El gol más triste

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El último gol de Alexander Martínez es de una tristeza profunda, oscura, densa. En el video que ha circulado en redes sociales y medios de comunicación se observa el féretro colocado a unos metros de la portería, sus compañeros de equipo a los lados, el portero con gorra y guantes, los familiares distantes unos metros. La jugada del último gol es sencilla, una triangulación perfecta: un toque vertical al fondo de la cancha, control y pase rápido al ataúd donde yace Alexander, el rebote del balón al arco, el portero hace lo suyo y se tira tarde; sus compañeros de equipo, sus amigos, todos muchachos de 16-17 años, se abrazan al féretro y se abrazan entre ellos llorando el gol más triste que jamás se haya anotado: el gol de un joven futbolista asesinado por la policía. Irónicamente, como una broma de pésimo gusto, arriba de la portería donde Alexander anotó su último gol se lee: “un gobierno para todos”.

Los jóvenes futbolistas no pudieron hacer un mejor homenaje a Alexander: un último y tristísimo gol que les permitió abrazarse, llorar su dolor, gritar su rabia, acompañarse en la tragedia. ¡A la chingada la sana distancia cuando hay que abrazarnos para despedir a un amigo asesinado por un “guardián del orden”! Bien por los amigos y familiares de “Chander”, como lo llamaban de cariño: a los muertos de 16 años asesinados por la policía se les llora en colectivo y entre abrazos compartidos. En medio de las lágrimas de jugadores, amigos y familiares, surge una porra dedicada a “Chander”: el popular Chiquitibum retruena y en su eco surge la exigencia que habrá de acompañar el cortejo funerario: ¡justicia, justicia, justicia!

En lugar del júbilo por el gol anotado, la alegría por el partido ganado a pulso, o el gruñido inevitable por la derrota deportiva, hay un rechinar de dientes por el asesinato de un muchacho a manos de un asesino con placa y uniforme. El grito, de nueva cuenta, es el mismo de siempre: ¡justicia, justicia, justicia! La exigencia es irrenunciable porque vivimos en un país en el que la impunidad es el mejor aliciente para delinquir, y si además se porta uniforme, se violenta con total seguridad de que nada va a pasar, de que no habrá castigo y si lo hay, será una excepción. Solamente la justicia podrá frenar a los criminales, pero estamos muy lejos de alcanzar esa meta: el 7 de junio (hace poco más de una semana) fue el día más violento del año al registrar 117 homicidios violentos en todo el país. Insisto: la exigencia de justicia es irrenunciable.

Otra vez la misma historia, que siempre es diferente porque los muertos son otros, pero es la misma historia, la misma mierda, lo mismo de tantos años antes que parece no tiene fondo, que no tiene fin: la policía que asesina a jóvenes, a mujeres, a viejos, a niños. El martes 9 de junio fue asesinado por la policía “Chander”, prospecto de futbolista que a sus 16 años ya corría en canchas de la tercera división del fútbol profesional; unas semanas antes fue Giovanni López en Guadalajara, y Carlos Andrés Navarro “Crazy Área” en Xalapa, y Oliver López en Tijuana. La policía asesina. La lista de jóvenes asesinados por la policía, el ejército o la marina es prácticamente inacabable. Para los muertos y sus familiares da lo mismo si fue policía municipal, estatal, Guardia Nacional, ejército, marina o cualquier otra institución: a fin de cuentas, fue el Estado. En México, el Estado asesina.

Alexander Martínez, nacido en Estados Unidos pero viviendo con su madre en Oaxaca, cumplió con las exigencias de los estereotipos sociales: estudió, hacía deporte, se “portaba bien”; su sueño, como el de tantos muchachos de su edad, era debutar en la primera división del fútbol profesional y hacer carrera deportiva, de allí que buscara una oportunidad jugando con la filial de Rayados en la tercera división en Tierra Blanca, Veracruz. “Chander” siguió la ruta que sus mayores y la sociedad le trazaron para ser un “hombre de bien”, lo hizo durante apenas 16 años, hasta que la policía del municipio de Acatlán de Pérez Figueroa, Oaxaca, lo asesinó de un balazo en la cabeza. No fue un policía el asesino, fue la policía, la cadena de mando, los jefes, los instructores (suponiendo que los hubo), las autoridades municipales de las que depende la fuerza pública, en fin, todos. Fue el Estado. Sí, habrá que deslindar responsabilidades y castigar a todos los culpables, no sólo el que jaló el gatillo, también el superior que ordenó un retén al parecer “sanitario”, a los responsables de uniformar y armar a sujetos que salen a las calles a abusar de la población, al cabildo, que es la máxima autoridad municipal. Habrá que castigar a muchos porque el asesinato de “Chander” sucedió porque podía suceder, porque las autoridades todas de los diversos ámbitos de gobierno y de todos los poderes, fueron al menos omisas al permitir que asesinos porten armas y uniformes; verdaderos delincuentes que son, finalmente, la representación del Estado en las calles. La exigencia de justicia es irrenunciable porque el Estado no sólo no vela por la seguridad ciudadana, el Estado es el asesino.

El último gol de Alexander Martínez, el gol más triste, es el de la derrota de México. https://www.youtube.com/watch?v=7zW23gyy5-c

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