Seamos la resistencia

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No sé si ustedes han notado lo mismo que yo: un incremento muy significativo en el tono beligerante, peleonero, amenazador de la oposición mediática y política mexicana.

 

A la muy entendible -y hasta natural- crítica cotidiana de los sectores ubicados en el extremo opuesto de la ideología que tomó el poder el 1 de diciembre, se ha añadido una virulencia discursiva que, en algunos casos, raya en el odio franco, abierto y explícito contra el gobierno actual y su presidente.

 

Personalidades que durante décadas, al amparo neoliberal fueron arropadas, engrandecidas por un sistema que las utilizó y las colocó en la cima del parnaso intelectual mexicano, del cual se convirtieron en referentes de pensamiento lúcido, ahora se han tornado en verdaderos odiadores profesionales, haters: gente que sustituyó raciocinio por injuria, reflexión por diatriba y serenidad por escupitajo tuitero.

 

Ejemplos sobran. Hoy es de lo más común leer a la articulista Denise Dresser compartiendo memes a carcajada abierta. Al historiador Enrique Krauze tergiversando realidades sin rubor ninguno. Al analista Jesús Silva Herzog profetizando derrumbes que sólo están en su cabeza, al periodista Sergio Sarmiento contando chistes sin gracia alguna, o al académico Sergio Aguayo descubriendo que orinar en una gasolinera concesionada cuesta 5 pesos.

Y el problema no es que odien. Ni siquiera que se burlen de los yerros de un gobierno cuya curva de aprendizaje apenas cruza el séptimo mes de acciones. No. La crítica es buena, necesaria, útil: la crítica va a impedir que el sueño de un país distinto termine en la misma pesadilla que ya nos recetaron los gobiernos fallidos de Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. No, la crítica no es el punto.

 

El problema es más grave y preocupante: la ausencia de una verdadera discusión nacional, seria, sobria, profunda, sobre lo que está ocurriendo en México desde el 1º de diciembre y lo que debe ocurrir en los próximos años. De eso se trata y por eso es tan peligroso el asunto para todas y para todos.

 

Esas voces, las mismas voces que hemos escuchado los últimos 20 o 30 años y que ahora gritan furibundas porque han sido desplazadas junto con el sistema que las engendró, son aún la aplastante mayoría en los espacios mediáticos y editoriales de todo el país, en todas las plataformas y soportes, en todos los sectores y eso cancela la posibilidad de que puedan constituirse en intermediación útil para el diálogo.

 

Abra usted cualquier diario, cualquier portal, cualquier canal de televisión, cualquier estación de radio y encontrará a su odiador favorito en pleno desembuche: “el Presidente no habla inglés”, “el desabasto de gasolina paraliza al país”, “quiero mi aeropuerto”, “el peso se derrumba”, “estamos en recesión…”, “¡es el apocalipsis!”

 

Dedicadas a odiar, a tergiversar, a mentir abiertamente para dinamitar un proyecto que recibió el respaldo mayoritario en las urnas, esas voces perdieron privilegios y ahora parecen dispuestas a estorbar el paso para que juntos, todos, construyamos un verdadero diálogo nuevo, serio y profundo, sobre el país que queremos y por el cual nos manifestamos el 1 de julio del 2018.

Sin mesura, sin datos reales, discutimos sobre fantasías catastróficas que en realidad son humo. Sin reflexión serena, sin crítica argumentada, analizamos realidades alternas a los sucesos fehacientes. Sin bases sólidas, vagamos en la nada.

 

El México que una amplia mayoría eligió en el 2018, aún no aparece ante nuestros ojos. Para su construcción, para erigirlo, aún falta un tramo muy largo y muy complicado en el cual debe participar un conjunto amplio de voces, que contribuyan a la reflexión sobre cada paso, cada decisión, para que nunca más ocurran sin nosotros.

 

Desmontar el aparato que engullía justicia social y escupía privilegios sólo para una élite, toma su tiempo y requiere sus métodos, y uno de los principales es el diálogo abierto y permanente. Pero de todos. De todas. No de unos cuantos.

 

Como dijo alguna ocasión la escritora estadounidense Naomi Klein: para oponerse al teorema neoliberal, para enfrentar el shock que impone confusión y miedo para impedir la justicia social, decir no, no basta.

 

Hay que discutir sobre nuevas bases sólidas. Hay que planear y cuestionar sobre datos útiles. Hay que oponerse a la mentira y al odio que ellos y ellas plantean, oponerse con la razón y los argumentos que nulifiquen el tono beligerante, peleonero y amenazador. Crear resistencia. Ser la resistencia. Esa que permita el libre flujo de ideas, destruya la iglesia del pensamiento neoliberal único y erija una nueva arena donde quepan todas las voces del pensamiento plural, verdaderamente plural y serio que tanto nos hace falta.

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