Importa de dónde venimos…

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Federico Anaya Gallardo

 

Una de las primeras victorias del último movimiento democratizador mexicano –iniciado en 1987 y que derivó en la Cuarta Transformación de hoy día– fue que, ¡al fin!, un grupo relevante de priístas se inconformasen con el procedimiento autoritario, se saliesen del aparato oficial y lograsen una vida política exitosa luego de su rompimiento. Esto que suena tan fácil, no lo era, como te lo explicaré en esta nota lectora. Aparte, hay que decir que el rompimiento de los priístas de Izquierda no fue cosa menor. En aquéllos días, la sugerencia de abandonar el partido oficial podía ser sinónimo de muerte –al menos eso decían los que siguieron en los 1960s la disidencia democrática de Carlos Madrazo Becerra – exgobernador tabasqueño y exdirigente nacional del PRI muerto en 1969 en un accidente aéreo en Monterrey.

 

Veinte años después, la salida de la Corriente Democrática del viejo “partidazo” fue algo impactante porque los disidentes eran venerables cuadros dirigentes. Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano había sido gobernador de Michoacán entre 1980 y 1986 (con la venia de José López Portillo y sostenido por Miguel de la Madrid). Porfirio Muñoz Ledo había dirigido el Comité Ejecutivo Nacional (CEN) priísta (1975-1976) durante la campaña presidencial de López Portillo y fue dos veces secretario de Estado: de Trabajo y Previsión Social con Luis Echeverría Álvarez y de Educación Pública con López Portillo. El currículum de Ifigenia Martínez era menos rimbombante pero mucho más impresionante: muy joven había sido asesora de Jaime Torres Bodet en la SEP (1958-1959, sexenio de López Mateos) y entre 1961 y 1965 coordinó a los asesores del todopoderoso secretario de Hacienda y Crédito Público, Antonio Ortiz Mena (1958-1970); luego serviría en la secretaría de la Presidencia (Administración Díaz Ordaz) y como Subsecretaria de Hacienda (Administración Echeverría). Para un régimen acostumbrado al brillo curricular, perder cuadros como estos era desastroso.

 

Para quienes vivimos aquél desgarramiento fue menos obvia la salida de prácticamente todas las bases populares del PRI en Michoacán. (Estábamos fascinados con la política de élites.) La importancia y profundidad de este otro quiebre fue mucho más importante que el de los cuadros dirigentes. Esto empezamos a verlo sólo cuando, a partir de 1989, el salinismo reprimió cruelmente a cientos de líderes de base y cuadros intermedios del naciente PRD en aquél Estado. La actual inestabilidad política y social de Michoacán tiene sus raíces en estos hechos.

 

Lo mismo ocurrió, aunque con un semestre de diferencia, en Tabasco. En 1988 las elecciones de aquél Estado aún ocurrían en noviembre-diciembre. La candidatura de López Obrador por el Frente Democrático Nacional significó la salida de buena parte de las bases campesinas, indígenas y populares del PRI tabasqueño. Mi padre, Federico Javier Anaya García, quien durante años trabajó como jefe de oficina en la Dirección General de Gobierno de la SEGOB (que se transmutaba en tiempos electorales en la Comisión Federal Electoral), me dijo una mañana de 1989: “—Si vas a oponerte al régimen, hazlo como López Obrador: con todo el partido a tu lado.” Más que desgajamientos arriba, lo que estaba ocurriendo, ¡al fin! era un quiebre abajo.

 

Ahora bien, la ruptura política de 1987-1989 no era la primera en la historia del régimen postrevolucionario. En 1946 Miguel Alemán Valdés (1900-1983) fue el primer candidato presidencial del PRI (que había abandonado ese año sus siglas previas, PRM). Frente a él contendió, por el PAN, Ezequiel Padilla Peñaloza (1890-1971)… quien había sido secretario de Relaciones Exteriores en la misma Administración Ávila Camacho adonde el priísta Alemán había sido secretario de Gobernación. Pero la defección de Padilla no fue acompañada de sectores importantes del aparato de masas priísta. No hubo “padillismo” más allá del culto y elegante candidato de los blanquiazules. (Míralo vestido de frack en la ceremonia del grito, mientras el presidente Ávila Camacho luce sólo traje formal, en un newsreel de 1943, Liga 1, minutos 2:55 a 3:10.)

 

Más complejo fue el caso del general Miguel Henríquez Guzmán –quien empezó a movilizarse en 1950 ante los rumores de que Alemán Valdés buscaría reelegirse. El cardenismo era aún fuerte dentro del PRI y el Tata Lázaro apoyó la precandidatura de Henríquez para frenar la reelección. Ahora bien, el México de 1952 era aún mayoritariamente campesino: 6 de cada 10 personas vivía en las áreas rurales. La precandidatura henriquista echó raíces entre un campesinado que añoraba el compromiso de los gobiernos revolucionarios con la Reforma Agraria. Desde fines de 1950 se formó una nueva alianza campesina, independiente y contestataria llamada Unión de Federaciones Campesinas de México (UFCM). Entre sus dirigentes estaban los altos dirigentes cardenistas que habían fundado la CNC: Graciano Sánchez, Wenceslao Labra, J. Trinidad García –quienes aborrecían el modo en que el alemanismo había detenido el reparto agrario, protegido a los latifundios permitiendo el abuso del amparo contra la formación de ejidos, y corrompido las estructuras políticas campesinas. La UFCM fue el inicio de la Federación de Partidos del Pueblo Mexicano (FPPM) que apoyó a Henríquez Guzmán como candidato independiente. Para que te des una idea de la gravedad del quiebre henriquista, hay que recordar que, entre los militares afiliados a la FPPM estaba Marcelino García Barragán.

 

¡Pero atención! El henriquismo de 1952 no sólo convocó a viejos funcionarios cardenistas y a militares. También se unieron viejos zapatistas como el general Genovevo de la O y nuevos líderes agrarios de Morelos, como Rubén Jaramillo. La FPPM sufrió ataques, amedrentamientos, asesinatos y heridas. En el verano de 1952, hace 70 años, manifestantes henriquistas fueron masacrados en La Alameda de la ciudad de México. 200 ó 300 mexicanas y mexicanos murieron allí. Carlos Monsiváis elevó la cifra a 500 –aclarado que esta masacre es uno de los hechos más oscurecidos de nuestra Historia nacional. El candidato priísta, Adolfo Ruiz Cortines asumió la presidencia seis meses más tarde, aún en medio de esta sangre.

 

Porque la represión siguió en muchas partes. El gobierno priísta, cada vez más autoritario, cada vez más paranóico, veía rebeliones por todas partes. En 1955, cientos de campesinos tojolabales fueron asesinados en La Trinitaria, Chiapas, porque se sospechó que una peregrinación era parte de una conspiración del general Celestino Gasca –otro de los militares henriquistas. En 1957, Ruiz Cortines, Adolfo el Viejo, inauguró el tapadismo y designó a Adolfo López Mateos como candidato imbatible a la presidencia. Ya no hubo oposición relevante (no la habría hasta treinta años más tarde, en 1988).

 

Adolfo el Joven recibió la banda tricolor en Diciembre de 1958. Rubén Jaramillo, exzapatista, exhenriquista, siguió resistiendo en Morelos. Fue asesinado, junto con toda su familia, en 1962.

 

Nota, lectora, cómo el florecimiento de la sucesión por Dedazo presidencial y el éxito de la danza de Los Tapados coincide con la elitización de la política y el aumento de la represión. Cuando López Mateos “unge” a Díaz Ordaz como candidato priísta, en 1963, estábamos ya en el umbral de la Guerra Sucia. Me parece paradójico que, cuando voltean a esos años, nuestros académicos se fijen solamente en la estabilidad de las élites y no en el evidente costo social que tenía esa estabilidad.

 

Contrario a las dos experiencias previas (la salida de Ezequiel Padilla en 1946 y la de Henríquez Guzmán en 1952), los disidentes priístas de 1988 encontraron un lugar propicio para seguir haciendo política fuera del PRI. Ese lugar era un sistema de partidos real, aún y cuando hubiese nacido –en parte– en el invernadero de la Reforma Política de Reyes Heroles en 1977. Ya nadie recuerda que el PRD se formó aprovechando el registro del Partido Mexicano Socialista (PMS) que era el del viejo Partido Comunista Mexicano re-legalizado en 1977. Pero me corrijo, lectora. La imagen de invernadero es engañosa. La Reforma Política de 1977 era la única salida de la trampa autoritaria que te describí en esta nota. La Guerra Sucia había llevado al callejón sin salida de una elección con candidato único (López Portillo en 1976) y guerrillas marxistas levantadas en todo el territorio. Por eso es que uno de los momentos cumbre del episodio rupturista de 1988 ocurrió cuando, la noche del 6 de Julio, salieron de la sala de reuniones de la SEGOB, agarrados del brazo, los candidatos del PAN (Maquío Clouthier), del PRT (doña Rosario) y del FDN-PMS (Cuauhtémoc). La oposición leal de Derechas, la madre de un combatiente de la Liga Comunista 23 de Septiembre y uno de los cuadros rebeldes del sistema.

 

Ligas usadas en este texto:

 

Liga 1:

(Newsreel mexicano de 1943.)

 

 

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