Política streaming

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La pauta para escribir este texto se originó en un tuit de @Patriciomonero, ilustrado por este dibujo. Su tuit del 17 de agosto es todo un editorial: “qué emoción! ya empezaron a salir los videos...” El dibujo de Patricio (quien amablemente autorizó su publicación en esta columna) es la mejor expresión de los tiempos que vivimos, en los que la política se ha convertido en parte del espectáculo cotidiano. Son los tiempos de la política streaming.

Hace más de cincuenta años, Guy Debord publicó La Sociedad del Espectáculo, un trabajo en el que a través de 221 tesis desmenuzó, desde una inocultable perspectiva marxista, lo que a su juicio eran los rasgos centrales de la sociedad contemporánea. Si es de su interés, el libro lo puede usted leer en el siguiente enlace: http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/Societe.pdf. En la primera de sus tesis, Debord deja en claro la concepción que anima su trabajo: “Toda la vida de las sociedades en las que dominan las condiciones modernas de producción se presenta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que era vivido directamente se aparta en una representación”.

La cita viene a cuento porque, parafraseando a Debord, la vida política en México se presenta como una inmensa acumulación de espectáculos, lo que significa que se ha convertido en mera representación. Los videos que han circulado en redes sociales y medios de comunicación en días recientes, son elocuentes de la vida política vuelta espectáculo: un show que puede ser digno de encomio o de rechazo, pero al que difícilmente se le puede escamotear su importancia en la construcción de los parámetros de lo que en México llamamos política, esto es, la actividad que ejercen los políticos de carrera y que se les paga con generosidad, por cierto.

Nos hemos transformado en el auditorio de un espectáculo en el que igual se aplauden y celebran ciertos videos, algunas noticias periodísticas o los dislates de ocasión, que se abuchean y objetan otros materiales gráficos, alguna declaración absurda o una inocultable mentira envuelta en oropeles. Se festeja el video, el documento, la grabación o la declaración que coinciden con las preferencias políticas de cada quien, mientras que se critican ferozmente los mismos materiales de los considerados adversarios. Para que el espectáculo se mantenga vivo y políticamente funcional, se necesita que haya material para el escándalo y, quizás incluso, para el debate.

La política convertida en espectáculo es mucho más apasionante y divertida para los integrantes de la clase política y quizás para algunos habitantes de Twitterland, pero para el resto de la población, para las personas de a pie, para las y los ciudadanos de la calle, el espectáculo ofrecido les resulta distante, si no es que ajeno. A otras personas nos parece decididamente patético. Es parte de la política, sin duda, pero de una cierta forma de entender una actividad inherente a las relaciones sociales. Para bien de la comunidad, la política streaming no es la única forma de hacer y vivir la política.

Hace más de 25 años, Giovanni Sartori acuñó el término de video-política, que “hace referencia sólo a uno de los múltiples aspectos del poder del video: su incidencia en los procesos políticos, y con ello una radical transformación de cómo «ser políticos» y de cómo «gestionar la política» (https://www.redmovimientos.mx/2016/wp-content/uploads/2016/10/Homo-Videns.pdf). En un tiempo en el que la primacía de la imagen opaca la capacidad de discernimiento, la política espectáculo se convierte en la principal forma que tienen los políticos profesionales de hacer política. Así, no hay semana a la que no asistamos al estreno de un nuevo video, de fotografías “reveladoras”, de documentos y grabaciones que, en aras de la transparencia democrática, hacen de la política una serie en streaming con innumerables capítulos e incontables temporadas. La política streaming es, por definición y necesidad propia, una política espectacular.

La política streaming necesita de la democracia electoral, tanto como las elecciones requieren propaganda, tiempos en radio y televisión, presencia eficaz en redes sociales, en una palabra, espectáculo. Y el espectáculo no es precisamente barato: para las elecciones del próximo año, los partidos políticos tendrán un presupuesto de más de 7 mil 200 millones de pesos. Toda vez que la política streaming significa la reducción de lo político a sólo lo electoral, irónicamente, es la vía directa para la despolitización social, para hacer del ejercicio del poder una representación que ocurre exclusivamente en tiempos en los que se elige, precisamente, a los representantes populares. Al hacer de lo político un espectáculo centralmente electoral, la política streaming da la espalda a la acción política, organizada o no, que hacen millones de personas en defensa de sus derechos, en busca de sus libertades.

A la política streaming no le interesa la participación ni la democracia en las escuelas, en las fábricas, en los ejidos, en las comunidades indígenas; tampoco le importa gran cosa la lucha de las feministas por la vida y los derechos de las mujeres, ni la resistencia de los pueblos en defensa de sus territorios, o las protestas de las familias en búsqueda de sus desaparecidos y desaparecidas, o los movimientos de migrantes exigiendo sus derechos, ni tampoco le importa la rebeldía que hierve en los barrios pobres de nuestras ciudades. Salvo que esas luchas y protestas puedan significarle alguna cauda de votos a tal o cual partido, a la política streaming le tiene sin cuidado la autonomía política de las organizaciones y los movimientos populares. Toda vez que la autonomía política se construye desde abajo, en horizontal y muchas veces en silencio, su escasa o nula espectacularidad la hace muy poco atractiva para la política streaming.

En otra de sus tesis, Guy Debord dice que “el espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes”. Si la política streaming es espectacular por antonomasia, entonces estamos ante una relación social, política en particular, mediatizada por imágenes. Se trata de una relación orientada a la producción política de electores en un primer momento, posteriormente, de electores con una determinada orientación o preferencia partidista. La producción de electores es el leitmotiv de la política streaming, de allí que su énfasis se agudice en tiempos próximos a la cita con las urnas. Sin embargo, aunque en tiempos electorales la política streaming tiende a desplegar todas sus potencialidades, y sus visceralidades, la producción de votantes inicia desde mucho antes de que los futuros electores obtengan la mayoría de edad. Inicia con la despolitización generalizada de la sociedad mediante la expulsión de la política -esto es, de las relaciones de poder- de las familias, las escuelas, las colonias, los centros laborales, los medios de comunicación, las relaciones de pareja, la sexualidad.

La formación de los espectadores que requiere la política streaming inicia a temprana edad, entre otras formas, a través de los medios. De allí que sea preocupante la decisión de las autoridades educativas de iniciar el ciclo escolar, este lunes 24, sin haber consultado siquiera al magisterio del país que, hay que decirlo, conoce mejor que nadie las características del complejo sistema de educación básica del país. Es perfectamente entendible que en tiempos de pandemia el ciclo escolar deba ajustarse a las condiciones necesarias para disminuir el riesgo de contagios, pero de allí no se desprende, obligadamente, que la única y la mejor alternativa haya sido llevar la escuela a las pantallas de televisión. Se trató de una decisión centralizada, en lo absoluto democrática, que hizo tabla rasa de la diversidad de condiciones en que estudian las niñas y los niños del país. Por cierto, el anuncio de las clases por televisión, en el que no estuvo presente ni una sola maestra, ni un solo maestro, pero sí funcionarios y empresarios de los medios, fue ampliamente difundido, en un capítulo más (hasta eso, aburrido) de la política streaming.

Fomentar la política streaming es redituable en términos electorales, pero altamente riesgoso para la transformación del país que se pretende. El riesgo no es menor: la T, de la 4T, puede interpretarse no como transformación, sino como temporada.

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