El informe: símbolos y ausencias

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El presidente Andrés Manuel López Obrador cumplió con su obligación de informar al país los resultados de su administración, a nueve meses de haber iniciado; en poco menos de dos horas dio lectura a un documento en el que abordó los principales temas de la agenda nacional: migración, combate a la corrupción, combate al huachicoleo, Pemex, economía, apoyo al campo, proyectos de inversión en el sureste (Tren Maya) y el Istmo (Tren Transístmico o Interocéanico), educación, salud, pueblos indígenas, seguridad, becas a jóvenes, adultos mayores, entre otros. Ninguna sorpresa en el informe de gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, toda vez que a través de las mañaneras ya había adelantado buena parte tanto de los diagnósticos, como de las acciones y los resultados de su gestión. En realidad, la presentación del informe fue como una mañanera, pero al mediodía: temas-problemas del país abordados mediante el contraste entre las administraciones pasadas y la actual. Si, en términos generales, la comparación entre el “viejo régimen” y la 4T le ha dado estupendos resultados al presidente AMLO, se entiende bien que no se haya salido del guion.

En el informe no hubo sobresaltos, anuncios espectaculares ni notorios yerros; en la mampara detrás del presidente se leía “TERCER INFORME DE GOBIERNO AL PUEBLO DE MÉXICO”, lo que provocó que quienes deseaban ver un informe en negativo, se solazaran criticando lo que parecía un error, o bien señalando que era una violación a la Constitución. Ni lo uno ni lo otro. Si en algo es notable la capacidad de AMLO, es en el manejo de los símbolos; en este sentido, el Tercer Informe al Pueblo de México (subrayo al pueblo, no al Congreso) se explica porque antes ya había presentado dos informes: el primero a los 100 días de su gobierno y el segundo al conmemorarse su triunfo electoral.

En congruencia con su particular forma de ejercer el poder (que podrá gustar o no), el presidente López Obrador informó directamente al pueblo, por tercera ocasión en su gobierno, sobre las estrategias, acciones y resultados de la administración pública a su cargo. Resulta altamente significativo que para AMLO la comunicación con el pueblo es directa (de allí el tercer informe), no a través del Congreso, donde se supone que la ciudadanía (el pueblo) está representada. Amable lector, estimada lectora, saque usted sus propias conclusiones.

Cada quien vio lo que quiso ver. Para unos, el informe fue un ejercicio republicano que mostró a un estadista cumpliendo con los compromisos establecidos en su campaña electoral y con las tareas derivadas luego de asumir el cargo; para otros, el informe fue pura retórica vacía de contenido, si no es que francamente mentiroso. Para unos (el 70 % de acuerdo con las encuestas), el informe permitió ratificar su confianza en el presidente y sus políticas, en tanto que para otros, los menos (algunos se manifestaron en una flaca marcha del Ángel al Monumento a la Revolución y en algunas ciudades del país), el informe confirmó su aversión a AMLO y a todo lo que huela a chairo. Lo cierto es que quizás nunca antes un informe había generado tantas expectativas, fue seguido por tanta gente, se comunicó con mucha claridad y, sobre todo, el presidente salió con más fuerza política luego de hablarle a la nación, al pueblo, como dice AMLO.

Desde ya, los analistas están muy ocupados intentando desmentir los datos aportados en el informe, o bien apuntando que hay una confusión entre estrategias y acciones, o sacando cuentas de los costos de tales o cuales decisiones, o evidenciando las inconsistencias de los logros presumidos por el presidente. Es la función de los analistas y qué bueno que lo hagan. AMLO, fiel a su trayectoria política y a su exitosa estrategia de comparar el pasado corrupto con la virtuosa (al parecer, por antonomasia) 4T, asestó una de las frases más contundentes del informe: al referirse a sus adversarios dijo que “están moralmente derrotados”. Difícil cuestionar tal aseveración, sobre todo porque buena parte de los adversarios aludidos por AMLO han perdido privilegios obtenidos por la corrupción de anteriores administraciones: contratos leoninos, chayotes “periodísticos”, proveedurías a precios inflados, empresas fantasmas, entre otros mecanismos ilícitos que enriquecieron a unos cuantos a costa de los recursos públicos.

Contundente frase cargada de enorme simbolismo: la 4T representa un cambio de régimen, no sólo de gobierno. En este sentido, como un mensaje de enorme poder simbólico, hay que leer una serie de frases expresadas en el informe: “los lujos que caracterizaban al gobierno han llegado a su fin. El ejecutivo federal ha eliminado los privilegios y prebendas que recibían los funcionarios”; “el Estado ha dejado de ser el principal violador de derechos humanos”; “el marino y el soldado es pueblo uniformado”; “es mucho lo alcanzado en pos de los ideales de justicia, paz y democracia (…) esto no será más de lo mismo”; entre muchas otras. La fuerza de estas frases estriba en la credibilidad y la confianza que tiene el presidente López Obrador, de allí su enorme peso simbólico: hay un antes y un después.

Como lo mencioné anteriormente, en los próximos días los analistas seguramente pondrán en tela de juicio cada una de estas afirmaciones y demostrarán, con datos duros inclusive, la inexactitud de datos y dichos del informe. Y atención: muchos analistas (académicos, periodistas, líderes indígenas y campesinos, colectivos feministas, agrupaciones de profesionistas, dirigentes empresariales, etc.) no pueden contarse dentro de los “moralmente derrotados” (porque no lo son), sino como parte de grupos sociales críticos que ejercen su derecho democrático al disenso.

En mi opinión, la mayor debilidad del informe (tercero o primero, como cada quien prefiera) fue en el problema más angustiante en el país: la inseguridad. Las menciones fueron muy escuetas, vagas y sin la suficiente autocrítica. El presidente reconoció que “no son buenos los resultados en cuanto a la disminución de la incidencia delictiva en el país” y dijo que el problema “se está atendiendo”; también señaló que se están atacando las causas estructurales que favorecen la delinuencia “creando (...) mejores condiciones de vida y de trabajo para atender las causas que originan la violencia”, pero no dijo nada sobre las acciones a corto plazo. Hasta el momento, el Mando Único (que se reúne diariamente a las 6 de la mañana) y la Guardia Nacional han sido insuficientes e ineficaces para garantizar la paz y la seguridad en el país. Reconocer que no son buenos los resultados en seguridad y no establecer las medidas para corregir el rumbo, es muy preocupante. En lo personal, esperaba que se trazaran algunas líneas de acción para el corto plazo y las pautas para articular las acciones inmediatas con las estrategias de largo plazo. Nada hubo de esto.

Por otra parte, el informe quedó a deber en cuanto a las estrategias y las acciones para atender la crisis humanitaria por desapariciones. Estamos hablando de decenas de miles de personas desaparecidas durante los últimos años cuyas familias reclaman acciones eficaces del gobierno; acciones que, no obstante, no se observan en la agenda del gobierno federal. A reserva de lo que digan los colectivos de familiares de desaparecidos, el informe quedó a deber.

Sin embargo, la gran ausencia, la notoria e injustificable ausencia, fueron los feminicidios. Ni una sola palabra, ni una, sobre la pandemia feminicida que está exterminando a las niñas y mujeres de este país: nueve mujeres asesinadas cada día. No hay justificación que valga ante tal ausencia. Y esto, estimable lectora, amable lector, es altamente preocupante. No puede haber transformación alguna (4T, 5T o la que sea) sin acabar no sólo con los feminicidios, sino con toda forma de violencia en contra de las mujeres. Y el presidente no dijo ni una palabra, ni una, sobre este grave problema. A reserva de lo que digan los colectivos feministas, el informe no sólo quedó a deber, fue omiso.

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