Una, dos máximo

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J. Jesús Esquivel
Corresponsal de la revista Proceso en Washington
@JJesusEsquivel

 

Una, dos máximo

Washington – Por primera vez, por lo menos en mi generación, gozamos del cumplimiento de la obligación que tiene el presidente de la república de rendirnos cuentas de sus actos y de los de su gobierno.


A riesgo de que me lapiden en las redes sociales, creo que el presidente Andrés Manuel López Obrador debería modificar las mañaneras. El suyo es un mandato de seis años, más allá de los referendos a los que se quiera someter para que el pueblo le ordené si dimite o continúa. 


Sus enemigos políticos, a quienes les arrebató los beneficios que les daban la corrupción y el abuso de poder, vigentes hasta el último día de noviembre del año pasado, esperan como aves de rapiña el primer gran error de AMLO para intentar hacerlo pedazos. Nadie es perfecto.


Los intereses económicos afectados por los muchos millones de mexicanos que votaron por el cambio no cejarán en su intento de minarle el camino al presidente; lleva poco más de cinco meses y ya exigen su renuncia cuando por décadas y décadas solaparon, porque les convenía, los emblemas abominables de la corrupción.


Si algo tiene la oposición a AMLO es congruencia en querer mantener a la mayoría de la población en la pobreza y la sumisión.


Las mañaneras son una plataforma de información que incluso sorprende a terceros. Ningún otro jefe de Estado o de gobierno lo hace. Por ello, y por el respeto que ha recobrado AMLO para la institución que representa, debería repensar la frecuencia con la que las lleva a cabo. Claro está que a quienes no les guste esta reflexión podrán decirme simplemente que no las vea y que cambie de canal, pero el desgaste institucional y del valor agregado de la rendición de cuentas, es como un foco amarillo que veo prendido en las mañaneras.
 No es lo mismo ser presidente que alcalde de la capital del país.


He leído columnas y artículos en los medios mexicanos que critican la pluralidad de las mañaneras en Palacio de Gobierno. 
Estos opinadores se quejan de que AMLO dé la palabra a reporteros que representan a medios estatales o regionales y a otros que “no son periodistas” y que aprovechan el micrófono para hacer apologías.


No tengo objeción en que se dé la oportunidad de preguntar a todos.
 Como reportero de la revista Proceso viví en carne propia y por años la exclusión a preguntar en las conferencias de prensa de presidentes de México y de los integrantes de sus gabinetes.


No contaré detalles sobre esos sucesos porque no vale ni la pena, sólo expongo que no me daban la palabra por temor a que les estropeara el momento con preguntas lógicas sobre sus acciones.


Lo que observo de las mañaneras es que varias han sido tediosas, sin mucha nota. Soy de los que consideran que el periodismo mexicano adolece de esa enfermedad llamada "declaracionitis". 
La labor de un informador es investigar para poder informar dignamente a la sociedad que representa y con ello exigir la rendición de cuentas a los gobernantes.


Desde esta perspectiva, y para evitar un mayor desgaste, sería mejor que AMLO diera más tiempo a la prensa para asimilar los actos de su gobierno, a fin de que con mayores fundamentos y sustento pueda hacer sus cuestionamientos sin que el acto se destaque por los monólogos de ambas partes. Una a la semana encajaría perfectamente en el plano de la rendición de cuentas, o dos máximo. Lunes y viernes, podría ser.


Consciente estoy de que AMLO es muy testarudo en esto. Varios de sus colaboradores en el gabinete comparten la idea de que sean menos frecuentes y más sustanciosas las conferencias del presidente; me lo han dicho y se lo han sugerido a él, pero hasta hoy no les ha hecho caso.


El tiempo es sabio y si las cosas se hacen bien no habrá tanta necesidad de que todo el tiempo explique lo que hace. 
Por sus actos y los de su gobierno hablarán los resultados.

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