El tamaño no importa

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Las manifestaciones del Frente Nacional Anti Amlo (FRENA) han motivado innumerables chanzas, memes y burlas, en particular, por la escasa asistencia de los convocados por quien reconocen como su líder, Gilberto Lozano; desde las marchas con apenas unas decenas de personas, o las caravanas de autos igualmente esmirriadas, hasta el plantón de hace unos días en pleno corazón de la Ciudad de México, las manifestaciones antiobradoristas se han caracterizado por la poca asistencia, la confusión política de los asistentes y la agresividad en sus dichos y consignas. Pocas personas, errores garrafales en sus pancartas, galimatías incomprensible en muchas de sus consignas, abierto racismo y clasismo y una violencia latente, pero hasta ahora contenida, son los ingredientes para que en las redes sociales las manifestaciones del FRENA hayan dado lugar a un franco pitorreo, por momentos muy gracioso.

Las imágenes de tiendas de campaña vacías se han prodigado en redes sociales, lo mismo que las fotos y los videos tomados desde las alturas que permiten ver que, en la perspectiva de la plancha del zócalo, en efecto, son muy pocos los manifestantes. Si son muchas o pocas las personas en el plantón, me parece que es un asunto relativamente menor; es decir, no es que sea irrelevante el número de manifestantes opositores al presidente López Obrador, pero si dejamos un momento de lado la cantidad de manifestantes y detenemos la mirada y el análisis en el contenido de sus protestas, entonces cambia el escenario. Esto es, si nos quedamos en las guasas y la chacota corremos el riesgo de minimizar el alcance de las protestas y, con ello, podemos perder de foco el potencial político y desestabilizador de estas expresiones.

Una cosa es manifestarse desde un coche durante un par de horas en alguna ciudad del interior del país, o en la ciudad de México, y otra muy diferente es armar un campamento en pleno zócalo capitalino. Si las casas de campaña están llenas o vacías, o si son ocupadas por empleados de los manifestantes, es una cuestión relativamente menor si consideramos la escalada que significa ocupar el corazón político del país, a sabiendas de la atención mediática que la acción despertaría, como lo hizo y lo sigue haciendo. No es poca cosa irrumpir en una mínima parte de la plancha del zócalo con casas de campaña ocupadas por empleados y trabajadoras de los manifestantes, o por ellos mismos, aunque no pernocten en el campamento. No sorprende que en las manifestaciones contra AMLO se reproduzca el racismo, el clasismo, la homofobia, la intolerancia, el fanatismo y el conservadurismo de aquellos sectores sociales que sienten perder sus privilegios de clase, de raza, patriarcales, religiosos, corruptos. Tampoco es raro que los patrones, o los directivos de empresas, convoquen a sus empleados a manifestarse en su lugar, o que paguen para que otras personas ocupen las casas de campaña: están acostumbrados a pagar para que otros trabajen, entonces no hay gran diferencia a pagar para que otros protesten. Ni deberían sorprenden los finos atuendos, las ricas viandas o las pernoctas en hotel de 4 o 5 estrellas: se trata de demostrar la categoría, los privilegios, la “buena vida”, es decir, se trata de expresar el miedo, su miedo, a perder la clase, sus privilegios de clase.

Así como es relativo considerar el plantón como un fracaso por la escasa capacidad de convocatoria, estimar que es un fiasco por las incongruencias declarativas de los manifestantes, por su confusión ideológica, por su fanatismo religioso o por su visceralidad, resulta también errado. ¡Pues qué querían! ¡Es la derecha más radical manifestándose! Nadie debería sorprenderse que las protestas de la derecha más rancia y recalcitrante sean racistas, clasistas, homófobas, intolerantes y violentas. Ni tampoco es extraño que sea imposible dialogar cuando la ignorancia y los prejuicios anulan toda posibilidad de discernimiento. Se dice, con justa razón, que en el plantón se expresa con toda nitidez la derrota de una oposición que no tiene más moral que la del dinero y los privilegios; también se señala que la derecha está culturalmente derrotada, por supuesto, pero ¿acaso les importa? Ni la moral, ni la ética, ni la verdad, ni la ciencia, ni el arte, ni la cultura son valores cultivados por la derecha, al menos por la más reaccionaria, que es la que ocupa una parte del zócalo de la Ciudad de México.

Más allá de si son muchas o pocas personas en el zócalo, el plantón del FRENA deja ver ese México muy conservador y reaccionario, que a muchos no nos agrada pero que existe y que, en ciertas regiones del país, tiene mucha fuerza. Es el México de ciertas zonas del Bajío ancladas todavía en la rebelión cristera y en el fanatismo religioso; el México de las organizaciones porriles y abiertamente anticomunistas cuyos antecedentes son grupos como el Movimiento Universitario de Renovación Orientadora (MURO) o los Tecos de la Universidad Autónoma de Guadalajara. Es el México de organizaciones cerradas que no han dejado de estar activas, como El Yunque, y que tienen presencia a través de otros grupos como fundaciones, beneficencias y partidos (sobre todo el PAN, partido de añeja estirpe filo fascista y yunquista). Es el México de los sectores más reaccionarios de la iglesia católica que impulsan desde el púlpito los temas de su agenda, aunque sean contrarios a la Constitución y a los derechos humanos, como su oposición a la despenalización del aborto, a la legalización de la mariguana o a la laicidad en la educación. También es el México de los grupos empresariales que hicieron enormes fortunas al amparo de gobiernos profundamente corruptos y que ahora, con la 4T, han visto enflacar sus cuentas bancarias, han perdido su “derecho” de picaporte y su fuerza de cabildeo ha sido severamente erosionada. Y es también el México del crimen organizado, el del narco, la extorsión, el huachicol, el secuestro, la trata de personas y un sinfín de delitos que operan con total impunidad cuanto las instituciones sean más frágiles, incluso aquiescentes o decididamente cómplices. Por supuesto que también es el México de algunos mandos de las fuerzas armadas que no hacen ascos a los intentos desestabilizadores e incluso simpatizan (al menos en lo oscurito) con los afanes golpistas de los plantados en el zócalo. Tampoco podemos desdeñar que estos grupos tienen vínculos con organizaciones semejantes en España, EU, Venezuela, Brasil, Colombia, Argentina, entre otros países. Desestimar estos lazos es un error, y un gran riesgo.

Así, más que registrar el número de tiendas de campaña vacías, de contar a los manifestantes, de señalar la ignorancia y la incongruencia de sus consignas y de criticar el absurdo de su demanda principal, la renuncia del presidente, es pertinente considerar que detrás de cada manifestante hay muchos otros que le apoyan; que resulta ocioso juzgar racionalmente las barbaridades y estupideces de sus frases y consignas porque lo relevante es la violencia con que las gritan; de criticar que su exigencia de que AMLO deje la presidencia la lleven a la revocación de mandato de 2022 porque a esta derecha la convocan no las vías institucionales, sino los afanes golpistas. El tamaño de la protesta de la derecha más reaccionaria no es tan importante, si la consideramos a la luz de los intereses y las fuerzas políticas movilizadas en el centro del poder político del país. ¿Quién financia las protestas? Menospreciar el plantón por el escaso número de participantes y/o por las locuacidades de sus líderes significa olvidar quien gobierna en Estados Unidos, en Inglaterra, en Brasil: bufones impresentables, pero con enorme poder.

Finalmente hay que considerar que el principal incitador de las protestas derechistas es el propio AMLO, quien se solaza espoleando cada mañanera, “con todo respeto” a sus “adversarios”, para regocijo de sus más fieles seguidores quienes en automático, en las redes sociales, hacen eco de las palabras presidenciales. Enganchados en los dimes y diretes uno con el otro, el presidente y la derecha se dan bola mutuamente, por lo que no parece que las protestas derechistas vayan a menguar, quizás cambien de escenario, o de aparador, pero es poco probable que arríen banderas. Lo que es más probable es que el tamaño de las protestas tienda a aumentar. Y entonces sí, el tamaño sí será relevante.

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