La tiranía de la igualdad

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La tiranía de la igualdad

Esthela Treviño G. @etpotemkin

Rompeviento TV 28 de septiembre de 2021

¿Estamos a merced del lenguaje?
—¡Te voy a matar imbécila!  Y la mató.

 

Hace un tiempo, un joven de unos 13-15 años, no más, arriesgando la vida entre coches en Avenida Patriotismo, con una luminosidad de esas que irradian las personas buenas de verdad me ben-dijo: “Dios me la bendiga mucho señito”; los motivos me los guardo, pero aún hoy traigo conmigo esa bendición. La expresión es interesante por varias razones, pero quiero destacar el señito. Uno, ese señito que normalmente no me gusta me supo a gloria. Dos, en realidad es la palabra perfecta para eludir señora y/o señorita; señito debe venir de /seño/, una forma apocopada de señor(a) —eliminación de una parte del final de palabra (santo > san)—; seño, en efecto, se usa exclusivamente para señora o señorita. Tres, seño y señito son invariables en cuanto a género, o sea, gramaticalmente no exiben ni la [-o] del masculino ni la [-a] del femenino; es semánticamente femenina y a ello respondería el artículo “la seño”, pero incluso el diminutivo exhibe [-o] final. ¿Qué reacción les produce señito estimadas lectoras, estimados escuchas? ¿Identifican esta forma como parte de su cultura? Hay otras curiosidades lingüísticas del español mexicano que valdría la pena considerar en el amplio tema del lenguaje y la cultura. Por ejemplo, está usted en el tianguis con el frutero y es más común jefa, jefecita, patroncita, madre, reina; la frutera, marchanta; algunas, patrona, muy pocas, linda. ¿Lo han notado? ¿Les produce alguna reacción o ya no? Porque yo ya no me peleo con “jefa” pero las otras, me enervan...todavía. Marchanta, marchantita, perfecto. “Güerita”, lo entiendo, pero “madre” ¡ni hablar! ¿Han notado que “madre” solo la usan los varones? (Sí, estoy esquivando usar “hombres” para evitar connotaciones innecesarias.)

 

Quisiera traer ahora al frente de la escena el tan conocido caso de Yalitza Aparicio, la actriz indígena oaxaqueña, nominada a un Óscar en el 2018 por su protagónico en Roma. Entre otras reacciones, destaco la del actor Sergio Goyri quien expresó "Que metan a nominar a una pinche india que dice: 'sí señora, no señora'; que la metan a una terna de mejor actriz, no". Tales expresiones, dichas en un entorno privado, aparecen en un video tomado y publicado, sin el menor pudor, por su pareja en Instagram (puede verse en https://www.youtube.com/watch?v=3bVwhOD601Y&t=39s); ¿se identifica usted más con el entorno cultural de la actriz o del actor? ¿comparte la visión del actor aunque no (necesariamente) la manera de expresarla? ¿En dónde se sienten ustedes más incluidos? Así, en la intimidad de su lectura ¿qué reflexiones le produce este suceso? Me pregunto si el mero decir Indio Fernández causa la misma conmoción o falta de ella. Me pregunto qué tan genuina y honesta fue la reacción, o si en parte fue producto de la llamada corrección política, la que se produjo al hacerse público el video y propagarse tan vertiginosamente que suscitó una crítica feroz contra el más que evidente racismo y clasismo manifestado en boca de Goyri; porque hubo, también, quienes se unieron a esa actitud discriminatoria. La propia Aparicio hizo fuertes y emotivas declaraciones en cuanto a su identidad cultural y (el color de) su piel, #MiPielSeRespeta, pero no solo es la piel ¿verdad? Yo no sé ustedes pero a pesar de que “indio, india” se han dejado de usar, o se evitan en ciertos medios (y si son públicos, más) yo sigo oyendo y viendo discriminaciones hacia los Indios Fernández y las Indias Aparicio. Los indígenas fueron sometidos, discriminados, despreciados y despreciadas sus lenguas, sus culturas, sus tradiciones, sus deidades. (A la gente de la India los mexicanos no les podemos decir indios por la carga tan negativa que lleva la palabra y, en vez, utilizamos un término por demás equivocado, hindú.) Ya ser mujer es estar en la mira, ahora, ser indígena que osa triunfar, o ser indígenainsumisa”, realmente enciende la ira patriarcal. Kenia Hernández Montalván es esa mujer indígena y activista a quien el juez José Miguel López Rdz. la llamó “insumisa” y, por ello, le negó ser juzgada bajo el Protocolo de Género porque como se sabe defender no es vulnerable. Que dentro de la categoría de grupos vulnerables se hallen las mujeres, este es lenguaje de ¿la discriminación? ¡Cómo se pasa del cursi y falsario “a la mujer no se le toca ni con el pétalo de una rosa” a los ataques con ácido, a los puntapiés y cuchilladas, a las “pinche puta, pa’que aprendas (quién manda)”! ¿Ese es el lenguaje de...? Por cierto, en el contexto de los negros en Estados Unidos, el término African American ‘afroamericano’, ya más instaurado en los 90as para reemplazar el de Black (negro), no ha producido una disminución del racismo hacia la comunidad negra. Claramente el lenguaje no ha hecho aquí su trabajo, permítaseme decirlo así, por el momento.

 

En el pasado mes de agosto se suscitó un hecho que se propagó como reguero de pólvora; el caso de la persona que se hace llamar Andra Escamilla (o Andra Milla) quien, en una clase virtual universitaria (por zoom) reacciona con hartazgo ante un compañero, que se asume como tal, varón, quien se refiere a Andra como “compañera”, supongo que presumiendo que es mujer por su nombre y apariencia (elucubraciones mías). Escamilla le reclama no ser su compañera, sino “compañere”. Demanda que se respeten sus pronombres elle/él. Escamilla afirma que su “género es fluctuante, soy una persona trigénero que usa pronombres Elle(sic)/él, pero de vez en cuando uso ella.” (El Heraldo, 09/09, 2021, https://heraldodemexico.com.mx/espectaculos/2021/9/6/cuestionan-andra-escamilla-por-usar-cansada-no-cansade-en-un-video-de-tiktok-332742.html). A alguien como Andra, entonces, se le puede llamar compañero, compañera y compañere, según el modo del género en que se encuentre; él es claramente masculino y quiero suponer que “elle” es ¿neutro? ¿femenino-neutro? Si hay “elle” ¿por qué no hay “ele”, masculino-neutro? o ¿por qué elle y no ele? o ¿por qué no algo como “ile”, ni masc ni fem, neutro y un único pronombre? Uno, sería verdaderamente indiscriminante, dos, nos ahorramos “ele, elle, él y ella”. ¿Concedería alguien “trigénero” el uso de una forma agénero? Por otro lado, es interesante “Andra”: andro- es un morfema (forma) nominal sin marca de género cuyo significado es “varón, hombre”; de modo que “Andra” parece ser un juego de un nombre eminentemente masculino pero con terminación gramatical femenina. El reclamo de encasillársele en un género a Escamilla podría registrarse, como se ha sugerido y ella misma lo afirma en las redes, como un caso de “lenguaje no inclusivo” o de lenguaje de la exclusión. Desde esa perspectiva, este ejemplo es, desde mi óptica, de muy difícil aplicación; no es evidente cómo habría que lidiar lingüísticamente con alguien que se define como una persona con movilidad de género “determinado [este] por las circunstancias que presenta el contexto en el que el individuo se encuentre". Esta definición la cita la columnista de E On Line quien no aclara si cita a Escamilla o si la recoge de otra fuente. (https://www.eonline.com/mx/news/1300428/las-criticas-y-acoso-contra-andra-escamilla-persona-trigenero-que-pidio-que-se-le-llamara-companere). Ni el Glosario de CONAPRED ni el LGBTQIA+ Glossary of Terms for Health Care Teams (Glosario de términos LGBTQIA+ para equipos de salud) incluyen el vocablo “trigénero”; pero en https://lgbta.wikia.org/wiki/LGBTA_Wiki hay abundante terminología e información.

 

Un ejemplo parecido al anterior es el de una persona londinense en sus veinticincos más o menos, cuya fotografía revela lo que yo identifico como un joven, su nombre al parecer es masculino (Laurence); pues un joven londinense se queja de haber sido excluido por el encargado de un tren quien saluda a los pasajeros con el tradicional “Good afternoon ladies and gentlemen, boys and girls” (‘Buenas tardes damas y caballeros, niños y niñas’); Laurence se queja en un tuit y la Cía. de trenes le ofrece una disculpa asegurándole que sus “Train Managers shouldn’t be using language like this” (‘[nuestros] operadores del Tren no deberían andar usando lenguaje como este’). Laurence y su acompañante, Charlotte, se declaran no binarios; Charlotte expresa que realmente se sintieron ‘alarmados e incómodos por la falta de inclusión’. (The Sun, mayo 13 del 2021, https://www.thesun.co.uk/news/14947366/train-firm-apologises-non-binary-ladies-gentlemen-announcement/). Me pregunto si Andra, Laurence y Charlotte aceptarían un saludo como “Buen día señoras y señores, niñas y niños y personas de género diferente” o algo así. Sí, podemos usar una fórmula más “económica” y sencillamente decir “Buen día viajantes” (viajeros no porque obliga a viajeras y viajeres, supongo), “buen día tengan ustedes”, pero también podemos querer saludar como el operador del tren. El lenguaje no es cuestión de economía, discrepo de ciertos colegas, aunque es verdad que en ciertos contextos se aprecia respetar una de la máximas conversacionales de Grice: dar toda y solo la información suficiente, no más. Este caso y el anterior representan para algunos tantos lo que se ha dado en llamar “lenguaje de la exclusión” o de la no inclusión. Guías hay, ya muchas, que sugieren abandonar el lenguaje excluyente en favor de un “lenguaje incluyente o inclusivo”.

 

¿Estamos a merced del Lenguaje, de la lengua que hablamos?

En los cuatro casos descritos y comentados párrafos atrás se deja ver que el lenguaje no se manda solo. Hay una conexión entre lenguaje, pensamiento y la realidad. Anda en boca de muchos la idea de que el lenguaje, la lengua, motiva, suscita o perpetúa ese machismo/sexismo, ese racismo, esa desigualdad. La pregunta sobre si nuestro pensamiento, el modo en que construimos el mundo, está determinado/dado por el lenguaje o si, por el contrario, el lenguaje retrata, refleja meramente el modo como nos representamos el mundo es una discusión ya vieja que, desde un extremo al otro, con matices intermedios, se ha dado en el campo del lenguaje, la filosofía, la antropología. La narración inicial “¡Te voy va matar imbécila! Y la mató” ilustra que con todo y el uso del lenguaje “inclusivo” se da la violencia hacia la mujer; que indígena en sustitución de indio y afroamericano en vez de negro, tampoco han ocasionado la extinción o disminución en grado significativo del racismo. Probablemente se han conseguido avances. Es imperativo hacer consciente lo que hay detrás, lo que subyace a esos cambios que se piden a gritos para ir marcando más la diferencia; también creo que uno de los vehículos muy relevante para pavimentar el camino es la lengua; comparto con Yásnaya Aguilar que es posible “[...] usar la lengua como una declaración política para generar cuestionamientos” (https://estepais.com/cultura/la-transformacion-del-lenguaje/el-lengua-incluyente-mas-alla-del-espanol/). Hay que abrir la conversación, despejar el terreno para argumentar y debatir, pero que asimismo sea una avenida de dos vías: seguir con las luchas de la mano del discurso.

 

Y en ese pavimentar el terreno abro esta conversación: la pugna parece ir en pos de la igualdad, lo que sea que esto signifique y entonces exigimos el uso del lenguaje igualitario (¿?) o incluyente. Nada más ilusorio que esto. Reconozcamos que no queremos ser iguales al Otro, que nos vean igual, que nos definan igual, que nos traten igual, que nos hablen igual. Hay más bien una acometida, una necesidad sentida y gritada de romper la (ilusión de la) igualdad; se impone, la originalidad, la superioridad, la incomparabilidad; demandamos reconocer la singularidad; la frase machacona y vehemente y ya cotidiana “no somos iguales” es eso. Nos creamos hábitats de identidades cada vez más restringidos, más “especializados”, hasta podríamos decir hábitats de minorías, y les inventamos nuevas etiquetas, algunas nos las autoasignamos algunas más se las endosamos al Otro. Aquí el lenguaje se luce solo: “querido whitexican, la ropa de la gente indígena no es un disfraz”, se lee en un tuit; aparecen los milenials, se crean más grupos y algunos antagónicos de feministas, se les reclama a los conservadores, a los progres, a los aspiracionistas; “los antivacunas son unos idiotas”, “los liberales no son neo-”, “las feminazis no me representan”, los intelectuales, los intelectuales de derecha, “los indígenas tienen sus propias leyes”, “puros clasemedieros”, bola de derechangos, fifís, chairas...interminable. Quizás el ámbito con cada vez más variedad y nuevas distinciones es el de la orientación sexual e identidad de género: una búsqueda en fuentes primarias (amistades de la comunidad LGBTQ) y en fuentes secundarias me arroja más de 40 términos. El mismo rubro “LGBTQ+” se ha extendido a LGBTTTQIA+ para abrir el paraguas “trans” (T) e incluir la Intersexualidad y la Asexualidad. El Glosario del CONAPRED es una buena fuente de consulta. (La National LGBTQIA+ Health Education Center de EEUU incluye más términos.) Lo que se busca no es la igualdad sino el reconocimiento de lo desigual, de cada hábitat construido, y que en ese reconocimiento no se nos discrimine y se nos incluya en el discurso y en el lenguaje. Esto va más allá de distinguir, aceptar y bienvenir la diversidad cultural, la lingüística, la religiosa y demás. Por ejemplo, seguimos hablando de los indígenas como si fuera un cuerpo homogéneo; si le preguntan, usted responde soy sonorense o mexicano o veracruzana, ¿quién responde soy indígena? Hablo español, inglés, portugués, nunca, hablo indígena. Leía hace poco que le recriminaban a una mujer querer representar a mujeres trans siendo que “eres hétero y ¡además cis!” en un claro tono de reclamo.

 

Lenguaje incluyente

La exigencia de visibilizar a las mujeres a través de lo que se ha llamado el “lenguaje incluyente” es una postura política de hacer ostensible la supeditación de la mujer a un sistema patriarcal y la lucha por liberarse de ese encadenamiento. El rechazo al llamado “lenguaje machista” o “sexista” es ya un fenómeno generalizado en culturas de distintas lenguas. Antes de seguir, quiero llamar la atención a dos asuntos; primero, el “lenguaje machista” es más, mucho más que la propiedad gramatical de distinguir entre dos géneros (masculino y femenino) y la del predominio del masculino genérico, es decir, el uso de la forma masculina para referirse a un plural de personas independientemente de si está conformado por solo varones, o varones y mujeres, o un varón y 20 mujeres: han asesinado a muchos activistas, nosotros exigimos justicia. Segundo, el término “incluyente” debe ser más amplio y no restringirlo o confinarlo al comportamiento discursivo de eliminar toda referencia a un género particular. Por ejemplo, ya hemos visto que la exigencia hacia un lenguaje incluyente no proviene solo de las mujeres sino de personas con una identidad de género distinta: no binario, trigénero, agénero y demás. En efecto, si consultamos las diferentes guías o manuales sobre “lenguaje inclusivo” notamos que, si bien no se da una definición de este, sí se aportan suficientes descripciones que evidencian que la inclusión abarca a personas de diferentes identidades culturales, de distintas capacidades, de distintas características físicas y mentales, y a personas de diversa orientación sexual. Consúltese, por ejemplo, Guía para el uso del lenguaje inclusivo desde un enfoque de derechos humanos y perspectiva de género del DIF Gob. de CDMX, el Manual para el uso de un lenguaje incluyente y con perspectiva de género de la CONAVIM, y la Lista de verificación para usar el español de forma inclusiva en cuanto al género, de las Naciones Unidas. La Linguistic Society of America, que también publica revistas especializadas de primer nivel como la ya emblemática Language, ha elaborado una “Guía para el lenguaje inclusivo”; define lenguaje inclusivo como aquel que “reconoce la diversidad, transmite respeto a todas las personas, es sensible a las diferencias y promueve la igualdad de oportunidades” (https://www.linguisticsociety.org/resource/guidelines-inclusive-language). El “lenguaje excluyente” entonces, esconde todas esas (ni-tan)-de-fondo actitudes, creencias, comportamientos racistas, clasistas, machistas, sexistas, especistas (discriminación y cosificación de otros entes animales), homofóbicas, xenofóbicas, de estigmatizaciones, tabúes, estereotipos, que (no) vemos, oímos, palpamos en todas las situaciones; que decimos, repetimos, actuamos con plena consciencia o que ya están tan integradas que las hemos normalizado.

Así que para el caso de lenguas que exhiben el predominio gramatical del masculino adoptaremos el rubro de lenguaje androcéntrico, ya en uso por algunos lingüistas. Me parece que vale la pena la precisión, ya que estamos en el tren de la escrupulosidad en la expresión discursiva. La importancia y amplitud del tema me obligan al menos a una segunda entrega, tarea que ya está en preparación.

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