Me preocupo y me ocupo

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Para Susy Rodríguez Moreno, con mis mejores deseos, que hoy sea un buen día

 

 

Supongo que a la persona a la que se le ocurrió le debió parecer una gran idea: me preocupo, y me ocupo. La expresión concita a una pausa que permite una brevísima reflexión que, en mentalidades más bien sosas, puede concebirse como una buena idea y hasta una gran originalidad. Claro, porque después de la breve pausa para entender el sentido de la expresión sigue el llamado a la acción, la convicción de que no sirve de nada preocuparnos, cuando de lo que se trata es de ocuparnos; no importa de qué, ni que no tengamos poca o ninguna idea del asunto, lo importante es la actividad, la acción, las manos a la obra y la inteligencia (plana) enfocada en el problema, o cuando menos en la simulación de su atención.

Me preocupo y me ocupo. Es decir, estoy en el ajo, no nada más en intención, sino en acción. Es posible que por eso sea una expresión tan frecuentada por la clase política de todos los signos, colores y sabores. Y mire que, si afirmo que es una frasecita acomodaticia para las derechas, las izquierdas y los centros, es porque basta revisar la prensa para descubrir que en efecto, políticos y funcionarios de todos los colores acuden a ella con total desfachatez. Vamos, hasta el más insigne representante del combate al neoliberalismo, el presidente Andrés Manuel López Obrador, ha caído en la expresión propia de gurús del management y también, cómo no, se preocupa y se ocupa: “Me preocupo y me ocupo, estoy dedicando todo el tiempo porque tenemos que lograr la paz y tranquilidad del país".

Me preocupo y me ocupo. Es una expresión que hace quedar bien (o eso cree) a quién la pronuncia, es más, puede que hasta experimente cierta conmoción mística al dar por hecho que es una especie de enviada, o enviado, para ocuparse de situaciones o líos que escapan a la comprensión, y las posibilidades de resolución, al común de los mortales, como usted y como yo. ¡Qué bueno que hay personas que se preocupan y se ocupan por nosotros! Ya me estaba yo preocupando.

La escena es bien conocida: en la rueda de prensa o en la entrevista banquetera, algún periodista lanza la pregunta ¿le preocupa (X tema)? La reacción del funcionario, o funcionaria, interpelado, es inmediata: ojitos de agradecimiento infinito, sonrisa de satisfacción anticipada, rostro afable de quién se sabe pisa en terrenos conocidos: “por supuesto que me preocupa el X tema, y me ocupa también”. La explicación de cómo se ocupa del problema X sale sobrando, es lo de menos, lo importante ha quedado sentenciado: el funcionario, o la funcionaria, se preocupa, cómo no, si es un tremendo problemón, pero podemos estar tranquilos y en paz, porque también se ocupa. ¡Gracias divinidades del coaching, omnipresentes en nuestra muy limitada clase política!

La conseja de los libritos de autoayuda es que la preocupación es negativa e improductiva por cuanto implica asumir una actitud de pasividad ante un problema o situación difícil; por el contrario, quien se ocupa muestra una conducta positiva, productiva, que en la contabilidad de las emociones al final del día deja saldos a favor en nuestra salud mental. En la gestión de nosotros mismos, de nosotras mismas, las preocupaciones no deben tener cabida, o si acaso solamente durante un ratito, porque debemos ser proactivos (otra palabrita de moda) y ocuparnos de la solución de aquello que nos aqueja, da lo mismo si se trata del goteo de la llave del fregadero, las deudas acumuladas, el riesgo de nuestra Afore, la selección en Qatar o la extinción de la vaquita marina.

Lo que no queda claro es que hacíamos antes de ocuparnos de nuestras preocupaciones. Hasta donde yo recuerdo, pues uno se preocupaba y ya, a veces también se ocupaba de tratar de resolver los entuertos a la mano, la reparación de la llave del fregadero, por ejemplo, pero problemas de más largo alcance o fuera de nuestras posibilidades, como el riesgo de la extinción de la vaquita marina, o peor aún, pagar las deudas acumuladas, pues no había mucho que hacer; uno se preocupaba como mejor podía: tronándose los dedos, orando en el templo, llorando en la cantina y las personas más sensatas simplemente dejando pasar el tiempo. Pero nadie se preocupaba por no ocuparse, que yo recuerde. Ni a nadie se le había ocurrido que preocuparse fuera negativo, y ocuparse, positivo. Las personas nos preocupábamos con total descaro, y hasta con alegría, sin tomar conciencia de la gravedad del asunto; y por supuesto, también nos ocupábamos de resolver los asuntos de la vida cotidiana, pero sin darle a estas actividades un significado de trascendencia ontológica, ni mucho menos como expresión de la salud de nuestras emociones.

Acá en confianza, confieso a usted que, atribulado por mis muchos pendientes, en alguna ocasión sucumbí al bobalicón embrujo de la fórmula “me preocupo y me ocupo”. Intenté dejar de preocuparme y mejor ocuparme de mis preocupaciones. En un primer momento el efecto fue inmediato y contundente: resolví un par de asuntos que, adivinó usted, me tenían muy preocupado. Pero como suele suceder con las recetas facilongas, el efecto se diluyó en muy poco tiempo y peor aún, se sumó un motivo de preocupación más: ¿cómo saber si el “me ocupo” estaba bien dirigido?, o si el “me ocupo” no traería consecuencias peores que el motivo de preocupación, o si el “me ocupo” tenía la intensidad adecuada, o sí… en fin, quedó demostrado que, como discípulo del coaching y en la gestión de mis emociones, soy un completo fracaso. Con lo que me preocupa.

Ante el fiasco de intentar ser asertivo y ocupado, dejé de ocuparme para volver a las viejas costumbres de preocuparme, pero esta vez con dos agregados muy valiosos: por una parte, sin preocuparme de no ocuparme, y por la otra, con una enorme capacidad para hacer el performance de la ocupación, es decir, para hacer la finta, la pura simulación, de estar ocupado, sin estarlo mucho. Es decir, sin darme cuenta y un mucho a tontas y locas, desarrollé una gran capacidad para ocuparme sin ocuparme, pero tampoco para preocuparme; una capacidad, o quizás una habilidad, que bien puede abrirme las puertas de acceso a la clase política. Mi performance es aceptable y con los tics pertinentes, si bien aún tosco, reconozco que debo mejorar en la expresión extática al momento de pronunciar la contundente y babosa frasecita: “me preocupo y me ocupo”.

Quizás en el fondo de muchos de nuestros problemas está la posibilidad de que la disyuntiva preocupación-ocupación llegó muy a destiempo, tarde, inventada por algún genio de la autoayuda, a quien, evidentemente, nadie autoayudó. ¡Carajo! si a Moisés se le hubiera ocurrido acuñarla en sus famosas tablas: “no te preocuparás, te ocuparás”, la humanidad hubiera tenido otra historia, o sino otra historia, sí al menos una con menos preocupaciones y muchas más ocupaciones, desde luego. En una de esas, hasta la vaquita marina no estaría en peligro de extinción y, aún mejor, nuestras deudas serían motivo de preocupación de alguien más, pero no nuestra.

Así que mejor usted no deje de preocuparse.

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