La celebración de la derrota

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Independientemente de los resultados electorales, hoy lunes 7 de junio todas y todos seguimos trabajando, estudiando, haciendo negocios, buscando chamba, cumpliendo con nuestras respectivas obligaciones y haciendo nuestras actividades del diario, más allá de nuestras decisiones políticas y de nuestras opciones electorales, en caso de que hayamos acudido a las urnas. Y si no votamos, por las razones que sean, también. Como lo he dicho anteriormente, este país es mucho más grande y complejo que sus elecciones, por lo que ahora, pasada la llamada fiesta democrática, es tiempo de que sigamos cumpliendo con lo que nos corresponde, con respeto a las decisiones de las demás personas.

Extraña fiesta democrática en la que más de 80 personas fueron asesinadas en el contexto del proceso electoral; rara fiesta en la que no faltó la violencia en varios puntos del país durante la jornada del 6 de junio. Curiosa fiesta la de nuestra democracia, en la que se echan las campanas al vuelo celebrando la derrota, en un intento por demostrar ante el país que, a pesar de todo, a pesar de los yerros, pifias y desvaríos, el triunfo fue alcanzado.

A reserva de que los números del cómputo final de los votos se den a conocer en el transcurso de los próximos días, con los datos del Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP) es posible esbozar algunas conjeturas y trazar posibles escenarios. Quizás la primera conclusión que podemos sacar de esta elección es que el gran derrotado ha sido el abstencionismo. Desde las primeras horas de ayer domingo, la gente se volcó a las casillas instaladas y durante prácticamente todo el día no dejó de acudir a depositar su voto. De confirmarse el dato de que la participación rondaría el 51-52 % de los electores, se estaría echando abajo la tradicional baja participación ciudadana en las elecciones intermedias. Sin embargo, y si las tendencias lo confirman, se ratificaría que en las intermedias el partido en el gobierno suele ser castigado por los electores. Por otra parte, la participación en esta elección representa un espaldarazo a las instituciones electorales, en particular al INE, y a los Organismos Públicos Local(es) Electoral(es), los conocidos como OPLE’s. A pesar de diferentes adversidades, que el 99.7 % de las casillas haya logrado instalarse no es un dato menor y apunta a que la ciudadanía otorgó su confianza al andamiaje institucional responsable de las elecciones.

Uno desearía que los partidos y coaliciones iniciaran el día de hoy, 7 de junio, un proceso de reflexión y autocrítica para identificar sus fallos y errores, expresados en las urnas en la jornada electoral del domingo. Sin embargo, a decir verdad, lo más probable es que difícilmente harán un análisis profundo de sus traspiés, inconsistencias y absurdos; si antes no fueron capaces de rectificar ni de redirigir su ruta, ahora, con los resultados electorales en la mano, mucho menos emprenderán ese camino. Porque, curiosamente, los principales partidos implicados en la elección se han declarado triunfadores y donde no lo han hecho, seguramente acudirán a los tribunales para tratar de ganar en la mesa lo que no se logró en las urnas. Es mucho más sencillo festinar victorias, así sean pírricas, que asumir derrotas por contundentes que sean: si la jornada electoral es una fiesta de la democracia, que la celebración siga para eludir la cruda o resaca del día siguiente.

Sería deseable que el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) reflexione sobre qué sucedió, qué hizo o dejó de hacer para que el escenario electoral tan favorable de hace unos meses se convirtiera en los resultados finales obtenidos; de la expectativa que había hace unos meses (en febrero de este año) de arrasar y perder solamente una o dos gubernaturas de las 15 en disputa, MORENA quizás no gane en cinco: Querétaro, Nuevo León, San Luis Potosí, Chihuahua y Baja California Sur. Por otra parte, en la Ciudad de México, de confirmarse las tendencias, MORENA estaría perdiendo 9 o 10 alcaldías: Álvaro Obregón, Azcapotzalco, Benito Juárez, Coyoacán, Cuajimalpa, Cuauhtémoc, Magdalena Contreras, Miguel Hidalgo, Tlalpan y Xochimilco. No sé usted, pero para mí estos resultados no pueden considerarse como un triunfo.

Además, aunque lograr la mayoría calificada en la Cámara de Diputados era una posibilidad remota, es un duro golpe para las expectativas de la 4T que haya perdido alrededor de cincuenta asientos, toda vez que pasaría de 253 diputados que actualmente tiene a entre 190 y 203. Inclusive, que la mayoría simple haya estado en entredicho y que se haya logrado (en su caso y a reserva de los cómputos finales) solamente a través de las alianzas, no es un resultado para celebrar. Sin embargo, pese a los resultados obtenidos y a reserva de las cifras que arrojen los cómputos finales, se ve muy difícil que MORENA realice una autocrítica rigurosa y profunda que le permita corregir sus desatinos; si no lo hizo antes, si no lo hizo previo a las elecciones, si el debate pareciera proscrito por aquello de “estás con la 4T o eres conservador”, entonces no se ve cómo ni porqué emprendería ese necesario ajuste de cuentas.

Si los gobiernos emanados de MORENA han sido tan exitosos como pregonan sus adeptos, propagandistas y aplaudidores, ¿cómo explicar los resultados electorales? Si la oposición está moralmente derrotada ¿cómo es posible que le haya arrebatado tantos votos? Si el pueblo está feliz, ¿por qué no se expresó esa felicidad en las urnas? La explicación más sencilla, el argumento más simplón, fatuo y exculpatorio, es que los resultados no se explican sin la compra de votos, las amenazas, la intervención de autoridades estatales y municipales y hasta la participación del gobierno de los Estados Unidos a través de las organizaciones que financia. Difícilmente se reconocerá que muchas candidatas y candidatos de pasado -y presente- muy oscuro ahuyentaron a posibles electores; que decisiones como la de la llamada Torita costaron votos en otros estados e incluso quizás en Guerrero; que sus propuestas de campaña no sólo no fueron atractivas, sino inclusive borrosas y dependientes de las propuestas y consignas de hace tres años (combate a la corrupción, austeridad, etc.); que su activo político más importante fue -y sigue siendo- el presidente Andrés Manuel López Obrador, pero al mismo tiempo, AMLO carga con negativos suficientes para alejar a una parte importante del electorado; que el “liderazgo” de Mario Delgado fue incapaz de conducir las diferencias políticas por cauces institucionales, sin rupturas ni efervescencias; que las alianzas en muchos distritos electorales, municipios y estados restaron más de lo que sumaron; que el derrumbe del tramo elevado de la Línea 12 fue tratado con criterios políticos, y en lugar de asumir cabalmente la posible negligencia y separar del cargo a la directora del metro, se postergó la hipotética investigación y la consecuente impartición de justicia para después de las elecciones, con el consecuente costo en las urnas. En fin, quizás en un universo paralelo veríamos que MORENA hace una seria y profunda autocrítica, sin embargo, en este universo difícilmente sucederá eso: es más fácil echar la culpa de los fracasos propios a los demás. Sin negar que hubo dados cargados, compra de votos, violencia y que la campaña en contra del obradorismo responde a intereses muy poderosos, MORENA tendría que asumir lo que le corresponde en los resultados electorales obtenidos, para bien y para mal. Es imprescindible que MORENA acepte que su triunfo en esta elección obedeció a la fuerza política de AMLO, en tanto que la derrota es responsabilidad del partido.

En la otra esquina, en la de la coalición Va por México, las cosas no pintan nada mejor y a pesar de sus magros resultados en las urnas, difícilmente iniciarán una autocrítica que les permita posicionarse, desde ya, hacia las elecciones de 2024. Va por México fue incapaz de construir una opción política propia, con propuestas, plataforma, iniciativas, que no fueran simplemente ir en contra de la coalición Juntos Hacemos Historia y la 4T. Vamos, fue incapaz de construir un liderazgo medianamente confiable, así como no pudo incrementar la intención de voto de los partidos que la integran, de tal suerte que desde el año pasado y hasta el 6 de junio, sus números no variaron gran cosa, ni solos ni en alianza: PRI y PAN oscilaron entre 17 y 18 %, mientras que el PRD se quedó en un lejano 3-4 %. Con todo y eso, la simple postura opositora y, sobre todo, lo que no hizo MORENA y sus adjuntos, les ha dado para festejar algunos triunfos en las gubernaturas (Querétaro, Baja California Sur, Chihuahua, San Luis Potosí), no pocas presidencias municipales, sindicaturas, regidurías y presencia en congresos locales y un número suficiente de asientos en la Cámara de Diputados para evitar la mayoría calificada de la coalición Juntos Hacemos Historia. Perdiendo, ganaron. ¡La celebración de la derrota a todo lo que da!

No parece nada posible que la coalición Va por México emprenda un proceso de análisis crítico de sus grises liderazgos: el del PRI, del apodado Alito Moreno, el del PAN con el opaco Marko Cortés y el del PRD con el viejo chucho Jesús Zambrano. Ni tampoco parece que vayan al menos a intentar una revisión de sus plataformas, sus proyectos, sus iniciativas, sus candidaturas; si antes de las elecciones fueron incapaces de hacerlo, a la luz de los resultados del 6 de junio, mucho menos. Y de hablar de renovación de cuadros que refresquen a sus organizaciones, ni hablar, no se percibe ninguna intención de hacerlo. Tal vez en un universo paralelo la alianza Va por México se anime a hacer una fuerte y estricta autocrítica, pero parece muy complicado que en este lo haga, ni siquiera como partidos por separado. La oposición llegó y salió derrotada de la elección, aún así celebra su derrota.

Tal vez el único partido cuya celebración no corresponda a la de un triunfo francamente miserable sea Movimiento Ciudadano (MC), cuyo vacuo candidato para la gubernatura de Nuevo León (¿Fosfo León?), Samuel García Sepúlveda, parece levantarse con la victoria en un estado de enorme relieve económico y político; asimismo y a reserva de confirmar los primeros resultados, pareciera que la estrategia de MC al ir solo a la elección le ha dado mejores resultados que a los partidos que decidieron hacerse muégano con otros. Si la estrategia electoral de MC ha sido relativamente exitosa, queda por ver si su actuación en el Congreso seguirá por la línea independiente o bien, como se especula, se alineará con MORENA.

Curiosa nuestra democracia cuando los principales partidos celebran triunfos que fueron mucho más por lo que hicieron o dejaron de hacer los otros, los adversarios, que por méritos propios. En este escenario, parece innegable que el sistema electoral mexicano requiere de un profundo cambio que vaya desde los órganos electorales (INE, TEPJF, OPLE’s) hasta la legislación, los mecanismos para dirimir diferendos, el financiamiento a los partidos, la integración de alianzas y coaliciones, los requisitos para la obtención y mantenimiento del registro de los partidos, la incidencia del voto nulo (ahora sin peso alguno), las candidaturas independientes e inclusive la composición misma del congreso, entre muchas otras aristas que requieren cirugía mayor. En realidad, lo que se requiere con urgencia es una reforma integral del Estado.

Es necesario que la reforma del Estado sea impulsada desde la ciudadanía, aunque ponga en entredicho el actual sistema de partidos y su repartición de poder y dinero. Es una tarea de enorme exigencia que muy probablemente deba hacerse con la oposición de los partidos políticos, aunque declarativamente se comprometan a ella. Por lo pronto, los resultados electorales (preliminares) nos dejan ver que la ciudadanía ha manifestado su aceptación de los proyectos de la 4T, pero no al grado de firmar un cheque en blanco. El mandato expresado en la composición de la Cámara de Diputados es claro: al presidente AMLO y la 4t, ni todo el amor, ni todo el poder.

 

No puedo cerrar esta columna sin recordar que el 5 de junio de 2015, siete estudiantes de la UV fueron brutalmente atacados por un comando parapoliciaco bajo las órdenes de Arturo Bermúdez Zurita, Secretario de Seguridad en el gobierno de Javier Duarte de Ochoa (hoy preso). Bermúdez Zurita está en libertad, pese a los señalamientos de ser responsable de la desaparición de cientos de personas en Veracruz. Como lo he sostenido desde hace años, es necesario investigar el posible lazo entre el ataque a las y los estudiantes de la UV cometido el 5 de junio de 2015 y los asesinatos de Nadia Vera, Rubén Espinosa, Mile Martín, Alejandra Negrete y Yesenia Quiroz, conocidos como el multihomicidio de la Narvarte, ocurrido el 31 de julio de 2015, es decir, cerca de dos meses después del ataque ocurrido en Xalapa. Han pasado 6 años y tres gobiernos: el de Javier Duarte de Ochoa del PRI (2010-2016), el de Miguel Ángel Yunes Linares del PAN-PRD (2016-2018) y el actual de MORENA, encabezado por Cuitláhuac García Jiménez: 6 años, 3 gobiernos, 3 partidos diferentes, 1 procuraduría, 2 fiscalías (autónomas) y el delito sigue impune.

La impunidad, a 6 años de distancia, es evidente y ominosa. La exigencia de justicia es irrenunciable. Ni perdón, ni olvido.

 

Como es irrenunciable la exigencia de justicia de otro crimen cometido un 5 de junio del año 2009: el incendio de la guardería ABC en Hermosillo, Sonora, que costó la vida de 49 niñas y niños y lesiones a 106, todas y todos entre los 5 meses y los 5 años de edad.

 

Como es irrenunciable la exigencia de justicia por el halconazo del 10 de junio de 1971 en el que fueron asesinadas 120 personas, entre estudiantes, profesores y profesoras, amas de casa y trabajadores. El presidente de entonces, Luis Echeverría Álvarez, sigue con vida y en total impunidad, luego de que fue exonerado de su responsabilidad en esa criminal acción. Son ya cincuenta años de impunidad.

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