Tras los pasos de Raquenel Villanueva

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Juan Alberto Cedillo

Raquenel Villanueva Fraustro estaba cómodamente sentada en su sillón, hace una pausa para tomar aliento y acto seguido expresó:  “A mi me queda muy claro que yo debería estar muerta hace nueve años, por eso creo que Dios tiene un propósito para mi y espero hacer lo correcto”, lo dice sin un dejo de arrogancia. Raquenel fue una famosa abogada que había sufrido cuatro atentados previos, el quinto fue el de la muerte. Un evento fatal para ella, y traumático para su hija y una amiga, también adolecente, que la acompañaban la mañana de ese domingo 9 de agosto del 2009. Estoy sentado frente a ella en su despacho. El librero a su espalda está atestado de libros y enciclopedias sobre derecho. En cada una de las cuatro repisas destacan figuras religiosas de distintos tamaños y materiales. En la parte alta una gran cruz y la emblemática figura de la Justicia sosteniendo la balanza con el brazo izquierdo y la espada empuñada en la mano derecha. Toda su oficina está decorada con artículos religiosos. Raquenel, en ese entonces una mujer de unos 50 años de edad, estaba vestida con pantalón y blusa negra tejida, color que contrasta con el dorado de sus aretes, su collar y los anillos de sus dedos. Sus uñas están pintadas con un rojo intenso.

Es la primera de una serie de entrevistas acordadas con ella  para escribir sus memorias. Anteriormente, la abogada especializada en defender a capos del narcotráfico, entregó a la Editorial Penguin Random House una serie de documentos y textos escritos por ella. La editorial me precisa que su contenido es poco valioso, pero acordó contar en las entrevistas sus secretos, secretos que harían temblar a políticos, mandos militares y jefes policiales. La editorial me seleccionó para escribir su biografía después de que otro escritor especializado en el tema del narcotráfico rechazó realizarla.  Antes de proseguir, Raquenel  fija su mirada en una imagen de la Virgen de Guadalupe que está a mi espalda, sobre una chimenea, acompañada de pequeñas figuras de ángeles y arcángeles. Me precisó que siempre consulta a la virgen sobre los casos que acepta litigar. Recibe constantemente a muchos clientes de bajos recursos. “La Virgen me dice cuáles debo aceptar sin cobrar un centavo”. En ese entonces decidió defender al tristemente celebre, Diego Santoy, asesino de un par de niños en una residencia de la Colonia Cumbres de Monterrey. Al preguntarle por qué decidió defenderlo sin cobrar, la abogada me responde que Diego fue víctima de “dos brujas que lo manipularon” para que cometiera el crimen. “Bueno, esa es la percepción de una experimentada mujer, que será muy difícil demostrar ante un juez, le reviro.

En un momento de las dos horas que duró la primera entrevista, hizo una pausa y sonriendo espetó: “Yo soy bien puta”. Volteo la mirada a la ventana sin entender cómo debo interpretar esa afirmación. Todas las ventanas de su oficina tienen unas “persianas” que en realidad son gruesas hojas de acero. Un discreto blindaje para protegerla de otro posible atentado.

Al término de la entrevista le solicito posar a un lado de sus imágenes religiosas para tomarle una fotos, acepta con agrado. Antes de salir guardo la cámara y me despido, al atravesar percibo la puerta negra que también está forrada con gruesas hojas de acero capaces de detener los poderosas balas de las armas  que están en voga: los AK47 o Kalashnikov, el rifle  de asalto del Ejército Rojo.

Al dejar la oficina siento las mismas  miradas penetrantes y escudriñadoras que me siguieron los pasos cuando me acercaba al despacho. El local se encuentra en el cruce de una importante y transitada avenida, y otra pequeña calle, por el rumbo del Penal del Topo Chico. En esa esquina se concentra un tianguis de los llamados “Bad Hombres”, que se aglutinan en torno a esta mujer. Diversos halcones disfrazados de vendedores ambulantes, boleros y los tradicionales viene viene, con su franela roja. Además una pléyade de taxistas-sicarios que pareciese tienen una base afuera de esa oficina. A ellos se suma el “pequeño” grupo de escoltas que el gobierno federal  asignó  para que cuidaran a la abogada. Todos esos pares de ojos me siguen puntualmente mientras me alejo rumbo a mi auto. 

Hasta ese momento tenía planeado acudir cada semana para realizar al menos unas cinco entrevistas, sin embargo, al ver el despliegue de “Halcones” y miembros del crimen organizado que estaban “discretamente” apostados por el rumbo, decidí que debería dejar pasar al menos dos o tres semanas antes de volver, para no llamar la atención, y comenzaran a investigar qué hacía un periodista visitando continuamente a Raquenel Villanueva.

Raquenel sufrió su primer atentado en  el mes de mayo de 1998. En esa época le  lanzaron un aparato explosivo casero contra su despacho. Posteriormente, el 23 de  marzo del año 2000, las  balas de los sicarios la alcanzaron  cuando quedó atrapada en la puerta giratoria del Hotel Imperial en la ciudad de México, al concluir una reunión con Cuauhtémoc Herrera Suástegui, excomandante de la PGR, presunto protector del Cartel de Juárez, quien también resultó herido. 

Los pistoleros la visitaron el  último día de agosto de ese año, cuando sufrió un nuevo intento de asesinarla en su despacho. En esa ocasión tres hombres jóvenes, de entre 25 y 28 años de edad, le dispararon logrando impactar su cuerpo  en  cinco  ocasiones con proyectiles de una escuadra calibre nueve milímetros.  En la entrevista Raquenel dijo que aún tiene plomo alojado en su cuerpo y cuando cruza los detectores de metales de los aeropuertos suenan las alarmas.

Los sicarios se le volvieron aparecer a pesar de los escoltas que la protegían. Era el mediodía del 15 de noviembre de 2001, cuando la abogada salía de una diligencia en los juzgados federales ubicados en el centro de Monterrey. Repentinamente apareció sobre una transitada avenida un auto modelo Tsuru desde el cual  dos hombres bajaron  y a pocos metros de distancia le dispararon  en dos ocasiones sin lograr dar en el blanco.

Habían pasado varias semanas después de la entrevista con la abogada y consideré que era hora de regresar, pero el destino tenía otros planes para Villanueva Fraustro. La mañana del domingo 9 de agosto de 2009, estaba descansando en mi departamento cuando entró una llamada a mi móvil. Era mi amigo y colega de Reuters: “acaban de ejecutar a Raquenel en la pulga Río, vamos, pasa por mi”.  En ese momento me paralicé y un raro sentimiento recorrió todo mi cuerpo. Corrí rumbo al auto y pasé por el colega. La “Pulga” estaba a escasas 15 calles de distancia, era domingo y no había tráfico. Arribamos en menos de 5 minutos. La zona ya estaba atestada de policías de todos los colores. Al interior del mercado, todos los propietarios de locales bajaron sus cortinas y huyeron. Efectivos de la policía municipal cerraban  las puertas de acceso. En una de ellas me topé con otro colega, mientras un policía nos impidió el paso. El colega de Reuters comenzó a discutir con él y nosotros aprovechamos para colarnos. Estando en un pasillo, y a pocos metros,  se encontraba la abogada, su cuerpo estaba tirado en el piso, cubierto por la tradicional manta azul. Los nervios impidieron que sostuviera firmemente la cámara. Tuve que ponerla en el piso, tirarme pecho tierra y apretar el gatillo.

La Policía Ministerial de Nuevo León informó que alrededor de las 11:30 de la mañana, fiel a su costumbre de cada domingo, llegó a la “Pulga Río” para comprar bolsas de café. Estaba acompañada por su hija y una amiga, ambas adolescentes, cuando  un grupo de sicarios encañonó a los escoltas,  y acto seguido  acribillaron a la abogada con un rifle de asalto AR15. Para asegurar que su muerte, un sicario le disparó un tiro de gracia en la cabeza con una pistola calibre nueve milímetros.

Al salir nos topamos con los paramédicos que cargaban en una silla a la amiga, paralizada de miedo, temblando y con la mirada perdida. Mientras la hija de Raquenel se mantenía  con el temple de un adulto cuando era entrevistada por los medios. Con voz firme pero quebrada por la impresión respondía con una calma inusitada. Con su partida se terminaba el proyecto de contar los secretos de sus memorias, secretos que serían publicados por la Editorial Random House. No obstante, durante la entrevista que tuvimos, Raquenel insinuó algunos nombres. Uno de ellos haría temblar a un destacado funcionario que se mantuvo durante varias administraciones en el gobierno de Nuevo León. Actualmente tiene su residencia en el acaudalado municipio de San Pedro Garza García.

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