Paradojas

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Alejandro Saldaña Rosas

 

Hace algunos años, trabajando con funcionarios y empleados de una dependencia del gobierno federal, escuché esta afirmación (cito de memoria): “nos exigen que demos resultados, y al mismo tiempo, que nos apeguemos a la normatividad. El problema es que no se pueden hacer las dos cosas al mismo tiempo: o damos resultados, o seguimos las normas”. La forma en que resolvían esa paradoja, y lo siguen haciendo, era mediante una suerte de negociación: algunos resultados y relativo apego a la normatividad, pero eso sí, mucha simulación, es decir, un performance refinado que dejaba a todas las partes complacidas: a los mandos superiores les permitía presentar informes con números y datos positivos, a los funcionarios y empleados, mantener su puesto y las condiciones de trabajo y a las instancias externas de evaluación del desempeño, cumplir con su agenda y sus métricas. La simulación hizo, hace, a todos y todas, medianamente felices.

Las paradojas no son exclusivas de la administración pública, están presentes también en el ámbito privado, en empresas y organizaciones de todo tipo e inclusive, en nuestra vida cotidiana. En el ámbito académico, por ejemplo, es bien sabido que las vacaciones son usadas para terminar un artículo, leer una tesis o terminar una ponencia. Deseamos que llegue el tiempo de las vacaciones, como también queremos que terminen para volver al trabajo y descansar del asueto. Y qué decir del home office que, por una parte, amplía el tiempo libre, al mismo tiempo que abre la posibilidad de trabajar las 24 horas. Las paradojas son el signo de nuestros tiempos.

Tal vez lo más paradojal de las paradojas es que se han incorporado al sentido común, sin reparar en sus intrínsecas incongruencias, en sus contrasentidos inherentes, en la confusión que pueden provocar; mencionemos algunas de ellas, simplemente a modo de ejemplos: desarrollo sustentable, administración del cambio, consumo responsable, estandarización de la mejora continua, riesgos de la seguridad, orden del caos, libertad vigilada, gestión de la creatividad y la innovación, entre muchas otras.

Posiblemente la expresión más perniciosa de la expansión neoliberal en el sentido común es que sus consignas, fórmulas y prescripciones, su ideología para ser preciso, legitima y normaliza procesos y condiciones históricas cargadas de intereses de todo tipo. Los intereses y perspectivas de una clase social, o de ciertos sectores de clase, se vuelven creencias compartidas, obviades incuestionables, verdades impensadas. Así, por ejemplo, las crisis han dejado de ser cíclicas para convertirse en un estado permanente que afecta no solamente a la economía, sino a las personas en su subjetividad, a las personas en sí mismas.

Revise usted sus circunstancias de vida y caerá en la cuenta de una serie de paradojas que le atraviesan, que le jalan en diferentes direcciones, incluso que le conflictúan. Muchas de esas paradojas en realidad son contradicciones del sistema social, internalizadas, subjetivizadas, es decir, convertidas en tensiones individuales, en carencias propias, en faltas y fallos personales. No es de extrañar que uno de los sufrimientos emocionales más diagnosticados en la actualidad sea el trastorno bipolar que, sin duda, tiene un componente orgánico pero la hipótesis de que las paradojas sociales precipitan o favorecen este trastorno debería al menos considerarse. Al respecto, Vincent de Gaulejac y Fabienne Hanique señalan que “en sí mismo, el aumento de los trastornos bipolares en nuestras sociedades no es una coincidencia… Si la histeria y la neurosis caracterizaron a la sociedad en la que vivió Freud, la de Viena a principios del siglo XX, podemos pensar que el burn out, la depresión y los trastornos bipolares caracterizan a las sociedades hipermodernas de principios del siglo XXI”.[i]

La sociedad, el sistema, nos demanda ser personas creativas, autónomas, con iniciativa, flexibles y capaces de romper los moldes, pero al mismo tiempo, nos exige acatar las normas, sujetarnos a las prescripciones, someternos al orden establecido. Tenemos a la excelencia como un objetivo deseable, pero es absolutamente imposible que todos y todas seamos excelentes, puesto que, si todas las personas lo fuésemos, la excelencia dejaría de ser algo que está fuera de la normalidad, de la generalidad, de lo común. La excelencia de unos pocos es la exclusión de otros muchos. Defendemos con vehemencia nuestra libertad de circulación y residencia, al mismo tiempo que condenamos a quienes migran e impedimos su paso con muros y cercas. La libertad de unos cuantos, es el sometimiento de muchos más. Exaltamos los logros individuales, a la vez que cuestionamos el individualismo. El triunfo de unos pocos significa la desgracia de muchos otros. Quien mejor navegue en las turbulentas aguas de las paradojas será considerado un ganador, una ganadora, un winner… aunque el costo sea el cinismo y la desafección.

Más paradojas: hacer más con menos; aquí hay soluciones, no problemas; mientras más tiempo libre tengo, más trabajo; en tiempos en que la inteligencia está por todas partes (desde los teléfonos hasta los edificios) la estupidez despunta. Miles de personas enferman y mueren por no tener trabajo, y otras por tenerlo en exceso. De igual forma, millones de personas enferman y mueren por no tener comida, y otras por comer en exceso. En un mundo conectado que nos hace estar tan juntos, la soledad está por todas partes. Nunca se habían creado tales niveles de riqueza, ni nunca había habido tanta pobreza. Miles de personas padecen las consecuencias de la desinformación, y muchas más acusan los estragos de la información en exceso o de la desinformación.

Quizás el ámbito donde mejor se expresan las paradojas del capitalismo globalizado sea el de internet y las redes sociales. La libertad controlada, paradoja del sistema, ha hecho del espacio virtual su hábitat natural (otra paradoja). Ya sea a través de la laptop o del teléfono celular, navegamos en el mundo virtual en pleno ejercicio de nuestra libertad, a voluntad plena y sin mayores restricciones buscamos información, pagamos facturas, pedimos un servicio de transporte, compramos en línea, asistimos a reuniones de trabajo; aún más, participamos activamente en debates e iniciativas, opinamos y criticamos, apoyamos unas candidaturas y desalentamos otras, seguimos a unos medios y cuestionamos a otros, optamos por cierto periodismo y repelemos otro; en pocas palabras, nos convencemos a nosotros mismos, a nosotras mismas, de estar haciendo democracia y con ello, abonamos a la reproducción de un sistema que inhibe, e impide, la participación colectiva en los asuntos de la vida pública.

Lo paradojal es que, al criticar al sistema, lo fortalecemos; al ejercer nuestra autonomía, permitimos que nos vigilen; al participar en el ágora virtual, contribuimos al ruido informativo; al reivindicarnos como individuos, nos confundimos en la multitud; al navegar libremente, aportamos los datos para que las firmas comerciales nos ofrezcan los productos y servicios acordes a nuestros gustos y aficiones. Curiosa libertad la nuestra en la que estamos permanentemente geolocalizables y bajo vigilancia. Sin olvidar, desde luego, que en el soberano ejercicio de nuestra libertad virtual engrosamos las de por sí inmensas fortunas de Elon Musk, Mark Zuckerberg, Jeff Bezos, Larry Page, Bill Gates, por mencionar solo a los más visibles y conocidos.

Este mismo texto es paradojal. Por una parte, invita a reflexionar en torno a las paradojas, al mismo tiempo que llega a sus manos, a sus ojos y a sus oídos a través de una plataforma virtual, de Twitter, de Facebook o de WhatsApp. En el intento de escapar a las paradojas, las fortalecemos. No hay salida.

[i] De Gaulejac, V. y Hannique, F. (2015) Le capitalisme paradoxant : Un système qui rend fou. Seuil.

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