De manías y libros y de «qué te cambió la vida»

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Esthela Treviño, @etpotemkin

Rompeviento TV, 18 de abril de 2023

Hay esa manía, para mí chocante pero que también me provoca cierta fascinación: la de preguntar por el libro que te cambió la vida o que causó un impacto en tu vida. Es una pregunta muy comprometedora que se lanza así, con la seguridad de que siempre habrá una respuesta. Y ¿por qué siempre se piensa en un único libro?

¿Y qué tal una pieza musical? ¿o una pintura, una fotografía, una película? Mejor aún, ¿un hecho, un acontecimiento? ¡Bam! Cuando te dijeron ese color no te va bien, te ves muy morena y ahí descubriste que eras morena, y que no era algo muy atractivo, ¡y que te cambia la vida!

Luego, pareciera que una vez que aquel libro te cambió la vida, esta se quedaría así, sin otro algo que la volviera a cambiar. Aun si solo leíste un libro, el que te cambió la vida, sospechas o intuyes o deseas que haya algo más, un viaje en tren, u otra vida, que te vuelva a cambiar una y tantas irreflexivas veces la vida. Sí, sigues siendo morena, pero te pones aquel color que te va muy bien.

¿Alguien leyó un solo libro en su vida?

¿Aquel que le cambió la vida, tanto que no quiso saber más de otro libro?

De ese libro sí valdría la pena enterarse;

de cómo le cambió la vida, también;

y de quién fue capaz de con.moverse así, mucho más.

Yo, desde que descubrí otros mundos más allá del mío, tan chiquito, quise abrir más libros. Tenía ese «libro de lectura», sí en la escuela primaria que dirigía la señorita Beatríz, codirigida por la señorita Vallejo, ambas el terror de todas, y que animaba el Totón, un perro diminuto de ojos saltones.

Ese libro de lectura de 6º de primaria era una joya; ahí me enteré de Hammurabi, de la Canción de Rolando, de los Nibelungos, las Valkirias, de Alejandría. Hammurabi y Alejandría fueron ese mundo mágico al que regresaba yo una y otra vez, en ese «libro de lectura».

A nadie le gustaba el dichoso libro, lo de «dichoso», en sentido literal, más que a mí, tan ajeno a cualquier cosa conocida. Así que ese secreto lo resguardé con el mayor de los cuidados. Si de por sí ya era yo «rara», no iba a atizar más la lumbre ¿verdad?

No había libros en mi casa. La enciclopedia Espasa-Calpe sí. Pero, un día encontré una caja en el sótano de tierra con algunos libros, amarillentosos todos.

Pues, otro día llamó mi atención un librito de aquella caja cuyo título rezaba: Genghis Khan. Ese título no me decía absolutamente nada, y ahí lo dejé. Supuse que era de historia y, a mí, la historia de nombres y fechas me aburría ¡hasta la siesta! Pero, de mi memoria supe después que el Khan nunca se fue. Hammurabi y Alejandría no eran para mí historia, era vida viva.

Un día, siempre los acontecimientos inesperados mágicos o trágicos ocurren “un día”, me dio curiosidad. Un libro tan chiquito no podía ser de historia; la historia ocupa volúmenes tipo Espasa-Calpe, ¿cierto? Mongolia, las conquistas, los hunos y este personaje ahora de nombre casi místico Genghis Khan que en aquel librito le habían escondido lo sanguinario. Creo que hasta pronunciaba yo su nombre con reverencia. Pues si no me cambió la vida, me abrió el mundo.

Lo mío lo mío en aquellas edades era la música. Ponía discos de vinyl y me acostaba frente a esa bocina cuadrada y me disponía a oír uno, dos discos por vez. No había muchos, pero siempre los escuchaba. Dedicaba ese tiempo exclusivamente a oír música. Lo sigo haciendo.

Un día, siempre los acontecimientos que te cambian la vida ocurren “un día”, de regreso del mercado descubrí una tienda que vendía discos. Entré y cuál fue mi buena suerte que uno podía escuchar en pequeñas cabinas discos. Prometí regresar. Regresé muchas veces.

Claro que no sabía yo nada de música. ¡Elegía discos por las portadas! ¡Y lo sigo haciendo! Quería escuchar cosas nuevas. ¡Pum! cada una de las fibras o lo que fuera de mi cuerpo se detuvo al escuchar aquella maravilla de vinyl cuyas pastas me habían conquistado primero: Max Bruch, su Concierto No. 1 para violín. En una cabina. Con mejor sonido que en mi casa.

Fui escucha asidua en esa tienda. Tenía mi propia cabina. A punto de ser preparatoriana. Nunca me di cuenta hasta después cuánto honraba el dueño de la tienda que yo fuera y escuchara discos que no eran para niñas...norteñas... casi de facto incultas en estas artes, sine praejudieio, es decir, sin prejuicio en lo antedicho.

Un día saqué dinero y me compré ese disco, Max Bruch. Bruch todavía me sienta en aquella mi cabina. Bach después. Con Chopin tocaba yo todo lo querible, me gustaba ¡mucho! que me hiciera llorar. Hasta que llegó Tchaikovsky con ese Concierto para piano No.1, ese me erizó toda la piel, hasta las pantorrillas. Lo sigue haciendo. Ese vinyl, ese cassette, ese CD, ese aituns me cambió la vida. La música me sigue cambiando la vida. Luego vi que sí había libros en casa porque, ¿de dónde saqué yo Los hijos de Sánchez?

«Que no te lo vea tu mamá», fue la sentencia de mi papá cuando se dio cuenta de que lo estaba leyendo. Esa portada me atrajo tanto que no podía abrir el libro, fue como si hubiera presentido lo que me esperaba en las páginas que leería, abriendo cada vez más los ojos, abriéndome a otro mundo y llorando mucho.

Mi papá leía; tenía la colección completa de Morris West: La salamandra, El abogado del diablo, Las sandalias del pescador, La torre de Babel, son los títulos que recuerdo y los leí todos. Mi favorito: El abogado del diablo. También me contaba las historias de Arsenio Lupin pero nunca leí nada de él.

El sentón de mi vida fue Raskolnikov; en preparatoria; perturbador; perdí el piso cómodo; entré en un mundo oscuro inimaginado hasta entonces; la prestamista ¿merecía el horrendo crimen para justificar el fin? Dostoyevsky me destapó una parte humana que, por alguna razón, ya intuía. Lo leí una segunda vez, más inquietudes y escalofríos y reflexiones, y un descubrimiento, que me guardaré, pero que «me cambió la vida».

Participé en un cineclub. Orson Citizen Kane Wells, aplauso de pie. Pero, lo «que me cambió la vida», que me dejó sin habla, sin querer hablar, lo que me recluyó en un... en una... realidad espeluznante, que iba viviendo y reconociendo un poco: Potemkin, El Acorazado de Eisenstein, quizás la historia de vida peliculizada que más veces he «visto». La ví, de nuevo, hace casi un año. Y cada vez «me cambia la vida».

Lo que no vives tú misma no te puede cambiar la vida. Leer no basta. Ver una historia no basta. Si no vives con Raskolnikov el asesinato y después la carcomiente culpa, si no comes con los marinos del Acorazado, si no te vas a conocer a tu padre en Comala, si no defendiste con doña Merced la máquina de Teófila hasta con la vida, allá en la Tapona, si no te agachaste con los disparos en Tlatelolco, y si no escuchaste el que mató a Martin Luther King...si no se te subió la emoción, la que fuera, el primero de enero de 1994, cuando creíamos tener una paz envidiable y el subcomandante te despierta con un su ejército de libertadores...

La pregunta necesarísima: ¿cuál vida?. Porque por debajo o por encima o por un lado de la idea que tengas de «la vida» pareciera yacer la conjetura de que la vida es un hilo donde puedes volver o devolverte al punto de inicio y repasarlo de ida y vuelta cuantas veces quieras. No, no, solo puedes representar cualquier punto que esté en el trayecto a partir de una pregunta más precisa. Ese punto es una vida: cuando te mordió aquel perro hace 20 años y desde entonces aprietas los puños y sudas frío cuando pasas al lado de cualquier otro perro. Eso cambió tu vida.

Cuántas veces es válido decir, o ¿es legítimo decir —cada que lo decimos—«hoy, o este, es el mejor día de mi vida?» Pues sí, más que “legítimo”, es verdadero. Ese es el presente y no existe otro momento de vida. ¿Y no es ese día el que te cambió la vida?

«Volver a» leer un libro, o escuchar una pieza de música, o ver una película es siempre un momento nuevo. Incluso, si no «vuelves» a leer o escuchar o ver, aunque sí a rememorar, ese recuerdo no es un espejo de esa única vez. Dice la ciencia ahora, que los recuerdos es lo menos confiable que tenemos. Y es verdad. ¿A cuál de las realidades pertenece el recuerdo? ¿A cuál de las vidas? Un día, de esos que te cambian la vida, pasas a otro estado transicional de existencia, un bardo.

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