Hablemos de política... y escuchemos con atención

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Estoy claro que no elegí el mejor título para esta entrega, pero a usted que amablemente sigue esta columna le pido un poquito de paciencia para leer las siguientes líneas. No se asuste, no voy a promocionar a ningún candidato ni haré apología de ningún partido, mucho menos echaré lodo, o mierda, sobre nadie. Mi argumentación va en otro sentido.

Irónicamente, en momentos en que la política pareciera invadirlo todo, ocupar el espacio de discusión pública por completo, es cuando con mayor nitidez nos percatamos de nuestras carencias en materia de debate político y, sobre todo, de ejercicio de la democracia. La proliferación de la discusión política, o de la grilla, como usted prefiera, nos deja ver una de las mayores y más perniciosas atrofias del sistema político mexicano: la reducción de lo político a lo electoral. Esta concepción se traduce en que lejos de ejercer nuestros derechos políticos y ciudadanos desde el barrio, la fábrica, la escuela, el hospital, el mercado, el transporte, el municipio o cualquier otro ámbito de la vida pública, nos limitamos a depositar un voto -si es que decidimos hacerlo- cada tres o cada seis años, lo que nos convierte en fácil presa de los profesionales de la política -o de la grilla- que llevan mucho tiempo en el pingüe negocio de la compra (así sea temporal) de voluntades ciudadanas mediante promesas recicladas. Por esto, quizás no sea exagerado decir que cuanto más hablamos de elecciones, menos hablamos de política. Y de política, es imprescindible que hablemos.

La incontinencia de la verborrea política que acompaña a las campañas en pos del voto popular, se desborda en los medios de comunicación, en las redes sociales (en las que Twitter más que ágora, es estercolero), en las conversaciones de oficina y en las reuniones de familia. Difícil escapar de esta especie de hoyo negro electoral capaz de devorarlo y destruirlo todo, incluidas amistades, parejas y familias. Ahogados en el maremoto electoral y sus muchos candidatos y candidatas de burlesque, es necesario levantar la cara para salir a respirar el aire fresco proveniente de ámbitos que no son electoreros, y para jalar el aire suficiente a fin de que hablemos de política, esa que se teje desde abajo, en horizontal y en colectivo. Ante el estruendo de las elecciones, requerimos la pausa para el diálogo, que es, por definición, escucha atenta de las otras partes. No se puede hablar de política sin escucharnos todas y todos, puesto que se trata justamente de construir los puentes necesarios para que nadie quede por fuera del diálogo, para que nadie quede en rezago o, peor, en exclusión.

No es sencillo que hablemos de política en México. El déficit democrático en nuestro país es de viejo cuño y a pesar de las importantes transformaciones ocurridas en los últimos años, aún cargamos con una densa cauda de rezago en materia de construcción de ciudadanía y, por ende, de ejercicio de nuestros derechos. Una de las expresiones de nuestra debilidad democrática es que hemos expulsado a la política de nuestro día a día, confinándola a una actividad exclusiva de profesionales (los “políticos”) y a tiempos específicos coincidentes con las fechas electorales. Si no nos vivimos como sujetos políticos, difícilmente podremos reivindicar y ejercer nuestros derechos, por lo que indefectiblemente haremos de nuestra condición ciudadana una relación subordinada y agradecida a las autoridades en turno.

El autoritarismo engendrado por el PRI y sus estructuras corporativas (CTM, CNC, CNOP, CROC, Antorcha, entre las más consolidadas), más el control corrupto de los medios de comunicación (salvo algunas excepciones), que ocuparon la vida pública del país durante más de medio siglo, está lejos de haberse disipado. El relevo del PAN implicó el remozamiento de las estructuras corporativas, manteniendo las mismas formas de control social, e incluso, escaló la corrupción a niveles difícilmente imaginables. A nivel local, los gobiernos del PRD tampoco han trastocado las relaciones corporativizadas, por el contrario, se han aprovechado de ellas. Por su parte, hasta el momento, MORENA ha dado muestras de privilegiar la contienda electoral por sobre la organización y la lucha popular independiente y tampoco ha hecho mucho por desmantelar el corporativismo, siempre y cuando le beneficie. Los partidos rémoras, convertidos en franquicias familiares o de grupo, son eso: meros apéndices de los “grandes”.

El autoritarismo consolidó su poder a través de una combinación entre violencia (física, legal, simbólica, etc.) y dádivas, que dio como resultado sujetos doblegados, masificados y despolitizados que dejaron la conducción de lo público en manos de sus “representantes” y de los funcionarios elegidos o nombrados para tal efecto; en estas condiciones, la corrupción encontró el mejor caldo de cultivo para reproducirse en prácticamente todas las estructuras de la administración pública. Así, la corrupción, lejos de ser un rasgo de individuos con poca o nula moral (o ética), es un problema estructural asociado a la ausencia de sujetos políticos exigentes de sus derechos y a un diseño institucional que favorece la simulación y la opacidad. Acabar, o al menos menguar la corrupción, no es un asunto de escaleras que se barren de arriba hacia abajo (pésima analogía, por cierto) sino de construcción de ciudadanía, vale decir, de sujetos de derecho, no de sujetos agradecidos.

Las subjetividades subordinadas se siguen reproduciendo y se expresan, entre muchas otras formas, en el “gracias, señor presidente”, que en tiempos de campañas electorales se escucha con mayor frecuencia y con mayor potencia. Subjetividades subordinadas que lo son en tanto se trata de subjetividades agradecidas por la prebenda recibida, por el favor obtenido gracias a la venia del político en campaña, o del funcionario con intereses propios. Nada más lejos del ejercicio democrático que agradecer por aquello que por derecho nos corresponde, sea agua, educación, electricidad o vacunas.

Hablemos de política para construir ciudadanía, es decir, para pasar de las subjetividades agradecidas a los sujetos de derecho. Hablemos de política a fin de re-apropiarnos de los asuntos del gobierno que a todas y todos nos competen: la recolección de desechos en nuestras calles, el acceso y la distribución del agua potable, los planes y programas de estudio de las escuelas de nuestras hijas e hijos, las políticas públicas en materia de salud o trabajo, el sistema de procuración e impartición de justicia, entre muchos otros. Aunque parezca imposible, hablemos de política evitando reducir el diálogo a un problema exclusivamente electoral: hay que ir mucho más allá de un asunto de votos hacia tal o cual partido, hacia tal o cual candidato. Como bien nos recuerdan los y las zapatistas: “votes o no votes, organízate”.

Y por supuesto, hablemos de política escuchando, y aprendiendo, de quienes tienen muchos años, más de treinta, hablando de política, impulsando proyectos de educación, de salud, de vivienda, productivos, impartiendo justicia, en pocas palabras: construyendo autonomías. Ellas, ellos y elloas que hablan de siembras, lluvias, justicias, cantares, que hablan de política hablando de infancias y sus derechos, de cerros y de luchas en su defensa, que hablan de política de los pueblos aquí al ladito y de los pueblos del otro lado del océano, que hablan con muchas voces sin dejar de lado a ninguna y escuchando a todas. Hablemos de política con ojos y oídos atentos, con ganas de aprender, de La Montaña y su Escuadrón 421 que parte a Europa para hablar de política con la gente de abajo y a la izquierda que allá vive, resiste, lucha y habla, ¿de qué más? de política... y de algunos otros temas. Como la creación de otros mundos posibles en los que haya cabida para todes.

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