Que se hagan garras

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Federico Anaya Gallardo

 

”Desde el punto de vista político, habrá que sacar las palomitas y ver cómo estos personajes se hacen garras, cual si fueran personajes de novela de Martín Luis Guzmán”, nos dice Leo Zuckermann en su artículo “Pleito en la cúpula del poder” publicado en Excélsior el pasado 23 de Marzo de 2022. (Liga 1.) Los personajes son Julio Scherer García, exconsejero jurídico de la Presidencia; Olga Sánchez Cordero, exsecretaria de Gobernación; y Alejandro Gertz Manero, nuestro cuestionado Fiscal General de la República.

 

El comentario de Zuckermann nos regala un perfecto retrato de la comentocracia mexicana de nuestros días. En ella hay gente letrada, de allí la culterana referencia a las novelas de Guzmán (El águila y la serpiente, de 1928 y La sombra del caudillo, de 1929). Esa gente también está “al día”, y por ello, la literalización del emoticon “comer palomitas” de las conversaciones fast de las redes sociales.

 

La combinación de La Sombra del Caudillo y comer palomitas, sin embargo, deja un gusto agridulce en la boca de la lectora. Por más que la cultura se democratice y se masifique, la sutil diferencia entre generadores y consumidores de contenido impone cierta exigencia a quienes se enorgullecen de estar en “el círculo rojo”.

 

Para estar a la altura de la exigencia cualitativa que menciono, es mi opinión que la referencia guzmaniana es ligera, superficial y revela la poca profundidad del análisis de Zuckermann. Este último no es el primer intelectual (ni será el último) en comparar a López Obrador con los caudillos fundadores del régimen postrevolucionario mexicano en los ya lejanos 1920s. Pero aclaremos. El caudillo de Guzmán es una suma de Obregón y Calles; y mezcla dos crisis de la sucesión presidencial (1924 y 1928). Y distinguir ambos acontecimientos ayudaría a Zuckermann a profundizar en su análisis y a mejorar sus opiniones.

 

Martín Luis Guzmán (1887-1976) participó activamente sólo en la primer crisis –que terminó con la Rebelión Delahuertista (1923-1924). Era diputado federal en la XXX Legislatura (1922-1924) y miembro del Partido Nacional Cooperativista. Esta era una organización dirigida por Jorge Prieto Laurens y había ganado las simpatías de las clases medias urbanas. Sistemáticamente se opusieron a los sindicatos obreros de comandaba en esos días Luis N. Morones. En 1923 los cooperativistas apoyaron a Prieto para ser gobernador de San Luis Potosí. Anti-obreros en la ciudad de México, los cooperativistas se enfrentaron a los agraristas en tierras potosinas. Frente a Prieto se organizó la candidatura de Aurelio Manrique Lara apoyada por los agraristas –entonces radicales– de Saturnino Cedillo.

 

Si lees Las Sombra del Caudillo recordando lo anterior, lectora, entenderás la tirria que personajes como “Emilio Olivier Fernández” muestran contra los campesinos. Olivier es líder del “partido radical progresista”. Prieto/Olivier y los cooperativistas/radicalprogresistas son la opción de Guzmán diputado y de Guzmán narrador. Y, si tú yo hubiésemos vivido en 1923-1924, entenderíamos con mucha claridad que Guzmán apoyaba a las Derechas en contra de un caudillo (Obregón) que apoyaba a un sucesor (Calles) de Izquierdas –con el apoyo abierto de campesinos y obreros. A los delahuertistas sólo los apoyó el Ejército, en el cual ocho de cada diez generales se levantaron en armas. Si te quedan dudas ideológicas, lectora, revisa la opinión de Jesús Silva Herzog (abuelo) sobre esto. Pese al dolor de ver a viejos compañeros revolucionarios enfrentados unos contra otros, don Jesús sabía que Calles era en ese momento la opción de Izquierdas.

 

Guzmán salió al exilio en 1924 y desde España publicó sus dos grandes novelas. La Sombra del Caudillo termina con una terrible masacre, adonde el general Aguirre (candidato radicalprogresista) y sus cercanos son asesinados en una curva de la carretera México-Toluca. De nuevo, la anécdota proviene de la realidad. En 1927, Francisco Serrano y sus aliados fueron ejecutados en la carretara México-Cuernavaca. Serrano se había planteado como candidato anti-reeleccionista cuando Obregón y Calles lograron modificar la Constitución para permitir que el primero regresara a la silla presidencial. Pero, de nueva cuenta, el novelista nos oculta la polaridad social detrás de la sangre de los mártires radicalprogresistas: en 1927-1928, el obregonismo era la Izquierda posible y en su contra se cohesionaron todas las Derechas (recordemos que los atentados en su contra fueron orquestados por los católicos ultramontanos). Adolfo Gilly, quien evaluó estos hechos desde la Izquierda trotsquista en los 1970s, nos dice que cuando las Derechas eliminaron a Obregón en 1928, paradójicamente abrieron el camino para que en 1934 llegase a la Presidencia un candidato más izquierdista (Cárdenas).

 

Me he concentrado en la referencia guzmaniana de Zuckermann para mostrarte lectora, la inmensa distancia que existe entre la política mexicana de los 1920’s con la de los 2020’s. Hace un siglo, nuestra Nación venía saliendo de una profunda revolución social; en nuestros días no ha ocurrido nada equivalente. Zuckermann lee La Sombra del Caudillo como si las grillas entre secretarios de Estado ocurriesen en el gabinete del presidente Ruiz Cortines (1952-1958), adonde la Presidencia se había consolidado tanto que “don Adolfo” podía engañar a todos con varios “tapados” y luego “destapar” a “Adolfito” López Mateos para espanto y escándalo de generalotes como Gonzalo N. Santos. El presidente guzmaniano es tan débil que su única opción es asesinar a sus opositores. Los monarcas sexenales de Krauze (1952-1988) eliminan a los disidentes de modos más civilizados… tanto, que el último de ellos, de la Madrid, permitió que los priístas descontentos con la designación de Carlos Salinas de Gortari abandonasen el “partidazo”.

 

Con todo, Zuckermann atina en algo. En el gabinete López Obrador hay disputas y conflictos tan graves que llegan al público de manera recurrente. En esto, la Administración López Obrador sí es igual a la Administración Obregón de un siglo antes. Y del mismo modo que el secretario de Hacienda (Adolfo de la Huerta) y el secretario de Gobernación (Plutarco Elías Calles) –ambos obregonistas en 1920– cohesionaron respectivamente a la Derecha y a la Izquierda de sus tiempos; dentro del gobierno obradorista está presente todo el espectro político.

 

Por supuesto, Zuckermann es inconsecuente e irresponsable, puesto que si su comparación es la tragedia guzmaniana, su actitud no debería ser “sacar las palomitas” para ver el conflicto. No seamos demasiado duros con él, lectora, puede ser así de superficial porque el obradorismo no es equivalente al obregonismo. Contrario al Manco de Celaya, el Peje es un pacifista serio. Mientras el sonorense torció la Constitución para reelegirse, el tabasqueño convenció a sus opositores de cambiarla para someterse a Revocatoria (y para ser sujeto de impeachment). Y lo más importante: mientras la ciudadanía se enteró de las tragedias de 1924 y 1927 mediante una novela que cambiaba los nombres de los personajes centrales, nosotras lo hicimos a través de una prensa libre y vemos a esos personajes litigando sus diferencias en los tribunales.

 

Esas diferencias importan.

 

Ligas usadas en este texto:

 

Liga 1:

https://www.excelsior.com.mx/opinion/leo-zuckermann/pleito-en-la-cupula-del-poder/1505536

 

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