¿Se declara usted ignorante de su gramática? Piénseselo otra vez

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Esthela Treviño G.  @potemkin

Rompeviento TV, 17 de febrero de 2022

 

“La humanidad entrará en el tercer milenio bajo el imperio de las palabras”

(García Márquez, 1997, I Congreso de la Lengua Española, Zacatecas)

 

 

Palabras proféticas de García Márquez; hubiera sido un gramático extraordinario, él que dejó de usar adverbios en mente (afortunadamente) porque “son un vicio empobrecedor” y descubrió formas más hermosas y originales al “castigarlos” como dijo.

«El deber de los escritores no es conservar el lenguaje sino abrirle camino en la historia. Los gramáticos revientan de ira con nuestros desatinos pero los del siglo siguiente los recogen como genialidades de la lengua. De modo que tranquilos todos: no hay pleito. Nos vemos en el tercer milenio».

Para García Márquez, la gramática debe simplificarse y sus leyes humanizarse: hacerse benigna y ser más amable. Me recuerda aquel viejo dictum: “gramática sin lágrimas”. Hablaba, cierto (evité el ciertamente), de ese ars bene dicendi et bene scribendi.

Gramática prescriptiva. A esa idea de la Edad Media de que la gramática es ars bene dicendi et bene scribendi, “el arte de hablar y escribir bien”, le falta una especificación crucial: prescriptiva o normativa, es decir la gramática normativa es la que prescribe, norma o sanciona “el buen hablar o bien escribir”.

En cambio, la gramática mental que nos permite adquirir el lenguaje humano natural, es decir, el lenguaje del cual tenemos una predisposición genética para aprenderlo nos provee de mecanismos especializados para desarrollar esa facultad biológica (por tanto, natural) del lenguaje humano.

Así que si la definición de gramática contiene “escribir” entonces no se habla del lenguaje natural humano en sentido estricto, o sea, de esa facultad biológica intrínseca al ser humano. El “arte de escribir” no se adquiere o desarrolla de la misma manera que el magnífico y universal talento innato de hablar o signar el lenguaje. Decía García Márquez: “si cometo pocos errores gramaticales es porque he aprendido a escribir leyendo al derecho y al revés a los autores que inventaron la literatura española y a los que siguen inventándola porque aprendieron con aquellos. No hay otra manera de aprender a escribir» (Entrevista a Ciudad Seva, a propósito de sus declaraciones en Zacatecas).

He aquí algunos argumentos de por qué la escritura no es una facultad innata:

Uno: la escritura es una invención humana tardía, de entre el 3500 al 3000 AEC; si bien la emergencia del lenguaje humano sigue siendo controversial en muchos frentes, y no hay acuerdo sobre el periodo en el que surgió, hay quienes especulan que debe haberse “instalado” en el periodo del homo sapiens, hace 50,000 -150,000 años.

Dos: hay muchas lenguas orales, incluso en México, que carecen de un sistema de escritura. La mayoría de las lenguas de señas carecen de escritura, siendo que son lenguas naturales con gramáticas plenas como cualquier lengua oral.

Tres, escribir es una habilidad que debe aprenderse, y lo hacemos por un mecanismo enteramente distinto por el que “aprendemos” una lengua natural. En lingüística (llamémosle formal o teórica) hablamos de “adquirir” o “desarrollar” esa facultad del lenguaje (ya Dante la llamaba así), ese órgano del que hablaba Humboldt (ver “¿Es el lenguaje infinito?” un artículo mío anterior a este).

Cuatro: muchos hablantes nunca aprenden a escribir “bien”. No es una observación casual ni ofensiva; escribir no es una continuación natural de hablar, así que requiere de años de aprendizaje, a diferencia del lenguaje oral o signado. Este es otro tema que merece mucho más espacio y un tratamiento aparte.

Que yo sepa, nadie jamás ha desarrollado o adquirido de manera natural el lenguaje a través de la escritura. Quienes nacemos con el oído o la vista intactos, vamos a desarrollar el lenguaje natural (oral o signado) por el mero hecho de escuchar sonidos lingüísticos o de ver señas lingüísticas; no tenemos otra alternativa, de hecho. Los tres primeros años de edad es el periodo más intenso para desarrollar el habla y otras habilidades lingüísticas. Para los 4 años, un niño ya tiene una gramática más que funcional, aunque a los 6 ya tiene una gramática bastante sofisticada. Estamos hablando de formación de palabras, sintaxis, semántica. La fonética y fonología se adquieren más temprano.

De lo dicho hasta ahora, hablar una lengua natural es muy distinto del arte de escribir: hablar se nos da de manera natural porque estamos biológicamente equipados y predispuestos para ello. Escribir exige otras rutas de aprendizaje. Y sí, en ese sentido, escribir es un arte. Hablar, la facultad del lenguaje sigue siendo un misterio que la ciencia intenta todavía dilucidar.

Esa idea de que no sabemos hablar bien hay que desterrarla, sobre todo de las escuelas y de todo el sistema educativo. Mis alumnos universitarios siempre —para protegerse de lo que han estado acostumbrados a oír, que ya cargan como un estigma— se declaran ignorantes de la gramática y admiten sin acusación o demanda previa que no saben hablar bien y pues a ver si en clase aprenden. Ante mi respuesta “pues yo oigo que hablan perfecto”, enmudecen.

“Entonces por qué algunos dicen cosas como dijistes, acusastes, trajistes, etc. o ‘peor’: haiga, [piksa]”; a lo que añadimos váyamos, juéramos, vacéo, afigurar, aprevenirse, imprimido, resolvido, escribido y otras preciosuras —que lo son, ya verá usted—. Todo eso, explico, es terreno de los gramáticos prescriptivistas que imponen normas; bien visto, tales gramáticos sancionan (en ambos sentidos: autorizan y castigan) el habla de ciertos hablantes y eso se acerca a la censura. Salvo... salvo que se trata de sanciones o normas “sociales”. Habría que decir que de una parte (minoritaria) de la sociedad. Habría que decir que son normas impuestas por ellos mismos; que son normas totalmente arbitrarias y que sí, que habría que reprocharles a estos gramáticos y censuradores cuando juzgan a los hablantes como faltos de educación; como personas que se nota que no leen; como gente “inculta” que no sabe hablar correctamente.

Todo eso de dijistes, váyamos, imprimido, les digo, tiene una explicación desde la lingüística teórica; de hecho, es fascinante que los hablantes hagamos eso. Es más, hasta podríamos vernos como esclavos (¿o amos?) de nuestro poder de abstracción y de hacer generalizaciones, propiedades de la mente-pensamiento. Y así, se acomodan aliviados e intrigados en las sillas dispuestos a ver de qué se trata, a ver si es cierto.

Arcaísmos. Paso rápido por arcaísmos o formas antiguas, algunas en desuso, otras en uso por ciertos hablantes, como haiga, pero no por otros, y que solo son eso, formas anticuadas que han sido sustituidas por otras. La forma antigua vayga (del verbo ir) se volvió “vaya”, vayga > vaya, y la forma hayga > haya; dato curioso: ¿por qué “caiga” no ha dado caya?

Hay otras, sin embargo, de las que se ignora que son formas antiguas. Tienen mucho que ver las diferencias dialectales: aguardar (de esperar), convidar (invitar), cedazo (colador), dilatar (tardarse), empero (sin embargo), mandil (delantal). Lo que es arcaico en una región no lo es en otra, como el caso de mandil~delantal y otros; jalar en México, halar en España.

Las fatídicas formas irregulares. “No se dice inscribido, se dice ‘inscrito’”, un ejemplo de tantos. Las llamadas formas en participio se forman con un verbo y un sufijo (una partícula que se adjunta o fija a final de una base) -ado/a, o -ido/a, según el verbo:

comunicar — comunicada/o         comer — comida/o             salir — salida/o

prometer — prometida/o               llegar  — llegada/o              advertir —advertida/o

Lo que aprendemos y deducimos muy rápido —en la infancia temprana— es, precisamente la regla: el participio se forma afijando -ado/a, o -ido/a: He comido, llegado, salido... O, llegado el momento, llegada la hora; ya comunicada la decisión, un dictamen comunicado a destiempo; está dolida, fue ignorado, peeerooo: la sociedad política está corrompida, sí, es corrupta; es decir, aquí coexisten la forma predecible (la que se conforma a la regla, corrompida) y la excepción (corrupta).

De modo que cuando los niños pequeños dicen ponido, escribido, abrido, están aplicando correctamente la regla. Entonces, en aras de la corrección en el bien hablar, hay que aprender las excepciones, cosas que no tienen, a las que nunca se les da explicación alguna. Lo que un niño tiene que aprender es que hay palabras que son excepciones y las tiene que aprender de memoria, a fuerza de repetir. Los gramáticos insisten en mantener esas formas y no tienen, en sentido estricto, una explicación válida, sobre todo cuando coexisten formas regulares con irregulares: despertado ~ despierto; soltada ~ suelta; confundida ~ confusa. No ahondaré en esto aquí. Así que la próxima vez que la corrijan o lo reprendan puede decir que es prisionera o prisionero de su mente que se afana en buscar la regularidad; que eso demuestra que usted conoce perfectamente bien la regla.

Las formas que debían llevar [s]. Este es otro caso en el que se aplica una generalización de la que nuestras facultades de pensamiento se percatan; nosotros no somos conscientes de ello. Así, todos los verbos que se conjugan en la segunda persona (tú) llevan [s] final, excepto en el pasado simple. Veamos:

Tú piensas (presente), pensabas (imperfecto), pensarías (condicional), pensarás (futuro), [que] pensaras (pasado subjuntivo), [que] pienses (presente subjuntivo); pero tú pensaste[], dijiste[], comiste[], llegaste[]....

Entonces, por analogía, según dicen los gramáticos, a la segunda persona del pasado simple se le añande [s]. En dialectos que usan la segunda del plural, sí aparece la [s] en el pasado simple: pensasteis, comisteis, dijisteis. Formas como tú dijistes son formas no normativas pero esa aparente urgencia de nuestras capacidades cerebro-mentales nos empujan a buscar la regularidad, la generalización.

Gramática. A mí siempre me pareció brillante la definición que Chomsky formuló de gramática y los argumentos que dio para llegar a ella. Antes que nada, vale la pena decir que gramática abarca todo lo relacionado con: a) los sonidos lingüísticos: el repertorio de sonidos de cada lengua y las leyes por los que se rigen.

  1. b) Los principios que gobiernan la formación de palabras y los rasgos particulares que posee cada lengua; por ejemplo, en el español todos los nombres se especifican para género gramatical (masculino y femenino) y para número (singular y plural). Los verbos en cambio, deben contener información de persona, número, tiempo y modo verbal.
  2. c) La sintaxis, el campo que se encarga de los principios de la armazón de las frases y oraciones. Por cierto, la palabra sintaxis se forma con el prefijo sin[syn]- que significa ‘junto, con, a la par de’ y la base -taxis que significa ‘orden, acomodo’. (De hecho, vemos sin- en sin-fonía, sín-tesis, sin-dicato, sin-cretismo, sín-drome, sin-opsis, sin-cronía, sin-ergia, entre otras palabras.)
  3. d) La semántica, el campo del significado, quizás el área más resbaladiza y amplia del lenguaje.

Definiciones sobre gramática ha habido muchas pero, gracias a la teoría lingüística, aquella que centraba la tarea en el buen hablar (y escribir) ha quedado relegada, si acaso, a la gramática normativa.

La genialidad de Chomsky. Noam Chomsky estaba completamente de acuerdo con lingüistas como Leonard Bloomfield y todos los de la misma escuela, en cuanto que cualquier gramática debía ser capaz de describir todas las oraciones de una lengua. Pero, como apuntamos en el artículo anterior (“¿Es el lenguaje infinito?”) el número de oraciones que pueden construirse en cualquier lengua es potencialmente infinito. Es imposible, por tanto, describir todas las oraciones de una lengua. ¿Es imposible, por consiguiente, describir la gramática de cualquier lengua?

Chomsky tuvo la brillante, la genial idea de suponer que nuestros cerebros-mentes debían estar equipados, de algún modo, para “habilitarnos” a construir un número potencialmente infinito de expresiones lingüísticas, siendo que nuestro cerebro tiene una capacidad finita. Chomsky pensó, entonces, que, en vez de darse a la tarea imposible de describir todas y cada una de las oraciones de una lengua dada, era más fácil suponer la existencia de un mecanismo, algoritmo, o, como él lo nombró, “dispositivo” que hacía posible generar “un número potencialmente infinito de expresiones lingüísticas”. Mejor descubrir y describir la maquinaria que permite generar o producir frases y oraciones.

En su genialidad, propuso que debían existir restricciones en esa maquinaria de tal forma que únicamente produjera todas y solo las oraciones gramaticales de una lengua. Es decir, la maquinaria o el dispositivo no debía ser tan poderoso como para generar oraciones gramaticales y agramaticales.

Chomsky definió gramática como un dispositivo que, a partir de medios finitos, puede generar un número potencialmente infinito de expresiones lingüísticas. Esa definición iba muy de la mano con las nociones de otras ciencias del cerebro o cognitivas, en particular, con las de la lógica matemática (pienso en Alan Turing), las de la sicología y las de la teoría de la información (cibernética (Norbert Wiener)), en aquel momento. Por esa definición se le conoció al nuevo paradigma en el estudio del lenguaje, gramática generativa.

Hemos pasado de un arte de hablar y escribir bien a un conocimiento innato, a una facultad de pensamiento, a una predisposición genética que nos permite generar y expresar ideas y demás, mediante el habla o las señas.

Nada de lo anterior, sin embargo, elimina la posibilidad de que podamos desarrollar el arte de escribir y de hablar con pulcritud y belleza, o con la claridad u obscuridad que queramos, con las hipérboles y metonimias y símiles y metáforas y todo el desfile que pone a nuestro alcance la retórica. Federico Anaya, por ejemplo, usa el aqueste arcaico y emplea acentos por gusto en palabras como aquéllos, sea en función de pronombre o no. Yo, no le escatimo ningún acento ni arcaísmo a su personalísima estética de escribir. Así la disfruto.

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