hacer nada” (hecho real que me narra un amigo querido); que el hallazgo de otra fosa más reciba una respuesta de “ya no es novedad” (tuit); los innumerables comentarios de antifeministas y antifeministos de “cuándo salen las feministas a defender a X, Y, y Z, mujeres obviamente, sin que tales personajes defiendan ellas y ellos mismos a esas mujeres X,Y y Z. ¿Qué hacemos con esto? ¿Ya nos aburre? ¿Siempre lo mismo? Y ¿qué se le va a hacer? O ¡Qué vamos a hacer! ¿Qué pensamos que realmente podemos hacer y que logre un efecto, y cuál efecto? Siempre hay algo a la medida de nuestras posibilidades, miedos incluidos, que podemos hacer.

 

“Dondequiera que la gente se sienta segura [...] sentirá indiferencia”. Advierte Sontag, sin embargo, que detrás de esta indiferencia se asientan la impotencia y el miedo. Quizás esa indiferencia adormece el miedo y encubre la impotencia. Y la indiferencia lleva a la pasividad.

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