Ciencia, universidades y emergencia sanitaria

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Antes de exponer algunas ideas sobre las Instituciones de Educación Superior públicas, en particular las universidades, y la emergencia sanitaria por el Covid19, permítame hacer un par de consideraciones sobre la polémica suscitada por las palabras de la Dra. María Elena Álvarez-Buylla, directora de Conacyt, el pasado jueves 23 de abril en la conferencia vespertina para informar sobre el curso de la epidemia en nuestro país. La Doctora Álvarez-Buylla explicó que México tiene muchas capacidades científicas y tecnológicas, sin embargo, señaló que hay desarticulación y dependencia y abundó en lo que llamó las “características de la ciencia neoliberal que imponen retos muy grandes al país frente a una epidemia”.

La declaración de la Doctora Álvarez-Buylla suscitó una fuerte discusión que se centró no en las características de la ciencia y la tecnología en México, sino en la noción de ciencia neoliberal. La discusión me parece francamente bizarra y abona muy poco a un debate a fondo sobre los problemas nacionales y su abordaje por la comunidad científica y las instituciones que hacen, validan y distribuyen el conocimiento científico en México. ¿Es absurdo hablar de ciencia neoliberal? Por supuesto, a la teoría del complejo activado, a la ecología de poblaciones o a la ciencia de los materiales les tiene sin cuidado la orientación política o ideológica de los y las investigadores. La replicabilidad de datos e información por grupos científicos, la evaluación de pares y la publicación de resultados que contribuyan al desarrollo de nuevas investigaciones son rasgos del quehacer científico y calificar de “neoliberal” (o cualquier otro signo ideológico) corre el riesgo de incurrir en excesos, abusos y perspectivas totalitarias; en la historia hay experiencias muy lamentables, como la “ciencia aria” del nazismo o la “biología proletaria” del stalinismo.

De la misma manera, apelar a la pureza de la ciencia es un absurdo, como si la producción científica fuera exclusivamente por amor a la verdad o por la pasión por el conocimiento, por lo que la caracterización de la Doctora Álvarez-Buylla de ciencia neoliberal puede tener sentido, a reserva de precisar el concepto neoliberal. La producción científica requiere dinero invertido en instituciones de investigación (centros, laboratorios, universidades, tecnológicos), de evaluación y valoración del conocimiento generado y de difusión del mismo (revistas, journals, congresos, entre otros); y esas instituciones por supuesto que son influidas por las fuentes de financiamiento, sobre todo cuando muchas veces se trata de corporativos farmacéuticos, agro y petroquímicos, informáticos y de software, aeroespaciales, alimentarios, tabacaleros, entre muchos otros. Si en gran medida la producción (investigación), validación, distribución y aplicación del conocimiento científico es financiado por empresas, es claro que hay muchos y poderosos intereses en juego, tanto que la misma autonomía necesaria para la investigación quedaría en entredicho. Sin embargo, y por las propias palabras y evidencias mostradas por la directora del Conacyt, ese no es el caso de la ciencia en México porque el porcentaje de inversión privada es muy bajo, esto es, la producción científica en México es financiada esencialmente por el Estado. Entonces, ¿tiene sentido calificar de neoliberal a la ciencia en México? No lo sé, lo que me queda claro es que utilizar ese calificativo en la conferencia de prensa del jueves 23 fue un lamentable error que opacó la noticia relevante: la construcción en México de 700 respiradores, producto de la feliz alianza entre Conacyt, académicos y empresas.

Si el neoliberalismo ha sido hegemónico en los últimos 30 años en México, en materia científica ha tenido yerros y aciertos, como cualquier otra política pública; quizás el logro más importante ha sido la profesionalización de la actividad científica a través de varias iniciativas: i) la creación de una masa crítica de investigadoras e investigadores a través del Sistema Nacional de Investigadores (SNI); ii) el surgimiento de la red de Centros Públicos de Investigación con actividades de investigación, docencia y vinculación; iii) el desarrollo de capacidades científicas en las universidades públicas tradicionalmente orientadas exclusivamente a la docencia; iv) el impulso a la educación tecnológica orientada a dar respuesta a problemas productivos, técnicos, económicos, etc., del país; v) la formación, con enormes asimetrías, de sistemas locales de innovación que han sido claves para detonar el desarrollo de ciudades medias (Querétaro, Aguascalientes, Mérida, entre otras). Por cuanto a los problemas de la “ciencia neoliberal” en México podemos anotar algunos, sin que la lista sea exhaustiva: i) la formación de élites de investigadores al mismo tiempo de la exclusión de miles de académicos de los sistemas de estímulos y reconocimientos, dando lugar a una suerte de proletariado académico integrado por profesores por asignatura, eventuales, medios tiempos, etc.; ii) la tendencia a la mercantilización del conocimiento, en particular en algunas áreas como biotecnología, por ejemplo; iii) la perversión de los sistemas de validación y acreditación del conocimiento convertidos en el leit motiv de la actividad científica, en específico, el mandato por publicar papers en revistas de alto impacto (medido a través del Journal Citation Report o Scopus); iv) la transformación de la evaluación académica entre pares en redes de complicidad y componendas entre cuates que han favorecido la corrupción en centros de investigación y universidades (la estafa maestra es paradigmática); v) la dificultad para vincular la investigación científica con los muchos e ingentes problemas del país, sobre todo, con los que padecen los sectores sociales excluidos. En este último punto creo que está la gran deuda de las Instituciones de Educación Superior con el país.

La emergencia sanitaria por la epidemia de Covid-19 exige que el conjunto de las Instituciones de Educación Superior del país, en específico las públicas, se activen y desplieguen sus enormes capacidades para hacer frente a los muchos problemas que ya existen y que se agravarán en breve, y a los que surgirán en los meses y años próximos. Haciendo un trazo muy general y a sabiendas de que las generalizaciones implican riesgos, afirmo que las universidades no han estado a la altura de las circunstancias, los universitarios no hemos sabido dar respuesta a las muchas aristas de la emergencia. Por supuesto, hay que reconocer que grupos de académicos de la UNAM, el IPN, la UAM, el Tec y otras instituciones están haciendo grandes y loables esfuerzos para construir respiradores, para fabricar gel e insumos sanitarios, para habilitar servicios hospitalarios de emergencia, para llevar apoyos a grupos vulnerables y para muchas otras acciones. Pero son eso, grupos de académicos: las instituciones universitarias, en tanto instituciones, están (estamos) más preocupadas por seguir con los cursos online (aunque muchos estudiantes no tienen computadora o acceso a internet y también muchos colegas profesores no estamos capacitados para dar cursos en línea), por las evaluaciones, por concluir el semestre o el trimestre, en fin, por seguir con la rutina aún en tiempos de emergencia. Con ánimo de abrir el debate y a manera de pregunta, reitero mi afirmación provocadora: en la emergencia sanitaria ¿dónde están las universidades?

Las universidades no están, o su presencia es mínima y con poco peso, así de sencillo. Y así de grave. Que no se malinterprete mi idea: sin lugar a dudas que hay grupos académicos haciendo un impecable y relevante trabajo, pero la respuesta a la emergencia sanitaria no ha sido, hasta el momento, desde las universidades en tanto instituciones. Identifico al menos ocho ámbitos de intervención con motivo de la epidemia del Covid-19 en los que las universidades deberían estar actuando, desde ya, y hasta donde puedo percatarme, no lo están haciendo:

  1. El ámbito sanitario o de la salud; se está haciendo, sobre todo por las instituciones con mayor capacidad, como la UNAM; investigación básica, desarrollo de vacunas y medicamentos, etc.
  2. Impacto económico derivado de la suspensión de actividades productivas: estrategias de apoyo a la economía social, asesoría en la construcción de redes de consumo, apoyo a las Mipymes, impulso a monedas comunitarias, etc.
  3. Atención a los problemas psíquicos y emocionales relacionados con el aislamiento prolongado: ansiedad, depresión, sentimientos de culpa y vergüenza, soledad, entre muchos otros.
  4. Apoyo emocional y jurídico a víctimas de la violencia doméstica, en particular a niñas, niños, adolescentes y mujeres; los índices de violencia se han disparado durante la cuarentena y las instituciones de procuración de justicia es claro que no pueden atender los miles de casos por sí mismas.
  5. Intervención social para la (re)construcción de capacidades de resiliencia desde la participación colectiva en barrios, pueblos, escuelas, espacios de trabajo, con desempleados, con mujeres, con adultos mayores, etc., a través del fortalecimiento de la autonomía, la cooperación y la creatividad.
  6. Capacitación y coordinación para el impulso de proyectos productivos de agricultura urbana a gran escala que contribuyan a mitigar las carencias alimentarias y que, a la vez, contribuyan a la construcción de alternativas de vida por fuera del consumismo.
  7. Intervención desde el arte y la cultura a efecto de restaurar paulatinamente el tejido social en una perspectiva creativa, democrática y de respeto a los derechos humanos para la construcción social de la paz. El teatro, la música, la danza, la literatura, las artes urbanas deben ser ejes de la reconstrucción social pospandémica.
  8. Diseños eficientes y sustentables de movilidad urbana acordes a la muy probable prolongación durante largo tiempo de la “sana distancia”; reorganización de los espacios y los tiempos urbanos con criterios de bienestar, salud y desplazamiento, entre otros.

 

Las universidades públicas están llamadas a transformarse. Si en una primera etapa su función social fue básicamente de formación de profesionistas (énfasis en la labor docente), posteriormente se desarrollaron las capacidades de investigación para la generación de ciencia y conocimiento (énfasis en las actividades de investigación), ahora es momento de que la universidad se vuelque hacia la sociedad y sus múltiples problemas (énfasis en la vinculación). La tarea fundamental de la universidad pública es hacer preguntas, presentar a la discusión pública problemas socialmente impensados, a efecto de construir posibles opciones de solución basadas en el rigor de la investigación científica, en la lúdica de la creación artística, en el diálogo del pensamiento colectivo.

La pandemia está dejando muchas enseñanzas. Una entre muchas es que no podemos seguir en sociedades en las que la alternativa sea entre la salud o la economía. Si esa es la opción, hay que cambiar la economía. Y entender que nuestra salud, nuestra economía y nuestra forma de vida, dependen de la salud del planeta. No hay de otra. ¿Están nuestras universidades preparadas para este reto? En mi opinión, no. ¿Qué piensa usted?

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