De curiosidades y otros felinos

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Edurne Uriarte Santillán

Rompeviento TV

17 de agosto de 2022

Para Laura y Léa

 

En el tema de la curiosidad, es inevitable pensar en los pobres gatos: ¿cuántos habrán muerto en su nombre? Creo que no hay estadísticas al respecto, lo cual me da la tranquilidad de imaginar que el comentario no es más que eso, un reflejo negativo hacia aquel acto de inquietud frente una duda: la curiosidad. Ya sea como verbo, calificativo o sustantivo, «lo curioso» se define en relación con el conocimiento; esto es, con el derecho —muchas veces conquistado— a saber. Por ello, no es casualidad que, en nuestro país, se hable con frecuencia de la sabiduría del pueblo, en contraste con las élites políticas e intelectuales que han dominado la definición legítima del saber. Lo anterior nos lleva a preguntarnos, qué es la curiosidad, a quién le pertenece el derecho a buscar. ¿La curiosidad que sientes, es tuya realmente?

 

Humanos-gato

Felinos y humanos somos mamíferos que nos hemos acompañado por varios miles de años. Somos tiernos depredadores y furiosos protectores; especies curiosas que dudan, olfatean, buscan. En nuestra especie, la curiosidad es el deseo de saber; la inclinación a aprender algo que desconocemos. Consultando su etimología latina, los léxicos de curiositas —cura (cuidado, esmero, inquietud, ocupación) más el sufijo -dad (cualidad)—invitan a interpretar que la curiosidad puede ser el esmero puesto en una cualidad (una interpretación libre y nada ortodoxa, no sé si exista, ustedes me disculparán). Lo que me agrada de mirarla como una acción de cuidado, es que la curiosidad implicaría cultivar «algo», una cualidad como la imaginación o la agilidad de nuestros pensamientos.

Ser curioso parece una cualidad natural, animal, que no pertenece solo al humano o a los gatitos. Sin embargo, para nosotros es el motor del conocimiento, el impulso expresado en interrogativo: qué fue, quién lo hizo, en dónde, cuándo, por qué o cómo ha sido posible. La capacidad de hacernos preguntas, de comunicarnos mediante el lenguaje, permite que nuestros impulsos más íntimos (como las ideas o emociones) impacten sobre nuestro mundo, individual y colectivo.

Al mismo tiempo, la curiosidad no solo la experimentamos como individuos, ya que la imaginación, la inquietud creativa de miles de personas y sociedades están visibles en la ciencia, el arte, la filosofía, la construcción, la cocina, la salud, y más. En cada rincón de nuestra sociedad encontraremos preguntas, palabras, dudas con sus respectivas alternativas. Algunas con resultados prácticos, como la electricidad o el cultivo de plantas medicinales, y otras que transitan por el mundo de las ideas sin que necesariamente aterricen en algo mundano y que, en el mejor de los casos, nos resultan familiares porque representan «la cuadratura del círculo» y su complejidad infinita.

 

La curiosidad natural y su pertenencia social

En ciencias sociales hay un loquillo de mala fama: Augusto Comte (1798-1857). Este filósofo y escritor francés tuvo una tremenda ocurrencia, diseñar una ciencia de la sociedad. Por imprecisa y alocada que fue su propuesta —cargada de elementos religiosos, prejuicios sobre sociedades precientíficas que dan una idea de atraso, y una suma de estadios por los cuales transitó la humanidad para llegar al espíritu positivo o científico— sembró las semillas necesarias que germinarían en un jardín que llamamos sociología.

Para quienes no lo conocen, solo diré que el filósofo francés tenía el deseo de explicarse, cómo había sido posible el conocimiento científico frente a las formas de razonamiento que le precedieron. Él interpretó este proceso histórico como una evolución y un tránsito de etapas que se agrupan en tres estadios principales: religioso, metafísico y en el espíritu positivo. En sus reflexiones hay dos elementos que deseo recuperar.

El primero es que en nuestra naturaleza humana existe una necesidad espiritual intrínseca, una necesidad mental, individual y a la vez colectiva. Comte escribió que toda inteligencia parte de una serie de necesidades «puramente mentales» y que son «inherentes a nuestra naturaleza». Al mismo tiempo, son elementos que oscilan entre la estabilidad y el cambio, entre el orden y las transformaciones [el progreso, dijo Comte].

Estas necesidades mentales no son suficientes para el desarrollo de una teoría, una tradición filosófica o de conocimiento, pero sin ellas no podrían surgir. Comte deja atrás estas necesidades porque va hacia la historia del pensamiento humano y su tránsito a la mirada científica, basada en la observación; una mirada que para él será más completa y más real. Aunque le interesa esta mirada sistemática, metodológica, yo deseo recuperarles esta inquietud de que la humanidad busca las causas de los fenómenos como una necesidad primitiva y como producto de ciertas exigencias naturales del intelecto. Entre estas necesidades me gustaría proponer a la curiosidad.

El segundo elemento es que todo lo que pensamos y olfateamos, todas las teorías y filosofías de la vida tienen, como hemos visto, una dimensión social. Aún cuando son fenómenos apreciables en un individuo, la marcha de la humanidad es colectiva, continua e interconectada, es decir: en relación con otros tiempos y espacios; otros individuos y miradas; otras historias e interpretaciones; y otras sociedades. Quizá a la luz de nuestro presente esto parezca una obviedad, pero es el detonante de las ciencias sociales. A saber, cómo ha sido posible —o han sido posibles— los universos humanos que hemos construido en este planeta que no nos necesita y, lejos de eso, le hacemos daño.

Si bien la ciencia ha seguido su camino, esos impulsos, aparentemente primarios y naturales siguen empujando nuestro deseo de saber y las luchas por dominar el conocimiento. En la actualidad, el universo ya no gira alrededor del «hombre» gracias a que la astronomía nos muestra el pequeño lugar que ocupamos en él, pero eso no satisface la curiosidad, queremos saber más sobre lo pequeños y temporales que somos. En nuestra curiosidad el mundo aún gira a nuestro alrededor, y no nos conformamos; empujamos el cambio y la continuidad, la tradición y la revolución que alcanzamos a mirar y comprender. Ese impulso sigue ahí, presente, en la marcha de nuestra(s) historia(s).

 

La curiosidad es una lucha social

La curiosidad, esa humana-gato, es el deseo poderoso de conocimiento, un impulso impregnado de biología y de sociedad. En su materialidad social, hemos humanizado nuestro instinto, lo hemos llenado de valor. Por ello, la historia de la curiosidad ha sido mala para muchos momentos —si no me creen, pregúntenle a Adán y a Eva cómo les fue por la curiosidad de una manzana—; ha sido pésima para mantener bajo control sistemas religiosos y políticos, pero ha sido fuente de creatividad para los descubrimientos, desde la América que encontraron los europeos a la fecha.

Asociada con el conocimiento, la curiosidad es alimento de posibilidad, de creación y de cambio. Esta energía de cambio, de búsqueda de respuestas ha sido el centro de las batallas por impulsarla o condenarla. Entre las numerosas recopilaciones sobre la curiosidad, en meses recientes encontré la del autor argentino Alberto Manguel. Su libro es un curioso recordatorio de los distintos controles culturales por el lenguaje y el conocimiento. Recupera, por ejemplo, lo escandaloso que fue alguna vez la afirmación de que el lenguaje del pueblo podía ser más valioso que el de educación escolarizada.

¡Y claro! Las civilizaciones religiosas construyeron especialistas y muros del conocimiento, inquisiciones e historias que nos muestra que saber es poder, que controlar la autoridad de la información juega un papel en el cambio y en la permanencia de nuestras sociedades, en pasado, pero también en presente. Basta con mirar nuestra política nacional para ver que no es casual que, en el debate por la transformación de nuestro México, Andrés Manuel López Obrador reivindique tanto el derecho a lo inédito como la sabiduría popular. No es casual tampoco que haya enfrentamientos con quienes estuvieron al frente de la narrativa histórica e intelectual de nuestro país por décadas; intelectuales de élite que critican el poder y la emergencia de nuevas voces.

Desde su materialidad social, es un impulso tanto para el conocimiento como para el cuestionamiento de nuestra vida política y pública. En este sentido, la curiosidad es el dedo en la llaga: es la evidencia de las preguntas que nos hacemos y nos hemos hecho, nos revela lo que estamos dispuestos a cambiar; es decir, hasta dónde empujamos, dónde están colocadas las personas y qué alcanzamos a ver de este balance entre el orden y el cambio.

Para cerrar con esta idea en voz alta, y como dice Manguel, la curiosidad se expresa por medio de arte y palabra, y escribir es el arte de renunciar y resignarse al fracaso. La palabra es posibilidad y el límite que condena de nuestra creatividad. En este sentido, pese a que las respuestas alocadas de Comte no pasan la prueba del tiempo, también nos heredó un rumbo nuevo de preguntas. Su caso es interesante porque nos muestra cómo podemos fracasar en un intento de explicación, pero ello no castiga las ideas originales. A la luz de una cuidadosa lectura podemos recuperar el pensamiento seminal que hace este autor, un anticuado clásico.

Si quieren explorar las lecturas detrás de estas palabras, en las referencias encontrarán la polvosa lectura de Comte; o bien, una interpretación de Norbert Elias. Finalmente, les recomiendo mucho la historia natural de la curiosidad, de Alberto Manguel. Este último lo encontré en una mesa de baratas; un lindo recordatorio de que la curiosidad también es azar. Mientras le echamos el ojo a alguna lectura, les dejo una canción, «Los ojos del gato», de Luz Casal, para aquellos que quieran huir hacia la oscuridad de su mirada. Mientras tanto, les pregunto, ¿qué es para ustedes la memoria?

Los ojos del gato, Luz Casal: https://www.youtube.com/watch?v=crFnems9Wso

 

Referencias

Alberto Manguel (2016). Una historia natural de la curiosidad. Buenos Aires. Siglo XXI Editores. 541p.

Augusto Comte (1997). Discurso sobre el espíritu positivo. Madrid. Alianza Editorial. 132p.

Norbert Elias (1999). “Sociología: el planteamiento de Comte”. En Sociología fundamental. Barcelona. Gedisa. Páginas 37-59.

Jorge E. Schondube y Mónica Orduña-Villaseñor. “La vida secreta de nuestros gatos”. En Saber más. Revista de divulgación. En línea: https://www.sabermas.umich.mx/secciones/articulos/572-la-vida-secreta-de-nuestros-gatos.html

Etimología de curiosidad: http://etimologias.dechile.net/?curiosidad#:~:text=La%20palabra%20%22curiosidad%22%20viene%20del,sufijo%20%2Ddad%20(cualidad).

Etimología de curioso: http://etimologias.dechile.net/?curioso

Real Academia Española: https://dle.rae.es/curioso#4v8fNYR

 

 

 

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