Las niñas, niños del odio

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Esthela Treviño (@etpotemkin)

Rompeviento TV, 21 de marzo de 2023

 

Un par de ejemplos de los muchos.

Juan Pablo, junio del año pasado, un niño víctima del odio racista: sus compañeros le prendieron fuego por ser indígena y no hablar bien el español; su propia maestra lo discriminaba y buleaba también.

Norma Lizbeth, una niña que muere este lunes 13 a casa de los múltiples golpes que recibió en la cabeza a manos de otra niña, por su color de piel. Igualmente dejada a su sufrimiento por maestras y maestros de la escuela, a sabiendas de que era buleada.

Sí, son crímenes de odio.

El racismo es un odio que carcome; el odio a la diversidad sexual; el odio a mujeres, el odio a mujeres trans, a hombres trans; el odio a migrantes o a extranjeros; el odio a las, los pobres, a indígenas, a prietas, morenos, negras, negros; el odio mata, lo hemos certificado tantas veces.

El racismo y esos otros odios matan el alma, lo hemos visto, lo hemos vivido muchas veces. ¿Han visto el odio en los ojos, en la fuerza de cada golpe, en el filo de cada palabra? ¿En las consignas que corean los observantes? ¿Lo han sentido? Es demoledor. Te aplasta, te empequeñece, te desprovee de todo. Aniquila tu dignidad, tu humandad.

Es el odio de las familias, de la sociedad, de instituciones políticas, empresariales, mediáticas, militares. Es el odio sistémico que permea en todas nosotras, nosotros, en las niñas, niños, sobremanera.

El odio de las niñas, niños; las niñas, niños del odio. La ambigüedad es igualmente verdadera.

Han de perdonarme si el texto se siente desordenado. Voy hablando según brotan las emociones, las reflexiones. Me duele el odio, me enoja la ceguera, la indiferencia.

Ahora la niña que golpeó a Norma Lizbeth quien murió a causa de los golpes es etiquetada de «asesina», cuya foto no muestran medios “feministas” que «callan como momias porque la asesina es mujer», dice @ccamacho88 en un tuit. Otro tuitero @sixto1809 acusa a las feministas de «hipócritas» que no dicen nada de la asesina porque es mujer.

Los hechos no les importaron; que hayan matado a una niña no les conmovió; que otra niña haya matado tampoco, solo sacaron su odio a las mujeres. Querían exhibir a la «asesina», mostrar que es mujer y desquitarse. ¿Alguien piensa en esta niña, en lo que pasará por su mente, por su corazón? ¿Alguien piensa en la madre, la familia de Norma Lizbeth? ¿En las familias de ambas? ¿En las niñas, niños que presenciaron y corearon y no hicieron nada?

Me deprime y entristece el discurso del presidente López Obrador:

Hans Salazar: «Bueno, pues preguntarle, presidente. Desafortunadamente el día de ayer nos enteramos de un tema sobre violencia, el llamado bullying. Esa agresión entre estudiantes; sobre una adolescente que fue prácticamente asesinada, agredida, y a partir de ahí, bueno, sufrió un golpe en la cabeza».

López Obrador: «Bueno, yo sostengo que lo más importante es fortalecer los valores culturales, morales, espirituales, y que México tiene una gran reserva de valores.

Y es muy importante el que no se desintegren las familias y es muy importante que no abandonemos nuestras costumbres, nuestras tradiciones.

[...] Entonces, hay que reforzar esos valores, hay que atender más a los hijos. A veces, por necesidad, trabajan los padres y quedan los hijos solos. En el caso, por ejemplo, de la drogadicción, ahora que se está viendo lo del fentanilo, ¿por qué nosotros no tenemos el problema que lamentablemente padecen en Estados Unidos? Volvemos a lo mismo, por nuestras culturas».

Quisiera preguntarle señor presidente ¿cuáles valores exactamente de esa «gran reserva de valores», cuáles costumbres y tradiciones, qué aspecto de nuestras culturas hay que fortalecer para eliminar o disminuir esta situación de violencia y drogadicción?

Señor presidente, muchos padres e infinidad de madres solteras tienen que trabajar, y no a veces, es la regla señor presidente; y sí, los hijos quedan solos o al cuidado de abuelas, o de alguna vecina. El hambre y la necesidad, señor presidente.

Me pregunto también, cuántas niñas, niños, huérfanos porque han perdido a sus padres, madres, o a sus madres a manos de la violencia de una “guerra” contra el narcotráfico, de feminicidios, de desapariciones y asesinatos por el crimen organizado. ¿Cómo les afecta o ha afectado esta situación a las niñas, niños? Esto, señor presidente, es parte muy relevante del problema, ¿no cree usted?

En un país con una población de casi 32 millones de niñas, niños de entre 0 y 14 años de edad, en el 2020, poco más del 25% de la población total señor presidente, según el INEGI, cito: «El trabajo infantil también persiste y es más prevalente entre los varones que entre las niñas [...]Sin embargo, ocurre con mayor frecuencia entre las y los hablantes de lengua indígena, seguidos de la niñez afrodescendiente». Le dejo la gráfica señor presidente.

¿Cuántos niños, niñas en/de la calle, señor presidente, trabajando?

Permítame dejarle otra gráfica que responde a los siguientes datos, según el INEGI, 2019. Prácticamente 3,300millones niñas, niños de entre 5 a 17 años realizan alguna actividad económica. Más de la mitad de ellos, en «ocupaciones no permitidas», aquellas que ponen en riesgo su salud o que son excluidas por la ley para su edad, por ejemplo. El 56% de niñas y niños «que trabajan lo hacen con un familiar». El 24.5% trabaja en minería, construcción e industria —presumo son ocupaciones no permitidas—.

La gráfica que le dejo corresponde a los ingresos obtenidos por su “ocupación”:

Como puede ver, señor presidente, el 50% de niñas recibe hasta un salario mínimo, vs. el 43.9% de niños; el 30.8% de niñas y el 25.6% de niños no reciben ingresos.

La pobreza, señor presidente, usted mismo lo ha dicho, es una causa primordial.

Otro ámbito en el que hay que enfocar la atención señor presidente es en que ese odio del racismo, el odio a la diversidad sexual, a las mujeres, a las mujeres trans, a los migrantes, ese odio se aprende. Coincido con el estudioso del discurso Teun van Dijk en lo que dice, a propósito del racismo, pero que podemos extender a esos otros odios también: que es «un proceso de aprendizaje» «[...]en gran medida discursivo, y se basa en la conversación y los relatos de todos los días, los libros de texto, la literatura, las películas, las noticias, los editoriales, los programas de televisión, los estudios científicos, etcétera». Yo añadiría el mayor foro mediático hoy día: la Mañanera, donde hasta el hartazgo escuchamos que «no somos iguales», y el enojo en su discurso que descarga contra periodistas, o cualquier otra persona que lo cuestione.

Le comparto, presidente, algo de lo que estoy escribiendo para este medio, así, tal cual lo tengo en este momento:

Para Desmund Tutu, la dignidad es un «derecho inalienable dado por Dios»; si he entendido bien a Tutu, es la valía de humano, la humanez o humandad, una marca o derecho de nacimiento conferido por Dios: eso es la Dignidad; el reconocimiento de ello es Humanismo.

Divino o no, conferido o no, hemos de concordar con Tutu: todos los seres humanos somos iguales en dignidad.

Tutu aspira a que abramos los ojos a un mundo: «donde aquellas de las necesidades humanas más básicas —aprecio, reconocimiento y el sentir de [que poseemos] ese valor inherente— pueden ser obtenidas por todos». Esto es Humanismo. Esta es la parte más importante, crucial diría yo, de la visión de Tutu.

En la lucha por vencer el apartheid al que fueron sometidos los sudafricanos «la percepción de la valía en el otro» es, según Tutu, lo que propició la reconciliación. Una afirmación sumamente poderosa.

Notemos, asimismo, que coloca Tutu como necesidades más básicas aquellas que le son necesarias a la mente y espíritu: el aprecio, el reconocer al Otro —y reconocerse en el Otro—y ese sentimiento de que uno posee un valor inherente; todos somos iguales. Eso es Humanismo.

Re-humanizarnos en ese sentido, señor presidente, podría ser parte del camino.

Aunado a lo antes dicho ¿no cree, señor presidente, que la violencia que vivimos en nuestro país es parte de la causa? La ejecución de cinco jóvenes por militares que los ultimaron sin motivo alguno; el reclutamiento de jóvenes por el crimen organizado; las constantes desapariciones; que las madres, las madres de niñas y niños tengan que buscar con picos y palas a sus desaparecidos; 6 mujeres que salen juntas a trabajar y las hallan unos días después muertas, disueltas en ácido, vea este horror señor presidente.

Cuántas mujeres que denuncian ser amenazadas por sus parejas terminan muertas porque las autoridades ministeriales o judiciales no les creyeron y no hicieron nada; los niños, niñas de estas mujeres quedan huérfanos, señor presidente. Matan a 11 mujeres diariamente, 11 feminicidios cada día; y quienes tenían niñas, niños son robadas, robados de sus madres, quedan huérfanos. La indolencia e impunidad, señor presidente, matan.

Siete, 7 de cada 10 niñas, niños sufren violencia física, psicológica, verbal en las escuelas, según un estudio de la OCDE del 2019. Según la CNDH de México, en 2020, son 8 de cada 10. ¿Cuántos la sufren en sus casas? ¿Cuántas de esas violencias en la escuela son una extensión de la violencia en la familia, en el entorno social y político? ¡8 de cada 10! ¿De dónde saca una niña, niño tanto enojo, frustración como para violentar a otras, otros?

Ya hemos visto armas en escuelas, también. Niñas, niños con armas. En enero de 2017, en Nuevo León, un niño de 15 años disparó contra una maestra y cuatro alumnos, para luego disparar la pistola contra sí mismo y morir un poco más tarde. En enero del 2020, en Torreón, Coahuila, un niño de 11 años mata a su maestra y hiere a otros cinco escolares y un maestro; se apunta con la pistola y se quita la vida.

El director ejecutivo del REDIM —Red por los Derechos de la Infancia en México— Juan Martín Pérez García, en el caso del niño que mató a su maestra en Torreón y que se quitó la vida, hace una declaración interesante: «Este pequeño —responsable del tiroteo— nació en una cultura de guerra y militarización. Reproduce esta dinámica y el mensaje que se tiene en el entorno: que las cosas se resuelven a la fuerza». Subrayado en el original.  https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-51069270

Desde 2011 México ha ocupado los primeros lugares en acoso escolar: en 2015, el más alto grado de «intimidación escolar» (abuso verbal) de entre 34 países evaluados, según la OCDE. En un estudio del 2019, México ocupa el primer lugar en acoso escolar en educación básica —primaria y secundaria—: 7/8 de cada 10 niñas, niños. El 80% de esos casos no se reportan, según la CNDH de México.

Reflexionemos juntas, juntos señor presidente.

Sobre el bullying

No quiero terminar el texto sin compartir una reflexión sobre por qué no se reportan o «denuncian» en la jerga oficial, los casos de acoso escolar, en cualquiera de sus formas: verbal, física, y a través del ciberespacio, que son las formas más directas que perciben las niñas, niños.

Yo creo que subyace lo mismo que en la pregunta de por qué las mujeres maltratadas no denuncian y no pueden salirse de esa camisa de fuerza. Es que es eso, es una camisa de fuerza. Tu mente, el aprecio por ti misma, el reconocimiento de tu humandad, llegan a un punto de quedar totalmente diluidos.

Algo muy profundo, muy humana-mente profundo queda aplastado hasta no reconcerse con el acoso recurrente, cotidiano, con el maltrato en todas sus formas. Lo peor de todo, es que te deja con la casi convicción de que no vales nada y te mereces eso: “se lo merece”, “se lo tenía bien merecido”, “es tu culpa”, te dicen quienes te rodean. Quienes te dicen eso son también tus maltratadoras, maltratadores. Eso te va dejando una vergüenza de ti misma que es lo último que estás dispuesta a confesar. Te callas para evitar reforzar en otras, otros, ese “te lo mereces”. Es el último hilo de dignidad del que te aferras.

La misma palabra «denunciar» implica que hay algo muy malo en lo que de alguna forma participas; si eres observante y no dices nada, incurres en ese «algo malo»; si eres a quien se maltrata, como “es tu culpa”, también tendrías que ser parte de lo denunciado.

—¿Por qué no le dices a tu mamá?

—Porque me va a volver a decir que es mi culpa.

Tuve una vez esta conversación con una niña de 12 años. Ahora le llamamos revictimización. Mi reflexión es que, para evitar esa revictimización, que es ese hilo de dignidad que nos queda, nos volvemos a callar, a no decir, menos a «denunciar». Nos puede ir la vida en ello, de manera real y metafórica.

Hay que entrar en esos zapatos de la niña, niño acosado, de esa mujer maltratada.

En el contexto del acoso escolar, «denunciar» aparece en los folletos oficiales. En la página gubernamental que coloco aquí: https://www.gob.mx/sep/acciones-y-programas/informate-y-denuncia-el-acoso-escolar aparece el encabezado «Infórmate y denuncia el acoso escolar».

Entre Niños y Jóvenes «denunciar» puede equivaler a ser soplón, soplona y en esas edades nadie quiere ser tachado de delator. Otra palabra con una fuerte carga con sabor a traición. Leamos el siguiente párrafo, con una deficiente redacción, pero pasemos esto por alto, tomado de la página citada anteriormente:

«En el acoso escolar intervienen: los agresores, las víctimas y los testigos. Los testigos son los alumnos, docentes u otros miembros de la comunidad escolar que presencian las agresiones hacia las víctimas. Estos últimos juegan un papel fundamental al apoyar a las víctimas y denunciar el acoso, pues suelen estimular las agresiones, cuando se ríen, aplauden o felicitan a los agresores».

En una pincelada, ¿qué leemos? Uno, que hay agresores, víctimas y testigos; no niños, niñas que por alguna razón pelean, sino agresores, cual delincuentes. Dos, que los testigos son meros observadores, presencian algo. Pero que, tres, si los testigos denuncian pueden apoyar a las víctimas; con ello ya toman un papel activo. Cuatro, que denunciar es apoyar. Quinto, que los testigos dejan de ser tal y se convierten en cómplices activos de la violencia, peor, en agresores, de cierta forma también, porque «suelen estimular las agresiones». Y esto no es cosa de la redacción. Revela más una falta o un descuido de reflexión. Dejo para su reflexión víctima, palabra que hay que usar con mucho tiento, sobre todo cuando conlleva ese tinte de pasividad.

¿Por qué una niña, un niño se ríe, aplaude, o corea animando el siguiente golpe?  Necesitamos la experteza de psicólogos y pedagogos aquí. ¿Qué y cómo ve, desde dónde ve esa niña, ese niño lo que mira? ¿Por qué no intentamos averiguar esto con la chica que mató a Norma Lizbeth? ¿Con los niños que quemaron a Juan Pablo?

¿Y si hacemos un recorrido por nuestra propia infancia? Tal vez encontremos los zapatos de la misma talla de quienes pelean, avisan o no avisan, y de quienes ríen, aplauden y corean, así como de quienes reciben esos golpes y risas y aplausos que desgastan su dignidad, su humandad.

Gracias por escuchar.

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