Cubrebocas

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La discusión sobre el cubrebocas y su papel para atenuar, o no, el riesgo de contagio me parece, francamente, absurda. Si los contagios del SARS-CoV-2 pueden disminuir, así sea en un porcentaje mínimo, con el cubrebocas, barbijo, tapabocas o como quiera usted llamarle, hay que utilizarlo. Si por utilizarlo se crea la ilusión de estar protegido y se descuidan las otras acciones preventivas: lavado de manos, distancia física entre personas y estornudo de etiqueta, hay que insistir en que se comete un error, pero no dar por hecho lo que es una presunción. Desalentar el uso del cubrebocas en los primeros meses de la epidemia en México posiblemente haya sido un error que, de acuerdo con las cifras de contagios, enfermos y fallecidos, podría ser de grandes dimensiones.

La utilización del cubrebocas no debería ser opcional, sobre todo para las personas que no pueden mantener distancia física con otras, en el transporte público, en los centros laborales, en espacios cerrados. Las cerca de 50 mil personas fallecidas por el COVID19 en México (según cifras oficiales, con el reconocimiento del subregistro) son un argumento más que contundente para que su uso sea generalizado, masivo y obligatorio, al menos en espacios cerrados. Si el cubrebocas disminuyera el riesgo de contagios en un 1 o 2 % sería argumento suficiente para usarlo, pero si el porcentaje es de 40 %, escamotear su utilidad es de una insensatez que raya en el cinismo.

Hace unos días que salí de compras, por las prisas bajé de mi coche sin el cubrebocas puesto. No di más de cinco o seis pasos cuando fui fulminado por la mirada de una niña que caminaba, con su barbijo bien ajustado, por la banqueta; no me dijo nada, simplemente me miró con la suficiente dureza como para hacerme recapacitar y regresar al coche por mi cubrebocas. No me gusta usarlo (creo que a nadie), acalora, empaña los lentes, es incómodo, pero siempre lo porto cuando salgo a la calle, aunque en ocasiones olvido colocarlo en mi cara: todavía no es un acto reflejo. A diferencia de muchas personas que están obligadas a usar cubrebocas durante su jornada laboral, sobre todo el personal de salud, yo puedo trabajar desde mi casa con la cara descubierta, por lo que para mí es un mínimo gesto de solidaridad, empatía y hasta de cortesía, usar ese inusual -hasta ahora- artefacto. No necesito que los médicos y los científicos me señalen la importancia del cubrebocas, para mí es un asunto de mínima cortesía, humildad y reciprocidad.

Muchas personas lo usan con la idea de evitar contagiarse, y aunque su convicción sea errada porque según los expertos el cubrebocas no es de gran utilidad para eludir al virus, al menos lo portan, por lo que, de estar contagiadas (sin saberlo) mitigan la posibilidad de infectar a otras personas. Sin embargo, hay muchas otras personas que son reacias a portarlo, lo que incluso ha provocado pleitos y golpizas en centros comerciales, en el transporte, en diferentes espacios públicos. Con argumentos tipo “si no hay una ley que me obligue, estoy en mi derecho de no usarlo”, o bien, “no hay evidencias científicas que demuestren su función para evitar contagios”, o con un ramplón “el virus no existe”, el resultado es el mismo: anteponen sus convicciones, intereses, ideologías, creencias, misiones en la vida o sabrá qué cosa, al interés colectivo.

Desdeñar el cubrebocas, por las razones que sean, significa anteponer mis ideas, mis convicciones, mis prejuicios, mis altas metas, mi misión histórica o cualquier otra consideración, al bienestar de los demás. Así, usar cubrebocas significa transitar del yo al nosotros y ese movimiento, sobre todo en tiempos funestos, dolorosos y, por lo visto, de larga duración, siempre será mejor que la opción individualista. Pensar en la colectividad, antes que buscar el confort individual, o la ratificación de una supuesta superioridad moral, es lo que nos va a sacar del atolladero virulento en el que nos encontramos.

La generalización del uso del cubrebocas quizás sea una cuestión de tiempo. El regreso a clases en el formato híbrido anunciado seguramente hará que millones de estudiantes -muchos hoy en confinamiento- tengan que usar la mascarilla los días que asistan a la escuela, si llegan a hacerlo. Me parece que, a diferencia de la rigidez de muchos adultos para adaptarse a las circunstancias, niñas y niños, adolescentes y jóvenes son mucho más flexibles, por lo que es probable que no objeten en demasía el uso del cubrebocas. Es más, para chicas y chicos en la adolescencia hay hasta cierta emoción de portarlo, con tal de salir de casa ocasionalmente. Y no falta, por supuesto, quien piensa en el cubrebocas como parte de los accesorios, por lo que debe combinar con la vestimenta (el outfit) elegida.

El cubrebocas, dispositivo utilizado con fines sanitarios, es un signo de nuestros tiempos y también, no faltaba más, un objeto cultural y una mercancía. No extrañe a usted que se convierta en accesorio de las colecciones de moda (las y los modelos de Gucci lo portan desde antes de la pandemia), por lo pronto, varias firmas ya están marcando tendencia con cubrebocas para las élites: Louis Vouton (2,000 pesos), Gucci (1,500), Fendi (4,000). Hay también mascarillas especializadas para hacer deporte, Adidas, Puma, Nike, Reebok son algunas de las firmas que ofrecen cubrebocas que permiten una mejor entrada de aire mientras se practica algún deporte. Y por supuesto, no podía faltar la innovación, ni podían faltar los cubrebocas “inteligentes”, cuya denominación obedece no a quien lo porta, sino a sus cualidades y aditamentos que vaya usted a saber si son ciertos o no: desinfección automática, filtros antimicrobianos, sensores, bluetooth y no sé qué otras monadas, Si a usted le interesa uno, vaya perdiéndole el cariño a poco más de 6 mil pesos: https://www.eluniversal.com.mx/techbit/cubrebocas-inteligente-que-se-desinfecta-solo-y-detecta-covid-19.

De ser un objeto sanitario preventivo, el cubrebocas también es un símbolo de distinción social, de pertenencia de clase, de exclusión. El capitalismo estará muy confinado, con economías a la baja y el consumo limitado, pero nunca dejará de convertir en mercancía todo y, por ende, de convertirlo todo en fetiche.

Asimismo, cada vez es más común encontrar publicidad de diferentes marcas estampadas en los cubrebocas, por lo que se convierten en un espacio comercial de enorme exposición, y, por cierto, muy económico para los anunciantes. Y si ya es aprovechado como espacio publicitario, no sería en lo absoluto extraño que sea de utilidad para la propaganda política; en las elecciones del próximo año es posible que a la parafernalia propagandista tradicional compuesta por camisetas, gorras, banderitas, paraguas, bolsas del mandado, llaveros, plumas, mantas, etc., se le añada un cubrebocas con alguna frase “ingeniosa” o de plano con la cara de la candidata o el candidato. No obstante, y por como se ven las fuerzas políticas que entrarán en la contienda electoral, es posible que la propaganda en los cubrebocas espante al mismo SARS-CoV-2, con lo que no necesitaríamos vacuna sino simplemente propaganda electoral. Se perfila cada candidato(a)...

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