Las medias clases

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Sobre el debate en torno a las clases medias me parece que hay un error de fondo: suponer que las clases se definen estructuralmente con gran facilidad y que, por lo mismo, se trata de fragmentos estancos, uniformes y nítidamente identificados de la realidad social. Ojalá fuese así, facilitaría enormemente el trabajo de las personas dedicadas a la investigación social, a la construcción, operación y evaluación de políticas públicas y a quienes van a la búsqueda del voto en las elecciones.

Lejos de que las clases sociales, y en particular las llamadas clases medias, puedan definirse con toda precisión, su caracterización es complicada, elusiva y, lo más relevante, está en función de la teoría que, explícita o implícitamente, interprete y dé sentido a lo social. En función de esa teoría social, la definición estructural de las clases arrojará diversos estratos, propiedad (o no) sobre medios de producción, acceso y uso de otros capitales (el cultural, por ejemplo) y, por consiguiente, niveles de ingresos diferenciados. En esta definición estructural quizás lo más inútil sea centrar la atención en los ingresos que una persona, o una familia, debe tener para “pertenecer” a la clase media, como si esa pertenencia fuera una membresía de socio de alguna tienda departamental o un club deportivo, comprada, desde luego, en cómodas mensualidades. En mi opinión, la autopercepción también debería ser un criterio de primer orden para la construcción del concepto de clase media; es decir, si usted se considera de clase media, aunque de acuerdo a los estudiosos y expertos no lo sea, su autoasignación y las pautas sociales que de ello derivan (por ejemplo, consideración hacia los estudios, uso del tiempo de ocio, hábitos de consumo, etc.) es suficiente para que sea usted una o un orgullosa(o) clasemediera(o).

Quizás metodológicamente sea correcto clasificar como clase media a las personas, y a las familias, que tienen un rango de ingreso entre tantos y tantos pesos, pero que de acuerdo a ciertas teorías y paradigmas sociales sea acertada esa clasificación, no significa que, en la trayectoria biográfica de esas personas y esas familias, tal taxonomía sea pertinente ni reconocida. Quizás bajo los criterios de la estadística una familia no pertenece, en sentido estricto, a la clase media, pero a la luz de su trayectoria biográfica, lograr un nivel de vida ostensiblemente menos precario que sus antepasados le da todo el derecho de asumirse como clasemediera. Lo mismo sucede si una persona estadísticamente entra en los rangos de la clase media, sin embargo, en términos de la trayectoria social de su familia es posible que haya un descenso social, muy probablemente provocado por el cambio en el modelo de desarrollo del país. En este sentido, no es de extrañar que, para mucha gente, la clase media ya no sea lo que era antes.

He titulado este texto como “Las medias clases”, en un intento de invitarle a usted, que amablemente sigue estas líneas, hacia otra vertiente de reflexión sobre el tema: pensar lo social, y en particular a las clases medias, como un constante devenir, como agentes antes que como estructuras, como indeterminación antes que como precisión. Las medias clases alude a que las clases no son clasificaciones empíricamente cerradas, por ejemplo, a través de los niveles de ingreso (que pueden ser más o menos elevados), sino habría que pensarlas más bien como procesos, como flujos, como grupos sociales que no terminan de constituirse como tales y, por lo mismo, es difícil que compartan “identidades”, como no sea a través de ciertas pautas de consumo, y eso, también es dudoso.

Hablamos, por lo tanto, de clases medias (en plural) que son, a la luz de lo expuesto antes, medias clases, en el sentido de que están constantemente jalonadas hacia arriba, y con más fuerza hacia abajo de la escala social, siempre en riesgo de perder su condición de medianía social. Las medias clases serían, así, clases insuficientes, poseedoras o propietarias de algo: un negocio, un título profesional, un oficio, una plaza, un patrimonio, y fundamentalmente, poseedoras de legítimas aspiraciones a futuro, pero al mismo tiempo serían clases carenciadas, siempre incompletas, en permanente falta, parciales y fragmentadas, es decir, medias clases.

Más que un juego de palabras, se trata de introducir un guiño para procurar hilar fino en el análisis de los comportamientos de las clases medias y su inestable perfil en todos los ámbitos, incluido, por supuesto, el electoral. Si las clases medias son (medias) clases en devenir continuo, en un hacerse y deshacerse permanente, en una inestabilidad constante, entonces sus preferencias políticas expresadas en lo electoral, serán particularmente frágiles, cambiantes, contradictorias inclusive. Esto no las hace ni mejores ni peores que otras clases o grupos sociales, que, por cierto, tampoco están exentos de impredecibles comportamientos políticos. En todo caso, quizás sea pertinente analizar en detalle las causas por las que la fidelidad electoral (no necesariamente política) de las clases medias es altamente evanescente; una posibilidad es que estos sectores son especialmente sensibles a los resultados en materia de administración pública, por lo que el llamado voto de castigo es utilizado como una expresión de disconformidad.

Si usted quiere leer esta inestabilidad electoral como manipulación, está en su derecho, es una interpretación como tantas otras, aunque tal vez demasiado simple. Pretender que las clases medias se comporten en los procesos electorales homogéneamente y sin fluctuaciones a lo largo del tiempo, puede ser motivo de duros descalabros para partidos y candidatos; interpretar esa volatilidad en las urnas como resultado de tendenciosas campañas, sin tomar en cuenta la particularidad de los contextos, es de un maniqueísmo francamente infantil. Susceptibles de “manipulación” (habría que ver qué se entiende por esta noción de sentido común) son todas las clases y grupos sociales, no solamente la vapuleada clase media. Por cierto, si las clases medias no son decisivas para ganar elecciones, resulta curioso que se les dedique tanto espacio en los medios de comunicación y las redes sociales.

Una lectura diferente quizás nos pueda conducir a estimar que las clases medias, en tanto medias clases, son particularmente sensibles al entorno en el que se juega su estatus, sus logros, sus miedos, su conflictiva, sus expectativas. Y mire usted que el entorno en el que las clases medias de nuestro país (y del mundo entero) han jugado su devenir en el último año ha sido especialmente difícil.

Obviar la pandemia de COVID-19 como clave de lectura para comprender los comportamientos de las clases medias (en todos sentidos, incluido desde luego el electoral), es un grave error puesto que significa cerrarse ante un hecho histórico total que ha marcado, y lo seguirá haciendo durante muchos años, a generaciones enteras. No es necesario insistir en las ominosas cifras que la COVID-19 ha dejado en México, baste señalar que en gran medida han sido las clases medias las más perjudicadas, tanto por sus familiares fallecidos y enfermos, como por los negocios cerrados, los empleos perdidos, las escuelas abandonadas, las mudanzas obligadas, los ahorros dispendiados, las oportunidades desvanecidas. La pandemia ha precipitado a las clases medias, de México y del mundo, hacia una mayor zozobra e indeterminación, hacia la pérdida del estatus y la ausencia de sentido. Después de la pandemia, las clases medias son más medias clases. Y quizás lo peor: el horizonte a futuro se revela poco esperanzador.

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