Carisma-Tradición-Ley

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Federico Anaya Gallardo

 

Querida lectora, la semana pasada te decía que la ciudadana Dresser se mostró una lectora deficiente del sociólogo Max Weber. Podríamos pasarlo por alto. Después de todo, ¿a quién le interesa lo que realmente dijo un sociólogo alemán que murió hace 102 años? El problema es que la ciudadana Dresser ha construido su persona-pública alrededor de su doctorado y de la cátedra académica que un día sí y el otro también nos imparte a todas y todos. Nobleza [de estudiante] obliga: tengo pendiente revisar el libro de Anne Applebaum que recomendó la Doctora Dresser en Es la Hora de Opinar del 30 de Noviembre próximo pasado: El Ocaso de la Democracia: La seducción del autoritarismo (Debate, 2021). Ya te contaré de qué va…

 

Así las cosas, como debemos tomarnos en serio a quienes escuchamos, citar mal a Max Weber es un pecadillo que no perdonaremos a la ciudadana y doctora Dresser. Aparte, la mirada seria y sistemática del viejo profesor alemán puede ser muy útil –aplicada correctamente.

 

Veamos: Dresser afirmó que “Weber nos ha recordado [que] el liderazgo en una democracia se funda en la legitimidad legal-racional, no en la legitimidad carismática. El amor a una persona, a un personaje, es lo que une a un clan, a una tribu. Las viejas formas de organización política antes de que existiera el Estado.” Nóta, lectora, la fórmula dresserina: Weber nos recuerda… ¿La doctora se refiere a “algo” que existe de por sí en la realidad y que Weber nos recuerda? ¿Ó Weber nos recuerda que su doctrina dice ese “algo”? El “algo” es la democracia, que según la realidad –ó según el Weber de Dresser– “se funda en la legitimidad legal-racional”.

 

El problema de la realidad es que siempre es histórica (obviedad de Perogrullo). Y, si bien es cierto que la aparición de la democracia moderna coincide con un florecimiento de lo que Weber llama legitimidad legal-racional; esta última es también común en regímenes no-democráticos. De hecho, uno de los ejemplos de legitimación legal-racional que usó Weber es la monarquía prusiana bajo los Hohenzollern (siglos XVIII y XIX). Más cerca a nosotros, los regímenes burocrático-autoritarios de Nuestra América (las dictaduras militares en Brasil, Argentina ó Chile, por ejemplo) también se legitimaban legal-racionalmente. De hecho, fue gracias a eso que fueron posibles los procesos de transición a la democracia. La doctora Dresser debería repasar sus cuatro tomos de Transitions from Authoritarian Rule (O'Donnell, Schmitter & Whitehead, Johns Hopkins-Woodrow Wilson Center, 1986). Apuesto que están en su biblioteca.

 

Avancemos: cuando Max Weber dice “legitimación legal-racional” NO está hablando de regímenes que existen en la realidad, sino de un tipo ideal que ayuda a pensar cualquier régimen social. Así que no se puede igualar lo “legal-racional” con lo “democrático”, como sugiere Dresser. Si ella fuese más seria, nos habría explicado que ese tipo ideal viene en un paquete de tres “modos de legitimación”: (1) tradicional, (2) carismática y (3) legal-racional.

 

El modo más usual de legitimación es el tradicional. La sociedad reconoce la autoridad de aquéllos que siempre la han ejercido, sean familias antiguas, cuerpos sacerdotales ó incluso burocracias como la red de mandarines confucianos en China. Todo es Historia: la institución central de la democracia inglesa moderna, el Parlamento de Westminster, surgió a partir de un sistema de legitimación tradicional. John E. Neal nos mostró, en su libro The Elizabethan House of Commons (Penguin, 1963 [1949]), cómo la mayoría de las elecciones de miembros de parlamento en el régimen Tudor no eran competidas. Los electores escogían siempre a representantes de las grandes familias propietarias de su distrito. Los candidatos de menor alcurnia declinaban ante sus “superiores sociales”. En caso de haber dos candidatos de igual prestigio, se escogía a quien tuviese mejores contactos en la Corte. Familias propietarias y favoritos de la Corte organizaban clientelas de electores a través de regalos y apoyos concretos en litigios y disputas locales. Eventualmente esas clientelas evolucionaron en facciones permanentes con ideología… anuncio de los partidos políticos modernos. Esta legitimación tradicional se mezcla con cuerpos normativos más ó menos permanentes: Tanto el Parlamento como el Consejo Privado de Elizabeth I Tudor tenían facultades para revisar la elección en un distrito y anularla.

 

Aunque los grandes líderes son escasos en la Historia, impactan fuertemente a las sociedades. Una organización social se legitima de modo carismático cuando aparece una persona que ejerce un liderazgo indiscutido y que es capaz de imponer su voluntad sobre todos los demás. Podemos pensar en los Romanov Pedro I y Catalina II; ó en Napoleón; ó en Bismark. Pero la persona-líder no necesita ser política. En el siglo XVI europeo, Lutero ejerció liderazgo carismático en los movimientos de la Reforma protestante alemana. Lo mismo hizo Savonarola en la Florencia del 1500. Más atrás, Moisés ó Mahoma son personajes carismáticos que dan identidad a sus pueblos. Un fenómeno que el sociólogo Weber estudió es cómo algunos de esos liderazgos se institucionalizan a través de cuerpos normativos (Bonaparte no es sólo caudillo, sino el “dador” del Código Civil).

 

Así que Dresser se confunde (y nos confunde) cuando afirma que “En una democracia el poder se ejerce a través de reglas y lineamientos”. Sí, pero… eso también ocurre en un régimen burocrático-autoritario. De hecho, el nacimiento de la esfera pública moderna (la Öffentlicheit de Habermas) –sin la cual es imposible la Democracia moderna– ocurrió cuando los monarcas absolutos europeos empezaron a regimentar mediante mecanismos legal-racionales a las sociedades tradicionales cuyo dominio habían heredado (Historia y Crítica de la Opinión Pública, Barcelona: GG, 2004 [1962]). Una vez que la ciudadanía aparece en esa esfera pública, retoma para sí la organización legal-racional de los reyes electrizándola y potenciándola a través de la participación de cada vez más personas. Por cierto, la ciudadanía generó liderazgos personales emblemáticos: Robespierre, Bonaparte… durante este proceso. Por esto es que Tocqueville podía decir que el régimen postrevolucionario francés había sido continuación y perfeccionamiento de las instituciones de Luis XIV (L’Ancien Régime et la Révolution, París: Gallimard, 1964 [1854]).

 

Un ejemplo mexicano nos muestra cómo los tres modos de legitimación pueden operar simultáneamente.

 

Entre 1955 y 1996 surgió en San Luis Potosí un movimiento democrático que recordamos como Navismo por sus líderes, los doctores Manuel y Salvador Nava Martínez. Tenían legitimidad tradicional. Se trataba de dos médicos reconocidos por la más vieja sociedad potosina. Descendían de Fortunato Nava, un político liberal de la Reforma; y estaban relacionados familiar, social ó económicamente con las más prestigiadas élites. Ninguno de ellos era un radical desaforado. Por eso los priístas los acusaban de ser católicos reaccionarios. Pero la personalidad de ambos aglutinaba simpatías más allá del estrecho círculo de la élite curra. Tenían legitimidad carismática. Como médicos, habían prestado servicio a todas las clases. Como humanos, eran reconocidos por todas las clases sociales. Manuel murió joven. Salvador se volvió el símbolo y líder de un movimiento por tres generaciones (doña Conchita, su mujer, sigue allí con sus 103 años). Finalmente, los navistas generaron también legitimidad legal-racional. Fueron los primeros en proponer órganos electorales independientes, en demandar autonomía para las comisiones de derechos humanos, en legislar para institucionalizar mecanismos de participación y contraloría ciudadana.

 

Lectora, si el retrato de la triple hélice de legitimidad navista (tradicional/carismática/legal-racional) te parece similar a lo que hoy es, a nivel nacional, el obradorismo, es que se trata de fenómenos análogos. La triple legitimidad es el origen de su potencia; y la triple legitimidad es la que explica la decadencia del navismo potosino –adonde, desde 1996, no ha surgido un liderazgo serio que retome sus banderas y continúe la lucha.

 

Enfrentar, ó poner en oposición, como hace Dresser, los tres tipos de legitimidad weberianos es mala sociología y peor ciencia política. Por tanto, no hagamos caso a la ciudadana, aunque avance con su pergamino doctoral al frente…

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