El tiempo vacío

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La pandemia por Covid-19 ha logrado suspender casi por completo la actividad económica mundial, algo que durante decenas de años nos insistieron que era imposible. Sin negar lo obvio: la parálisis económica es la debacle para miles, para millones de personas, empresarios, trabajadores formales e informales, pero el sistema no se detiene con un paro de 4, 5, 8 semanas. Así es el capitalismo, sobre todo en su versión neoliberal: darwinismo social y económico puro. El lugar común dice que toda crisis es una oportunidad, sí, pero no en automático, ni en abstracto, ni para todos es por igual: la posibilidad de un futuro alternativo es una construcción (imaginaria) social que requiere la participación, la lucha, de todas y de todos. Largos espacios de tiempos vacíos se han abierto, sin que el inminente apocalipsis con el que nos amenazaron durante tantos años tenga visos de presencia alguna, como no sea en los demonios personales que cada quien carga y que brincan con más ahínco en el encierro, más los demonios colectivos que de tanto verlos, ya nos resultan familiares.

El encierro obligado es el formato administrativo de adecuación capitalista a lo inesperado, el último recurso al borde del abismo: el congelamiento total antes de un paso atrás, o hacia adelante, que resultaría catastrófico. Antes de la debacle, mejor el pasmo. El management de la pandemia tiene un muy claro mensaje general, construido en un tiempo verbal que podemos llamar de “imperativo suplicante”: quédate en casa. La consigna es tanto una sana instrucción profiláctica de observancia generalizada, como una indicación que apela a la colectividad, la solidaridad y al control político tamizado por un discurso científico difícilmente rebatible. Salvo su mejor opinión, la gestión sanitaria de la epidemia, en nuestro mexicano domicilio, ha sido exitosa, con lo relativo que los datos, la especulación y los memes indican.

No es sencillo llenar el vacío del tiempo diario cuando llevamos tantos años de reivindicar la competencia y el vértigo ligado a ella como la piedra de toque del éxito individual. La velocidad de los tiempos de producción, la del “just in time”, la del “time is money”, la del “que madruga dios lo ayuda”, ese vértigo, esa velocidad, está en franco retroceso, o al menos en una retracción episódica. Miles, millones de insuflados ganadores, de “winners” pagados de sí, han hecho del encierro obligado motivo de frustración por la inactividad, por la ausencia de vértigo y velocidad y, sobre todo, por la imposibilidad de correr detrás de su ideal que va, por antonomasia, a mayor velocidad que su narcisismo. El vértigo es consustancial al capitalismo, de allí que el paro global, y su tiempo vacío, pega muy duro en la línea de flotación del sistema. A manera de hipótesis es posible decir que, sin vértigo, el capitalismo desfallece. Y con él, las subjetividades aceleradas, adeptas a la reproducción del sistema. El capitalismo lento es un contrasentido.

El confinamiento nos muestra que ante la posibilidad de una muerte carente del mínimo atisbo de heroicidad, o de dignidad al menos, mejor optamos por quedarnos en casa, ocultos detrás de un trapito en la boca que disimula nuestros miedos más inmediatos: los que tenemos en la punta de la lengua y en el fondo de nuestras biografías. La historia personal pesa más entre cuatro paredes, sobre todo por no poder gritarla a los cuatro vientos, en ese tiempo vacío de resguardo casero que hace del día a día, un fluir de atole. El tiempo que -ilusamente- pensamos era nuestro, nos fue vaciado de sentido.

Para mal y para bien estamos más frágiles que hace apenas un par de meses. Al menos por unas semanas, o unos días, no hemos tenido que correr al trabajo, a la escuela, a cumplir con las obligaciones diarias asumidas. La pandemia ha licuado el tiempo y con ello, la esencia misma de la modernidad capitalista. El capitalismo está afincado en el tiempo: eso es la jornada de trabajo, los días de descanso, las horas libres, el tiempo extra. Toda la teoría económica de Marx se afinca en la separación entre el tiempo de trabajo necesario para producir una mercancía y el tiempo de trabajo excedente, fuente de la plusvalía y la explotación. A la luz de la pandemia y en ese contexto, brotan algunas preguntas: ¿cuál es el tiempo socialmente más útil? ¿el de la teoría de la explotación de Marx? ¿Por qué debería tener utilidad el tiempo?

Sin temporalidad, el capitalismo no tiene sentido, ni ninguna posibilidad de existencia. El control del tiempo está en el ADN de la producción, y la seducción, capitalistas, está en la gestión del tiempo. Este tiempo vacío abierto no por la acción política de las masas organizadas sino por un microscópico virus, posiblemente es la ventana abierta más amplia que hemos tenido desde hace muchas utopías para pensar, y sentir, que la imaginación (política por antonomasia) puede engendrar otros mundos en los que todas y todos tengamos cabida, un planeta en el que la humanidad no sea(mos) el virus más pernicioso. Y si el de hoy no es el tiempo para las utopías, no puedo imaginar mejor momento para soñar -y hacer- que lo imposible tenga una oportunidad: si no es ahora que gravitamos en un tiempo vacío, ¿entonces cuándo?

Con buena parte de las actividades productivas en puntos suspensivos y millones de personas en confinamiento forzado, el planeta ha tenido un breve respiro de la depredación capitalista, con lo que nos da un mensaje imposible de no escuchar: el mundo no nos necesita y la vida seguirá siendo vida cuando hayamos desaparecido como especie. Una de las grandes enseñanzas de la pandemia es que podemos desaparecer del planeta mucho más rápido de lo que nuestra occidental, patriarcal, colonizadora y racional arrogancia supone, ya sea por un virus más letal que el que ahora nos visita, ya sea por el calentamiento global, o bien, por una combinación de ambas calamidades, o de otras que ni siquiera imaginamos. Si no escuchamos, si no atendemos, si no damos un giro a la locura de la productividad a toda costa, del tiempo enloquecido, el planeta ya nos tiene tomada la medida: nuestra vulnerabilidad es proporcional a nuestra soberbia. Estamos jodidos.

El encierro pandémico nos tiene vacíos de tiempo, ausentes de espacio, aturdidos de sentido, huecos, con palabras apenas atrevidas a llenar lo que de suyo es inconmensurable. Paradojas de la puta pandemia: el tiempo vacío ocupa, de puntitas y en calcetines, el abismo que albergamos sin darnos cuenta.

Mecanismo de vigilancia del modelo CENTINELA Parte II: Dr. Hugo López Gatell
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