La partería tradicional: el otro sistema de salud desmantelado

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El 9 de abril, el doctor Hugo López-Gatell anunció la lamentable muerte de dos mujeres embarazadas enfermas de Covid-19, las primeras en México. Ambas presentaban factores de comorbilidad: hipertensión, obesidad mórbida y diabetes gestacional. En la ronda de preguntas, una reportera comentaba a su modo un brillante artículo publicado por Pie de Página : “hay miedo de algunas mujeres de acercarse a los hospitales… no hay una cultura de los partos en casa”. ¿Cómo es que en un país con una prolífica tradición de partería, de orígenes milenarios, que es hoy diversa, indígena, mestiza, urbana y rural, se ha llegado a una condición en la que se pueda afirmar que “no se tiene una cultura del parto en casa”? Esta es la historia del otro sistema de salud y cuidados que, en las últimas décadas, los tiempos del neoliberalismo, ha sido desmantelado sistemáticamente: la partería tradicional.

En 1985 las parteras atendían más de 800 mil partos cada año. Cuarenta años más tarde (2015), tan solo 100 mil . La pérdida de la atención del parto en casa y por partera ha sido consecuencia de una política en salud ejercida desde instancias nacionales e internacionales contra la partería tradicional. En principio, durante los años 80 el gobierno las buscó para que distribuyeran métodos anticonceptivos. Se dijo también que serían capacitadas para que brindaran una atención más segura. En la práctica, durante esas capacitaciones se negó el valor de su conocimiento ancestral y la experiencia propia . Poco a poco se les prohibió el uso de sus plantas, las posiciones verticales para el parto, al tiempo que se las hacía dependientes de herramientas hospitalarias. Finalmente, ya en el siglo XXI, se obligó a las mujeres beneficiarias de programas sociales (Prospera-Oportunidades) a dejar de recurrir a las parteras y acudir con médicos para la atención prenatal y al hospital a parir bajo la amenaza de perder el recurso, al tiempo que se les decía una y otra vez que ir con parteras era peligroso y que los tés podían ser abortivos.

La última estrategia de coacción ha sido la negativa (práctica que no de jure) a entregar los certificados de nacimiento para los bebés que nacen con parteras . Como el documento es indispensable para obtener el acta de nacimiento y entonces ser ciudadano mexicano, las familias han dejado de acudir con sus parteras para evitarse el viacrucis administrativo al que son sometidas las mujeres que paren fuera de los hospitales. Ahora, la labor de las parteras tradicionales de zonas rurales y urbanas vive proscrita y obstaculizada mediante mecanismos con los que se ha mermado la legitimidad de su labor. Así es como se fue arrancando de México la cultura del parto en casa mientras se alimentaba el colapso del sistema hospitalario, consecuencia de una política de hospitalización generalizada del parto que saturó aún más el servicio sin necesidad real, pues como saben las parteras y rezan organismos internacionales, la mayoría de los partos no requieren hospitalización porque son saludables.

Para los pueblos, las comunidades y los barrios urbanos donde las parteras ejercen (o ejercían) su don, esta labor propicia la autonomía, pues la atención y cuidado de la vida sucede dentro de la cultura propia, al tiempo que minimiza dependencias hacia afuera. Quizás en la coyuntura del Covid-19, las mujeres, las familias y los pueblos, en la intención de cuidarse, busquen reducir los contactos con el exterior y recuerden la capacidad de sus parteras reconociendo el valor que siempre han tenido pero que les fue temporalmente negado por la modernización neoliberal. Conforme vaya sucediendo, las hijas y nietas de quienes nacieron y parieron con partera revivirán la cultura del parto en casa.

Como consecuencia de las cuatro décadas de intervención estatal en su labor, la mayoría de las parteras tradicionales son abuelas mayores y podrían contagiarse del multicitado virus con resultados fatales. Cuando el Estado mexicano forzó el desuso de la práctica, redujo o anuló las oportunidades de aprender y desarrollar su don a las nuevas generaciones, pues las parteras se hacen acompañando y asistiendo a las abuelas. Las parteras en ciernes han tenido, quizás, poca experiencia, pero su asistencia fortalece a las mayores, como siempre ha sido. Así, la capacidad de antaño (en términos nacionales) de recibir a 800 mil bebés en un año no es la actual, pero aún hay fuerza y saber presentes. Ante la solicitud de las mujeres, cada partera mirará su fuerza y su confianza, decidirá si está en posibilidad de cuidar de embarazos, de atender partos y postpartos o no y lo hará con la ética de cuidado que las caracteriza. Las autoridades comunitarias y municipales deberán, entonces, generar estrategias de traslado en caso de que algún parto requiera atención hospitalaria.

¿Qué harán las autoridades de salud cuando las mujeres acudan a las parteras tradicionales y su sabiduría milenaria?, ¿continuarán negando la entrega del certificado de nacimiento? ¿Obligarán a las mujeres en medio de la pandemia a ir recién paridas y con bebé recién nacido en brazos a los centros de salud para obtener el papel? ¿El gobierno de la 4T continuará proscribiendo el parto en casa atendido por parteras tradicionales?

Este 13 de abril, la directora general del Centro Nacional de Equidad de Género y Salud Reproductiva, Karla Berdichevsky, presentó el “Lineamiento para la prevención y mitigación de COVID-19-19 en la atención del embarazo, parto, puerperio y de la persona recién nacida”. En el documento citado no se hace mención de la atención en la comunidad o pueblo de origen por parteras tradicionales, no hay mención al parto en casa como posibilidad ni se hacen recomendaciones para los cuidados adecuados en tales circunstancias. Se silencia, otra vez, el lugar de las parteras en sus comunidades (rurales o urbanas). A las parteras tradicionales se las menciona sólo en la posibilidad de ser incorporadas junto a personal de enfermería obstétrica y partería profesional como parte del equipo para espacios de atención materna que podrían habilitarse para que “en ellos, exclusivamente, se de atención obstétrica en casos de bajo riesgo”. Dicha propuesta merece un artículo aparte.

La restauración del sistema de salud de México ha comenzado, la atención a la crisis del Covid-19 está impulsando la culminación de hospitales dejados a medias y la contratación de más personal de salud. ¿Qué decisiones se tomarán hacía la partería tradicional?

Para facilitar que las parteras tradicionales estén en posibilidad de trabajar para las mujeres, con y sin Covid-19, para bien de ellas, de sus bebés y sus comunidades, pueblos y barrios, es indispensable que se quiten los bloqueos a su labor. Un primer paso sería anunciar públicamente que se facilitará a las mujeres la obtención de los certificados de nacimiento de sus bebés. Ese acto será una señal inconfundible para las parteras y la cultura del parto en casa comenzará su autorestauración.

*Aura Renata Gallegos es investigadora en materia de partería y tradición y es a su vez partera (aún aprendiz) en la tradición. Es una partera-investigadora originaria de la Ciudad de México asentada en Xalapa, Veracruz, que en su travesía cuenta con diez años de experiencia como terapeuta de masaje, una Licenciatura en Historia por la Universidad Autónoma Metropolitana y un título de Maestra en Educación para la Interculturalidad y la Sustentabilidad por la Universidad Veracruzana que recientemente obtuvo con una tesis sobre la formación de parteras desde la tradición en el Centro de Iniciación a la Partería en la Tradición de Nueve Lunas, donde ella misma ha fortalecido su camino.

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