La era está pariendo un corazón

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Es como si todo hubiera comenzado aquí, en este México de la Cuarta Transformación.

Como si se tratara de una reacción en cadena, activada por el triunfo contundente, irrebatible, de Andrés Manuel López Obrador y su plan progresista para desmantelar el neoliberalismo, vemos cómo América Latina se va convirtiendo, poco a poco, en un verdadero volcán social en erupción, cuya fuerza puede contribuir a la destrucción de los cimientos del modelo económico que ha prevalecido en el mundo los últimos 40 años, y lo ha dejado en la ruina, con cientos de millones de pobres.

Los hechos, políticos, sociales, están ocurriendo vertiginosamente en toda la región, y permiten anotar la ruta en esa dirección: un resurgir del progresismo.

El triunfo definitivo, este fin de semana, de la dupla Alberto Fernández – Cristina Kirchner, en Argentina, por ejemplo, tiene un significado muy profundo.

A partir de ayer, dos de las tres únicas economías latinoamericanas integrantes del poderoso Grupo de los 20, México y Argentina, estarán gobernadas por fuerzas expresamente opuestas al neoliberalismo, que además construirán alianzas regionales, como anota el mensaje de México de presidir la Comunidad de Estados Latinoamericanos, la CELAC.

El mensaje de México, su renovada visión latinoamericanista, al felicitar el triunfo de Fernández el domingo pasado, no pudo ser más claro: “Trabajaremos con el presidente electo, desde el primer día, a favor de la unidad latinoamericana y en beneficio de nuestros pueblos hermanos”.

Pero ese dato es sólo el más reciente eslabón de una cadena de acontecimientos que, en los últimos meses, ha sacudido en pleno al continente y ha obligado al mundo a voltear a la siempre bulliciosa América Latina:

La reelección de Evo Morales en Bolivia, en primera vuelta, y sobreponiéndose a una andanada internacional derechista que pretendía deslegitimar su triunfo, aplastarlo.

Y las revueltas en Ecuador, donde millones salieron a las calles para oponerse a los devastadores ajustes económicos propuestos por el presidente Lenin Moreno a sugerencia del Fondo Monetario Internacional, y que terminaron con el gobierno neoliberal reculando de su intentona.

Y las revueltas en Chile, con la llamada marcha más grande de la historia luego de días de toque de queda y autoritarismo, donde también con un sonoro ¡Ya Basta!, millones exigieron una nueva Constitución y mecanismos para impedir una mayor pauperización de las clases bajas y terminar con los profundos desequilibrios sociales que sufre el supuesto “ejemplo latinoamericano de economía exitosa”.

O el repudio social a las políticas de Jair Bolsonaro, el presidente brasileño de ultraderecha, o la posibilidad de que el Partido Socialista gobierne en Uruguay con Daniel Martínez.

O el fracaso del siniestro Grupo de Lima, esa cónclave derechista que pretendió deponer al presidente venezolano Nicolás Maduro con la figura de Juan Guaidó, y fue rechazado por la ONU que ya le concedió reconocimiento pleno al sucesor de Hugo Chávez.

O el nacimiento del llamado Grupo Puebla, el movimiento internacional de progresistas que busca oponerse al avance de la derecha conservadora y “liderar el mañana”.

Los realistas dirán que vivimos un punto de clímax en el que emergen los primeros indicios de un nuevo modelo de bienestar, que sea incluyente, equitativo y democrático. Una nueva era de progresismo.

Los idealistas, los soñadores, podrían decir que sí, que en América Latina, parafraseando a Silvio Rodríguez, la era está pariendo un corazón: que emerge en el continente una sociedad nueva, con ánimo nuevo de solidaridad con el otro, que se gesta una oposición real a la desesperación de mayorías azotadas por la plaga del neoliberalismo, para plantear nuevos caminos, cambios, alternativas.

Sea cual sea la visión, el hecho es que está ocurriendo, que si en 1989 asistimos a la caída del socialismo, en 2019 asistimos a lo que bien podría ser el derrumbe del neoliberalismo y que todo parece haber comenzado aquí, en ese México que en julio de 2018 tomó una decisión.

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