Inquilinos de la noche o Elena ven cuando oscurezca

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Voz: Eneida Martínez Ocampo

Música: Chet Baker

Edición: Antoine Leztatd González Martínez

 

"En Troya las piedras hablan de historia y mito"

"Troya", Andrés de Luna

Para esas horas las calles, aparentemente desérticas, las alfombra aún más la suciedad y la basura. Callejones tapizados de huellas olvidadas por los transeúntes. Algunas callejuelas salpicadas por la luz sucia de faroles sucios. Las estrellas y la luna adivinábanse detrás de una gruesa cortina de contaminación.

Un par de manos enguantadas por costras de mugre, rompen con brutalidad unas bolsas de plástico que celosamente resguardan lo inservible para quienes lo tiran, pero valioso tesoro para quienes lo encuentran. Rotas las bolsas; saltan unas botellas de vidrio que se rompen al contacto brutal con el suelo, latas de aluminio, cajas de medicinas caducas, papeles que en otros tiempos habían sido documentos de suma importancia… Todo se recicla y se vende. Pero también esas bolsas contienen ruido, mucho. Ruido que estuvo silenciado hasta que un ser deleznable –para los durmientes de una ciudad que sufre de insomnio– lo provoca, y sale de su prisión para agredir la quietud. Ruido que asalta el silencio que pocas veces hace presencia en una urbe trasnochada, ojerosa.

Los puños del viento invernal no son lo suficientemente agresivos para subyugar a los inquilinos de la noche. Mendigos que piden y méndigos que no les dan, beodos, drogadictos, prostitutas de todos los precios para todos los bolsillos, y hasta perros sosegándose la roña con sus lamidas. Animales noctámbulos.

Las bancas de un parque recóndito son la fortaleza de muchos seres sin cobija ni cobijo. Pero para qué querrías una manta cuando tienes a Elena para atajarte del frío. Las manos enguantadas por la mugre, se meten en los rinconcitos más cálidos, en las carnes más gordas, en las curvas más pronunciadas, en la piel más floja…

Patricio no es ningún héroe griego, pero sí es el héroe que rescata del viento gélido a Elena. Una Elena que a ratos se escapa de su locura. Una locura, que no en pocas ocasiones, la tiene encadenada a diversas realidades alternas donde no conoce ni a Patricio ni a nadie más. Patricio es uno de esos seres que se mimetiza en la oscuridad. Animal noctámbulo. Su delgadez un tanto esquelética, su altura un tanto alargada; sus cabellos son gruesas lianas negras donde los piojos y liendres se mecen libremente. Su edad indefinible, insondable; es de esos hombres con cara de joven y gestos de anciano; de ojos –de un azul profundo– infantiles pero resguardados por hondas arrugas.

Elena y Patricio. Ambos se arropan con sus cuerpos. Gimen. Gruñen. Murmuran. Animales aliviándose la soledad. Lamiéndose las heridas. Canija soledad Patricio, ¿para qué quieres más cobija de la que te ofrece la piel de Elena? Elena es una mujer de edad de entre los veinte y los cuarenta años, es decir, indescifrable; la suciedad incrustada en su rostro es un blindaje que impide saber si es joven o vieja, bella o fea; pero para Patricio es la fémina más hermosa de toda la urbe. El exceso de ropas gastadas que lleva a cuestas, también imposibilita saber con certeza las dimensiones de su figura. Sólo tú lo sabes, Patricio, cuando en las noches metes tus manos para protegerlas de las agujas del frío.

El parque "Troya" era, en lejanos tiempos, un sitio donde iban a sentarse en sus bancas "la gente bonita", "las familias bien", las personas "finas" paseaban a sus perros "finos"… eso fue hace mucho tiempo; ahora "Troya" es un lugar donde los seres noctámbulos tienen sus dominios. Dominios sobre la bancas y que son la fortaleza de cada uno de ellos. Pero hay una banca en especial, una grande, ancha. Enorme cama, una "quinsais", dices Patricio, donde caben dos habitantes urgidos de calorcito. Los ahuehuetes son alcahuetes protectores de las miradas vouyeristas, que pudieran espiar desde las altas ventanas de los altos edificios.

Algunos hilachos de noche resisten a desvanecerse, pero la claridad de la mañana llega sin que nadie la invite. Elena es tomada de sorpresa por su locura. ¡Ve tú a saber qué la pone así!, Patricio. No siempre en las noches llega la cordura para agarrarla de buenas, aunque tú te las ingenias para atraerla, a veces con mucho éxito, a la banca. Pero cuando la demencia la apresa con gruesos grilletes no hay nada qué hacer con esa loca, y Patricio la deja en paz mientras él se marcha con los escombros de su vida a cuestas.

En el día los inquilinos nocturnos también desempeñan su rol de seres mañaneros. Trabajan sus oficios. Si son putas "a darle al talón"; si son carteristas "a meter el dos de bastos"; si son diableros "a'i va el golpe"; si son mendigos "una monedita por favor, Dios se lo va a pagar"; si son franeleros "viene viene"; si son rateros de transporte colectivo "saquen todo lo que traigan si no se los carga la chingada"; y si es Patricio: "Tooooodo lo que tengo en la vidaaaaa/ mi ternura escondidaaaaa/ mi ilusión de viviiiiir/ tooooodo te lo diera contentooooo/ porque tu pensamiento no apartaras de mííííí…", canta mientras separa lo reciclable de lo comestible. Y ¿Elena? Quién sabe qué hará ella, quizá también se dedica a la reciclada, es lo más seguro, pero eso no le importa a Patricio, sólo la extrañas cuando pasas más de dos noches sin el calorcito de sus carnes.

En invierno son raros los aguaceros, pero los hay, y eso sí te pone de malas; porque Patricio no puede acomodarse en su "quinsais" y es cuando Elena huye de "Troya", y quién sabe dónde se mete esa loca. A Patricio sólo le queda observar la lluvia que cae con enojo incontenible; divisar cómo los relámpagos rompen con estiletes luminosos el cielo; ver con resignación los goterones que la tormenta pare. Y se sienta en el piso debajo de una marquesina de un local abandonado, encoge las piernas y las aprieta contra su pecho, no puede evitar ser alcanzado por el agua fría que escupen las nubes furiosas. Después de que la lluvia se detiene, siempre busca alivio en un vaso de mezcal abaratado. ¡Qué rico te sabe, Patricio!, sólo se le pude comparar con el calorcito que te produce Elena, dónde estará esa loca. Pinche loca, me hace falta.

Escampa. No más tormentas distraídas, que se cuelen en una estación que no les corresponde estar; pero eso no quita tener que soportar las astillas del invierno. Y Elena vuelve, y otra vez a "Troya", a la cama acogedora. Forcejean. Y Elena como que quiere y no quiere. Susurros. Arrímate un poquito más, siente cómo me pones. Gruñen. Tócalo, anda tócalo. Sudan. Y es la primera vez que le hablas al oído a Elena; siénteme quiero cogerte. Gimen. Quizá le hablas suavecito, quedito, porque hace más de diez días que no la tenías a tu lado, su calorcito, Patricio, como el mezcal que calienta la garganta.

El invierno rezuma aromas de Navidad; figuras luminosas adornan edificios y casas, árboles naturales y artificiales están "sembrados" en las banquetas o establecimientos para ser vendidos. A Patricio le encanta esta época, porque la ciudad se hermosea de lucecitas titilantes –muchas son azules como sus ojos–, y eso le gusta mucho muchísimo porque una vez, sólo una vez, Elena te dijo que lo que más le hechizaba de ti era el color de tu mirada, no dijo de tus ojos, dijo de tu mirada, y eso lo consideraste lo más poético que alguien te haya dicho. Así, la única razón de que a Patricio le guste la Navidad es porque el azul se vuelve más brillante, más vistoso. Pero también estás feliz, pues tienes en la bolsa del pantalón un pequeño regalito que le darás a tu Elena.

Están destruyendo "Troya". Máquinas feroces manipuladas por hombres, aún más feroces, abren el asfalto, entierran sus garras en "Troya". Despedazan las bancas, esas fortalezas para los inquilinos nocturnos, esa "quinsais" de Patricio y Elena. Arrancan de uno, dos, tres, cinco tajos los ahuehuetes alcahuetes que protegían de los mirones. El ambiente se tiñe de polvo, se teje de ruinas. Todos presencian la destrucción, se van, los inquilinos se marchan. La locura le hinca los colmillos con más crueldad a Elena. Grita. Espérate, no pasa nada; tratas de calmarla. Corre. No corras; intentas asirla de un brazo. Escapa. Se escabulle entre tránsito y transeúntes que agolpan las calles. Desaparece. Ya no la ves… ni nunca la verás –no le podrás dar el regalito–, porque "Troya" está destruida.

Eneida Martínez Ocampo

 

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