El diosquerismo, la coartada perfecta de la pasividad

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Esthela Treviño G. @etpotemkin

Rompeviento TV, 22 de febrero de 2022

 

En una contribución anterior (“Qué se le va a hacer”) hablaba yo de la indiferencia que lleva a la pasividad; una indiferencia que surge del confort, de la comodidad de una “vida resuelta” que para qué le movemos al agua. Sí, también es verdad que un miedo profundo puede camuflarse en la indiferencia. Hoy, sin embargo, quiero hablar de “otra pasividad”, de esa que se asienta muy cómodamente en la fe de los designios: el diosquerismo.

El diosquerismo

Concedo que para muchos y muchas si-dios-quiere ya son palabras vacías o meros membretes de rigor como “su llamada es muy importante para nosotros”, y nos dejan esperando 10 minutos. Pero para muchas y muchos otros se acerca más a un modo de vida: el diosquerismo o diosnoquerismo es esa postura de que las cosas ocurren sin nuestra mediación, deseándolas, primero Dios y nos concede el favor, o no deseándolas, ni Dios lo quiera, y todo resumido en un así lo quiso Dios. Las cosas ocurren a nuestro pesar, o no ocurren a pesar de nuestros rezos y ruegos (o de echarle ganas).

Muy de la mano del diosquerismo o disnoquerismo va la fatalidad. El significado de fatalidad está atado al de destino, estar destinado a, algo ya inscrito en la bitácora de vida, inexorable: todas las cosas o eventos están (pre)destinados a ocurrir sin importar lo que hagamos. La fatalidad suele estar ligada a una concepción teológica del universo, a la presciencia (pre-conocimiento del futuro), o voluntad de una divinidad o ser supremo. “Dios todo lo sabe”, “Dios sabe por qué pasan [así] las cosas”; “ya estaba de Dios que así sucediera”. La fatalidad encierra, asimismo, un sentido de desgracia, infortunio, desventura: “En donde yo me creía poderoso la fatalidad disponía de más poder que yo” decía Víctor Hugo en Nuestra Señora de París. Y, la fatalidad en Stephen King aparece hasta entre paréntesis: “[...] he envejecido (una fatalidad que, a veces, pienso ocurrió a mis espaldas)”, (The Green Mile).

La esperanza, por desgracia, nunca se muere, así con “se”, porque la esperanza ronda donde hay carencias y anhelos. Bien vista, la esperanza no tiene ningún sentido en una visión donde ya todo está pre-destinado, pre-determinado. No hay angustia mayor que la de saber que nuestras esperanzas están destinadas a sobrevivirnos. La resignación, esa sí, es la única que queda.

También se ha popularizado el concepto de karma como esa visión en donde todo lo que experimentamos, placentero, neutro o desagradable, o todo lo que nos ocurre se debe a nuestra actuación en el pasado o, incluso, hasta donde el pasado es otra vida. Si bien popular, hasta entre algunos budistas, es una noción equivocada. Pero ese es otro tema.

La pasividad de la entrega y sumisión del diosquerismo está muy a la mano cuando las condiciones son las adecuadas entre personas “muy creyentes” que, en nuestra cultura y sociedad, son muchas. Viene también muy cómoda cuando quien decide y guía es alguien a quien hemos dado ese poder, y elevado a ídolo, y nos convertimos en sus más aguerridos creyentes y defensores.

Pero, si Dios es la causa de todo lo que sucede, entonces ¿de qué sirve el esfuerzo humano? “Los designios de Dios son inescrutables”; “nuestro presidente sabe por qué lo hace y aunque todos se burle[n] sí tiene otros datos” rezaba un mensaje en un chat de Astillero Informa. Así que para eso votamos, para que el presidente haga, lo convertimos en dios y hasta ahí llega el esfuerzo nuestro; “nosotros qué poder tenemos si siempre sale conque él tiene otros datos” leía en un chat de Momentum. Ese diosquerismo nos exime, de manera ventajosa, de toda responsabilidad: no es mi culpa, o, yo qué puedo hacer, es la voluntad de Dios, o del ídolo que es tan sabio y poderoso.

Démonos cuenta de que esa pasividad del diosquerismo permea no solo nuestra vida personal, sino la social y política. La pasividad es una actitud; una actitud que vemos a mares en el discurso —y en los hechos— de dejar en manos de otros, dioses o no, de esperar con fervor que hagan/actúen, de ni cuestionar lo que se deja en manos ajenas, y de resignarse a o conformarse con sus designios, o veleidades, o liviandades. La más perniciosa consecuencia de la pasividad diosquerista es la mentalidad que se labra de que todo se arregla o desarregla desde fuera, o que la responsabilidad es siempre del Otro, del gobierno, del jefe de vecinos o de manzana, del servicio de recolección de basura, de la maestra (“La maestra me reprobó”, el alumno: ajeno al hecho).

La vara está muy alta para Dios, aunque bueno, es Dios, y para el presidente, o para cualquier otra figura “todopoderosa”, endiosados o idolizados por nosotros y a quienes les hemos puesto expectativas muy altas. En los chats y tuits leo muy a menudo que este presidente sí está haciendo mucho por México y, su extremo: el gobierno no hace nada o, la justificación: el presidente no puede hacer todo en tan poco tiempo. ¿Y nosotras, nosotros? ¿Cómo el chinito?

Los ídolos se caen, y las expectativas con ellos. Y viene la decepción y puede llegar hasta el linchamiento. Ya han aparecido textos en los chats y twitter de gente decepcionada que “no votó por eso”, incluso de personas que dicen estar arrepentidas de haber votado por la 4T. Hagámonos responsables de nuestras propias creaciones; tenemos que darnos cuenta, primero, de lo que hemos creado y lo que le hemos impuesto. Leonardo Peña ha parafraseado una frase a raíz de una de nuestras conversaciones: “En caso de decepción rómpase la expectativa”.

Es nuestra intención sembrar un par de semillas o, quizás, fertilizar y facilitar todas las condiciones para que germinen donde ya están sembradas; semillas que gesten una conciencia crítica, solidaria, participativa, que nos haga involucrarnos para lograr el bienestar de quienes convivimos en este país, en esta cultura, en esta sociedad. En mi voz van las de otras personas, y muy insistentemente la de Leonardo Peña. Leonardo y yo hemos conversado mucho sobre esto; su convicción y activismo y generosidad me han animado a escribir el artículo.

Es más que evidente para mí, a través de los mensajes que leo en los chats de diversos programas en los medios digitales y en Twitter (believe it or not) la voluntad, y la disposición que existe para hacer algo, involucrarse. Hay personas que activamente ya ponen su tiempo y en él su solidaridad para contribuir.

¿Quién duda, por ejemplo, de la solidaridad y generosidad del maestro Horacio Franco? Y así como saltó espontáneamente en mi pensamiento, me viene muy bien su ejemplo porque hay una sensación, un creer, de que participar, contribuir, hacer algo por México, requiere de tareas monumentales, tareas del tamaño de México, tan monumentales que el agobio es tal que nos apabulla y nos tira la intención.

Cuando Horacio Franco da su tiempo y dona su arte ocasiona que otros puedan seguir en su tarea social, se desencadena un efecto dominó. RompevientoTV, por ejemplo, puede seguir en la importante y necesaria labor de investigar, reportear y difundir la verdad, las injusticias que se viven en Chiapas y Oaxaca, por ejemplo, una realidad que otros medios no cubren. Al darles voz en su medio y en el noticiario Momentum, y en las conferencias matutinas del presidente, más gente se entera de estas realidades, y se despiertan otras conciencias.

Esa visibilización la necesitan, ya no es tan fácil decir que son pleitos entre iguales por tierras y agua; ya ha tenido que ir el Subsecretario de Derechos Humanos Alejandro Encinas; hay gente que hace donaciones para los niños desplazados que sufren de hambre y falta de servicios médicos. Esa visibilidad alienta las luchas justas.

Cuando hacemos algo, o decimos algo, no se desvanece y ya. Todo, sepámoslo o no, llega a una parte, a una o varias personas y afecta, con benevolencia si esa era la intención, o malevolencia si llevaba esa otra intención. Casi siempre hay una reacción en cadena.

Las denuncias y acciones y logros de personas como Frida Guerrera ayudan a sanar y dar fuerza a muchas mujeres, y niñas, niños, de que alguien se ocupa y preocupa por ellos. Eso es hacer algo por México.

Quienes han salido en días pasados a manifestarse a favor de la Reforma Eléctrica, están haciendo algo por México. Quienes han hecho un análisis y argumentado en favor o en contra de dicha Reforma, o han señalado imprecisiones, están haciendo algo por todo México.

Los estudios sobre la minería y, en particular, el tema imperioso del litio, de ciudadanas como Violeta Núñez Rodríguez, académica, por cierto, están contribuyendo de muchas maneras para ver y ser mucho más cuidadosos en las acciones y decisiones que puedan surgir sobre la minería en general, y el litio en particular. Muchos mexicanos estamos ahora más enterados. No es un eslogan el que tenemos el derecho, y la obligación, de estar enterados, y de enterar, dar a conocer a los demás. Hay que generar conocimiento y hay que esparcirlo.

Si estamos haciendo el esfuerzo de cambiar de una cultura del desperdicio a una cultura del reuso, del cuidado y mesura en el consumo, incluyendo bienes como el agua, con la intención de generar un cambio de mentalidad en beneficio de nuestro planeta y sus habitantes estamos contribuyendo con México y el planeta. La gente cerca de nosotros, cuando menos sabrá que esa es una opción de cambio, cuando más hará lo mismo.

 

La crítica

La crítica respetuosa es hacer algo por nosotros y por los demás, por México. No sabemos cuestionar (criticar). Decir: “Con todo respeto, pero no tiene usted ni idea de lo que está diciendo”, no es una crítica o cuestionamiento, es una desautorización, “con todo respeto”. Si le siguiera algo como “permítame darle un par de argumentos” y si son verdaderos argumentos, pues podremos ignorar o diluir un tanto la provocación inicial. A David Peña, colaborador de Momentum, cuando ha hecho alguna crítica o señalamiento a la 4T o, peor, al presidente, se le ha llegado a decir: “Y tú ¿qué haces por México?”. A un abogado defensor de los derechos humanos ¿y les parece que no hace nada por México?

También escuchamos acusaciones lacerantes en contra de uno de los enemigos de moda, los periodistas, quienes “desde sus escritorios critican al presidente” —y no me estoy refiriendo a los de los grandes medios, ese fue un reclamo dirigido a Julio Astillero—. “Si no haces nada no critiques” es un comentario persistente ante cualquier dejo de “crítica” al admirado o admirada en turno. Es decir, personas que desde su propia mesa o regazo le reprochan a un o una periodista su punto de vista o postura, sobre todo si es crítica hacia el presidente (se ofenden los amlófilos) o halagadora (se ofenden los amlófobos).

Quiero retomar las palabras de Alberto Nájar en su artículo reciente “Loret vs. AMLO: perpetuar la violencia” (Pie de Página, 17/02/22): “Una sociedad que sabe, que pregunta, [que] resuelve sobre los temas que le competen y combate la opacidad es un espacio libre y democrático.” Yo añado, una sociedad que cuestiona y se cuestiona a sí misma es fundamental para participar con sus semejantes de una manera más altruista, empática, solidaria y amable.

No usé, a propósito, crítica y autocrítica porque son palabras muy desgastadas y, en nuestro medio, ya tienen un tinte muy negativo. Así, a propósito de un cuestionamiento sobre el programa Sembrando Vida en el noticiario Momentum llegó una andanada de ataques contra Ernesto Ledesma: “¿¿No encontraron otro tema, qu[e] criticar al Presidente Andrés Manuel López Obrador??”; aludir al programa Sembrando Vida es aludir al presidente, así de miope y de corta la visión. “Tu opinión deja mucho qu[e] desear, no eres experto en desarrollo ambiental y menos lo eres en cuestiones de desarrollo social. México, apenas asoma la cabeza después del ahogamiento en que lo tenían”. Este comentario solo descalifica, y no aporta otra cosa más que el enojo de quien lo emitió. Pero encierra bastante más.

Decía Leonardo Peña en un chat: “Hacer de la crítica respetuosa el principio de la reconstrucción del tejido social”. Los fanatismos oscurecen; las adhesiones y simpatías que no cuestionan y que no reciben (bien) los cuestionamientos de otros son igual de funestas porque presentan un retrato blanco y negro, o blando, o de groupie, con todo y revestimiento de fervor ¿patrio?

Todos somos sensibles al respeto y cordialidad. Una vez el presidente le agradeció, y de corazón, a un periodista de El Reforma (“ese pasquín inmundo”) que siempre fuera respetuoso en sus preguntas y comentarios. ¿Que se enfurece con comentarios o ataques malaleche? ¿Usted no? ¿Que podría mesurarse? Usted también, yo también.

El eslogan “el presidente sabe por qué hace las cosas” o el de “el presidente no puede arreglar todo”, refleja esa actitud cómoda de que el presidente (o el vecino, o el comité, o...) tiene en sus manos arreglar o desarreglar todo. Nosotros, los ciudadanos ¿monitoreando? A eso me refiero cuando digo que tenemos incrustada esa actitud del diosquerismo, de que el hacer y la responsabilidad son de otros.

 

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