A propósito de la cobertura mediática del feminicidio de Ingrid Escamilla y miles más

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Por: Paola Atziri Paz y Luz María León

Ingrid Escamilla, una joven de 26 años de edad, fue brutalmente asesinada el pasado 9 de febrero. Las noticias que cubrieron este hecho lo hicieron sin perspectiva de género, fuera de contexto, desde el morbo y con un discurso que establece una línea delgada entre la patología y la normalidad. Las fotografías de su cuerpo completamente desollado y mutilado, junto con el video de un asesino ensangrentado se convirtieron en el espectáculo promovido por los medios de comunicación.

No es la primera vez que las fotografías del cuerpo de una mujer violentado son exhibidas, ha habido casos en los que incluso se han hecho públicos datos personales de víctimas o familiares. Las filtraciones de estas imágenes o datos son responsabilidad de las autoridades, pero su publicación y reproducción son de los periodistas, reporteros, revistas, periódicos o páginas digitales, quienes son incapaces de al menos cuestionar si sus publicaciones respetarán la dignidad de la víctima por una cuestión de ética, si violarán alguna ley o entorpecerán el debido proceso.

Por esto creemos que es necesario hablar sobre lo que hacemos como periodistas al cubrir la violencia contra las mujeres, así como cuestionarnos a quien decidimos leer o en dónde nos queremos informar.

Los medios cómplices de la violencia

Si bien es cierto que los medios de comunicación en nuestro país han decidido poco a poco dar mayor cobertura a los crímenes que se cometen contra las mujeres - decisión que ha estado influenciada por la lucha feminista y la presión mediática que ellas han ejercido - el hecho de que más medios cubran este tipo de noticias no garantiza que no reproduzcan la misma violencia contra las mujeres, lo que los hace cómplices y parte del problema. 

Dar a conocer el contexto

Como periodistas feministas pensamos que al dar cobertura a feminicidios, violaciones, desapariciones u otro tipo de abuso contra mujeres es muy importante dar a conocer el contexto social en el que están sucediendo y mostrar que no son casos aislados, sino que forman parte de una estructura compleja que permite la violencia machista.

Una lectura errada del caso puede caer en simplificaciones aberrantes, como asegurar que la violencia de género contra las mujeres es una cuestión extraordinaria.

No existen los crímenes pasionales, son feminicidios

Otro punto fundamental es evitar la doble victimización que una mujer violentada o asesinada pueda sufrir a la hora de informar sobre el caso, es decir, que no se le debe culpar a ella ni a su familia por lo sucedido. No importa su forma de vestir, profesión, hora y lugar donde estaba, alguna otra condición o estereotipo a la que se le adscriba para definir el crimen y al responsable de éste. 

Pese a que los 'crímenes pasionales' es un término que popularizaron los medios de información, no existen. Son feminicidios y así deben ser nombrados, debido a que las muertes violentas por razones de género no están motivadas por otra cosa que no sea el odio, desprecio, placer o un sentido de inferioridad hacia las mujeres por parte de los hombres que la ejercen.

No son monstruos, son feminicidas

Es necesario cuidar la narrativa que se usa al hablar de los criminales. El problema con una gran cantidad de notas periodísticas carentes de perspectiva de género es que describen los hechos cometidos únicamente por individuos peligrosos con trastornos psicológicos,  alcohólicos, drogadictos o asesinos seriales, tales como los casos del “monstruo de Ecatepec” o del “monstruo de Toluca”. Sin embargo, recordemos que el desprecio y violencia hacia las mujeres no es una historia de asesinos seriales, la mayoría de veces los agresores son personas normales, con familia, incluso la mayoría de víctimas son parte de su propia familia.

De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares 2016, los principales agresores sexuales de chicas de 15 años son tíos (20.1 %)  y primos (15.7 %). Y la mayoría de los feminicidas son los novios, esposos o exparejas de las víctimas, personas comunes.

En realidad se trata de una epidemia que parte de una construcción cultural basada en el desprecio y la objetivación de la mujer, lo que a su vez configura el machismo con una serie de conductas y acciones que minimizan, invisibilizan, silencian o agreden a la mujer, y que tiene en el feminicidio su consecuencia más letal.

Entonces, si en nuestras ediciones hemos de referirnos a ellos será para enunciar la injusticia, la obligación de hacerse responsables de sus acciones y la imperiosa necesidad de evitar que esto vuelva a pasar a fin de que las mujeres vivan una vida libre de violencia.

Las víctimas son personas, no espectáculos

Si bien es cierto que para las y los periodistas es muy importante conocer estadísticas, para nosotras no basta con hablar y presentar a las víctimas. Es fundamental dar rostro e informar que esas mujeres asesinadas, desaparecidas o violadas son personas con familia, intereses, pasiones, sueños y no son sólo una cifra.

Los y las periodistas no deberían hacer de los crímenes contra mujeres un espectáculo para obtener más clics o audiencia. Hay encabezados que dañan y denigran a las víctimas. Por ejemplo, el portal digital Frontera.info publicó el encabezado: “Hombre resulta lesionado tras prenderle fuego a su pareja frente a cafetería”. La noticia aquí fue que un hombre se lesionó y no que un hombre le prendió fuego a una mujer.

El caso que hoy nos trajo de nueva cuenta a hablar de esto es el título amarillista de La Prensa al exhibir, y no informar, el feminicidio de Ingrid. A dicho periódico, con un tiraje de 287 mil ejemplares en el país, no le bastó con compartir la imagen explícita de su cuerpo en portada, ya que le añadió el encabezado “Descarnada” para publicar lo cometido.

El derecho a informar también implica identificar que nuestros conocimientos son limitados, y por ello tenemos la obligación de investigar para conocer de lo que se habla, ahí es donde como periodistas decidimos si nos responsabilizamos o no de lo que escribimos y decimos porque al final incidimos en la opinión pública, así como en la percepción de la realidad.

Es así que al nombrar los feminicidios como tal en nuestras notas lo hacemos por dos razones fundamentales: en primera, como un reconocimiento a las conquistas de las familias de las víctimas, quienes lograron que este delito fuera tipificado de ese modo en los códigos penales, como el caso de Mariana Lima en Chimalhuacán; y también para mostrar que la formalización y actualización de cómo se considera un delito puede ayudar a la población a saber que existen normas que les deberían permitir acceder a la justicia.

En febrero de 2018, el Consejo Nacional de Seguridad Pública estableció que la entonces Procuraduría General de la República, ahora Fiscalía General de Justicia, y las fiscalías generales de justicia de las 32 entidades deben investigar las muertes de mujeres de carácter doloso como feminicidio.

Pese a esto, en varias legislaciones estatales, como el Código Penal del Estado de México, se establece que es 'crimen pasional' al presuponer que existía un vínculo entre el agresor y la víctima, al igual que aseverar que el agresor fue dominado por "sus emociones" para atacar. Sin embargo, a un feminicidio lo anteceden varios hechos de violencia, mismos que se suelen cometer de manera premeditada y consciente.

En el caso de Ingrid, como en el de Abril que también recientemente sacudió al país o el de Vanesa Gaytán Ochoa en Jalisco, destaca que ya habían presentado denuncias contra sus parejas, pero éstas no fueron investigadas o continuadas por las autoridades correspondientes.

Saber qué medios trabajan bajo una perspectiva de género también ayuda a los radioescuchas, televidentes o lectores a elegir una fuente de información libre de sesgos que abonen o justifiquen las violencias machistas.

En un país como México, que tiene los índices más altos en feminicidios de América Latina y que sobrevive ante la violencia generalizada debido a una política de seguridad implementada desde 2006, la solidaridad que como gremio se pide ante los asesinatos de periodistas, se debe corresponder de la misma manera hacia las víctimas.

La libertad de prensa que tenemos derecho a ejercer no está dada de facto, requiere de sensibilidad, reflexión, empatía y crítica. En las redacciones no basta con la rigurosidad al tomar en cuenta nuestras fuentes ni con verificar la información sólo en términos de la 'verdad de los hechos' si antes no nos cuestionamos para qué damos a conocer una noticia o una historia, qué tipo de impacto y cómo lo queremos generar.

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