El debate político deshumanizante en México

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Ricardo González Bernal

Coordinador del Programa Global de Protección de Article 19

@R1card0G0nzalez

El debate político deshumanizante en México

 

Todas las personas tenemos los mismo derechos y libertades. Esta debería ser una verdad evidente e incuestionable tanto para gobiernos como para cualquier persona. Sin embargo, en pleno resquebrajamiento del discurso liberal y el oportunismo reaccionario de la derecha a nivel mundial, nos podemos dar cuenta de que, como señala Judith Butler, existen cuerpos que importan más que otros, o cuerpos más vulnerables que otros debido a su apariencia, como señala Booker T. Washington. La importancia y el valor de las voces, por lo tanto, también varía de acuerdo al lugar y tiempo de su procedencia, como lo ha señalado Boaventura de Sousa Santos, y también, como lo explicó Edward Said, de quién y desde dónde sea interpretado el mensaje. Pareciera que el problema no radica en reconocer todos los derechos humanos para todas las personas, sino que en los hechos hay personas a las que se les niega la condición de ser humano.

 

La historia está repleta de ejemplos de deshumanización: los misioneros españoles se preguntaban si los amerindios tenían alma; Hitler aseguraba que los judíos eran una raza, pero no de la especie humana. En medio del genocidio en Ruanda, las estaciones de radio controladas por los tutsis llamaban a matar a las cucarachas refiriéndose a los hutus. La deshumanización es una parte esencial de la guerra y, de acuerdo con especialistas, es también el preámbulo de los genocidios que ocurrieron en el siglo XX, la esclavitud que perdura hasta nuestros días, y en sí de la violación generalizada y sistemática de derechos humanos.

 

Una vez que ciertas personas, grupos o comunidades son estigmatizados como algo “malo”, indeseable, moralmente inferior y, por lo tanto, no completamente humanos, la persecución en su contra se hace psicológicamente más aceptable. Las restricciones contra la agresión y la violencia comienzan a desaparecer. La deshumanización aumenta la probabilidad de violencia y puede causar que un conflicto se salga de control. Una vez que hay brotes de violencia, asegura Susan Opotow en su ensayo Agresión y Violencia (2000), puede parecer más aceptable para la gente hacer cosas que antes habría considerado moralmente impensables. Esto no es cosa menor.

 

Es importante entender que los procesos de deshumanización también pueden cobrar formas más sutiles, aunque igualmente violentas; por ejemplo, dentro del debate público y la confrontación de ideas. La estigmatización de personas y causas de manera sistemática, ya sea desde las narrativas de los medios de comunicación o desde los discursos del gobierno o la clase gobernante, es un claro ejemplo de ello.

 

La reducción de movimientos sociales y posiciones políticas legítimas a etiquetas como “resentidos sociales”, “rijosos profesionales”, “feminazis”, “chairos”, “mochos” o “anarcos”, si bien no alcanza los niveles extremos de deshumanización, sí logra establecer un estadio intermedio en donde se dan las condiciones para una exclusión moral. Este tipo de exclusión es el que a menudo da paso a la represión y al destierro de la participación política.

 

Veamos dos ejemplos concretos en México de discursos deshumanizantes: primero, el de Isabel Miranda de Wallace y, en segundo lugar, Claudio X. González. La primera, aturdida por la confusión que tiene entre justicia y venganza, ha impulsado la deshumanización de las personas sujetas a procesos judiciales que a menudo terminan por aplaudir la tortura y la fabricación de pruebas del gobierno mexicano. El caso de González y su cruzada por la renovación educativa, aunque más sutil y sofisticada, resulta igualmente deshumanizante. Ahí están las miles de detenciones arbitrarias de miembros de la CNTE en las últimas décadas; las decenas de presos políticos de las alas disidentes del magisterio, sus familias en constante acecho, que son apoyadas tácitamente en nombre de una mejor educación. Pareciera que tanto para Isabel de Wallace como para Claudio X. González y sus respectivos aliados en el gobierno, sus adversarios políticos son en realidad enemigos; son un obstáculo que hay que sortear, sin importar el sufrimiento que generan o las vidas que se pierdan.

 

Humanizar el debate político poco o nada tiene ver con moderar los tonos o formas de un discurso. Simplemente tienen que ver con conferir a las personas que se oponen, disienten o resisten, el reconocimiento de su humanidad. Nada más, pero nada menos.

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