Perspectivas y posicionamientos

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Alejandro Saldaña Rosas

 

Cada quien ve lo que quiere ver. Es una cuestión de perspectivas que, sumadas todas, desgraciada o afortunadamente, están muy lejos de ofrecer el cuadro completo, el escenario total. Diferentes perspectivas que dan lugar a posicionamientos que acunan simpatías y repulsiones, admiración y rechazo, o menos frecuente pero no extraño, indiferencia (que no deja de ser, también, una perspectiva).

En cuestiones políticas, cada quien ve lo que quiere ver, desde su lugar social, su inclinación ideológica, su identidad de género, sus recursos materiales e intelectuales, su trayectoria biográfica, sus antecedentes familiares, su ingreso económico, etc. Y por supuesto, no todas las perspectivas tienen cabida en un sistema que se precie de ser democrático y de respeto a los derechos humanos, es decir, las muchas expresiones de la intolerancia, el fanatismo, el racismo, el sexismo, el machismo, no pueden considerarse inocentes puntos de vista puesto que, en esencia, se trata de manifestaciones de la violencia ajenas por completo a las aspiraciones de una sociedad que se pretende democrática.

En este entrecruzamiento de registros que van de lo familiar a lo económico, de lo heredado a lo construido, del prejuicio al razonamiento, de la clase social a la percepción subjetiva, de la exclusión a los privilegios, en este cruce de registros, insisto, se construyen las perspectivas y los posicionamientos políticos, en el entendido de que, a fin de cuentas, todo es político, y por favor, no confundir lo político con lo exclusivamente electoral.

El conflicto es que frente a la magnitud de los problemas que debe atender y resolver la política, las diferentes perspectivas son pequeñitas, esmirriadas, mezquinas inclusive. De allí que, desde mi perspectiva, me parece muy limitado presumir las masas convocadas (de uno u otro lado), la originalidad de las arengas, la pasión de los discursos y el fervor de los presentes, frente a los miles de mujeres desaparecidas y asesinadas, la pérdida de territorios enteros de las comunidades originarias, las ejecuciones militares, los más de cien mil personas desaparecidas, el indeclinable poder del narco, la depredación ambiental en todo el país, en particular en la península de Yucatán por el mal llamado tren Maya. Las grandes manifestaciones en el zócalo, tanto de afines a la 4T como de sus opositores, son demostraciones de músculo para la autocomplacencia, por lo que cada grupo y desde su perspectiva, hará una estimación entusiasta del propio éxito obtenido y del fracaso del odiado adversario. Y mientras unos y otros se miran el ombligo, los grandes problemas del país siguen apabullando con su persistente contundencia.

Es cierto que los problemas del país son muy complejos y que superarlos llevará mucho tiempo. El asunto es que, desde mi perspectiva, ni siquiera se está en el camino para resolverlos, inclusive algunos no tienen lugar en las agendas de unos y de otros; sustento mi perspectiva en los datos, por ejemplo, en materia de feminicidios y violencia de género, en la impunidad de la que gozan los militares, en el incremento de la pobreza, en los más de 9 millones de árboles talados en Yucatán y las decenas de cenotes rellenados, en las ineficacias de las fiscalías todas (empezando por supuesto por la general de la república), en los miles de carpetas de personas desaparecidas que se acumulan sin que nadie se haga cargo, en la persistente injusticia para los 43 estudiantes de Ayotzinapa y sus familias, en las comunidades de Aldama bajo fuego. Estos y muchísimos otros problemas son complejos y de larga data su solución, pero, desde mi perspectiva, no se ven avances significativos en su mengua.

Los posicionamientos de cuatroteistas y de opositores oscilan entre sí en el número de convocados a las plazas, en las diatribas de unos contra otros, en los escándalos revelados de una parte y los desenfrenos balconeados de la otra. Y mientras en la arena política nacional se dan con todo técnicos y rudos, rudos y técnicos, el país entero se sigue desangrando de dolor, pobreza y miedo. ¡Echen las campanas al vuelo por las plazas llenas, las piras ardientes y las estoicas conciencias! En el alborozo de mirarse sus ombligos no escuchan que las campanas doblan a duelo.

Tal vez la peor consecuencia de hacer del ejercicio de la política un mero asunto electoral, es que resulta muy fácil enrollarse en las próximas candidaturas, en los liderazgos que conduzcan, en los votos necesarios para lograr las mayorías requeridas. Sin lugar a dudas las elecciones son un momento muy importante en el ejercicio político, pero la democracia no puede, no debe, limitarse a acudir cada cierto tiempo a las urnas. Y en este rubro, desde mi perspectiva, hay un enorme déficit tanto de unos como de otros.

Por el lado de las derechas es impensable que pueblos y comunidades, que trabajadoras y trabajadores, que artistas y científicos y científicas, ejerzan su derecho a la autonomía. El poder despótico del capital es tal porque precisamente anula las posibilidades de construcción de autonomías; y las invalida por la vía del consentimiento, por la ruta de la coerción o por el camino de la violencia abierta. Por el lado de las izquierdas, la fuerza gravitacional de las elecciones se ha convertido en un hoyo negro que atrae los intentos de construir y preservar las autonomías. Ese hoyo negro ha llevado a la 4T a establecer alianzas con sus antes adversarios, a postular candidatos y candidatas de abyectas trayectorias políticas, a integrar a la administración pública a impresentables, en pago a favores electorales recibidos. El hoyo negro electoral ha hecho que la 4T se olvide, o al menos deje en segundo término, las autonomías populares.

Las perspectivas y posicionamientos de unos y de otros, de cuatroteistas y de opositores, constituyen el vórtice electoral en el que el país se sigue consumiendo, aparentemente, sin posibilidad de escapatoria alguna. Tampoco es que votar por unos o por otros sea lo mismo, en lo absoluto, pero limitar la acción política que el país requiere exclusivamente a la perspectiva electoral, significa cancelar la posibilidad de escapar del hoyo negro. Las alternativas electorales han llegado a ser de tal pobreza que se vota por el menos malo, o de plano, no se vota, o se anula el voto. Insistir en las elecciones como la única ruta para la transformación del país, es seguir hundidos en el hoyo negro de la democracia electorera.

No por fortuna, sino por la resistencia de pueblos y comunidades, de trabajadoras y trabajadores, de artistas, de feministas, de científicos y científicas, de colectivos de búsqueda de personas desaparecidas, de grupos ambientalistas, de defensores y defensoras del territorio, de periodistas críticos al poder en su conjunto, de cooperativistas, de artesanos y artesanas, gracias a esas resistencias y luchas, a esas perspectivas y posicionamientos, invisibles e inaudibles en las grandes manifestaciones y las plazas llenas, el país tiene futuro.

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