Cesarismo y Populismo

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Federico Anaya Gallardo

 

La semana pasada mencioné que Sergio Sarmiento, en su columna “Jaque Mate” de El Siglo de Torreón/Reforma dijo que el populismo tan temido de nuestras élites había hecho sucumbir a la república Romana en los tiempos de Cayo Julio César (100-44 aC). (Liga 1.) Ya dije que el cesarismo en que terminó aquélla venerable república, y que hoy día se identifica facilonamente con populismo y/ó militarismo, era en realidad una “dictadura emanada del Pueblo”. Aunque no creo que Sarmiento haya pretendido debatir en serio la pertinencia –actual y para México– de su ejemplo romano; a mí me sirve de excusa para escribirte el día de hoy, lectora, acerca de lo que fue efectivamente el cesarismo.

 

Sarmiento señalaba que el asesinato de César en el Senado Romano, en los Idus (segunda quincena) de Marzo del año 44 aC “no impidió que se convirtiera en una leyenda para el pueblo” (así, con minúscula). Si ha de servirnos el ejemplo antiguo que Sarmiento trae a cuento, hay que preguntar más. ¿En qué sentido César se volvió una leyenda?

 

Luego de la muerte de César, el Pueblo (así, con mayúscula) incineró el cadáver de su líder en el Foro y alimentó la hoguera con los muebles de las casas de los ricos. En el lugar adonde cayeron las cenizas levantaron una columna. Espontáneamente empezaron a hacer sacrificios a la memoria del asesinado. Dejemos que hable de esto un testigo contemporáneo. Es confiable, pues era enemigo de César, y eran las casas de sus amigos optimates las que fueron saqueadas por la masa enardecida.

 

Marco Tulio Cicerón (106-43 aC) escribió, en sus Filípicas, que ante la columna cesariana la gente quemaba votivamente “imágenes de César” y que se había levantado una “sepultura vacía o sin cadáver”, y que en medio de esos “desórdenes aumentaron también las amenazas a las casas [de los ricos] y los templos por parte de los perdidos [perditi homines] y de esclavos tan malos como ellos”. Cicerón aplaudió cuando el gobierno de la ciudad derribó “aquella execrable columna” y castigó “tanto a los osados y perversos esclavos como a los impuros y malvados libertos” que participaban en esas manifestaciones populares. (1ª Filípica, Liga 2, p. 14.)

 

Aún después de eliminada la columna “sacrílega” (el adjetivo es de Cicerón), el clamor popular en contra de los asesinos de César era tan grande que los líderes de la conspiración (Bruto y Casio) debieron abandonar la ciudad y el Senado –cuya facción conservadora había aplaudido el asesinato– debió aprobar oficialmente honras fúnebres y acciones de gracias en honor de César muerto. Cicerón consideró que la decisión introducía en las costumbres romanas “imperdonables supersticiones”. Agregó que ningún héroe merecía un decreto de acción de gracias, ni siquiera Lucio Junio Bruto, el fundador de la República (1ª Filípica, p. 17).

 

Cicerón no fue escuchado. Por sobre sus razones imperaba la necesidad de asegurar la paz social. El Pueblo demandaba honrar el recuerdo de César. Aparte de las ceremonias, el Senado debió reconocer la permanencia de todas las leyes cesarianas. Política y socialmente, tanto los conservadores como su vocero Cicerón estaban atrapados. Sólo el partido popular se había preocupado por las clases subalternas. Por muchos años, la élite conservadora había aniquilado, uno tras otro, a cualquier reformador social.

 

Y, ¡atención lectora!: No estoy poniendo ideas modernas en acontecimientos antiguos. En la 12ª Filípica, Cicerón comparó las propuestas de paz entre populares y conservadores con las conversaciones que 50 años antes sostuvo la élite romana con los itálicos durante la Guerra Social (91-88 aC). Cicerón rechazaba la idea de parlamentar con los populares (liderados por Marco Antonio), a quienes consideraba sacrílegos y perditi homines. En cambio, explicó al Senado, los itálicos que dialogaron con los romanos “no querían arrebatarnos nuestra ciudadanía, sino participar de nuestros derechos” (12ª Filípica, p. 188).

 

A caballo pasado –diríamos hoy los mexicanos– Cicerón reconocía que parlamentar con los itálicos significó ampliar los derechos de ciudadanía y que esa aspiración era loable. Pero en la Guerra Civil que los conservadores provocaron al asesinar a César, ese mismo Cicerón decía que conceder plenos derechos a proletarios, pobres y subalternos era “sacrílego”.

 

El historiador neozelandés Ronald Syme (1903-1989) escribió en 1939 un libro portentoso titulado La Revolución Romana. Es una bella obra de prosopografía. La palabra es rara pero importante. Simplificando, significa “biografía colectiva”. Se trata de historiar un estamento, una clase, un oficio ó un rango de la sociedad. Syme no nos cuenta la biografía de César ó de Cicerón. Nos describe cómo ambos estaban insertos en una sociedad compleja, dividida en clases. Más que los discursos particulares, le interesa la narrativa que todas y todos los romanos construyeron como colectivo. Allí podemos leer cómo los populares –igual que los itálicos antes que ellos– efectivamente sólo deseaban participar de los derechos de los ciudadanos romanos. Allí podemos ver cómo los conservadores les denegaron por todos los medios esa participación. De esa lucha entre pobres libertarios y ricos egoístas resultó la destrucción de la antigua República.

 

En el México de hoy, no es difícil identificarnos con los populares de la Roma antigua. ¿Acaso no es razonable su posición? Retomemos a Cicerón pero superando su egoísmo faccioso: Los pobres del obradorismo no quieren arrebatarle a nadie la ciudadanía, sino participar de los derechos que hasta ahora sólo unos pocos gozan. La élite mexicana –sin embargo– es tan ciega como Cicerón en el año 44 aC. En voz de Sarmiento, esa élite cita el ejemplo romano para denunciar el “cesarismo” de López Obrador y no comprende lo razonable que es expandir los derechos efectivos de la ciudadanía.

 

Los datos duros están allí. Zepeda Patterson lleva años señalando que la virtud obradorista es hablar-de, dirigirse-a y representar-a los de Abajo. Al analizar la participación ciudadana en la Revocatoria de Abril de 2022, Viri Ríos demostró que la correlación más fuerte no era “recibir programas sociales” sino “ser pobre”.

 

Los conservadores de hoy, como Cicerón y los conservadores romanos de hace dos milenios, están cegados a hechos tan evidentes como la desigualdad social. Si revisas las cartas del orador romano encontrarás sistemáticas y duras críticas al despilfarro de los ricos; pero pese a ello el senador no entendía el éxito de los cesarianos. Mientras los conservadores derrochaban sus fortunas en piscinas y palacios, César aseguró alimento gratuito a los pobres de la ciudad, repartía tierras a sus veteranos y heredó una parte impresionante de su fortuna a la ciudadanía. ¿Cómo no iban esos pobres a elevar una columna en su memoria?

 

Uno de los enemigos de César, el pompeyano Marco Terencio Varrón (116-27 aC), recibió del dictador popular el perdón y un encargo: abrir la primera biblioteca pública de la ciudad. Este es un buen símbolo de la Revolución Romana de Syme. Aunque las libertades políticas de los pocos ricos de la ciudad antigua se limitaron, la ciudadanía romana se expandió por toda Italia y luego por todo el Mediterráneo. Un siglo después del triunfo final de los cesarianos, las familias itálicas que colonizaron Hispania aportaron los cinco buenos emperadores del siglo II.

 

La libertad egoísta de conservadores como Cicerón, por su elitismo y clasismo, había producido un régimen oligárquico que generaba una interminable guerra civil. La inclusión en la ciudadanía plena de todos (itálicos y populares) significó la expansión de la pax romana por dos largos siglos.

 

Pero no olvides, lectora, que las tradiciones de libre debate y elecciones abiertas de la vieja República Romana se perdieron. Es alrededor del éxito cesariano que nació el ideal del “buen monarca” que tanto daño hace en Occidente. Por eso hoy en día, Todomundo cree que Cicerón es un campeón de la libertad. Hoy he querido aclararte que esto último es falso. Hic et nunc (aquí y ahora) en México, Cicerón sería el más egoísta de los fifís, el defensor perverso de los aspiracionistas.

 

A dos mil años de la Revolución Romana, la obradorista bien podría expandir la ciudadanía al tiempo que mantenemos intactas y fuertes todas las libertades republicanas. Podemos hacerlo, porque, pese a todo, este Pueblo es mejor que el de nuestros ancestros.

 

Ligas usadas en este texto:

 

Liga 1:

https://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/2022/marea-guinda.html

 

Liga 2:

https://historicodigital.com/download/Ciceron%20-%20Filipicas.pdf

 

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