"Neta las morras vamos a hacer la revolución": transformar el miedo en resistencia

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"La verdad me siento muy cansada… yo no llevo muchos años yendo a movilizaciones ni nada, pero es muy agotador ver las noticias todos los días, abrir Facebook o Twitter y ver a una compañera más muerta, violada, que la han agredido", señaló Aylin, de 22 años, una manifestante encapuchada que formaba parte del grupo de mujeres que protestaban contra el machismo y la violencia de género en los torniquetes del metro Bellas Artes dejando pasar libremente a los usuarios.

En medio de un día lleno de manifestaciones en la Ciudad de México –normalistas, pueblos indígenas, enfermas de cáncer y pacientes con VIH–, el pasado 21 de febrero un grupo de aproximadamente 30 mujeres decidió realizar acciones para ocupar el espacio público y visibilizar su enojo ante la violencia de género y los feminicidios en este país. Cerca de las 4 de la tarde, cerraron la Av. Eje Central durante una hora y realizaron diferentes actividades como bordado, performance, micrófono abierto y metro popular.

Los recientes feminicidios de Isabel Cabanillas, activista feminista de 26 años; de Ingrid Escamilla, de 26 años, quien fue desollada y mutilada por su pareja; y de la niña de siete años Fátima Cecilia, cuyo cuerpo torturado fue tirado en un bote de basura, terminaron por trastocar la tranquilidad de muchas mujeres. La brutalidad de los hechos, la pésima cobertura de los medios de comunicación y la revictimización de la sociedad hicieron que estos crímenes escalaran en la opinión pública, al grado de que muchas de las personas que no se habían indignado por las 10 mujeres asesinadas a diario en promedio en México, esta vez lo hicieron.

"Es muy cansado...hay veces que ya mejor quiero dejar el celular un segundo porque te abruma, me siento muy abrumada, muy triste, a pesar de que no conoces a nadie... es muy agotador ser mujer justo ahora", dijo Aylin quien vestía completamente de negro, mientras su compañeras gritaban consignas como "las niñas no se tocan, no se matan, no se violan" ante la mirada de sorpresa de cientos de usuarios y usuarias del metro que pasaron de la indiferencia a la atención, tal como ha sucedido en las últimas semanas con la violencia de género y el movimiento feminista en México.

Del miedo a la esperanza

El ascenso incontrolable de los feminicidios, la cobertura mediática de estos crímenes cada vez mayor gracias al movimiento feminista y la indiferencia del gobierno federal al respecto han sacudido los cimientos de una sociedad cada vez más consciente de la violencia machista. Las manifestantes que rompieron la cotidianidad del metro Bellas Artes no sólo se movilizaron por el coraje y la exigencia de justicia. También asistieron en busca de otras mujeres que como ellas, enfrentan un panorama de incertidumbre, ansiedad y miedo:

"Ahorita me siento súper fuerte, con todas la ganas del mundo de seguir en esto, me siento muy empoderada, acompañada, me siento querida y me siento hasta importante", respondió Denisse, de 22 años mientras acompañaba las consignas golpeando de forma rítmica la estructura metálica que sostiene al torniquete y evita que los usuarios paguen su entrada. "Me gusta mucho que todas ellas estén aquí, juntas, conmigo y más que todo me siento acompañada y segura", dijo mientras sus ojos (la única parte de su rostro visible) se llenaban de lágrimas y su ceño se apretaba, síntoma inequívoco de la emotividad del momento.

Ella no es la única que encuentra fortaleza, acompañamiento y esperanza rodeada de mujeres organizadas. Por unas horas y mientras estaban juntas, se sentían seguras ocupando un espacio público que la mayor parte del tiempo es hostil y riesgoso para ellas.

No es casualidad que hayan elegido una estación del Sistema de Transporte Colectivo de la Ciudad de México, donde viajan a diario millones de personas y en el que ocurren violaciones, acoso e incluso secuestros de mujeres. De acuerdo con Libertad Secuestrada, una investigación de Rompeviento TV, se registraron 166 intentos de secuestro en sus inmediaciones en el último año.

María Magdalena, madre de un niño de 5 años, bordadora y escultora en papel maché comparte cómo para ella la dicotomía alegría-coraje compartida con el resto de las manifestantes funciona como un bálsamo: "En este momento me siento con mucha euforia, con mucha alegría, con coraje. Nos reunimos las compañeras y yo para manifestarnos y simplemente es porque ya estamos hartas de tantas cosas que nos pasan a diario a nosotras las mujeres y yo sinceramente hasta hace poco no me consideraba feminista y justo era porque me sentía como confundida", aseguró quien portaba un pañuelo verde en el cuello a favor de la despenalización del aborto y pese a que dijo tener problemas con las etiquetas, señaló  "tampoco tiene nada de malo sentirse parte de un movimiento y menos de uno con el que te sientes a gusto, que te apoya y lucha por ti".

Tejer y otras formas de resistir

Mientras cuatro compañeras vigilaban los torniquetes durante la protesta dentro del metro, otras gritaban consignas, unas bordaban y algunas más daban testimonios a través de un megáfono. Luego de que Magdalena bordó unas alas de ángel a la imagen de Fátima, niña víctima de feminicidio, junto con la leyenda "no dejes que nadie te corte las alas", contó cómo esta actividad resulta liberadora en el contexto actual:

"Cuando yo aprendí a bordar era niña y mi mamá me ponía a bordar servilletas para las tortillas, entonces resultará un poco machista eso. Dejé de hacerlo mucho tiempo y hasta hace 3 años comencé a bordar otra vez y me di cuenta que al lado de mujeres que no conocía tuve la confianza de hacerlo y eso me movió mucho y dije «¿cómo puede ser posible algo que parezca tan machista como es el bordar pueda resultar tan liberador, no?» No solo eso, bordar también tiene esa parte de los hilos, de poder contar historias, de poder expresar lo que uno siente mediante el bordado".

Vanessa, de 19 años de edad, no tenía entre sus planes manifestarse. Ella vio a las mujeres protestar y decidió unirse, como otras personas que se mostraron abiertas a escuchar lo que las feministas tenían qué decir. A diferencia de muchas que se organizaron para la acción, decidió dar su testimonio en el megáfono frente a los usuarios del metro que interrumpieron su camino  y se detuvieron a escuchar y ver lo que estaba sucediendo. Vanessa vive en la calle, contó en su testimonio que sus padres se drogaban desde antes que ella naciera y su infancia en el DIF, institución de la que denunció su maltrato y abandonó. Al cumplir 18 años ya no pudo vivir más ahí.

Para Vanessa, otra forma (que descubrió en ese momento) de resistir ante la violencia machista, un lastre presente durante toda su vida es a través del llanto. "Ahorita que lloré me sentí aliviada porque pensé que nunca iba a llorar, pensé que nunca iba a sacar todo lo que siento y ahora que lloro me siento más aliviada, siento que llorar es bueno. Muchas personas me decían que llorar era malo, que nomás te hacías hipócrita, hasta mujeres me lo decían, que sólo lloras por hacerte la víctima, por causar lástima… pero ahora que lloro con más tranquilidad y sé que sí se puede llorar, pero con ganas para sacar todo tu dolor, no para que des lástima a la gente, sino para sacar todo tu dolor y todo lo que sientes", afirmó la joven de 19 años tras ser abrazada por las mujeres que no conocía y nunca había visto.

Mensajes de solidaridad y cuidado

Las palabras y acciones de solidaridad se multiplican durante la manifestación y a la pregunta expresa sobre qué le dirían a las mujeres que tienen miedo o que sienten enojo e impotencia por primera vez tras las recientes semanas en las que se ha incrementado la violencia machista. Pese que hay una diversidad de planteamientos, todos tienen en común muestras explícitas de sororidad, cuidado mutuo y fuerza:

"Yo les diría que estamos en resistencia, que seguimos luchando porque creo que podemos cambiar las cosas, que descansen, que se calmen un poco porque esta lucha va a seguir, no se va a acabar. Y todo esto que estamos haciendo es por nuestras madres, por nuestras hijas, por nuestras abuelas, nuestras amigas... neta las morras vamos a hacer la revolución", asegura Aylin.

Denisse comparte esta impresión y para ella, lo más importante es mostrarle al resto de mujeres que se tienen a sí mismas: "Primero que nada, les diría que para nada están solas. Que en todas partes ya habemos más como nosotras que estamos dispuestas a dar acompañamiento de cualquier forma y en cualquier situación que se encuentren y necesiten y quieran esta compañía".

Mientras tanto, Michelle de 24 años considera que es necesario comprender a fondo la situación y abrirse al diálogo: "Desde donde yo estoy creo que con arte, con educación, apropiándote del espacio público, creando actividades artísticas, culturales, políticas se podría solucionar el problema para mí.... Hay que entender que las mujeres que están matando vienen de contextos sumamente miserables, de violencia jodida, de pobreza extrema: de dónde es Fátima, de donde es Ingrid, todas las chicas que desaparecen en la Universidad son de la periferia".

La respuesta final de Hannah sintetiza la cruda realidad, el miedo que se transforma en esperanza, la sororidad y el espíritu de un movimiento que ha sido capaz de visibilizar y posicionar en la agenda pública la violencia de género en México: "La esperanza reside en que estamos todas unidas, estamos aquí luchando por todas las que están, las que no están, las que tristemente no van a estar en un futuro y la lucha no va a terminar hasta que nos maten a todas...y eso no va a pasar porque estamos unidas y porque seguimos gritando, y no va a pasar porque está habiendo un cambio generado por nosotras. La esperanza reside en nuestras acciones, en nuestra forma de apoyar a la prójima. Si hay algo que pueda hacer para ayudar a cualquiera, lo voy a hacer sin juzgar, sin nada. Me pueden mentar la madre y si ellas desaparecen al día siguiente yo voy a gritar su nombre".

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