Feminicidio, crimen sin castigo

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Temprano por la mañana, a una hora en la que el sol todavía duerme, espero inquieta el pesero que me llevará a la secundaria. A lo lejos, veo las luces de un vehículo que se aproxima. Sin que yo haga seña alguna, el chofer hace la parada y abre la puerta de la combi. Me siento del lado de la ventanilla; al ver que soy la única pasajera, abrazo mi mochila con fuerza, decidida a bajarme en la siguiente parada. Una cuadra más adelante, el chofer apenas detiene la camioneta y surge de la obscuridad un hombre que se sube en la parte delantera. Ninguno habla. El silencio y la negrura del ambiente me aterran. Mis sentidos y mi cuerpo se paralizan.

 

El tipo que se ha subido, se pasa de un brinco a la parte trasera; me arrebata con violencia la mochila y comienza a golpearme con furia. Mis gritos se ahogan en su mano áspera que tapa mi boca, mientras con la otra toca mi cuerpo. “Hice lo que pude, mamá, pero me venció…”.

 

La camioneta se detiene y los hombres intercambian lugares. Cuando el chofer me somete, apenas puedo moverme. Los golpes me debilitan, estoy perdiendo el conocimiento, siento que mi cuerpo se transforma en el de aquella muñeca de trapo que alguna vez tuve, carente de fuerza, de voluntad, que no tiene alma ni vida…

 

Tiran mis restos en un paraje desierto, muy lejos de la esquina de mi casa. Mi madre sigue buscándome, no se cansa. Sus infinitas lágrimas riegan cada fosa. Sólo ella me busca. Sé que nunca me encontrará, porque estoy lejos y muchos metros bajo tierra. Quisiera decirle, desde aquí, que no estoy sola, que ya no llore, que estoy con las otras, que descansamos en paz…

 

En México, se cometen diez feminicidios al día. La forma de asesinar a las mujeres es cada vez más violenta. Desafortunadamente, para el gobierno indiferente, después de ser violadas y asesinadas, las mujeres nos convertimos en cifras, que cada día van en aumento; somos un número, un caso, no una vida arrebatada de manera injusta y brutal… existencias que son arrancadas a destiempo con excesiva crueldad, con pocas o nulas posibilidades de que nuestro agresor sea capturado, por la falta de investigación y de interés de las “autoridades”.

 

Las violaciones y los feminicidios no cesan. Esto desencadena trágicas consecuencias en las que las autoridades jamás piensan ni meditan: una mujer asesinada es una hija que se quedó sin madre, o una madre que perdió para siempre a su hija. Se trata de pérdidas irreparables que causan un dolor eterno, que nadie puede comprender, si no lo ha vivido.

 

Si los responsables de crear las leyes y de impartir justicia siguen sin prestar la debida atención a esta terrible realidad, México seguirá siendo un país injusto y cruel en el que la vida de una mujer no vale nada.

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