Allende: la herida imborrable / Primera parte

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Juan Alberto Cedillo

 

Tras  colgar el teléfono me invadió un sentimiento de frustración. Sentí que debí negarme a la petición de mi jefe. Me “sugirió” desplazarme al norte de Coahuila y acudir a investigar lo que había sucedido en un par de pequeños y olvidados municipios: Allende y Nava.

 

Era el final del mes de noviembre del año 2012 y aún no había firmado el contrato para integrarme a la revista Proceso. Pensé que si me negaba podría poner mi incorporación formal en el prestigioso medio fundado por Julio Scherer.

 

No obstante tenía conocimiento de la región y me intrigaba conocer a detalle lo sucedido en los dos poblados de la región de Cinco Manantiales. Gracias a contactos y fuentes de Monclova, tenía conocimiento de que un contador de los Zetas había escapado con cinco millones de dólares aproximadamente, hecho que había provocado la furia de unos, y que a la postre, había derivado en una escalofriante masacre.

 

En los cinco meses previos, había recorrido con el colega Erik, zonas y ciudades incendiadas por el crimen organizado: el norte de Veracruz; la peligrosa carretera de la ribereña, en Tamaulipas; San Fernando y ciudades fronterizas como Matamoros, Reynosa y Nuevo Laredo, cuando toda la región era centro de disputa entre el Cártel del Golfo y los Zetas.

 

Sin embargo, ahora tenía claro que no era lo mismo “visitar” esas importantes ciudades de la frontera que adentrarse en esos pueblos, particularmente, en un diminuto pueblo controlado por los Zetas.

 

Para colmo, mi colega Melva me reclamaba que preferiría viajar acompañado por Erik, así que acordamos que la próxima “odisea” la realizaremos juntos. Ello agregó un sentimiento de temor por considerar que ahora estaríamos en riesgo los dos.

 

Nunca me hubiese imaginado que su compañía en Allende sería fundamental para salir con vida de ese poblado maldito que quedó marcado para la posteridad, debido a que ahí y en Cinco Manantiales, los Zetas asesinaron, incineraron y desaparecieron a decenas de personas.

 

Resignado, con la cristiana  actitud de “qué sea lo que Dios quiera”, preparé el viaje.

 

La capital del estado de Nuevo León, Monterrey, junto con sus municipios conurbados, es ahora un dinámica región que articula varias ciudades de tres estados del noreste de México: Torreón, Piedras Negras y Saltillo de Coahuila; o Matamoros, Nuevo Laredo, Reynosa, Ciudad Victoria y Tampico, Tamaulipas, Monterrey es el epicentro. Es el gran centro universitario, es la  “capital de los conciertos”, es el centro laboral… el “gran Mall” de los cárteles.

 

Incluso la “influencia regia” se extiende hasta ciudades de Texas como McAllen, Laredo, San Antonio, Houston o Dallas.

 

No obstante, a pesar de su dinámica y riqueza  económica, la calurosa región comenzó a incendiarse lentamente en los albores del año 2004. Fuego que comenzó en Nuevo Laredo y para el 2009 las llamas se extendieron a todas las praderas de las semi desérticas tierras de Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila.

 

Para intentar apagar el fuego que propagaban los “pirómanos” Zetas, toda la zona integrada por los tres estados comenzó a ser invadida por una especie de bomberos, con uniformes verde olivo.

 

Para mediados de marzo del 2011 sucedió en Cinco Manantiales y Piedras Negras el más grande incendio de la historia reciente de México. Con llamas que alcanzaron kilómetros de altura. A pesar de las miles de llamadas de auxilio para reportar el enorme incendio, ninguna autoridad de municipal, estatal o federal, de Coahuila, acudió en su auxilio para intentar apagar el pavoroso incendio.

 

Peor aún, después de que las llamas arrasaran con todo el norte de Coahuila, dejando como saldo cientos de desaparecidos y más de sesenta residencias y ranchos destruidos, el gobierno estatal y federal se encargaron de mantener en secreto las consecuencias del  incendio por cerca de dos años.

 

Un año y nueve meses después de que sucedieron los terribles hechos, el destino nos seleccionó para sacar a la luz la tragedia. Así que a mediados de  diciembre del 2012 Melva y yo nos dirigimos a “turistear” en el pueblo trágico de Allende, sin tener idea de lo que nos íbamos a encontrar…

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