Problemas de la Torre de Marfil

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Hace dos semanas te decía, lectora, que hoy día todos aplaudimos que el SNI haya uniformado los sistemas de evaluación del trabajo académico. La semana pasada agregué que parte esencial de ese trabajo es la docencia y te señalé que uno de los problemas más extraños es que, en el sistema de evaluación del SNI, la escala de los grados académicos (licenciado, maestro, doctor) poco o nada tiene que ver con la pedagogía. También recordarás que uno de los argumentos para rechazar a una persona en el SNI puede ser la “desactualización cognitiva y operativa” que ocurre si la persona se separa demasiado tiempo (más de 15 años) del ámbito académico una vez que recibe su título de licenciatura. En aquellos escritos adelanté que lo que CONACyT decidió fue escoger personas jóvenes que inicien tempranamente (inmediatamente después de licenciarse) un cursus honorum bien regimentado dentro de la Academia –esa bella e imponente torre de marfil.

Dentro de la Academia. Esta es la clave. ¿Qué es eso? “Academia” es un espacio colectivo, que forman las mujeres y hombres que hacen docencia, investigación, difusión de la cultura, vinculación científica con la sociedad y servicio académico-administrativo a sus pares. La mayor parte de las personas que estudian una licenciatura, no se mantienen en contacto con ese colectivo una vez que terminan sus estudios. Salen de ese espacio y ejercen en la sociedad los conocimientos que adquirieron en la torre de marfil. Esas y esos egresados son “productos” de la docencia y representan la mayor aportación que las instituciones de Educación Superior (IES) hacen a la sociedad.

Sin embargo, hay una minoría de egresados de licenciatura que desde su momento como estudiantes muestran una vocación académica. Este sector es esencial para el colectivo llamado Academia, pues es en él adonde se renuevan los cuerpos docentes y se vuelven a llenar los claustros académicos. Respecto de este sector del estudiantado, las tareas de docencia son más delicadas. Deben identificar las capacidades específicas de cada persona y discernir el tipo de trabajo de largo plazo que cada quien podría realizar dentro de la torre de marfil.

La diferencia entre egresados que propongo existe en todos los sistemas universitarios. Hace años, a mediados de los 90, comentando estos temas con una buena amiga, estudiante del doctorado en Antropología en una universidad estadounidense, ella me señaló que no entendía por qué en México obligábamos a todas y todos los estudiantes a hacer una tesis de licenciatura –siendo que la mayor parte de las personas no se dedicarán a la investigación. En opinión de mi amiga, generalizar el requisito de tesis era injusto y un obstáculo para la titulación de la mayoría de los estudiantes.

En los EUA, el grado equivalente a la licenciatura es el “bachelor in arts” (B.A.) o el “bachelor in science” (B.Sc.) y para obtenerlo no se requiere un “gran trabajo” final como nuestras “tesis”. En algunos programas de B.A. o B.Sc. la persona puede presentar una tesina al final de su periodo de estudios, pero esto sólo ocurre porque el claustro de profesores ha identificado que esa estudiante tiene interés y capacidades para estudiar un posgrado y convertirse en parte del claustro.

Desde 1987, una de las demandas del movimiento estudiantil y académico de la UNAM era abrir un abanico más amplio de opciones de titulación para los egresados de licenciatura. Cada escuela y facultad ha ido avanzando –a veces con cuentagotas– por ese camino. En Derecho, por ejemplo, una de las opciones razonables de titulación que propusimos era la praxis profesional monitoreada y evaluada tanto por despachos de abogados practicantes como por la Academia. (Alguna vez te contaré de un bello antecedente decimonónico de esta opción de titulación.) La opción de tesis de licenciatura debería permanecer, pero marginalmente, enfocada a las y los egresados que tienen interés y capacidades para emprender su propia carrera como miembros de la Academia.

Esas personas, de manera inmediata y ciertamente dentro de los quince años post-licenciatura que CONACyT incluía como requisito para ingresar al SNI, buscarán ingresar a una maestría y luego a un doctorado. Aquí CONACyT creó otra institución que se discute poco fuera de la torre de marfil: el PNPC (Programa Nacional de Posgrados de Calidad).

Para que un programa de maestría o doctorado sea admitido en el PNPC, la IES debe demostrar a CONACyT varias cosas, la primera de ellas, que cuenta con una planta docente capaz de sostener sus planes y programas de estudio. Esa planta docente debe tener un número mínimo de miembros del SNI. Así se cierra uno de los buenos circuitos de excelencia del sistema y se demuestra que el SNI es algo más que una “distinción” por la que pelean marqueses como Gertz y Sheridan. Las y los profesores investigadores con SNI deben dar clases y, de preferencia, en programas de posgrado –adonde se renuevan y multiplican los claustros académicos. Aquí aparece un problema que la IES debe enfrentar: asegurarse de que sus SNI también impartan clases en licenciatura. Una tentación peligrosa es dejar la formación de las y los estudiantes de licenciatura en manos de docentes no-permanentes (de asignatura), que no necesariamente tienen la alta calidad que se exige a los SNI. Una buena gestión escolar se debería asegurar de que los y las profesoras SNI tengan clases tanto en licenciatura como en posgrado.

¿Qué beneficios reporta a una IES que sus programas académicos estén en el PNPC? Aparte del prestigio (que es sólo una apariencia para uso de marqueses), el CONACyT asegura cierto número de becas a las y los estudiantes. Estas becas permiten que los maestrantes y doctorantes se dediquen de tiempo completo a sus estudios y terminen en su año (in suo anno). La eficiencia terminal del programa es uno de los elementos que CONACyT evaluará para otorgar al programa de posgrado un nivel más alto (me parece que actualmente hay tres niveles, mis lectoras que sean señorías académicas nos podrán complementar este dato).

Actualmente hay muchas decenas de maestrías y doctorados en el PNPC. ¿Cómo se le da seguimiento a las condiciones que he mencionado? Hace mucho tiempo, CONACyT pretendió supervisar directamente todo. Este esquema resultó ineficaz. Por lo mismo, hoy en día CONACyT ha delegado a la coordinación académica de cada programa de posgrado la vigilancia de las condiciones en que cumplen sus obligaciones los becarios PNPC. Jurídicamente, cada persona estudiante firma cartas compromiso aceptando las condiciones de su beca, siendo la más importante que se dedicará de tiempo completo a sus estudios. Sólo hay una excepción: puede dar clases, pero no más de ocho horas por semana. Una regla razonable e indicativa: subraya el objeto general de formar personal docente de nivel superior a través del PNPC.

Para que el esquema que he descrito sea exitoso, es indispensable que en la torre de marfil exista un colectivo real, una verdadera comunidad académica –y no una burocracia que “empuja trámites” y llena formularios. Sobre esto, me vienen a la mente dos ejemplos. Uno, en la maestría de Derechos Humanos de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Uno de sus becarios PNPC, en el último semestre del programa –cuando la carga escolar era menor– consiguió un empleo en el organismo público electoral del estado. Recibiría un salario que le obligaba a trabajar de tiempo completo. Por lo mismo, era incompatible con la beca. La coordinación académica de la maestría, que da un seguimiento personalizado al estudiantado, detectó lo anterior, recomendó al estudiante renunciar a la beca y reportó la incidencia a CONACyT. Esto es una buena práctica que permite utilizar más eficientemente los recursos públicos que se dedican a las becas PNPC.

Mi otro ejemplo está en las antípodas. Se trata de un venerable programa de doctorado en la venerable UNAM, en el cual la (nada venerable) burocracia que lo administra no daba seguimiento serio al estudiantado. Resulta que una de las personas estudiantes, al mismo tiempo que cursaba el doctorado, con la beca PNPC, mantenía una relación laboral académica de tiempo completo en otra IES. Eventualmente, este hecho se dio a conocer gracias a diversas solicitudes de acceso a información pública y CONACyT decidió suspender la beca por incumplimiento de sus condiciones. Pero esto se hizo efectivo apenas en el último mes del programa académico. En este caso los recursos públicos cayeron en el esquema de captura de renta... que es una de las cosas atroces que hacen los marqueses.

¿Qué diferencia los dos ejemplos que acabo de mencionar? La fortaleza del “tejido social” de la comunidad académica en el caso de la UASLP frente al predominio de una burocracia que sólo hace trámites en el caso de la UNAM. Comunidad académica, claustros vivos (interactuantes) de profesoras y estudiantes, eso es la materia de la excelencia... no la biografía brillante de un rock star como el marqués Sheridan.

Y atención: los dos ejemplos que enuncié han servido para mejorar los procedimientos de CONACyT. El buen gobierno de la torre de marfil requiere perpetua vigilancia.

La trampa de la pregunta, ¿o la pregunta de la trampa?
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