La gestión de la pandemia en México: un mito racional

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Algunas ideas que expondré en este texto las recupero del conversatorio que realizamos el día 8 de julio en el Doctorado en Ciencias Administrativas y Gestión para el Desarrollo de la Universidad Veracruzana (UV), en el que trabajo. El miércoles 8 nos reunimos en una sesión virtual Giovanna Mazzotti (UV, México), Germán Perdomo (UNIVALLE, Colombia), Nicolás Ríos (MINGA, Chile) y Guilherme Dornelas (UFRGS, Brasil). La sesión, que llevó el título de “Gestión de la Pandemia y/o Gestión del Miedo”, puede usted verla en la siguiente liga: https://www.uv.mx/dcadministrativas/gestion-pandemia-miedo/. Hago mías algunas ideas de los colegas Perdomo, Ríos y Dornelas, así como de la doctora Mazzoti, si bien el único responsable de las siguientes líneas soy yo.

En el conversatorio observamos rasgos comunes en la forma de abordar la pandemia; rasgos que, por cierto, se presentan en prácticamente todo el mundo, por lo que quizás podamos afirmar que estamos ante un escenario global. Entre los más significativos, señalo los siguientes tres:

En primer lugar, destaca que la pandemia no es sólo un fenómeno epidemiológico, sino también ideológico, social, político, y por supuesto económico, habida cuenta que muchas de las decisiones de peso se han tomado con criterios productivos, comerciales y empresariales. Sin embargo, el abordaje y la gestión de la pandemia ha sido esencialmente epidemiológico, lo que de suyo es una decisión eminentemente política. Así, las decisiones tomadas por los gobiernos tienen que considerarse bajo este tamiz.

En segundo lugar, se observa que priva una concepción individualista en la gestión de la pandemia, esto es, hay una lógica generalizada del cuidado individual muy similar a la del VIH. Este punto lo he abordado en una colaboración anterior señalando que en el mensaje ofrecido desde el gobierno federal predomina una lógica individual por sobre las acciones colectivas; coloquialmente en México decimos que cada quien se rasque con sus propias uñas.

En tercer lugar, se observa que la pandemia ha invisibilizado y desplazado a las luchas de diferentes sectores sociales. En México la pandemia desmovilizó, al menos momentáneamente, a las feministas y sus luchas en contra del patriarcado. No han sido el único sector social invisibilizado por la COVID-19, también pasaron a segundo plano de las agendas políticas y mediáticas las luchas de las y los migrantes, los diferentes movimientos en defensa de los territorios, contra los mega proyectos y el extractivismo. Que la pandemia haya invisibilizado las luchas de estos sectores no significa, en lo absoluto, que hayan arriado banderas, pero es un hecho que el confinamiento se ha traducido en una merma en el accionar político de diferentes grupos sociales.

Ahora bien, en México la gestión de la pandemia configura lo que se llama un mito racionalizado. Permítame explicar brevemente a qué refiere este concepto. En las organizaciones modernas, en particular en las gubernamentales, las actividades deben responder no sólo a criterios de eficiencia y eficacia, sino también y de manera prioritaria, de legitimidad. El triunfo en las urnas otorga márgenes de actuación más o menos holgados, pero los gobernantes y funcionarios deben legitimarse constantemente para sacar adelante los temas de su agenda y sus proyectos, que en teoría son los de sus electores. La complejidad de la administración pública y los retos que debe enfrentar constantemente exige cuadros preparados en diferentes áreas y disciplinas; estos cuadros gozan de la legitimidad que les otorga un título académico y que les habilita como expertos/as en derecho, contabilidad, sistemas informáticos, agronomía, medicina, etc. Por supuesto que no es su única fuente de legitimidad, también lo es la experiencia, su capacidad de negociación, sus redes formales e informales, etc. En otras palabras, la legitimidad de las organizaciones gubernamentales en gran medida deriva de la racionalidad de sus actividades, de allí que haya programas con objetivos, metas y acciones bien definidos, sistemas de evaluación de resultados, control presupuestal, leyes, reglamentos y normas de observancia generalizada, entre muchos otros procesos y sistemas perfectamente racionalizados.

Las acciones del gobierno federal, en particular en torno a la pandemia, gozan de la legitimidad tanto de los votos obtenidos en la elección de 2018, como también, y de manera notable, de la capacidad técnica demostrada por el equipo encabezado por el doctor Hugo López-Gatell, responsable de la conducción de las estrategias sanitarias para hacer frente a la COVID-19. Sostengo que esas estrategias son un mito racionalizado porque se trata de prácticas organizacionales que construye su legitimidad en la capacidad técnica de un amplio equipo de epidemiólogos y otros expertos que trabajan con base en criterios racionales con el objetivo de reducir la incertidumbre generada por la pandemia. El carácter racional de esas prácticas organizacionales es indudable, si bien su efectividad puede -debe- ser puesta en duda.

En mi opinión, en los primeros meses de gestión de la pandemia sí se logró disminuir la incertidumbre a través de la información detallada ofrecida tanto en las conferencias vespertinas como en las “mañaneras”; la estrategia para dar certidumbre a la población fue ofrecer información con sustento técnico que albergó la esperanza de que, con algunos imponderables, la pandemia en México estaba más o menos bajo control. Expresiones como “aplanar la curva” o la aún más extrema del presidente de que la pandemia había sido “domada”, con el tiempo demostraron que fueron inexactas, para decirlo suavemente. Inclusive se llegó a establecer número máximo estimado de personas que fallecerían (6 mil, luego se dijo que 30 mil, ahora no sé) o fecha del pico de contagios (pico que se ha movido incesantemente). Con el paso de los días y semanas hemos visto que la certidumbre de los meses iniciales ha comenzado a resquebrajarse, en gran medida por el cuestionamiento a los datos ofrecidos por el doctor López-Gatell y su equipo.

Si bien muchas personas carecemos de los conocimientos para poner en duda la información de López-Gatell, con el paso de las semanas han surgido diferentes expertos que con mayor o menor rigor cuestionan las estrategias para hacer frente a la pandemia, desde poner en duda la validez y el alcance del modelo “Centinela” o la calidad de los datos, hasta cuestionar el periodo de confinamiento, el regreso a la “nueva normalidad”, el uso del cubre bocas, el sistema de semáforos o cualquier otra medida tomada -o no- por el gobierno federal. Es de esperar que habrá muchos más cuestionamientos al modelo epidemiológico, al tratamiento estadístico, a la calidad de los datos, etc. Para quienes hacen minería de datos, de procesos o de textos, el material arrojado por la gestión de la pandemia puede resultar de enorme interés. Es muy sano que ocurran este tipo de debates, aunque es sumamente complicado que de allí salgan acciones positivas cuando toda crítica al gobierno se desestima en automático porque proviene de “los conservadores”.

Los datos oficiales al 12 de julio son de casi 300 mil casos confirmados, cerca de 30 mil activos, casi 75 mil sospechosos y 35 mil personas han perdido la vida. Si son muchos o pocos, lo dejo a su criterio. Toda vez que las decisiones de control epidemiológico han debido regularse con las decisiones de orden económico, es pertinente señalar que, de acuerdo a estudios del Programa Universitario de Estudios del Desarrollo (PUED), debido a la pandemia 16 millones de personas en México han caído en pobreza extrema. Si las estrategias han sido exitosas o fallidas, lo dejo a su consideración. Señalo solamente tres puntos que en mi opinión son centrales para analizar la gestión de la pandemia y para sustentar que se trata, esencialmente, de un mito racionalizado.

En primer lugar, la subestimación inicial que se hizo de la enfermedad. Aunque según López-Gatell la pandemia se ha monitoreado desde inicios de este año, las medidas para mitigar sus efectos económicos se activaron con mucha demora, hasta el mes de mayo, en pleno periodo del confinamiento. ¿Por qué? No lo sabemos. Hay muchas otras expresiones de la subestimación del alcance y los efectos de la pandemia, de las cuales, hay que decirlo, no es responsable el doctor López-Gatell, o al menos no totalmente. La subestimación ha sido clave para que varias decisiones se hayan tomado a destiempo, en particular, las acciones en materia económica. Lo he dicho antes en este mismo espacio: las acciones en materia económica han sido insuficientes y a destiempo.

En segundo lugar, creo el llamado “quédate en casa” ha partido de un punto falso y el yerro no sólo no se ha corregido, sino que se insiste en él. ¿A quién es el llamado de “quédate en casa”? ¿A quién le hace sentido ese llamado? Evidentemente a alguien que tiene casa, que puede mantenerse en ella porque tiene los medios para hacerlo, que se siente medianamente confortable en el confinamiento y que, además, le llega el mensaje. Es un mensaje claro y directo, sin duda, pero que interpela a muy pocas personas. No conozco investigaciones sobre el tema, pero no sería nada extraño que el destinatario que mejor recibe y acata el mensaje tiene un perfil bien definido: hombre, habitante de ciudad, asalariado o profesionista independiente, con casa o departamento con varias habitaciones, familia pequeña o mediana (2,3, 6 personas en casa) ... es decir, el mensaje quizás es mejor recibido, y respetado, por un porcentaje muy pequeño de la población. No está por demás hacer notar que el llamado es a la persona: “quédate en casa”, no a la colectividad: “quedémonos en casa”, “cuidémonos entre todas y todos” o algo así.

En tercer lugar, la gestión de la pandemia ha recaído exclusivamente en los expertos del sector salud, sin que se perciba mayor involucramiento en la toma de decisiones de otras dependencias o áreas del gobierno federal. Quizás han participado, pero lo que uno observa es a los doctores Hugo López-Gatell, José Luis Alomía, Ricardo Cortés y muy pocas veces al Secretario Jorge Alcocer, informar ritualmente todas las tardes sobre el avance de la pandemia en el país; frecuentemente asisten a las conferencias vespertinas expertos y expertas en otras áreas de la medicina, o especialistas en psicología, en adicciones, etc. El desfile de expertos refuerza la hipótesis de que estamos ante un mito racionalizado.

Se ha señalado lo absurdo que resulta que el periodo de sana distancia haya iniciado cuando los contagios eran menos frecuentes que cuando terminó, lo que dio lugar a que el regreso a la “nueva normalidad” haya ocurrido en un momento de mayor contagio. Se ha argumentado que esa decisión obedeció a criterios económicos, eso se entiende perfectamente, lo que llama la atención es que los expertos y expertas en economía, quienes uno supone tomaron esa decisión, hayan permanecido en las sombras. No digo que no participaron en esas decisiones e incluso en su ejecución, no lo sé, simplemente afirmo que no se observa el par del doctor López-Gatell (y su equipo) en el área económica. De la misma manera, se ha dicho con toda elocuencia y justa razón, que la observancia del sistema de semáforos es corresponsabilidad de los gobiernos de los estados. Bien, si ha fallado esa coordinación desde luego no es culpa de López-Gatell, sino en todo caso, si de asignar responsabilidades se trata, sería de la Secretaría de Gobernación. Nuevamente, no veo en la dependencia encabezada por la Secretaria Olga Sánchez Cordero al equipo que ejecute las decisiones políticas de la gestión de la pandemia. Tal vez existe, no lo sé, lo que afirmo es que no lo conozco, ¿usted sí?

La gestión de la pandemia ha priorizado uno solo de los muchos ángulos de este complejo problema, el de la salud. Al hacerlo, se ha ganado en el ámbito sanitario, por ejemplo, en la conversión hospitalaria, la disponibilidad de camas o el equipamiento especializado, pero al mismo tiempo se ha perdido la posibilidad de tomar mejores decisiones que competen a los ámbitos de la economía y la gobernabilidad. No sé si usted vea en el gobierno federal a un equipo (o equipos) integrado por responsables de la ejecución de las decisiones asumidas por los expertos en salud, economía, gobierno, educación, entre las áreas más relevantes, para gestionar estratégicamente la pandemia y sus efectos. A lo mejor existe, pero francamente no lo veo, no lo conozco.

Toda vez que la pandemia va para largo y que sus efectos económicos, emocionales, políticos y sociales, para mucho más tiempo, parece necesario hacer un ajuste en las estrategias, más vale tarde que nunca. Es eso, o persistir en lo mismo: tratar de reducir incertidumbres avivadas por el desempleo, el hambre y la muerte a través del mito racionalizado de la gestión de la pandemia.

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